Desde hace 75 años, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, los rumores acerca del destino de Adolfo Hitler se han multiplicado. Pero una carpeta secreta soviética que apareció en Argentina confirma que sí murió y cuenta cómo fueron sus últimos días. Entre los documentos hay registros desde el 16 de abril de 1945, cuando Hitler salió a las 3 de la mañana de una reunión que había comenzado la noche anterior.

Mientras tomaba el té con sus secretarias y su esposa, Eva Braun, recibió una llamada a las 5 en la que le informaban que los rusos habían lanzado una fuerte ofensiva que tenía como objetivo tomarse Berlín. Hitler dejó de dormir bien y, según los reportes, se puso irascible. Algunos oficiales le decían que lo mejor era replegarse, pero él estaba en desacuerdo porque creía que si los rusos cruzaban el río Oder, su imperio estaba perdido.  Pio XII: ¿papa cómplice de Hitler o salvador secreto de los judíos? El 19, sin embargo, los rusos ya habían penetrado varios kilómetros al norte de Berlín. Hitler comenzó a quejarse de fuertes dolores de cabeza y un doctor le aplicó una sangría. Varios de sus colaboradores, resignados, huyeron sin despedirse, mientras que otros trataban de convencerlo de salir de Berlín. Un día después, en pleno cumpleaños número 56, tuvo su último acto público, cuando salió a los jardines del búnker a saludar a unos niños de las juventudes hitlerianas. Existe una filmación de ese momento, que muestra que tenía el semblante sombrío y la mano izquierda temblorosa. Fue la última vez que vio la luz del sol, pues desde entonces se recluyó en el búnker. Esa misma noche, en una reunión con sus hombres de confianza, anduvo cabizbajo, sin hablar y arrastrando los pies.  Al día siguiente, cuando escuchó los primeros proyectiles de cañón que caían sobre la ciudad, le preguntó a uno de sus colaboradores: “¿Tan cerca están los rusos?”. Ya el 22, en una reunión y con los proyectiles mucho más cerca, se enfurece ante la insinuación de que debería huir: “¡Antes prefiero meterme un tiro en la cabeza!”, dice. El 23, y al darse cuenta de que muchos de sus colaboradores lo habían abandonado, llama a Heinz Linge, oficial de las SS encargado de servirle personalmente, y le dice que lo libera de toda responsabilidad. Pero Linge le responde que estará con él hasta el final. Ahí le confiesa que piensa suicidarse con Eva Braun y le pide que rocíe su cuerpo con gasolina y lo queme: “Bajo ninguna circunstancia permita que mi cadáver o mis pertenencias caigan en manos de los rusos”.

El 28 se entera de la muerte de Benito Mussolini, fusilado cuando intentaba huir de Italia. Y al día siguiente le cuentan que el cuerpo de su aliado fue colgado en una plaza de Milán y terminó golpeado y humillado por la población enfurecida. Resignado, se despide de sus colaboradores y se casa con Eva Braun. El 30 ambos se suicidan. Ella con cianuro y él con un disparo en la cabeza. Los hombres que aún quedan llevan sus cuerpos al jardín y allí los queman. La radio de Berlín, aún controlada por los nazis, informa su muerte y dice que fue “en heroica lucha con los bolcheviques”. Unas horas después, los rusos llegan al centro de la ciudad y un grupo de soldados entran al búnker con la orden de hallar “vivo o muerto” al ‘führer‘. Ven varios cadáveres, incluido el de uno de los dobles que el dictador alemán tenía en su nómina, pero los descartan. Finalmente, un soldado encuentra un zapato quemado en el jardín y, al desenterrarlo, halla un cuerpo carbonizado. Solo distingue un cráneo con un disparo de bala y una mandíbula con varios dientes. 

Los rusos logran confirmar con Käte Heusermann, ayudante del odontólogo personal de Hitler, que la dentadura pertenece a él, pero Stalin aún tiene dudas y ordena que nadie confirme su fallecimiento. En conversaciones con las autoridades aliadas incluso dice que no lo encontraron y que debió huir hacia Argentina o a España, donde aún gobernaba Francisco Franco. Luego de interrogar y torturar a varios de los colaboradores de Hitler, los rusos arman un expediente sobre sus últimos días, que contiene imágenes del cuerpo y el cráneo y lo incluyen en una carpeta secreta. Stalin está decidido a que nadie más sepa lo que ellos saben y nunca confirmó la muerte de Hitler. Eso lo hacen los historiadores británicos, años más tarde.  Una copia de la carpeta terminó en Buenos Aires cuando Prokofi Romanenko, exmiembro de la inteligencia rusa, llegó a la ciudad como agregado de las Fuerzas Armadas en la embajada de la Unión Soviética, y la compartió con un exoficial nazi, Ernst August von Fersen. Para ese entonces Stalin y sus hombres de confianza ya habían muerto y los rumores de que Hitler había escapado pululaban. El alemán, quien se hizo amigo de su antiguo enemigo, mencionó el tema y el ruso, para sacarlo de dudas, le mostró todas las pruebas. Hoy, a pesar de todas las versiones encontradas, está claro que Hitler se suicidó el 30 de abril, cuando vio perdida la guerra.