La historia de Joao Gilberto es la de un artista que pudo haber tenido la vida frenética de los famosos, pero que prefirió el sosiego hoy envidiado por muchas superestrellas: la rutina simple del hombre sin fans ni periodistas asediantes. En 1963 participó en la grabación del tema Garota de Ipanema, y casi de inmediato se hizo a una fama enorme dentro y fuera del Brasil. Por todas partes podía escucharse su voz queda, casi susurrante: “Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça...”, y aquel hubiese podido ser el momento de lanzarse al estrellato, adoptando como su modo de vida el circuito de giras internacionales y discos publicados casi sin pausa. Pero halló una excusa perfecta: adujo no saber inglés y le dejó el camino a su esposa, Astrud Gilberto, para que fuera ella la que conquistara al público angloparlante.A cambio, Joao Gilberto se quedó con la vida bohemia de barrio, tocando la guitarra para sí y para sus amigos, y grabando álbumes sólo cuando sintiera deseos de hacerlo, sin la presión de un contrato discográfico. En el fondo, Gilberto es un artista cuya sensibilidad le merecería el reconocimiento de las grandes audiencias, pero cuya timidez no le permite siquiera considerar la idea. Y lo paradójico es que, tratando de pasar inadvertido, se ha convertido en figura de culto en círculos que son pequeños, pero que a la vez son muchos.Por eso son noticia los discos de Joao Gilberto, porque son tan buenos como escasos. Y este que acaba de salir, al cabo de nueve años de silencio, no es menos especial. Se llama Joao voz e violao (Joao voz y guitarra) y es, sencillamente, la ilusión de escucharlo en una velada íntima. Van apareciendo temas de bossa nova que son novedosos para el oyente y de seguro significativos para el músico, pero se alternan de manera maravillosa con clásicos de la canción brasileña como Desafinado y Chega de Saudade. Y de pronto nos sorprende con un bolero de Ernesto Lecuona, que es lo más osado que entona (si es que puede hablarse de osadía con un repertorio tan sereno).No hay en la grabación mezclas ni trucos. No hay más que la voz y la guitarra que anuncia el disco en su título. Y en ese sentido, a pesar de lo respetable que resulta el nombre de Caetano Veloso como productor, la impresión que queda es la de un álbum en el que no se hacían necesarios más que Joao Gilberto y la música. Recientemente Veloso aclaró el asunto cuando, en una entrevista, confesó: “Mi tarea consistió en convencerlo para que hiciera este disco”. De no ser, entonces, por el productor, tal vez hubiéramos tenido que esperar nueve años más.Pero es su método de trabajo y nadie se lo discute; como tampoco se enojara la prensa cuando declaró, desde un comienzo, que no iba a hablar públicamente acerca de este disco. Algunos pensarán que se debe a la consabida idea de que la música habla por sí sola. Quienes los conocemos un poco mejor sabemos que es la timidez la que lo envuelve en ese silencio.