Las siete fotos que forman parte de la exposición Severa vigilancia son testimonio de lo que pasó o, mejor, de lo que dejó de pasar, depende de qué lado del muro se mire. Son imágenes tomadas de una de las casas de Gonzalo Rodríguez Gacha, uno de sus fortines más conocidos en Bogotá, donde las leyendas se reproducen como los fantasmas que rodean la mansión. Ese fue el terreno físico que fotografió François Bucher, recogiendo las historias y las voces de lo que fueron esos años de sangre y terror, hoy cubiertos por la decadencia y las enredaderas de la casa, de un jardín que en su momento fue ejemplo de paisajismo y hoy es pasto y patio de carros detenidos por el tránsito, camiones de acarreos que violaban las normas, furgonetas escolares inservibles, carros tragados por la microselva de esa casa del Chicó. No hay que confundirse: la casa donde se montó la exposición no es la misma de las fotografías, aunque pertenezcan al mismo club de la decadencia y el olvido de la división de narcóticos que la tiene arrumada y abandonada, pasto de indigentes nocturnos y desocupados diurnos, los únicos que la visitaban hasta hace unos días. Justo en la semana antes de la inauguración de la muestra, una gata parió una camada en el jardín de la casa, y las lluvias obligaron a los animalitos al cielorraso de la casa, donde les ganaron el espacio y la cama a los indigentes de ocasión. Bucher es caleño, vive en Berlín hace tres años, después de pasar cinco en Nueva York. Estudió Literatura y Artes en Colombia, con maestría y especializaciones en Cine en Estados Unidos. Su trabajo siempre ha estado vinculado con lo visual. Y lo político. Algunos de sus trabajos anteriores manejan otro tipo de carga política, como cuando el día de la segunda posesión de George Bush, instaló un espacio de video en la red en el que todo el que quisiera dejaba sus aportes con respecto al nuevo periodo presidencial. Uno de los invitados especiales a esta convocatoria, fue el ex presidente colombiano Ernesto Samper, quien colaboró con sus comentarios a este trabajo de Bucher. Ya estuvo bien de esas discusiones insípidas y ciegas de si hay oportunismo en estos acercamientos a la violencia desde el arte: “Pertenecemos a una generación que no se ha contado del todo. Vivimos en un país que parece que se hubiera olvidado de sus tragedias recientes, que ha dejado esas historias en manos de otras generaciones. Ni siquiera le gasto tiempo a esa discusión, de si un arte de la violencia está mal o está bien. Creo que, por ejemplo, nadie ha contado la Cali en la que crecí, las décadas violentas que nos tocó vivir. No sé si con esto lo esté haciendo, pero sí son aproximaciones a esa historia no contada”. Severa vigilancia viene del título de una obra de teatro de Jean Genet (Haute surveillance), y hace referencia a ese mundo subterráneo, turbio y macabro que comparten ambos escenarios, el del francés y el del mafioso nuestro de cada día. Por un lado, están las fotografías que recorrieron la casa de ‘el Mexicano’. Pero no son solamente las imágenes: son las historias detrás: las versiones de los guardias que han cuidado la casa después de ser desocupada y que coinciden en los fantasmas, en el ambiente pesado y denso –que el mismo Bucher atestigua–, los mitos de las atrocidades, las fiestas, las mujeres, los lujos, los crímenes, las reinas, las actrices, el abajo del bajo mundo, el infierno en la superficie, y los carros, la mugre, los escombros y otra vez, el abandono. Todo eso y más en algunas fotos. Cuando Bucher llegó a tomar las fotos a la casa, se enteró de que fue una de las primeras que ostentó ese lujo de tapizar paredes con espejos que, por supuesto, estaban en su mayoría desprendidos o caídos. Y en los periódicos que estaban pegados al respaldo de las láminas, encontróz parte de la historia de la época, con algunas macabras paradojas, como artículos que hablaban del ministro Lara Bonilla, justamente el primer mártir de la guerra contra el narcotráfico en Colombia, asesinado por la persona que mandó a enfundar la sala de esa casa en vidrio. “La piel de la casa también contaba la historia que yo quise fotografiar”. La exposición no son solo fotos. Hay un salón donde se proyectarán sincronizados dos trabajos de video –iban a ser de cine– del mismo Bucher, en el que se recogen escenas de un experimento teatral de un grupo de estudiantes de una universidad en Medellín, mezclados con imágenes también de la ciudad, que exponen parte de la misma violencia y algo de la sordidez de lo que rodea el tema de la exposición. Y en últimas, ¿por qué todo esto?, se pregunta uno.“Por un lado, es una forma de establecer un diálogo con lo que pasó. Coagular de alguna manera todas esas cosas que nos pasaron, que se deben contar. Por otro lado, para que no se olviden”.