Parece ser una constante en la historia de la música: ciertos repertorios necesitan de un artista que los legitime para poder entrar a las grandes salas de concierto. Por desconocimiento o por prejuicio, los ritmos populares de tradición negra han tenido que librar fuertes batallas para lograr a una apreciación general. Es el caso de la cantante peruana Susana Baca, quien se presenta este miércoles en el teatro Astor Plaza de Bogotá. Se trata de una mujer que combina la investigación con el canto, y a partir de ahí ha dado a conocer un repertorio que estaba desapareciendo. En una época en que muchos creían que la música del Perú se limitaba a lo andino, ella se dedicó a recorrer los pueblos costeros grabando todas aquellas canciones que sobrevivían por transmisión oral desde los tiempos de los esclavos. Parte de ese repertorio alimentó su disco Susana Baca de 1997, que significó su reconocimiento a nivel internacional. De repente, Susana pasó a ser “la diva afroperuana”, reconocida incluso en tierras donde no comparten su idioma. Es famosa la impresión que causó en el periodista Peter Watrous de The New York Times quien, después de asistir a un concierto sin entender ni un ápice de las letras, escribió que “el más leve movimiento emocional, rítmico o melódico, se convierte en un gran gesto”. Hay un par de motivos para esa fascinación. El primero es la pureza de su voz. El segundo, directamente relacionado, es la impresionante sencillez de su repertorio. Susana se ha concentrado en lo básico y primordial porque sabe que ahí está el embrión de los sentimientos universales. Cada cosa que canta la vuelve suya, muy suya, y luego la comparte generosa. Ahí está por ejemplo su versión del “Toro Mata”, menos festiva pero mucho más dulce que aquella que grabó Celia Cruz. Por no hablar de su afortunado hábito de musicalizar poetas peruanos. El pasado mes de julio, durante su presentación en Medellín, arrancó un aplauso estruendoso del público luego de una canción abrumadoramente suave. Entonces, haciendo un gesto con las manos, la cantante frenó aquella ovación y susurró en el micrófono: “¡Ay! No más, que nos rompemos”. Los peruanos y la poesía tienen una historia común muy fértil. Susana acababa de cantar unos versos de Carlos Oquendo de Amat, ese poeta puneño que murió de tuberculosis a los treinta años y cuyo epitafio –imposible no traerlo a colación– dice: “Tan pálido, tan triste, tan débil que hasta el peso de una flor te rendía”. La diva afroperuana regala también lecciones prácticas de poesía.