Diana Londoño va hacia su trabajo con sus audífonos puestos, camina durante 40 minutos porque si paga un transporte que la conecte entre barrios en el sur de Bogotá se queda sin con qué comprar una libra de lentejas y una de arroz, los alimentos con los que piensa hacer el almuerzo para sus dos hijos, menores de ocho años, sus dos sobrinos de la misma edad, y la hermana que ayuda a cuidarlos, su mamá que no puede caminar y sus tres hermanos con discapacidad cognitiva y motriz. Todos la esperan al finalizar la tarde para probar bocado.
De repente, la música que va escuchando es interrumpida por el locutor de la emisora. “Atención: sigue subiendo la inflación, 2023 arrancó con un 13,25 %”, ella poco entiende del tema, pero sabe que esa es la alerta de que los 40.000 pesos que gana al día vendiendo pinchos cada vez le va a alcanzar para menos cosas. El 24 y 31 de diciembre fueron los últimos días que comió pollo y carne de res, sacó fiado 50.000 pesos en esos productos, que todavía no ha terminado de pagar, para comer algo especial con su familia, “ni me acuerdo antes de eso hacía cuánto no había probado esos alimentos”, dice a SEMANA.
Sabe que, desde septiembre del año pasado, dejó de comprar menudencias para las sopas y las sustituyó por huevos. Pero ahora va a la tienda y le cobran 600 pesos por cada huevo, ya no le alcanza para todos. “Un día llegué con mucha hambre y había un huevo cocinado, pero mis dos niños me miraron, ellos también tenían hambre…”, antes de finalizar la frase hace una pausa, traga saliva y confirma que fue el día que encarnó la frase de que una mamá se saca el bocado de la boca con tal de que sus hijos no se acuesten sin comer. La situación empeoró a tal punto que decidieron almorzar todos los días entre 3:00 y 4:00 p. m., así de una vez sirve de comida. “Arroz y un grano, es lo que más rinde, pero ya está muy caro, lo que sobra lo dejo para el desayuno”, explica que usa esa maniobra en el día a día.
Solo el arroz alcanzó en los últimos meses un incremento de 53,3 %, la carne de res y sus derivados subieron más del 18 %, la leche casi 36 %, el transporte 10 %. Los servicios, que no dan espera, también subieron; Diana está tratando de reunir 150.000 pesos, para pagarlos. Quizás hay quienes piensan que esto está golpeando a los estratos más bajos, pero no, allí pueden tener consecuencias más dramáticas. SEMANA hizo el ejercicio de pararse a las afueras de supermercados de diferentes estratos y todos los clientes coincidieron en decir que dejaron de llevar algo en su mercado, como yuca, arracacha, elementos de aseo, lácteos, entre otros. Sacar a pasear a sus hijos un fin de semana ya no es una opción.
En un supermercado ubicado en estrato alto, cinco libras de papa sabanera costaron 25.300 pesos. El papicultor Luis Ernesto Gómez, asegura que hace cinco años un colombiano comía en promedio al año 64 kilos, hoy en día consume 44 kilos. En noviembre tuvo un pico en el alza de precios de casi 20 %. Comprar un caldo de papas en un restaurante tradicional vale 8.000 pesos y a un campesino que la cosecha le pagan 7.500 pesos por bulto que recoja, una labor que se hace en horas. Los restaurantes están optando por dar porciones más pequeñas y no subir los precios para evitar perder clientes.
Colombia es un país en el que la mayoría de sus habitantes viven de la informalidad y ganan menos de un salario mínimo, como en el caso de Diana, que hace maniobras para que el estómago de sus seres queridos no esté vacío pero consciente de que la alimentación que les está dando no los está nutriendo.