Desde su primer libro, Os prisioneiros (1963), hasta Ela e outras mulheres, el mundo según Rubem Fonseca es un escenario donde los personajes se prometen a sí mismos cumplir con sus ilusiones a pesar de que fracasen; donde la ficción ayuda a sobrevivir en medio de una realidad precaria y el amor es una forma de redención que acaso sea pasajera o un sueño hecho realidad a largo plazo. Mandrake es una prolongación del escritor brasileño quien por más de veinte años ha presentado al detective en distintas situaciones, renovando la tradición de la literatura policíaca con el paisaje de Río de Janeiro como telón de fondo para sus aventuras. La biografía del personaje refleja la biografía de su autor. Nacido en Juiz de Fora (Minas Gerais) en 1925, Fonseca anticipó con su trabajo como abogado y comisario de policía al Mandrake futuro. En 1979, el detective aparece en un cuento del libro El cobrador. En 1983 es el protagonista de la segunda novela de Fonseca, El gran arte, donde enfrenta a un asesino de mujeres que les taja el rostro a sus víctimas escribiéndoles con un cuchillo la letra P. En 1997 recuerda: “Mi nombre es Mandrake, soy abogado criminalista”. Es la primera línea de una novela sobre el homicidio, sus acertijos y el gusto de fumar tabaco. Su título es saludablemente cínico y algo escéptico: Y de este mundo prostituto y vano sólo quise un cigarro entre mi mano. En el 2005, comenzando por el principio, como sugiere Fonseca en el primer capítulo de su novela Mandrake, la Biblia y el bastón, que aparece este mes en las librerías colombianas, el abogado se presenta de nuevo y nos descubre que ha rejuvenecido en el transcurso del tiempo y de sus ficciones. Weksler, su socio, un judío cuyos padres fueron asesinados por los nazis, lo acompaña con la misma fidelidad de Fonseca. Se conocen tanto como otros autores que serían capaces de ver el rostro de sus personajes en medio de la multitud: Raymond Chandler a su detective Philip Marlowe o Dashiell Hammett a Sam Spade. En La Biblia y el bastón, como dos viejos amigos, se identifican sus hábitos: las frases cortas y el ritmo tajante de Fonseca le dan su voz y su estilo al Mandrake ajedrecista, fumador de puros y cómplice de las mujeres y de sus dilemas. El mago del cómic fue reinventado así como personaje literario, sin otra destreza hipnótica que obsesionar al lector con sus historias. Weksler es el equivalente de Lotario, acaso menos hercúleo que el gigante, y una legión de mujeres multiplican a la Princesa Narda. También el cine contribuye a sus descripciones como una referencia necesaria para Mandrake cuando en el cuento del Cobrador, después de que un político le exige demostrar por qué lo acusa del asesinato de su secretaria, describe a su adversario de la siguiente manera: “Parecía Jack Palance, Wilson el pistolero poniéndose los guantes negros y diciendo ‘demuéstrelo’ a Elisha Cook Jr., antes de sacar rápidamente el Colt y pegarle un tiro resonante en el pecho y tirarlo de bruces en el barro surcado por las huellas de la diligencia”. Más adelante, cuando el caso le evidencia que el poder no es nada distinto a una forma de la corrupción, concluye: “Las familias ricas tienen secretos inviolables, rostros secretos, complicidades sombrías”. Aparte de otros libros escritos por Rubem Fonseca, la lealtad entre Mandrake y su autor se ha mantenido con la plenitud de siempre. Está matizada en La Biblia por reflexiones serenas y melancólicas; por el recuerdo de su padre muerto; por sus amores fugitivos en el pasado; por Berta, una pasión terminada. Un inventario de recuerdos y fantasmas semejante al libro más reciente publicado por Fonseca, Ela e outras mulheres (Companhia das Letras, 2006), que recorre en veintisiete cuentos breves el mundo femenino. En La Biblia, un farmaceuta llamado Gagliardi está acusado de vender información científica a la competencia del laboratorio en el que trabaja. Esperanzado en comprar una hacienda de caballos, se da cuenta demasiado tarde de que se trata de una estupidez. “No sé montar y creo que sólo he visto caballos vivos en mis sueños”, dice Gagliardi. Sin embargo, considera por primera vez que la vida existe más allá de la rutina laboral como una promesa quizás inalcanzable pero estimulante. Escapando al rótulo de “literatura policíaca”, las historias de Mandrake están hechas con el material de la experiencia humana en el ámbito del crimen. La muerte y sus misterios le sirven a Fonseca para describir el caos. Sus ficciones nos revelan los motivos de la ruina agazapada tras el asesinato. Nos permiten suponer en un cadáver las razones que conducen a la especie hacia el canibalismo. La realidad es así, como asegura en otra de sus novelas, un laberinto de vastas emociones y pensamientos imperfectos. Un enigma que el autor descifra a través de su detective, haciendo del lector otro personaje involucrado en sus tramas, hasta la última línea.