Su nombre era Sergio Vega. Pero era conocido como el ‘Shaka’. Se hacía llamar así en honor a un “guerrero zulú que no le temía a nada y que siempre iba de frente”. Y tal vez fue esa valentía la misma que lo motivó a seguir cantando narcocorridos, incluso cuando sabía el riesgo que corría, pero sin imaginarse que su vida terminaría a sus 40 años, al perder el control de un Cadillac rojo al que le dispararon 30 veces. La muerte del ‘Shaka’ se suma a las más de quince que en los últimos meses se han producido en México y que advierten a los cantantes de narcocorridos a lo que se exponen. Mientras allá intentan callar a quienes interpretan esta música, en Colombia revive este género con una nueva recopilación de Corridos Prohibidos, una serie musical que nació en los años 90 y que ya llega a su volumen 13, pese a lo difícil que es difundirla a través de las emisoras. En el país hay cerca de 600 grupos musicales que representan ese género. “La promoción de esta música es imposible hacerla por radio. Por algo se llaman corridos prohibidos. Porque las letras hablan de lo que nadie se atreve”. La frase es de Alirio Castillo, productor y experto en este género musical en Colombia. “Acá no corremos tanto riesgo como en México porque aunque hacemos letras fuertes. Nos cuidamos más”, sostiene. Pero eso no ha sido suficiente. Él mismo cuenta que alguna vez tuvo que “guardar” una canción ante la advertencia de que si no lo hacía se ganaría un balazo, y que uno de los más famosos intérpretes de corridos fue señalado como el cantante oficial de los paramilitares. Por eso, tuvo que alejarse un tiempo de la música. Pero ahora todo es diferente. Y no sólo porque las amenazas de muerte no son frecuentes, sino porque parte del mercado al que van dirigidas sus canciones ha cambiado. “Hace algunos años en el Magdalena Medio, el Llano y Santander los grupos tenían mucho éxito por la cantidad de presentaciones que les salía. La guerrilla los contrataba para que les cantara. Y no por horas, sino por días. Pero ahora está (la guerrilla) preocupada por defenderse del Ejército. Ya no le dan espacio a la parranda”, cuenta Alirio, quien no teme reconocer que el éxito de la música que promueve es proporcional a la guerra del país. “Si no hay violencia los corridos no tienen razón de ser (…) No me molesta que me digan que es música violenta, yo disfruto de las historias que se cuentan”, dice. Y las disfruta tanto como las recuerda. Por eso si le preguntan por un corrido que, para él, haya marcado la historia del género en el país habla de ‘La Rondonera’. Una canción escrita por alias ‘John 40’, comandante del frente 43 de las Farc, y que habla de una toma guerrillera. “Él me mandaba canciones, yo no les tenía que corregir casi nada”, dice el productor. ‘La Rondonera’ fue prohibida durante un tiempo en zonas de influencia paramilitar. “Donde están los ‘paracos’ no se cantan las de guerrilleros y viceversa, si lo hacemos hay muerto”, señala Alirio. De ‘John 40’ no volvió a recibir canciones. “Se desapareció”, dice Alirio. Pero no por eso los corridos dejaron de existir. “Tal vez ya no en la misma dimensión, pero temas siempre habrá. Tenemos guerrilla, paras, corrupción, narcos. Acá hay mucho por contar”. Y para hacerlo existen cerca de 600 agrupaciones en Colombia. Muchas menos que en México donde la cifra ya llega a las 8 mil. Pero la diferencia entre Colombia y lo que sucede en el país azteca no sólo tiene que ver con el número de cantantes o las amenazas que estos reciben. Para Carlos Valbuena, licenciado en letras de la Universidad Central de Venezuela y autor del libro ‘El cartel de los corridos prohibidos’, “en México se han ceñido exclusivamente al tema del narcotráfico, mientras que en Colombia rápidamente pasaron a otros temas como los del conflicto armado y la corrupción”. Esta es la razón para que en México el Gobierno haya iniciado una cruzada en contra de los narcocorridos. Son momentos difíciles los que se viven es este país por culpa del tráfico de drogas y para el Gobierno las letras de estas canciones hacen apología al crimen. Por eso, con leyes, como la del Partido Acción Nacional Mexicano, se pretende prohibir la difusión de las canciones que exaltan a personajes y escenas del narcotráfico y sancionar a los productores que se atreven a difundir este tipo de música. En cambio en Colombia, dice Valbuena, “se ha recurrido a formas más ‘líricas’ que dieron cabida a personajes de la intrahistoria: raspachines, cultivadores, pilotos, soldados y combatientes de todos los bandos en conflicto”. Valbuena se motivó a estudiar al tema hace diez años, según él, porque le llamó la atención “la existencia de una música popular y contestataria de lo ‘políticamente correcto’, aquello que ponía de manifiesto una realidad colombiana que los medios convencionales ocultaban o tergiversaban calificándola de ‘apología del delito’”. En opinión de Valbuena, que coincide con lo que piensa Alirio Castillo, “al disminuir la violencia disminuye la atención que reciben los temas, pero aún queda su papel de registro histórico”. Cultura de la ilegalidad Para la socióloga de la Universidad Nacional Paloma Bahamón, quien fundamentó su tesis de maestría en semiótica en el estudio de los narcocorridos, existe apología a la cultura del narcotráfico a través de estas canciones. Después de dos años de investigación sobre el tema, Bahamón advierte que no se trata de prohibir la expresión de este género, pero resalta que tampoco se debe justificar el asunto con aquello de que “así es nuestra realidad”. Sugiere, que además de escucharlo, “al corrido prohibido hay que estudiarlo”. Según ella, sólo así se podría quitar ese estigma de ser la música que exalta la violencia, y “convertirse en una herramienta de superación de nuestra cultura de la ilegalidad”. En este sentido el periodista Manuel Tedoro, quien para la realización de un informe especial del programa que dirige ‘Séptimo día’, se adentró en el mundo del corrido prohibido en Colombia, señala que, aunque no todas, sí “buena parte de los corridos prohibidos son una apología al delito, a la violencia, sobre todo teniendo en cuenta que la mayoría de las letras glorifican a narcotraficantes”, sin embargo advierte que esto “no es exclusivo de este género musical y también puede pasar en cualquier otra manifestación artística”. Por su parte, y según el texo ‘El sentido de los estudios de música populares en Colombia’, la etnomusicóloga Ana María Ochoa Gautier señala que “los narcocorridos son una muestra de cómo el narcotráfico marca no sólo las rutas tortuosas de la miseria sino que redefine también los mapas simbólicos y el ethos estético de nuestros países”. De Colombia para México ‘Lamento corridista’ es el nombre de una canción que el compositor colombiano Norberto Riveros escribió como homenaje a los cantantes de narcocorridos que han muerto en los últimos meses en México, donde, según señaló para un diario de ese país José Reveles, estudioso del tema, esta música es la forma de mostrar las ‘hazañas’ y los egos de los capos. “El valiente, el más desgraciado, el que más ha matado”. Alirio Castillo lo ratifica. Él, por llevar tanto tiempo en el negocio de los corridos en Colombia, ha creado vínculos con quienes hacen esta música en México. Cuenta que la pregunta antes de hacerle un corrido a alguien es “¿Y a cuántos ha matado?”, si la respuesta es “ninguno”, no hay canción. Para Luis Arias, historiador cultural mexicano, el asunto es diferente. Él asegura que no todos los narcocorridos son una apología al delito y que muchos de ellos son críticos al sistema, por eso los reprimen. “No todo lo que se dice en los medios de comunicación es verdad”, dice. Sobre la violencia contra quienes hacen esta música en su país asegura que “las muertes de los intérpretes de corridos no son necesariamente porque estén metidos en eso, sino porque viven una vida loca, están con muchas mujeres, se meten con damas que huelen a ‘pólvora’ y por eso los matan”. “No es tan fácil. El mundo de los corridistas, el éxito, el dinero, la fama provoca excesos”, agrega. Sin embargo, el historiador deja claro que el corrido mexicano no va a desaparecer. “Al corrido mexicano no lo mata nadie (...) el corrido seguirá contando las historias del pueblo. Es el pueblo quien decide sobre la vigencia de sus prácticas culturales”.