Daniel Picciotto, presidente de Pedro Domecq Colombia, no solo tiene afinado el olfato para detectar un buen vino o brandy. También para los nuevos negocios. Desde su oficina al occidente de Bogotá nos atiende por casi dos horas. Y mientras nos habla de la trayectoria de su familia en el mundo de los licores, relata con pasión y alegría lo que viene para esta casa que el año pasado facturó (según reporte a la Supersociedades) $65.557 millones, 11,2% más que en 2017. Las copas de cristal, las botellas de todo tipo de licores y las fotos familiares de su oficina dan cuenta de un negocio añejado con el paso de varias generaciones.

Inicio comercial Para los no tan familiarizados con esta marca y su trayectoria, hay que decir que Daniel es hijo de Rafael Picciotto, un reconocido empresario que prosperó en el siglo XX gracias a una fructífera capacidad de trabajo y la relación comercial que tuvo con Pedro Domecq, uno de los productores de vino más reconocidos de Europa. De ahí la marca Domecq que se mantiene en botellas de brandy, vino y otros licores que producen y destilan en Colombia. Pero más que una marca o apellido aristocrático, Domecq le dio prestigio y reconocimiento al negocio de los Picciotto. “No se trata de vender botellas, este producto tiene alma que trasciende varias generaciones”, cuenta al hablar de uno de sus vinos. Ahora, con varias generaciones encima, la compañía cambia de tercio empresarial con nuevos productos y desafíos estratégicos. Eso sí, mantienen la uva y el campo colombiano como eje central de sus planes. “Estamos buscando un equipo para empezar a exportar brandy a Suramérica; inicialmente a Ecuador, Perú, Panamá y Chile”, nos dice luego de ponerle a su café unas gotas de brandy, un licor que proviene del vino destilado y que consumen con gusto y tradición en Antioquia, Eje Cafetero, Santanderes, Valle, Chocó y Nariño, entre otros. Exportar no será una tarea fácil, teniendo en cuenta que la penetración de este licor en otros países de la región no es muy alta. En esta parte del mundo dominan todavía la cerveza y el vino. A favor del proyecto, hay que decir que el brandy tiene un legado y origen que se alinea con el crecimiento de la clase media del Continente y ese tono aspiracional de sus clases sociales. Pero quizás uno de los proyectos más retadores para el próximo año de Domecq será exportar vino colombiano. Una idea casi exótica, pues en los dos últimos siglos nos dedicamos más al café y, en algo, a la cerveza. Para tener una idea de este reto, los chilenos comenzaron a venderlo al mundo en 1915, cuando muy pocos sabían siquiera dónde quedaba ese país. Sin embargo, luego de un siglo de arduo trabajo y marketing bien planeado este país se convirtió en el sexto productor mundial de este licor con 12,9 millones de hectolitros, según la Organización Internacional del Vino.

El otro as bajo la manga de Daniel y su familia para ofrecer Isabella al mundo es que cuentan con la experiencia y know how que les ha dado el sello Undurraga. Muy pocos saben que este reconocido viñedo es propiedad de los Picciotto desde los años ochenta, cuando el hábil Rafael negoció con los chilenos la mayoría de las acciones de la compañía. La reconocida firma chilena produce cada año la nada despreciable suma de 18 millones de botellas. Queda claro que Undurraga e Isabella están en dos polos casi opuestos, pero seguro se apoyarán. Daniel Picciotto sueña con exportar en 2020 el vino Isabella más de un siglo después de la aventura chilena. Por eso nos dice con sabiduría “dame 100 años y te diré cómo nos fue”. A sacarle el jugo Pero mientras ese negocio madura, este empresario tiene en mente otra iniciativa que no requiere de tanto abolengo y tiempo. Se trata del jugo de uva, negocio que mete a Domecq en la desafiante pero lucrativa industria de los alimentos y bebidas sin alcohol. Para demostrar que el proyecto va en serio, Picciotto nos muestra un par de botellas de vidrio que reposan sobre su escritorio y que denotan que la idea de vender y exportar este jugo ya va en cuenta regresiva. “Queremos que el campo colombiano se desarrolle con proyectos que, no solo se traduzcan en la venta de la uva, sino en productos con valor agregado. Ya compramos una prensa moderna y filtros de última generación, espero reinaugurar la planta en un par de meses”, afirma. Tanto para sacar adelante la idea del vino Isabella, como el jugo de uva, Picciotto tiene previsto desarrollar nuevas áreas para cultivar este fruto en el Valle del Cauca. En ese sentido, ya tiene listo un lote de 5 hectáreas en Santa Elena (Cerrito - Valle). “También queremos vincular a pequeños cultivadores de uva de esa región”, dijo. También trabaja en la iniciativa de producir y destilar ron artesanal colombiano. El Estado tiene el monopolio, por lo que desde hace un tiempo se asoció con una comunidad indígena de Nariño para empezar a hacerlo allí. No habría lío legal. El ron se hace con el jugo y melaza de la caña de azúcar y tiene buen potencial en América Latina. Ya le encargó a Peldar una botella que logre capturar algo de la identidad colombiana. “Se trata de un proyecto de largo aliento, pero es posible”, dijo.

Fedepanela ha mostrado interés en la iniciativa, sobre todo porque este sector pasa por uno de sus peores momentos, por cuenta de los bajos precios del producto. El empresario habla de impactar positivamente a cerca de 25.000 trapiches y 250.000 familias. Los Picciotto destilan destrezas de negociación en el mundo de los licores. Ojalá no sea necesario esperar un siglo para ver si esa cepa de talento generacional da frutos en negocios diferentes al brandy.