El número de películas producidas en Colombia va en aumento, para octubre de 2018, según Proimagenes, se estrenaron 149 películas nacionales. Si bien es número para entusiasmarse, los espectadores son los mismos: colombianos de los centros urbanos. Se sabe que Netflix y los televisores inteligentes que ofrecen contenido por demanda no son tan comunes lejos de las ciudades, por eso el documental La mujer de los 7 nombres se propone llegar a las zonas rurales. La idea es ver qué pasa "cuando el cine sale de las salas", como explica su codirectora, la bogotana Daniela Castro.  Después de vivir casi 10 años en Argentina, la cineasta regresó a Colombia con la idea de hacer cine, no necesariamente documental y no necesariamente sobre el confllicto armado. Antes había hecho ficción y experimental, pero fue asistente de dirección en una película y allí se le cruzó una historia que le pedía convertirla en documental. Castro, junto con Nicolás Ordoñez, se topó con una excombatiente que cambió de identidad siete veces en su transición hacia la vida civil:"Yo trabajaba en una película que se llamada Alias María, que era una película de ficción sobre una niña guerrillera.  Entrevistamos a muchísimas mujeres excombatientes. Yineth fue la última de estas entrevistas".  La vida y la cualidad camaleónica de Yineth flechó a Castro. Así nació el documental La mujer de los 7 nombres. Desde su estreno en agosto de este año, la pieza ha participado en El Festival Internacional de Cine de Santander, el XIX Festival de Santa Fe de Antioquia y el Festival de Cine de Cali, dónde fue premiada como mejor documental. Ahora, los esfuerzos del equipo de producción están puestos en que la cinta logre llegar a las zonas periferícas del campo y la ciudad. Hablamos con Daniela Castro de ese reto, pero también del papel del cine en el posconflicto y la construcción de memoria.  

  Daniela Castro, cineasta bogotana © MAFE MATERA   Usted se encontró con un país distinto al que dejó cuando se fue Colombia. ¿Cómo fue ese reencuentro? Antes de irme del país, mi madre hizo un proyecto, en ese momento se llamaba Niños Desvinculados del Conflicto Armado. Era una situación muy particular porque esos niños tenían mi misma edad y yo tuve una empatía muy fuerte con dos ellos.  Esa experiencia me hizo consciente de que en Colombia estaba pasando algo. Me fui a Argentina, dónde la sociedad es muy activa en torno a la política y al ejercicio de la memoria. Al regresar a Colombia me di cuenta de que yo había nacido en un país en guerra. Nunca antes lo había pensado, por más de que tenía más conocimiento que otras personas de mi edad y de mi clase social. Ahí empezó la necesidad de qué implicaba para mi generación, y para las siguientes, que había nacido en un país en guerra.  Aunque podría decirte que aún no lo he entiendo, lo que sí entendí es mi postura en ese conflicto. Nosotros tenemos particularmente un conflicto muy complejo porque lleva muchos años y los actores de todas las partes han ido cambiando.   ¿El cine está fijándose más que antes en el conflicto que vivieron las regiones? Siempre he creído que el arte es como la manera de contar nuestra propia historia.  La industria cinematográfica colombiana ha cogido mucha fuerza desde hace unos 10 años para acá. Además, creo que hay una mirada muy viciada de la gente, sienten que se ha hablado mucho de eso y en realidad no. Es común escuchar a una persona desprevenida decir: “¿otra película sobre una guerrillera?” y en realidad no hay tantas, debería haber muchas. También tiene que ver con que las cosas nunca han pasado en las ciudades, por eso no nos hemos revisado tanto. Creo que ese proceso de mirarnos está empezando ahora. Ha habido un cambio muy grande en los últimos años, sobre todo en los jóvenes.   ¿Por qué más en los jóvenes? Mi generación era una generación que no lee las noticias, que no le importaba lo que estaba pasando. Las generaciones de ahora son súper mediáticas en sus redes sociales, y quizás no son mucho de acción, son más de palabra, pero son las generaciones que están empezando a cuestionarse. En estas generaciones puede pasar que en una familia los papás tengan una posición política y que los hijos tengan otra, eso no pasaba antes.   «Todo ese conflicto que parecía que solo ocurría por fuera ha empezado a filtrarse en las ciudades. Es muy interesante que la gente deje de ser indiferente y busque la manera de conocer lo que pasa también en otros lados, en esos espacios rurales. Se empieza a saber lo que es estar dividido, lo que es estar en conflicto».  

Daniela Castro actualmente trabaja en la escritura del guión de su próxima película © MAFE MATERA Si a usted le hablan del “Cine del Posconflicto”, ¿se siente cómoda?   Creo que las etiquetas no son muy buenas, pero me parece que es súper importante en este caso. Nosotros hemos tenido un conflicto de unos 60-70 años que nadie ha contado completamente. Por ejemplo, con la película cuento el destino de un sujeto que hizo parte de todos esos años y que carga una mínima fracción de memoria y de relato de todo ese conflicto. Si eso crece, podemos contarnos realmente que nos ha pasado y que le ha pasado al país. Me parece muy importante que exista una mirada desde el cine hacia la propia historia. Del holocausto hay miles de expresiones artísticas: desde la literatura, el cine y el teatro, nadie dice “uy, otra película sobre el holocausto”. Hay cierta distancia y aceptación y creo que en algún momento llegaremos a eso. Esas películas irán cobrando mucha más importancia a lo largo de los años. Además, todas son puntos de vista distintos, y más cuando se tiene un conflicto donde hay tantos actores desde varias posiciones.   Entonces cada película muestra una visión parcial del conflicto...   Yo creo que todas las cosas son subjetivas, claramente hay una visión permeada por una filiación, la que tenga la persona que haga el producto, sin duda eso va a pasar siempre. Si bien nosotros no quisimos contar con el documental filiaciones políticas, si nos ha pasado muchas veces que nos han dicho: “eso está súper a favor de Santos”, por ejemplo. Yo puedo contestar que no está a favor de nadie, solo quiere contar la historia singular de una persona, que también se puede relacionar con lo más macro del conflicto. Entonces ahí se puede notar en la estructura del documental el tema de la paz como un momento en que la sociedad civil le vuelve a dar la espalda a personas como Yineth. De todas maneras, no a todos los excombatientes les ha ido tan bien como a Yineth... Sí, tampoco implica que ella esté mal. Ella fue un caso de éxito, agarró ya las riendas de su vida y la reconstruyó, pero no por eso es fácil entender la indiferencia de esa masa que solamente está enojada. Hacia ese lado estaba lo que nosotros queríamos transmitir. Muchas veces, el hecho de que ella está bien sí puede leerse como que el documental está a favor del Gobierno Santos. No lo estoy, para nada,  pero sí estoy a favor de la paz. En Argentina, que es un país donde políticamente eres de derecha o eres de izquierda sin puntos medios, cuando fuimos a hablar del proyecto yo trataba de explicar que en Colombia esto es muy complejo porque aquí todos los actores políticos son muy cambiantes.  

 

| Tráiler del documental "La Mujer de los 7 Nombres" La historia no es solo interesante porque la protagonista es una excombatiente, sino porque se trata de una mujer, ¿usted busca énfasis también en ese hecho?   Si hemos recogido poco de nuestra memoria y del conflicto, hemos recogido aún menos sobre la visión femenina de nuestro conflicto. Por lo general, la idea del soldado es una cosa muy patriarcal. Cuando yo estaba en la etapa de investigación, leí muchísimas historias, diarios, novelas, fragmentos de material sobre mujeres en la guerra, siendo soldados o víctimas de ese conflicto. Hubo algo en común que encontré: en todas las guerras las que han reconstruido los países han sido las mujeres, bien sea por ausencia de los hombres o porque su capacidad de comunidad es impresionante, ese arquetipo de la madre está presente. Eso reafirmó la idea de que el documental debía contarse desde la mirada femenina.  Me parece importante poder rescatar esa visión, no por una cuestión de géneros ni identificación, sino por destacar esa cualidad que podría ser sanadora en un momento como el que está pasando Colombia. De pronto lo que tenemos que hacer, en lugar de señalarnos, es un trabajo en comunidad, de salir para adelante, de reinventarnos.   ¿El cine tiene una responsabilidad con la construcción de memoria?   Yo veo el deber del cine de manera menos radical. El cine es un gran dispositivo para contar este tipo de cosas y siento que es necesario contar este tipo de cosas, pero creo que deben surgir de manera más orgánica. Cuando la palabra se vuelve deber ya se vuelve difícil, como lo que pasó con el cine durante la unión soviética, que por tantos años representó una posición política. Creo que cuando surge espontáneamente es cuando más valor tiene, porque son realmente las voces de las personas queriendo decir: “esto me está pasando” o “me estoy preguntando por esto”. Va más allá de una posición radical que tenga que ver con lo intelectual. Si hay algo increíble del cine es que su principal función no es intelectual, es emocional. Me ha pasado que al mostrar la película en espacios donde hay gente que sabe de cine es mucho más aburrido que cuando se muestra a la gente. Es impresionante como la cabeza del público vuela y le produce cosas.   «Nosotros estamos haciendo un proyecto con las mujeres de Crepes & Waffles. Cada semana organizamos una proyección de la película y después hay unos talleres, el resultado ha sido increíble porque casi todas esas mujeres llevan una historia que empezó en el campo y luego migró a la ciudad. Las cosas más inteligentes y bonitas me las han dicho ellas. Cuando la cosa se vuelve espontánea la gente recibe y se conmueve. Es un ejercicio de estar desprevenido y sentir algo o hacia donde te puede llevar ese algo».  

Daniela Castro actualmente trabaja en la escritura del guión de su próxima película © MAFE MATERA ¿Por qué quieren con tanto empeño que esta película salga de las ciudades? Es nuestro mayor interés. Antes de que saliera en salas de cine habíamos pensado en una distribución alternativa. Ese fue nuestro objetivo desde el principio, porque de hecho creímos que nunca íbamos a llegar a estrenar en salas. Estamos haciendo una campaña crowdfunding enfocada en llevar la película de manera completamente gratuita través unas maletas que nos inventamos. Son como un toolkit de promoción para que el líder de la comunidad que reciba eso pueda hacer su propio estreno. Incluye todo lo que necesita para armar y promocionar su función. También trae una guía de proyección para que se pueda ver en cualquier lugar, desde en el televisor de una casa hasta en un aula. Por último, cuenta con una guía de discusión sobre el papel de las mujeres en el posconflicto. Esta maleta está hecha para irse tanto a zonas rurales como a espacios urbanos apartados o marginales. Estamos contactando líderes en las comunidades para que ellos sean los encargados de estrenar el documental en las regiones y que la película tenga un alcance más real. Con esta distribución esperamos que de verdad pueda incidir en la sociedad, y llegue a quienes les tocó vivir parte de esta historia. Es tratar de que el cine trascienda las salas de cine. Otro objetivo que teníamos con este proyecto era un poco romper este círculo de indiferencia y lograr entendernos todos, darnos cuenta de que hablamos un mismo idioma y tenemos cosas para compartirnos.   ¿Cómo aportar a la maleta intinerante? La campaña crowdfunding para llevar este documental a las regiones más apartadas del país tiene una meta de 10.000 dólares. La fecha de cierre es el 14 de diciembre, pero aún faltan fondos para que la difusión alternativa de esta película sea una realidad.  Haz clic aquí para aportar al presupuesto de la maleta itinerante para proyectar la película.   

El documental utiliza puestas en escena, conversaciones familiares y material de archivo para contar la historia de Yineth. © CORTESÍA RHAYUELA CINE POR: Laurasofía Polanco | Bogotá @SonrisaDeLima