Una planta ancestral A mediados del siglo XVII, el paludismo (o malaria) atacó ferozmente a los conquistadores españoles en el nuevo mundo. Entonces el cacique ecuatoriano Pedro Leyva salvó a varios milagrosamente al administrarles un polvo amargo sacado de una corteza con el que logró paliar la fiebre. Se trataba de la quina (nombre quechua que traduce ‘corteza’), una planta medicinal que crece en la cuenca amazónica utilizada por varios pueblos precolombinos, entre ellos los incas, para aliviar enfermedades relacionadas con fiebre, dolores y calambres.

El milagro se expande Bautizada ‘polvo de los jesuitas’ o ‘corteza de los jesuitas’, la corteza llegó a Europa a finales del siglo XVII e inicios del XVIII. Allí, la comunidad protestante se opuso usarla porque la traían católicos, por lo que la consideraban un arma del demonio. José Celestino Mutis desempeñó un importante papel en el conocimiento de la quina. Sus estudios realizados en el marco de la Expedición Botánica de la Nueva Granada permitieron resolver las dudas sobre las siete especies que existían en el nuevo mundo, ya que no todas servían para contrarrestar la malaria.

A mediados del siglo XVIII el militar, geógrafo, naturalista y matemático francés Charles Marie de La Condamine encontró una fórmula para mejorar la efectividad de la quina. Sus paisanos, los químicos Pierre Joseph Pelletier y Joseph Bienaimé Caventou lograron, a inicios del siglo XIX, extraer de la corteza el alcaloide que por más de un siglo fue el mejor remedio contra el paludismo. Por esa misma época comenzó la explotación de grandes plantaciones cuando llevaron la semilla a Asia. De la ginebra a Trump Desde que la conocieron, los europeos le dieron a la quina un uso analgésico, ansiolítico, antigripal, antipalúdico y antipirético. Pero también la usaron en el agua tónica y en el famoso ‘amargo de angostura’, importante ingrediente de la coctelería. La ampliación del consumo de la quina tiene más de una historia curiosa, entre ellas la del invento del gin tonic. Todo empezó con la ginebra. Creada a finales del siglo XVII por el médico holandés Franz de le Boe a partir de la destilación de licor de cereal con frutos de enebro, la aromática bebida servía para curar dolores, especialmente estomacales. En 1870, la compañía J. Schweppe & Co. (fundada por el inventor alemán y creador del agua gasificada Johann Jacob Schweppe, que nunca pudo ver su éxito mundial) creó una solución médica contra el paludismo que combinaba el agua gasificada con limón y quina. El objetivo era darla a las tropas británicas que viajaban a la India. Así nació la tónica Schweppes, en una fórmula que se ha mantenido inalterable hasta la actualidad. Pero a los soldados el sabor de la gaseosa no les gustó y la revolvían con ginebra para pasar el sabor amargo de la quinina. El éxito fue rotundo. Tanto, que cada 19 de octubre Inglaterra celebra el Día del Gin Tonic. Ya sea en forma de fármaco, de bebida gaseosa o de cocteles, la quina ha sido protagonista de la historia moderna. Y volvió a serlo cuando médicos formularon la hidroxicloroquina, un derivado de la quinina empleado en enfermedades autoinmunes e incluso para la malaria, como tratamiento de la covid-19. Esa decisión ha causado polémica. La OMS, hasta hace unos días, se opuso a usarla y la FDA redujo su uso a tratamientos experimentales en hospitales debido a sus efectos secundarios. Mientras tanto Trump y políticos seguidores suyos han promovido la hidroxicloroquina. Hace unas semanas el presidente dijo: “Hace un par de semanas la tomo”.