SEMANA: ¿Por qué hacer una reedición actualizada del libro luego de 20 años de haberse publicado?

Patricia Lara: Este libro se ha vendido durante 20 años de una manera increíble, se lee mucho en colegios y universidades. Yo me la paso dando conferencias sobre él, incluso en la pandemia. Se ha vuelto un clásico porque es una mirada de 360 grados del conflicto. Hay testimonios de tres victimarias y ocho víctimas que cuentan sus historias desde lo más profundo de su ser. Es algo muy desgarrador. Entonces editorial Planeta quiso hacerle un homenaje al libro, y yo les dije que debíamos actualizar las entrevistas. Y en esta actualización incluí el testimonio de Luz Marina Bernal, una de las madres de Soacha. Desde hace 20 años siempre había creído que me faltaba el personaje de una madre buscando a su hijo desaparecido. Además, en esa época, aún no se conocía el horror de los falsos positivos.

SEMANA: Al hacer esa actualización, ¿Qué sentimientos o impresiones le quedaron? ¿Son diferentes a los de hace 20 años?

P.L.: Queda un sentimiento de desolación, pero a la vez de esperanza. Desolación porque la mayoría de estas mujeres siguen en la misma precaria situación de hace 20 años. Dora Margarita, exguerrillera del ELN y del M-19, sigue viviendo en un tugurio, y hace exactamente lo mismo: es guarnecedora de zapatos. La mamá del soldado vive una tragedia horrible porque es una familia muy pobre y no tiene ayuda del Estado, cero consideraciones del Ejército, y con la pandemia todos perdieron el empleo. En fin, la vida de estas mujeres ha seguido, pero no ha habido en ellas un cambio espectacular. Y esperanza porque, en medio de todo, uno ve que ellas resisten a pesar de todo. Pero, en resumen, lo que uno constata es la desconsideración histórica del Estado para con su propia gente, para con las víctimas y para con el país. Es una falta total de empatía del Estado con los ciudadanos.

SEMANA: En la guerra, las mujeres, además de llevarse la peor parte, siempre terminan revictimizadas. ¿Por qué tendemos a ampliar el dolor y la responsabilidad de las mujeres en los actos de guerra?

P.L.: Es la falta de empatía de la que hablaba. La mayoría de los que mueren en la guerra son hombres: son cerca de un 90 por ciento. Eso significa que a las mujeres les cae todo el peso de la crianza de los hijos, de los papás, del desplazamiento, de ellas mismas. Y vivir se convierte en una carga a la que se le suma todo el peso que significa vivir en una sociedad patriarcal en la que todo, especialmente lo malo, es responsabilidad de las mujeres. Acá, por ejemplo, se habla de que una violación es responsabilidad de la mujer porque ella “se fue a buscar lo que no se le había perdido”, o “porque su ropa interior era de color rojo”, o “porque en el fondo le gustó” que la violaran. ¡Eso es aterrador! Además, hay que recordar el hecho de que esa estructura patriarcal permite y estimula que se tome a la mujer como botín de guerra. Ese es un tema que tiene que ver con un patrón cultural: que el macho no siente que es lo suficientemente macho hasta que no toma posesión del cuerpo de la hembra y no la doblega. Y eso no es de guerrilleros o de militares o de paramilitares; son todos, unos más, otros menos. Y eso es así porque ese patrón de conducta surge de la estructura patriarcal de la sociedad. Aquí todos, guerrilleros, paras y ejército, han abusado de las mujeres.

SEMANA: ¿Por qué a los del partido Farc les cuesta reconocer que cometieron abusos contra las mujeres y las convirtieron en botines de guerra?

P.L.: Yo creo que ya comenzaron a reconocer. La labor de Francisco de Roux y de la Comisión de la Verdad ha hecho que los miembros de la antigua guerrilla empiecen a hablar. Yo creo que ese giro se dio con la maravillosa y desgarradora entrevista que le concedió Íngrid Betancourt al padre. Ahí los tipos del partido Farc hicieron un clic con el secuestro y con los otros crímenes. Con respecto al tema de las violaciones de mujeres, creo que la dificultad para reconocerlas se debe a que estos abusos van en contra del código ético de la guerrilla, que castigaba la violación con el fusilamiento. En cambio, atrocidades como el secuestro o los atentados hacían parte de lo que ellos consideran métodos propios de la guerra. Entonces, el esfuerzo de reconocer los delitos sexuales tiene que ver con una dificultad que tienen con su propia conciencia, más que con la sociedad, porque se trata, ni más ni menos, que de reconocer que les fallaron a sus principios.

SEMANA: Después de actualizar el libro y observar la actualidad, ¿por qué no hemos parado esa espiral de violencia? ¿Será que vamos a comenzar un nuevo ciclo de la guerra?

P.L.: Si aquí no hay un cambio de orientación en el Gobierno que se elija en 2022; si no llega un Gobierno que sea proclive a implementar los acuerdos de paz, a retomar las negociaciones con el ELN, a buscar el sometimiento del Clan del Golfo, en una palabra, a tratar de lograr la tan necesaria paz completa, seguiremos en guerra. Si no desactivamos esos actores, a este país se lo lleva el diablo. Si no hay un Gobierno democrático, el país explota. Yo creo que la elección de Biden es un bálsamo para frenar esas maniobras en contra de la paz. Pero de todas maneras es necesario que se elija un Gobierno inteligente. Porque este no lo es.