A finales del año pasado, las cámaras de noticieros, periódicos y revistas captaron cómo el presidente Álvaro Uribe, con mano no tan firme, daba las últimas pinceladas a una pintura del maestro Fernando Botero. El hecho atrajo la atención de la opinión pública no solo por ser la primera vez que un presidente de la República firmaba, como compañero de fórmula, la obra de uno de los artistas contemporáneos más importantes, sino también por ser la primera vez que el maestro antioqueño pintaba al alimón y permitía que alguien más usara sus pinturas. En esta ocasión, el Presidente bautizó al personaje del cuadro como Misiá Felicidad y concluyó: “Atreverme yo a ponerle estas manos torpes a un cuadro del maestro Botero, esto sí da mérito para que me metan a la cárcel. Esto es una generosidad del maestro”. ¿A qué se debe tanta generosidad, que no es exclusiva de este artista sino que se extiende a muchos otros: plásticos, músicos, actores y actrices? Nadie sabe. Lo cierto es que, detrás de esta photo op –término gringo para los momentos Kodak–, se esconde una marcada tendencia de usar el arte y la cultura para apoyar iniciativas de impacto social, bien sea desde el punto de vista financiero o como parte integral de su funcionamiento. Así, desde hace varios años, los colombianos se han acostumbrado a ver por las calles enormes árboles metálicos o a asistir a multitudinarios conciertos y eventos, todo ello en nombre de una u otra causa. Aunque, para muchos, el trabajo en uno y otro campo –el artístico y el social– pueda parecer irreconciliable, la idea de usar el arte como apalancamiento financiero de proyectos sociales no es nueva. Ya en 1998, en Zurich (Suiza), se había realizado con gran éxito el famosísimo CowParade, una iniciativa que busca recaudar fondos para caridad haciendo que artistas famosos pinten vacas de colores y disfraces y que ha recorrido hoy más de cincuenta ciudades alrededor del mundo. Con este antecedente, la Fundación Corazón Verde puso en marcha Arborizarte, una iniciativa que les permitió obtener importantes recursos y beneficiar a un gran número de viudas y huérfanos de la Policía Nacional. “Nos dimos cuenta de que para poder conseguir recursos, la fundación debía tener eventos que involucraran a la ciudadanía y hubiera un gana-gana para todos”, afirma Mónica Alzate, su directora. Lo mismo sucedió, hace cuatro años, cuando la Corporación Matamoros importó desde Perú su programa Pintemos juntos por Colombia; la misma iniciativa que reunió al presidente Uribe y al maestro Botero, pero que desde antes había reunido a importantes líderes de opinión –desde Jean Claude Bessudo hasta Carlos Vives– con destacados artistas –Carlos Jacanamijoy, Ana Mercedes Hoyos y Lorenza Panero, entre muchos otros–, en pro de cerca de diecisiete mil soldados y policías heridos en combate. La gran acogida de estas convocatorias, tanto en el número y la calidad de los artistas como en los fondos recolectados –casi tres mil millones de pesos con Arborizarte y Animarte, por ejemplo–, habla por sí misma del éxito de esta aventura. Soluciones de vivienda, programas educativos y de capacitación para el trabajo, y dotación de equipos hospitalarios son apenas algunos de los beneficios concretos que estas iniciativas han aportado a las víctimas de la violencia en Colombia. “Estas acciones, que se han hecho con el corazón y con un lenguaje distinto, han tenido efectos prácticos bien importantes”, afirma Luz Piedad Herrera, coordinadora del Observatorio de Minas Antipersonal de la Vicepresidencia de la República, refiriéndose a su programa +arte –minas. Sin embargo, no todo se reduce al aspecto financiero. En el fondo, a este tipo de iniciativas las impulsan también otros intereses. “Muchas veces el arte no es tan accesible. Al sacar el arte al espacio público, estamos generando cultura y educando a la ciudadanía. El arte colombiano necesita espacios para mostrar a sus artistas”, afirma Alzate, en este sentido. Algo similar ocurre con +arte –minas, cuyo fundamento, más que en la recolección de fondos, radica en el reconocimiento del arte como una forma privilegiada de comunicación, a través de la cual se pueden contrarrestar los efectos nocivos de las minas antipersonal. “Además de realizar todas las acciones de desminado y de asistencia a víctimas, queríamos invertir las cifras y los sentimientos. No solo hay seis mil ciento nueve víctimas, sino también cuarenta y dos millones de cuerpos enteros que quieren seguir así”, cuenta Herrera. Se trata, en sus propias palabras, de lograr que lo mejor del país luche contra lo peor. El espectro de acción de este programa es bastante amplio y su trabajo con Miguel Bosé, Silvia Tcherassi y las comunidades de la Sierra Nevada de Santa Marta ha sido registrado por los medios de comunicación en varias ocasiones. Sin embargo, vale la pena destacar la intervención realizada en Cocorná (Antioquia), cuya escuela era un espacio marcado por la muerte y el dolor, por cuenta de las minas antipersonal. “Tomamos a toda la comunidad –padres de familia, líderes comunitarios, profesores y estudiantes– y les enseñamos una técnica, para que a través de los rollos Quimbaya crearan sus propios diseños para pintar la escuela. Y aunque suene increíble, al convertirse en una obra colectiva y un referente cultural de la comunidad, la escuela quedó así protegida por la misma sombrilla que las pirámides de Egipto”, relata Herrera. Pero no todo ha sido color de rosa, y con seguridad no fueron pocos los escépticos institucionales que no vieron valor alguno es este tipo de iniciativas. Como dicen por ahí, zapatero a tus zapatos. “Al comienzo, tuvimos muchas dificultades para hacer entender, sobre todo a quienes trabajan el tema, que este no tenía por qué ser exclusivo de los expertos. Esto les parecía una especie de banalización. Ahora, gracias al apoyo del vicepresidente Santos y del sector privado, se tiene una visión muy distinta del tema y una comunidad internacional dispuesta a acompañarnos”, afirma Herrera. Y es que a pesar de los escépticos, estos programas –dejando de lado sus numerosos beneficios tangibles– poseen un componente invaluable en términos de visibilidad y concientización. En este sentido, María Teresa Hoyos, directora de la Corporación Matamoros, afirma: “Si bien constituye una fuente de recursos para poder brindarles a nuestros héroes de la patria estos apoyos y estas oportunidades de vida, este programa le ha dado a la corporación un enorme posicionamiento de marca a nivel nacional. Esto ha hecho que el sector privado del país haya fortalecido el tema de responsabilidad social empresarial. De aquí se deriva una gran cantidad de alianzas”. Igualmente, la artista Maripaz Jaramillo, participante recurrente en las convocatorias de Corazón Verde, afirma: “Yo creo que en el caso de estas convocatorias, el resultado es indiscutiblemente arte. Lógicamente que ayuda para la beneficencia –y ayuda muchísimo–, pero yo considero que es arte, totalmente. Yo creo que la unión del arte con los programas sociales sí puede funcionar. En estos caso, me parece que se ha sabido complementar lo uno con lo otro”. Por su parte, y aunque desde el punto de vista estético, algunos artistas también han expresado sus reservas. Lina Leal, quien actualmente trabaja un taller de perdón a través del arte, duda del valor artístico de las obras creadas para recaudar fondos: “Yo sé que ahí hay un interés por aportar y por ayudar; no estoy en contra de eso. Pero sinceramente y con todo el respeto, me parece que se está improvisando. El arte no puede manejarse de esa manera. El arte debe mantener un cierto nivel y una cierta dignidad. Y los artistas, por cumplir y en un afán de protagonismo, no están haciendo un trabajo serio. En el espacio público se están exhibiendo obras que no son dignas para la ciudad y los ciudadanos”. Ante este tipo de críticas, Alzate defiende el trabajo realizado en Arborizarte, Animarte y, próximamente, Equus Arte: “Dejando de lado las figuras –árbol, mariposa o caballo–, nosotros les damos absoluta libertad a los artistas, pues el arte no se puede encasillar. Esta ha sido una experiencia muy importante para ellos; para los pintores, al trabajar en tercera dimensión, y para los escultores, al tener que intervenir un elemento previamente intervenido”. Por otro lado, Miguel Ángel Rojas, quien participó recientemente en una convocatoria de artistas plásticos de +arte –minas, añade: “Yo creo que el arte serio en un país como Colombia tiene que estar comprometido con la realidad, aunque, algunas veces, estas temáticas se conviertan casi en situaciones propagandísticas. En mi caso, por ejemplo con los David, pretendo que estas imágenes estén en una línea media hablando en contra de la guerra y no específicamente a favor de nada”.