SEMANA: Batuta surgió bajo la consigna de que la música transforma a la sociedad. Explíquese.JUAN A. CUÉLLAR: Cuando llegué me propuse trabajar sobre ese principio, pues la música tiene un gran valor educativo. Cuando un niño trabaja de forma disciplinada, adquiere valores centrales para su vida.SEMANA: Ustedes han formado músicos en zonas de conflicto. ¿Tiene el arte un valor terapéutico?J. A. C.: Sí. Pero ese concepto es limitado, pues nosotros vamos más allá. Al medir los efectos de nuestra labor, hemos advertido que el desempeño escolar de quienes participan en Batuta es 10 por ciento superior al de otros. Es que la música transforma al ser humano.SEMANA: Batuta opera también en barrios de pandillas. ¿Ahí ve esos mismos efectos?J. A. C.: Le pongo el ejemplo del Tecnocentro de Cali, en Potrero Grande, un lugar difícil. Allí los muchachos cambiaron la tentación del pandillaje por la música. Es decir, optaron por hacer parte de una mejor pandilla: la orquesta, un equipo grande y sincronizado que genera un valor emocional.SEMANA: Usted recorrió muchos municipios en busca de talentos. ¿Cómo hizo para que en lugares pobres y violentos lo tomaran en serio?J. A. C.: Fue necesario ofrecer calidad musical y pedagógica. Así la gente dejó de mandar a los niños a Batuta por compasión y empezó a sentir admiración. Y así también los tomadores de decisiones empezaron a interesarse. Hoy Batuta tiene orquestas en Bogotá, Valle del Cauca, Sincelejo, Santa Marta, Manizales, Meta, entre otras. Al término de 2013, tenía 40.000 beneficiarios, más del 80 por ciento de estratos 1 y 2. Más de 5.000 jóvenes tocan en orquestas sinfónicas.SEMANA: ¿Qué pasa con ellos cuando terminan el bachillerato?J. A. C.: No es fácil mantenerlos. Las condiciones de pobreza son tan graves que cuando se acaba el colegio los sueños de una carrera musical pronto se disipan. Esto es frustrante.SEMANA: ¿Qué se lleva al despedirse de Batuta?J. A. C.: Logros como la Filarmónica Joven de Colombia, que cuenta con 100 músicos profesionales de talla internacional menores de 25 años, y la certeza de haber ayudado a muchos otros mediante becas. Me llevo casos como el de la contrabajista Ángela Contreras, que arrancó en el centro Batuta de Fontibón y hoy está a punto de entrar a la Filarmónica de Filadelfia. O el del violinista Iván Ariza, que con menos de 17 años ya está becado por la Escuela Superior Reina Sofía de Madrid. Hay cientos de historias como estas, con las que podría llenar un libro.