La vida universitaria normalmente se asocia con mucho estudio acompañado de constantes rumbas y escasos ingresos de los estudiantes. Para solucionar el tema de ingresos hay quienes optan por hacer las llamadas ‘vacas’para reunir el dinero que necesitan. Pero también quienes deciden emprender con pequeños negocios. En ocasiones los pasillos de las universidades se convierten en las góndolas que les permite a jóvenes exhibir sus ‘mininegocios’ para obtener ingreso extras para cubrir los gastos de su transporte, fotocopias, libros y entretenimiento. Incluso algunas universidades promueven este espíritu emprendedor entre sus alumnos. Pero, ¿qué sucede cuando este tipo de rebusque pasa a otro nivel y el éxito es tal que se proyecta como un emprendimiento más formal? Dinero encontró algunas historias que demuestran el valor de emprender desde las aulas, ya sea vendiendo dulces, sánduches, ropa o maquillaje y cómo este primer paso puede cambiarles la vida a los futuros profesionales. Un acto de rebeldía
King Case vende artículos para celulares y espera franquiciar su modelo. Juan David Vargas se encontraba cursando los últimos semestres de economía en la Universidad del Rosario cuando, tras algunos fracasos en sus primeros negocios, y después de haber tenido su primera experiencia laboral en una entidad bancaria, decidió que el emprendimiento sería el camino que lo llevaría al éxito. Como muchos otros colombianos, Vargas empezó su camino en el rebusque. Vendió sánduches y hasta intentó tener su propio negocio de zapatos dentro de la universidad. Sin embargo, el mal manejo del dinero y de sus finanzas lo llevaron a que ninguna de estas ideas tuviera éxito. Luego decidió vender accesorios para celulares y, aunque el negocio prosperó, los directivos de su universidad le prohibieron seguir.
Su carrera le permitió realizar sus prácticas profesionales en un prestigioso banco, pero el espíritu emprendedor cambió su rumbo. “Odié mis pasantías en el banco porque no hacía nada. Decidí escuchar podcast de negocios y ahí fue cuando conocí a Jürgen Klaric. Uno de los podcast de este conferencista hablaba sobre cómo enfrentar los miedos, eso fue una lección de vida para mí”, comenta Vargas. Al terminar sus pasantías se dio cuenta de que su más grande miedo era volver a estar empleado en un lugar en el cual no era feliz, por lo que decidió ser independiente y se lanzó de nuevo a crear su propio negocio. Este joven, de 26 años, rechazó entonces una interesante propuesta laboral en el banco y se enfocó en su emprendimiento King Case. Trabajando duro logró dar forma a su negocio: consiguió un proveedor de artículos para celulares llamado King Xiao, solicitó apoyo en centrales de emprendimiento y participó en una incubadora de negocios. Luego logró un convenio con su universidad para que sus productos se vendieran en las librerías y tiendas institucionales, en donde alcanzó una demanda que no esperaba. Hoy King Case es un emprendimiento que en su primer año de vida logró facturar $100 millones, gracias a las alianzas selladas con empresas nacionales que se relacionan con este proyecto. Vargas espera implementar procesos eco-amigables en sus productos y franquiciar su marca para llegar a distintas universidades del país. “El emprendimiento es de tocar puertas y de no rendirse; más cuando somos jóvenes y queremos comernos el mundo”, dijo. El Hollister latino
María Paula y María Carolina se graduarán de la universidad el próximo año, y desean continuar con su emprendimiento y llevarlo a otros mercados. Uno de los rasgos que identifican a los emprendedores es el trabajo en equipo y María Carolina Gutiérrez, junto con María Paula Ramón, lo confirman. Estas dos colombianas de 22 años son estudiantes de administración de empresas del Cesa y se declaran amigas de toda la vida. Precisamente esta relación les ha permitido obtener logros no solo académicos, sino también en el mundo de los negocios. Todo empezó como una forma de aprovechar el tiempo libre del que disponían en los primeros semestres. “Fue en unas vacaciones en las que le comenté a María Carolina que sentía que debíamos hacer algo, aprovechar ese tiempo libre que teníamos en la universidad. Estaba en Estados Unidos y le dije por qué no llevamos ropa, cosas que la gente no consigue tan fácil en Colombia. Y empezamos a analizar”, contó María Paula Ramón. Tras ver lo complejo que sería a vender diferentes artículos traídos desde ese país, se dieron cuenta de un factor común entre sus compañeros de clases: todos utilizaban hoodies (sacos) y camisetas básicas. Con esta información, se lanzaron a vender este tipo de prendas a través de redes sociales, dando los primeros pasos en cuarto semestre para crear lo que sería Domenica. “Era triste ver cómo todos aspiramos a comprar ropa de fuera y de marcas americanas y ninguno aspiraba a comprarla acá. Ahí fue cuando decidimos crear una marca especialmente dirigida a gente joven, que quisiera sentirse bien vistiendo una marca colombiana con la que se identificaran”, aseguró María Carolina Gutiérrez. Según cuentan sus fundadoras, gracias a la asesoría de uno de los actores del ecosistema emprendedor colombiano, Daniel Bilbao, cofundador de Truora, lograron establecer formalmente la empresa y ver el potencial que tiene este negocio para su futuro profesional y emprendedor. Domenica comenzó con una inversión de $3 millones y, en los dos años de creación, han logrado facturar hasta $45 millones al mes. Actualmente la producción es 100% colombiana y dentro de sus proyectos para el próximo año están expandirse a más ciudades del país y, por qué no, convertirse a futuro en el Hollister latino, llegando a más países de la región. Una nueva oportunidad
Laura seguirá ejerciendo su carrera profesional, sin hacer a un lado su emprendimiento familiar, que es parte importante de su vida. Las crisis son oportunidades y la historia detrás de Enzuncharte es un claro ejemplo de ello. Laura Daniela Rodríguez es estudiante de ingeniería ambiental de la Universidad EAN, está próxima a graduarse, tiene 23 años y lidera este emprendimiento que nació para dar una nueva esperanza a su familia en medio de un momento difícil. Hace dos años su padre sufrió un accidente que le generó una lesión en la columna de tal gravedad que le impidió seguir trabajando. En ese momento la economía del hogar, compuesto por ella, su padre y su madre, se vio muy afectada. “Los ingresos bajaron casi 50%. Yo también estaba pasando por problemas de salud y mi mamá tuvo que enfrentar y sostener todo”, dice esta emprendedora. Ante esta necesidad y con el ejemplo de su madre, quien ha dedicado gran parte de su vida a la artesanía, Rodríguez vio en esa actividad una posibilidad de ayudar en su familia a salir de esa crisis.
Hace siete años aprendió junto con su mamá a hacer bolsos de zuncho y vio en esta actividad una oportunidad para mejorar los ingresos de su hogar. Entonces se lanzó a emprender. “En ese momento dije: lo único que yo sé hacer son los bolsos y me gusta. Así que le dije a mi mamá, creé un correo, abrí una cuenta en Instagram, me inventé el nombre y empecé a hacer los bolsos para tomar fotos bonitas y ahí empezó todo”, explica. Enzuncharte comenzó vendiendo 10 bolsos a familiares y amigos, y hoy en día venden más de 300 bolsos al mes. Incluso, ha crecido tanto que han logrado abrirse campo en otros mercados como Brasil, Estados Unidos y Japón. Sin embargo, el mayor aporte de este emprendimiento es la forma en la que cambió su vida y la de su familia, los principales trabajadores de esta empresa. “Me encanta hacerlo, es mi hobby. En muchas ocasiones me preguntan a qué me dedico y antes de decir que estudio ingeniería ambiental, digo: soy artesana”, afirma. Como todo emprendedor, Rodríguez enfrentó el miedo al empezar. Por ello siempre recomienda a aquellos que quieren iniciar su vida en el mundo de los negocios que no dejen de insistir, pues en el momento menos esperado llegará la recompensa. “Hay que aprender a aceptar que uno no crece de un día para otro y que hay que tener esa berraquera de decir: voy a seguir a pesar de todo”, puntualiza.