En 1998, en el gobierno de Ernesto Samper, se declaró el último domingo de septiembre como el Día del Patrimonio Cultural. Casi diez años después, corporaciones como La Candelaria e instituciones como el Ministerio de Cultura decidieron ampliar la celebración a todo el mes de septiembre. Si antes ese día se limitaba a un domingo de visitas gratuitas a museos, o recintos como el Palacio de Nariño y el Liévano, hoy esta fiesta será más compleja y elaborada. Es mucho más fácil pensar en este tipo de memoria como una mirada al pasado de las grandes edificaciones, la historia centenaria o los objetos sacros; todo aquello que destila cierto aroma a antigüedad, respeto y solemnidad. Pero desde la óptica de este año, es tan importante el edifico centenario, como el café que congrega tertulias semanales hace medio siglo, o el juego de rana que levanta a gritos la cuadra siguiente. Estas nuevas percepciones permitieron una reflexión que pasaba por abandonar la idea de la herencia cultural como algo estático. Se abordó el tema más allá de lo obvio: la memoria de un país o una ciudad no se puede encerrar en una noción inamovible, y está relacionada con lo que significan, en este caso, la ciudad, la historia y las cosas. De esta manera, se llegó a una idea más elaborada y plural: el patrimonio no es único ni es una memoria colectiva, es la suma de muchas memorias y de muchas concepciones. Y a explotar este concepto se dedicará todo el mes. La programación pretende destacar y darle la misma importancia a lo intangible que a los bienes muebles. Desde los juegos tradicionales, hasta la memoria de ciudad de sus habitantes, reflejada en historias, fotografías o visiones alternas. Por supuesto que habrá espacios dedicados a resaltar y rescatar toda la arquitectura. Pero lo novedoso estará centrado en esos otros espacios, a veces imaginarios, y en esos recuentos cotidianos. La programación del mes estará dividida en tres ejes temáticos: el primero, conferencias y foros de discusión (este año el foro principal cubrirá temas como Patrimonio cultural urbano, Artes, Diversidad y Derechos culturales). El segundo, recorridos por juegos tradicionales de la ciudad: desde clubes de ajedrez del centro, hasta billares, boleras y sitios donde el juego de rana es el deporte local. Y el tercero, las visitas comentadas por diversos escenarios urbanos: desde los distintos cementerios bogotanos, hasta caminatas por las localidades, e incluso un día dedicado a recorrer la obra de Gastón Lelarge, arquitecto y diseñador francés que aportó obras significativas para la ciudad. Juan Camilo Gaviria de la dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura es el encargado de esta ruta: “El objetivo es, acorde a la propuesta de este año, resaltar elementos comunes a la gente, que son tan familiares y cotidianos que pasan inadvertidos, y sobre los que rara vez se hace énfasis. El recorrido que proponemos cubre esos sitios del centro por los que pasamos todos los días, y resaltarlos dentro de un contexto determinado”. Otro de los planes es el llamado “Sobre la vida y el arte de los cafés en Bogotá”, en el que Mayra Carrillo, vigía de Patrimonio de la Universidad Nacional, realizará un trayecto por los cafés del centro de la ciudad. La idea es ver cómo esa ruta ha ido cambiando a lo largo de los años y quiénes fueron testigos de esos escenarios en donde ocurría la vida política y cultural de la ciudad. Carrillo explica: “Esta ruta tiene que ver con las diferentes formas que tiene la gente de apropiarse la ciudad; de asumir los cambios, en este caso, desde los cafés, espacios que no resultan ni ajenos ni extraños para nadie”. Andrea Martínez, del Museo de Bogotá, resume el objetivo del plan que ha contribuido a diseñar para esta jornada: “Es reflexionar sobre el pasado que hemos construido, y el futuro que queremos construir”. ¿Es decir? Que existan espacios de reconocimiento; que sea tan importante el “verraquillo” (bebida natural energizante que se toma en algunos barrios del centro sur de la ciudad) así como el monumento a Washington, o las iglesias del centro; que se pueda ir con tranquilidad a sectores de la ciudad, por fuerza impenetrables el resto del año; que la gente aporte y cuente sus versiones de la ciudad; que en una misma mesa se puedan discutir visiones académicas, institucionales e historias de vida; que los museos cuenten tanto como los callejones tradicionales, los billares de siempre, y la experiencia que no figura en ningún libro.