La historia del célebre inversionista que desfalcó a Wall Street ha seducido al mundo entero. ¿Cómo logró tumbar a inversionistas especializados y a quienes, se suponía, eran los expertos en manejar fortunas? ¿Cómo consiguió pasar inadvertido el filtro de las autoridades y por más de 20 años sostener una típica pirámide financiera? Aunque todavía hay muchas preguntas sin resolver, la verdad es que a Bernard Madoff no le quedó difícil protagonizar este fraude. En primer lugar, se movía como pez en el agua en el mundo de los inversionistas y entre la clase pudiente de Nueva York, Florida e inclusive en Europa. Gozaba de una gran reputación, no sólo porque había presidido la Bolsa Electrónica Nasdaq y conocía a la perfección el mercado bursátil, sino por su especial carisma y lo que algunos han descrito como un encanto personal. La historia de Madoff, hoy de 70 años, comenzó en 1960 cuando abrió su firma Bernard Madoff Investment Securities, antes de acabar sus estudios de leyes. En ese entonces sólo disponía de 5.000 dólares en su bolsillo, dinero que había ahorrado trabajando como salvavidas en las playas de Rockaway en Queens, Nueva York. A partir de allí, Madoff se abrió camino en los círculos sociales más exclusivos y poco a poco se ganó el respeto de Wall Street. Aunque fuera un desconocido para algunos inversionistas, no lo era para la clase pudiente y para los administradores de grandes fortunas. Su nombre figuraba en lugar especial en la Universidad de Yeshiva, el centro educativo judío más veterano de Estados Unidos. De hecho, hacía también de recaudador de fondos para obras benéficas de la comunidad judía Desde su oficina en el corazón de Manhattan, Madoff desplegó una supuesta técnica de inversión llamada split-strike conversión, que les permitía a sus clientes obtener rentabilidades anuales del 12 por ciento (con mínimos del 11 y máximos del 18 por ciento). Lo extraordinario era que, a pesar de que los mercados registraran bajas, los rendimientos de Madoff no. Se estima que sólo hubo cuatro meses a la baja desde 1989 a la fecha. Con razón, los inversionistas sonreían, aunque no entendían cómo lo hacía. Pero ¿cómo lo hacía? Sencillo. Utilizó el viejo truco de la pirámide. El retorno de unos inversionistas lo pagaban otros inversionistas (sin saberlo) y así opera como una cadena. El problema de Madoff fue que llegó la crisis financiera internacional y ya no había tantos clientes dispuestos a meter su dinero. Como cualquier pirámide, se reventó. Lo que más sorprende de este drama es que ya muchos sospechaban que algo raro estaba pasando. En 1992, cuando Madoff llevaba más de una década ofreciendo rentabilidades altas, las autoridades de supervisión estadounidenses recibieron quejas sobre sus operaciones. Sin embargo, la Comisión de Valores (Securities and Exchange Commission (SEC)) no detectó problemas. Y mientras las autoridades le daban el aval para continuar su operación, especialistas y medios de comunicación seguían alertando sobre su negocio. En 1999, algunos operadores de Wall Street reclamaron a las autoridades volver a investigar, pues consideraban que sus resultados no eran realistas. La revista financiera Barrons puso en duda sus retornos en 2001, y hace dos años, la firma de inversión Aksia recomendó a sus clientes que huyeran de Madoff. La explicación para mantenerse activo durante tanto tiempo parece radicar en que no mostró la información correcta a las autoridades. ¿Y dónde estaban los auditores? Una buena pregunta. Hoy todos están diciendo que los auditores de Madoff eran de pacotilla. La prensa estadounidense que ha seguido el caso responsabiliza al auditor, Friehling & Horowitz, una oficina de de sólo tres empleados. Parecía que sólo tenían un cliente. Ahora ya no hay nada que hacer. Según The New York Times, el propio Madoff reveló su fraude cuando se vio angustiado porque debía pagar 6.000 millones de dólares y no tenía fondos. Ese día decidió confesar lo peor: que sólo quedaban entre 200 y 300 millones de dólares. Terrible noticia. Se estima que hay expuestos alrededor de 50.000 millones de dólares. Eso es nada más y nada menos que una cuarta parte del PIB colombiano. Y los afectados no son cualesquiera. Cayeron desde reputados fondos de inversión, pasando por inversionistas millonarios, hasta bancos suizos, franceses y españoles. Y, cómo no, hasta colombianos adinerados terminaron involucrados. Hoy muchos se están refiriendo a Bernard Madoff como el David Murcia de Wall Street. Y la verdad es que no están muy equivocados. El escándalo Madoff guarda grandes coincidencias con lo ocurrido en Colombia con DMG y su cerebro, David Murcia. Ambos casos no fueron detectados a tiempo por las autoridades de supervisión en los respectivos países y lograron evadir fácilmente el control, al camuflarse bajo fachadas de aparente legalidad. La verdad es que la gran diferencia entre los dos fraudes radica básicamente en que las víctimas de la caída de Madoff siguieron tan ricas como eran, mientras que el derrumbe de DMG dejó más pobres a los pobres que habían metido allí su dinero.