Antes de la llegada de los españoles a América, la dieta precolombina de los nativos incluía frutas silvestres como ayotes, güisquiles, cuchamperes y asaí. No se consideraban como alimentos exóticos. Eran tan comunes como las manzanas y duraznos enlatados que hoy comercializan las multinacionales de fruta más grandes del mundo. Esas frutas silvestres que crecían en los bosques y selvas americanas hace 6 siglos, con el paso del tiempo quedaron relegadas de la dieta cotidiana. Y también del mercado mundial de frutas y hortalizas que desde hace 10 años ha aumentado el volumen de exportación 50%. Solo de mango se producen alrededor de 40 millones de toneladas en el mundo; y la papaya, con más de 300 variedades, se cosecha en cerca de 60 países de acuerdo con datos de Sectorial. Le puede interesar: Conozca el mayor productor de tomate de árbol en Colombia En este mercado tan concentrado surgió Selva Nevada, una empresa social que produce helados artesanales y pulpas a partir de frutas exóticas de la biodiversidad colombiana. Las cosechan 11 comunidades rurales de zonas afectadas por el conflicto armado. De Tarapacá y de Puerto Leguizamo obtienen el camu camu. De San José del Guaviare y de Puerto Asís, el asaí. De Belén de los Andaquíes, el copoazú. De Bahía Solano, Nuquí y Alcalá, la vainilla. De Montes de María, el corozo. De Antioquia, la gulupa. Y de La Guajira, la iguaraya. Todo un mapa gastronómico único y alejado de las tradicionales dinámicas industriales. Y es que ninguna de estas frutas se cosechan en monocultivos. En Guaviare, por ejemplo, trabajan con productores que hacen aprovechamiento forestal para utilizar sosteniblemente el bosque. Por esto, los planes de producción incluyen la cantidad de asaí que deben producir para su negocio y para los pájaros, mamíferos y reptiles que habitan estos bosques.
Foto: Catalina Álvarez Gerente administrativa. La producción anual del sector hortifrutícola entre 2012 y 2016 mantuvo un promedio de crecimiento de 6%. En Caquetá utilizan un sistema agroforestal que empezó a principios de 2001, cuando el Gobierno sustituyó cultivos de coca por cultivos combinados de caucho, cacao, arazá y copoazú para recuperar el bosque. Y del Pacífico, una de las zonas más biodiversas del mundo por kilometro cuadrado, obtienen la vainilla silvestre que crece en las orquídeas de los bosques naturales. La marca la fundaron hace 12 años dos hermanos, Catalina y Alejandro Álvarez, y sus socios Antonuela Ariza y Mario Fernando Rojas. Se decidieron años después de trabajar en cooperación internacional y en el sector público con proyectos donde buscaban alternativas económicas para pequeños productores rurales en zonas apartadas del país. Y así, después de crear la marca, en lugar de tratar a los campesinos o indígenas como beneficiarios, los convirtieron en socios de una empresa privada donde comparten riesgos y beneficios. Le sugerimos: Frubana: la ‘startup’ de frutas y verduras que crece a toda velocidad Ahora, además de vender pulpas y helados en restaurantes, tienen 4 puntos de venta en Bogotá y planean llegar a otras ciudades del país. “Cuando empezamos, comprábamos al año 2 toneladas de asaí. Ya para este año compraremos 70. La primera compra de copoazú fue de 200 kilos. Este año el productor nos venderá 12 toneladas. Con el corozo empezamos con 1 tonelada. Este año compraremos 6. Hemos sido constantes con la compra, por eso las comunidades han aumentado exponencialmente sus volúmenes de producción para consolidar una oferta regional importante”, explica Catalina Álvarez, gerente administrativa de Selva Nevada. Recién recibieron el premio Colsubsidio. Y desde octubre del año pasado hacen parte del portafolio de inversiones del Fondo Invirtiendo para la Paz, de Acumen y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid). Este fondo de impacto social, que invirtió en Selva Nevada US$333.000, apoya empresas sociales rentables que desarrollan modelos de negocio para combatir la pobreza en zonas afectadas por el conflicto. Durante años, la presencia de grupos armados y bandas criminales involucrados con el tráfico de drogas no ha permitido el desarrollo de una economía lícita. Según cifras de Acumen, el 55% de la población de estas regiones vive en la pobreza y el 21% en la pobreza extrema. Esto explica en gran medida uno de los principales desafíos de las regiones: cómo aumentar los ingresos de los pequeños productores rurales. Lea también: Compromiso con el desarrollo sostenible En promedio, el aumento del ingreso neto para los pequeños agricultores que trabajan con Selva Nevada es de 26%. Es así como la cosecha de frutas exóticas, además de proteger la selva tropical, se ha convertido en una oportunidad de negocio atractiva para fomentar el desarrollo económico en áreas rurales y zonas de postconflicto. Además, estas frutas tienen una ventaja: sus altas propiedades nutricionales. “El asaí tiene muchos antioxidantes. El camu camu es una de las frutas con más vitamina C del mundo, lo mismo que el arazá. Y del copoazú, además de utilizar la pulpa, se puede obtener chocolate de la semilla”, dice Álvarez. Estas propiedades las hacen más competitivas en el mercado. “Las comunidades más vulnerables del país viven en zonas que tienen una alta biodiversidad y su situación podría mejorar si encontramos una forma de generar beneficios económicos mientras se protegen los bosques, los ecosistemas y los recursos naturales” explica Alejandro Álvarez, quien siempre ha tenido una idea en mente: crear un enlace positivo entre las personas, la naturaleza y los negocios. Para crecer este mercado hay que invertir en las regiones, mejorar la infraestructura y los servicios. Además, hay que descentralizar la producción que está concentrada en Antioquia, Santander, Valle del Cauca y Cundinamarca, con 36% de la producción nacional. Pero la visión de Álvarez va más allá: “Sueño con que todos los colombianos comprendamos no solo en el discurso sino tomando acciones, la riqueza con la que contamos por nuestros recursos naturales y empecemos a proteger nuestra diversidad ambiental y cultural”.