“Estoy convencido que la mitad de lo que separa a los emprendedores exitosos de los que han fracasado es la perseverancia”. Esto dijo en algún momento de su vida el cofundador de Apple, Steve Jobs, y probablemente es una frase que define a la pareja de emprendedores colombianos David Arias y Jennifer Lozano. Llevan 6 años de casados. Arias es administrador de empresas y Lozano, comunicadora social. Vivieron por mucho tiempo en Bogotá, pero al cumplir un año y medio juntos se dieron cuenta que el trabajo en la capital los estaba consumiendo, a tal punto que no tenían tiempo para compartir.  A raíz de ello, se dieron a la tarea de buscar una alternativa que les permitiera tener tiempo para los dos y que además les permitiera crecer financieramente. El emprendimiento fue la solución.  Le puede interesar: ¡En la vejez hay negocio! Estos son los emprendimientos para la edad dorada Decidieron lanzarse al mundo de los negocios y aunque en principio no tenían claro qué hacer, Arias recordó sus raíces y diseñó una idea que, en adelante, se convertiría en su mayor pasión. “En el 2016 empezamos a hablar sobre qué tipo de negocios podíamos hacer. Yo soy cachaco, pero mi familia es del Líbano, Tolima, y hay una tradición por el cultivo de café. Recordando esto dije tenemos que hacer algo relacionado con este producto”, afirmó.  Con la idea del sector, los jóvenes tomaron sus cosas y se marcharon a Ibagué desde donde le dieron vida a Don Ovidio. Si bien la familia de Arias realizaba todo el proceso del cultivo, recolección y tostión del café, él consideró que hacía falta cubrir un elemento clave: la venta directa al cliente.  Así, Don Ovidio -nombre en honor al abuelo de Arias, que se dedicó desde hace unos 20 años al cultivo de este grano- se convirtió en una ventana no solo para vender el café tipo exportación cosechado por su familia, sino también para cientos de productores de la región.  Este es un establecimiento especializado en el que los consumidores pueden probar y comprar café traído directamente del campo, al mismo tiempo que aprenden sobre la cultura cafetera. “Lo que podíamos ver era que no existía en el mercado esa relación directa entre el caficultor con el cliente. También veíamos que en Colombia, pese a ser un país cafetero, no tenía conocimiento sobre este producto, no saben qué variedad están tomando, qué proceso se llevó a cabo en su producción, de qué finca vino, etc.”, afirmó Arias.  El local está ubicado en la capital tolimense y fue fundado con la liquidación de contrato de los dos emprendedores y con un préstamo de libre inversión por $16 millones. Al principio no fue fácil, además de formarse como baristas, tuvieron que enfrentar la cultura del consumo de café colombiana y convencer a los caficultores a dejar parte de los productos que vendían al exterior para venderlos en la tienda. 

Pero esto no fue impedimento para crecer. Antes de la pandemia contaban con más de 10 caficultores del norte y sur del Tolima, y con una familia caficultora del Huila. También venían presentando crecimientos en ventas superiores al 30%, habían ayudado a los caficultores a llevar sus productos al exterior, y dinamizaron el barrio La Pola un atractivo turístico de la capital del Tolima.  Lea también: ¿Qué falta en Colombia para que el emprendimiento sea un motor de la economía? Enfrentando al enemigo  Uno de los grandes atractivos de Don Ovidio era la experiencia que brindaban a los clientes. Hacían catas, explicaban los productos y hasta el mismo caficultor hacía parte del momento del café. Y con la llegada del coronavirus el negocio se volcó.  Además de parar una potencial inversión que les iba a permitir ampliar y crecer el negocio, sobre todo en el extranjero, Arias y Lozano vieron caer las ventas de su establecimiento a un 10%.  A esto se une que la venta de café empacado no era su fuente de negocio y no tenían una presencia digital fuerte. “No teníamos para nuestros gastos propios. Tuvimos que hablar con nuestros baristas, liquidar los contratos porque no teníamos cómo mantener el proyecto que habíamos construido”, dijo Lozano.  Sin embargo, la meta de no dejar morir el sueño de tener su negocio propio y no dejar sobre el camino el objetivo de mejorar las condiciones de los pequeños caficultores del país, los mantuvo en pie y lograron pivotar su negocio.  Tanto Lozano como Arias empezaron a buscar una manera de mantener vivo a Don Ovidio y lo encontraron en la virtualidad. Sin mucho conocimiento en el mundo digital, crearon una página web vía Wix, mejoraron sus redes sociales y comenzaron a llevar la experiencia que tenían en el establecimiento físico a los hogares de los colombianos.  Además de ofrecer catas y clases sobre la cultura cafetera, estos emprendedores lograron alianzas para vender los cafés de los campesinos que confiaron en ellos a través de internet, prometiendo precios asequibles versus los que ofrecen otros competidores en el mercado. Así, explica Arias, en Don Ovidio los colombianos pueden consumir café tipo exportación 100% colombian al menos por $50.000 (paquete de 250 gramos).

“Hemos recuperado el 65% de las ventas que teníamos antes y la estructura de costos nos ha cambiado porque estamos vendiendo otras cosas. Aunque el café servido deja una rentabilidad increíble, ahora estamos abriendo paso en un modelo de negocio que no pensamos nunca explorar y que nos permite tener vivo este proyecto”, afirmó Arias.  Le recomendamos: La emprendedora que venció un huracán y hoy enfrenta una pandemia Por ahora Don Ovidio está como en el comienzo, solo con dos personas a bordo. Sin embargo, para estos esposos y emprendedores el futuro promete ser distinto y hasta buscarán incursionar en la tostión del café, para ayudarles a los campesinos a tener un producto de alta calidad a precios muy bajos. También trasladaron su local al barrio Piedra Pinta Alta y en el que esperan, una vez superada la pandemia, seguir llevando la experiencia del café a los colombianos y extranjeros que visiten el lugar. Finalmente resaltan que son tres las cosas que les ha permitido seguir a flote: verse como un motor de cambio para la industria cafetera; la pasión por lo que hacen y tercero la fe.  “Muchas veces nos sentimos pequeños por nuestra facturación, nivel de clientes o cantidad de empleados. Pero más allá de eso tenemos que demostrar que somos empresarios, que sí podemos mantenernos en pie frente a las adversidades y que estamos llamados a ser grandes, y más en un país como Colombia en el que cada vez necesitamos más personas que crean en el país, en sus productos, en el campo y en que claro, hacemos las cosas bien”, concluyó Arias.