SEMANA: ¿Por qué no muestra la cara, ni quiere ver su nombre publicado? Toxicómano: Para no alimentar el morbo de quienes, como suele suceder en Colombia, califican las cosas según quién las hace. Me interesa que vean murales, ‘pintadas’ y esténciles. No que juzguen porque uno es flaco o bajito o de cierta raza. Yo sé que en esto hay cierto romanticismo y que así somos todos. Pero ver un nombre y un apellido siempre condiciona. SEMANA: En Colombia muchos buscan lo contrario: hacer justamente un nombre para salir adelante. Toxicómano: Sí, y por eso que pasan cosas como el ‘Usted no sabe quién soy yo’. Aquí todo el mundo quiere aprovechar cinco minutos para conseguir fama. Nosotros, esos cinco minutos los tenemos en el muro, y ya. Yo pienso que las cosas, si son buenas, se promueven solas, de boca en boca. SEMANA: ¿Qué es Toxicómano? Toxicómano: Un grupo de comunicación independiente con una base muy fuerte en la calle. SEMANA: El concepto general es que ustedes son un grupo de grafiteros… Toxicómano: Yo entiendo el grafiti como algo que se hace de manera ilegal. Es más, de vez en cuando todavía lo hago. Pero lo de Toxicómano es otra cosa: es muralismo, arte urbano. A diferencia del grafiti, este último usa técnicas de la pintura para interactuar con la gente. SEMANA: ¿De verdad todavía hace grafiti? Toxicómano: Sí. El grafiti surge de un impulso a expresarse espontáneamente en la calle y eso solo puede ocurrir en la ilegalidad. Y así debe ser para mantener su espíritu transgresor. El grafiti no puede existir si hay intermediación. No puede haber nada acordado de antemano. Usted sale a la calle y raya. SEMANA: Pero haciéndolo afecta a algunas personas Toxicómano: A mí me parece bacano porque siento que, en un país tan violento, esto es inofensivo, pacífico. No olvide: solo es pintura. La gente dice: ‘Oiga, me dañó la puerta’. Y yo les digo: ‘No, la puerta sirve’. Siempre habrá gente que quiere paredes limpias, pero yo pienso que el grafiti es parte de la ciudad. SEMANA: ¿Por qué se pusieron ese nombre? Toxicómano: Surgió una día, cuando recién empezábamos y vimos en televisión a una viejita hablar sobre unos “malditos toxicómanos que nos llenan el parque”. Ella encarnaba el rico intolerante que no queríamos ser. De ahí tomamos la palabra, que significa drogadicto, pero que usamos más como un sinónimo de lo tóxica que puede llegar a ser una ciudad con su smog y sus pitos. SEMANA: ¿Cuándo arrancaron? Toxicómano: En 2001, después de lo de las Torres Gemelas. Ese evento produjo un boom en la comunicación alternativa en todo el mundo, y eso también llegó acá. Al mes hicimos nuestro primer trabajo. SEMANA: ¿Cuántos son ustedes, qué edad tienen? Toxicómano: Es chistoso porque en realidad siempre hemos sido dos, y desde hace dos años yo trabajo casi siempre solo. Pero me gusta mantener la idea del colectivo porque me permite colaborar con otros. Tengo 36 años, estudié publicidad en la Unitec y hoy puedo vivir de esto. SEMANA: ¿La idea es siempre trabajar en la calle? Toxicómano: Nos dimos cuenta, sin quererlo, de que la calle es un espacio ideal para dar a conocer algo. Le llega a mucha gente. Es la viralidad fuera de internet. Es incluso mejor que esta, pues mientras uno en la red tiene 5.000 ‘vistas’ en varias horas o días, acá las tiene en dos minutos. SEMANA: ¿Se consideraría un comentarista político? Toxicómano: Nosotros estamos muy ligados a la cultura punk y ahí siempre hay una fuerte carga política. El grafiti es un comentario que se hace en la calle. Y en mi caso, sí, puede ser político. SEMANA: Hace un tiempo un trabajo suyo mostraba el rostro de Uribe junto a las letras “HP1N1”. ¿Considera válido el insulto? Toxicómano: Sí, porque es humor negro, y este es clave para atraer a la gente. A Uribe decidimos compararlo con el virus H1N1 porque estaba, y sigue estando, en todos lados, como una epidemia. SEMANA: ¿Le han saboteado su trabajo? Toxicómano: Ha pasado. Recuerdo la vez que pintamos la cara de Pablo Escobar en todas partes. Claro, con eso estábamos buscando pleito. Y un día, una camioneta paró, bajaron a un pelado y le hicieron pintar de negro el mural. En la época de Uribe uno veía a miembros de la Policía y el Ejército tapando grafitis. SEMANA: ¿Tiene alguna ideología? Toxicómano: No creo que encajemos en algún ‘ismo’. Obviamente hay acciones como esa ‘pintada’ de Uribe que pueden ser vistas como antiuribistas. Pero no estamos en esa dirección de las cosas. Para mí la situación es esta: hoy aquí hay mucha gente hábil y técnicamente muy bien preparada pintando y hoy la gente ya nos ve y nos reconoce. SEMANA: El gobierno de Petro les dio apoyo a los artistas urbanos. ¿No se considerarían siquiera petristas? Toxicómano: Para nada. Vea, el arte urbano viene desde antes. No voy a negar que el apoyo institucional nos permitió estallar, pero también hay que decir que, aunque nos dieron la mano, lo hicieron un poco obligados por el escándalo del asesinato del grafitero Diego Becerra, que puso en tela de juicio la tarea de las autoridades justo cuando pensaban prohibir radicalmente pintar en las calles. El Distrito decidió, entonces, hacer algo al respecto y creó las mesas de grafiti. SEMANA: ¿Qué hacen en esas mesas? Toxicómano: Yo participé en las primeras, y en ellas buscamos una solución para hacer grafiti y arte urbano sin violencia y así provocamos un cambio de actitud. Hoy están ahí como un canal de diálogo entre el Distrito y los artistas. SEMANA: ¿En relación con las políticas de la ciudad, cuál fue el factor decisivo para el boom? Toxicómano: En el Distrito cometen errores y tratan de institucionalizar demasiado este asunto e, incluso, de aprovecharse de los jóvenes para alcanzar fines políticos. Pero hay una realidad innegable. Bajo el mandato de Petro, Idartes trabajó con transparencia y le metió acelerador y bolsillo a hacer grandes murales en Bogotá. Yo pienso que el resultado es que hoy muchos jóvenes han logrado apropiarse de la ciudad y dialogar con gente que puede no estar de acuerdo con ellos, pero que ve que son organizados y quieren aportar. En otras palabras, logramos disminuir el estereotipo del grafitero visto como un vicioso que pierde el tiempo ensuciando la ciudad. SEMANA: ¿Teme que esto cambie ahora con Peñalosa? Toxicómano: No, lo nuestro es sólido. Con o sin él seguirá habiendo gente joven con ganas y talento para esto. Además, una vez empoderados, no hay forma de echar para atrás. Peñalosa debería saber dónde están sus intereses. Cometería un gran error si cree que el futuro de Bogotá es volver a ser una ciudad gris. SEMANA: ¿Y qué opina de la reciente declaración del alcalde, en donde asegura que "cierto tipo de grafitis crean un ambiente de inseguridad"? Toxicómano: Pienso que está equivocado. En realidad, la delicuencia se genera cuando no llega transporte digno a todos los rincones de la ciudad, cuando no hay luz en una calle. Los grafitis, por el contrario, le dan vida a la ciudad. Son la prueba de que hay gente transitando por ahí. SEMANA: ¿Cómo va su relación con las autoridades? Toxicómano: Hoy no nos persiguen como antes, y el policía, sin quererlo, ha empezado a hacer una tarea de curador de arte. Decide si un grafiti se hace o no. Me han dicho: ‘Vea hermano, a mí esto no me parece maluco, pero me llamaron. Entonces voy a hacer una cosa. Voy a ir a darme una vuelta y usted termina eso’. Otros incluso me han confesado que tienen hijos que les gusta el asunto y me preguntan dónde se dan clases. El grafiti era tradicionalmente una constante lucha contra el poder y la policía. Pero, vea usted, los policías por supuesto también son seres humanos… SEMANA: En pocas palabras, ¿cómo es su proceso creativo? Toxicómano: Primero debe haber un estímulo, de las noticias o de lo que vemos en la calle. Y luego viene la reacción política y la necesidad de materializarla públicamente. Cuando tengo pulida la idea empiezo a trabajar, a hacer plantillas, a trabajar en la casa con varios materiales. Pero no solo nos preparamos, también nos dejamos llevar por las cosas e improvisamos un poco. Luego salimos a la calle a hacer el trabajo. Si se trata de un mural, puede tomarnos hasta 20 días terminarlo. SEMANA: ¿Cuál de sus trabajos es su favorito? Toxicómano: El Antonio Nariño que hicimos en la Biblioteca Nacional me gusta por el nivel de detalle y por los símbolos que tiene. Pero lo que a mí más me gusta es ver cómo la obra se ha difundido en la ciudad. Péguese una caminada desde la Séptima con Primera hasta la Séptima con 72 y dígame qué vio. Eso es lo mejor. SEMANA: Usted ya tiene renombre. Lo han invitado a otros países, incluso a Berlín para pintar. ¿A quién más valdría la pena seguir en el arte urbano nacional? Toxicómano: Están Guache, Lesivo, Erre, DJ Lu, Spring Fish, Franco, Crudo... Hay gente de otros lados del país, pero Bogotá se está convirtiendo en una especie de Meca. Guache, por ejemplo, hace poco concretó un evento en el Cementerio Central al que fue gente de toda Latinoamérica. SEMANA: Muchos dicen que Berlín es la gran Meca. ¿Qué impresión se llevó? Toxicómano: Me gustó mucho, claro. Pero debo decir que se parece bastante a Bogotá porque tiene una juventud exaltada, que se quiere tomar las calles y que tiene con ganas de hacer algo. A mí, de hecho, Bogotá me parece una chimba. SEMANA: ¿Le gusta el británico Banksy? Toxicómano: Sí. Él puede ser muy mediático, pero es una figura central, pues nos ha dado un impulso muy grande sobre el comentario político. También me gusta el norteamericano Obey. SEMANA: Si se firma el acuerdo de La Habana y el gobierno se le acerca para que ayude a divulgar la paz entre los jóvenes, ¿lo haría? Toxicómano: Yo estoy a favor del acuerdo porque no quiero más guerra. Pero sería complicado porque no quiero convertirme en una herramienta y dejar de ser lo que quiero ser. Ahora bien, eso no excluye que Toxicómano, solo, haga eso.