Era como una bomba inmensa desinflándose”. Así describió en 1984 un joven miembro del clan Kennedy el penoso destino de su familia. Los asesinatos del presidente John Fitzgerald en 1963 y de su hermano Robert en 1968 habían desatado una crisis en el corazón de la “dinastía norteamericana”, y los excesos de alcohol y drogas, los líos con la justicia y los accidentes de tránsito llevaban años llenando primeras planas.
Pero hace 30 años cayó la gota que rebosó la copa. David Kennedy, hijo de Robert, apareció muerto la mañana del 25 de abril en un cuarto de un hotel en Palm Beach como consecuencia de una sobredosis. SEMANA dedicó su portada a reconstruir la caída de una familia popular, rica y poderosa, que vivió la gloria pero terminó hundida en las tragedias. Los infortunios la siguieron por muchos años. Y aunque hoy el apellido esté consignado en los libros de historia por cuenta de las ideas liberales de algunos de sus más prominentes miembros, en la memoria colectiva el sello Kennedy es más bien un sinónimo de drama.