Por Leidi Leivis Asprilla Carrillo.
3 meses antes
Son las seis de la tarde y las brisas decembrinas de 2022 zarandean los pequeños encajes de aquellas polleras a cuadros. Aunque faltan más de dos meses para que la parafina de las velas hasta chamuscar las falanges de los dedos de las manos y se meneen de lado a lado las caderas en el cumbiódromo de la Vía 40, en el parqueadero del estadio de béisbol Édgar Rentería suena una flauta de millo. El sonido se pierde entre el estruendo de un picó que está enfrente, lleno de gente tomando ‘frías’ para el calor y que de vez en cuando se anima a tirar un pique de champeta.
—Un día que estaban ensayando, un grupo de padres estaban sentados debajo de un árbol de mango, que tenía unas ramas muy bajas. Ellos estaban sentados allí en el bordillo. Uno de esos padres se levantó a darle agua a uno de sus hijos y se golpeó tan fuerte que por allá otro padre gritó bien duro: ¡Erda, ese señor se metió tremendo tanganazo en la cabeza! Y lo escuchó mi abuela. Y dijo: así se va a llamar la cumbiamba—cuenta Deivis, nieto de Ángel Ribaldo y Cecilia Miranda, quienes fundaron hace 83 años la comparsa “El tanganazo”. Desde junio de 2022 empezaron los ensayos para el Carnaval 2023. Aunque llevan años participando en las carnestolendas, la preparación extenuante inicia mucho tiempo antes. Mientras unos celebran pre-carnavales ellos ensayan en las noches para obedecer y “bailar como es”, como ordenó su soberana Natalia De Castro, reina del Carnaval de Barranquilla 2023.
‘Tanganazo’ significa golpe fuerte, como el que da la tambora para marcar al cumbiambero el levante del talón derecho que debe hacer, simulando un poco el grillete que llevaban los esclavos. Ese mismo tanganazo avisa a la mujer el compás del movimiento pendular (nunca circular) de sus caderas, que se amalgaman con su mentón erguido y una actitud elegante, en respuesta al galanteo del hombre. Un baile de conquista, donde las miradas de coqueteo no deben faltar y las sonrisas se abren ampliamente, al igual que lo hacen las polleras al formar la rueda de cumbia.
Estos aspectos son los que tiene en cuenta el jurado del Congo de Oro, el reconocimiento más importante en el Carnaval de Barranquilla. Los grupos folclóricos (también las orquestas) participan por este premio cada año, con el deseo de ganarlo y darle lugar en la repisa de sus sedes, junto a los otros que han obtenido en años anteriores. Un cúmulo de congos, que aunque no son bañados en oro, les recuerda que su trabajo ha sido valioso, han hecho bien la tarea: preservar su tradición.
La calificación para este trofeo se divide en dos etapas: 60% en tarima y 40% en desplazamiento; este último se realiza en la Gran parada de tradición, el Domingo de Carnaval. Todas las comparsas que obtengan una calificación de 490/500 son merecedoras de este trofeo.
Aunque el número de congos varía en cada comparsa, el amor por la tradición es el mismo. Para estos grupos folclóricos ganar o no ganar este premio no sustituye la relevancia de desfilar por las calles de La Arenosa en medio de la “luna” que les regala el cielo brillante de las dos de la tarde y el fogaje del pavimento que emana la vía 40. Sin importar los aplausos y la ovación de sus coterráneos, los hacedores del Carnaval tienen claro que su paso por estas calles es para recordarle a los curramberos lo que fueron, lo que son y lo que sus raíces significan.
—Lo más hermoso del Carnaval es que une saberes, une pueblos, une costumbres, une experiencias. Se pierde todo. Si el que no le hablaba… ¡ñeeeerda, en una recocha se abrazan y están saltando! ¡Se les olvida todo! Es como un desahogo que uno tiene para liberarse de esa vida cotidiana—apunta Deivis.
El legado de muchas comparsas permanece por el amor a sus raíces y a la cultura. La cumbiamba el Tanganazo es dirigida por la tercera generación de la familia Ribaldo. Aunque realmente no es una obligación continuarla, el guapirreo del hijo de Deivis y el bamboleo de su sombrero vueltiao, que persigue el meneo de la cumbiambera Emily, de tan solo ocho años, indica que el legado permanecerá por mucho tiempo. Mientras su padre dirige a las 80 parejas de cumbiamberos, él practica en el semillero junto a otros niños que antes de aprender a caminar ya saben bailar. “Para mí los carnavales son alegría. La cumbia pa’ mí es cultura”, dice el pequeño.
—¡Ay, que güepa, güepa…!
—¡Güepajeee!
—¡Ay que güepa, güepa…!
—¡Güepajeee!
Aunque la música suena demasiado baja, el ensayo continúa. Los gritos de los asistentes del estadio y el guapirreo de la comparsa se confunden con el sonido de la brisa fuerte, que tanto caracteriza a Curramba la bella. Deivis corrige a las parejas de niños que están al frente y les insiste en que deben sonreír. Las niñas deben recordar que la cumbia es “una hembra coqueta, que baila feliz”, como decía el gran maestro Mario Gareña.
Para ganar el Congo de Oro, el jurado también califica el vestuario, los accesorios y los elementos de la manifestación folclórica. Por eso, algunos grupos cambian en ocasiones su vestimenta, realizan ajustes y trabajan minuciosamente en la parafernalia.
“La cumbia es una hembra coqueta, que baila feliz”, decía el gran maestro Mario Gareña.
La elegancia de la cumbia requiere un vestuario que esté a su altura. Detrás de una comparsa bien vestida hay una modista, que desde la madrugada se sienta en la máquina y durante más de 18 horas mantiene su pie en el pedal, como si hiciera un clic que ordena a la máquina la costura de cada centímetro de trapo. Mientras abajo su pie presiona y suelta, arriba sus manos van deslizando la tela por la superficie haciendo un movimiento de abajo hacia arriba. Entretanto, la aguja de metal obedece al pedal y cose la puntada recta. ¡Tacatacatacataca! se oye en el taller.
De 15 a 20 metros de tela se utilizan en la polleras de las mujeres cumbiamberas, pues la amplitud es clave para que el ‘faldeo’ se vea estilizado e imponente. El sol de Barranquilla y los más de tres kilómetros de desfile obligan a las modistas a realizar un vestido que sea cómodo, liviano y fácil de manejar.
La tela escocesa con estampado a cuadros es la protagonista. Es la más demandada y la que toca “corretear” en el centro, preguntando en cada almacén, cuando está agotada. El blanco, rojo y azul, además de ser los colores del equipo tiburón, el favorito de los barranquilleros, también son los más empleados para la pollera de las cumbiamberas. Y para los hombres, casi siempre, el drill naval en color blanco. Las lentejuelas y los encajes con brillos también son elegidos para dar sofisticación y un toque de lujo.
—¿Cuánto tiempo se toma en hacer un solo vestido de cumbiambera?
—Para uno no enredarse: yo corto, marco y mi asistente va a armando. Cuando yo termino el corte de un día yo me siento también en otra máquina a seguir armando para ayudar a la elaboración del vestido del día. Porque nosotros no podemos confundir el vestido de una mujer con otra. Terminamos uno y continuamos con otro. No podemos darnos el lujo de tú coses a fulano y yo a fulano ¡Nooooo! porque se enredan las piezas y se formó el despelote. No podemos darnos el lujo de perder tiempo. Porque todo está encima, no podemos darnos el lujo. Esto es de uno levantarse, sentarse aquí hasta que nos den las 9:00-11:00pm. Levantarse uno y tirarse a la cama, porque termina uno agotado —narra la señora Taimis, quien además de realizar los vestidos de todo un grupo de cumbia, hace otros diseños de Carnaval. Dice que en época de carnavales pone en modo silencio su celular, para que el tiempo le rinda y cumpla con todos los vestuarios que le encargan. Ella “no le para bolas a nadie”. Ella no quiere hacer parte de aquel mito popular de que las modistas no entregan a tiempo. Mientras habla, se apresura porque sabe que el tiempo es como el congo, oro.
Detrás de los colores del Carnaval hay un gran número de personas locales que se hacen su domingo siete con estos cuatros días de fiesta. El vestuario de una cumbiambera puede costar alrededor de un millón de pesos colombianos. Mientras que el de los hombres aproximadamente 300.000 pesos, incluyendo los accesorios como la pañoleta que rodea el cuello y la que va amarrada a la cadera. Costos que cada comparsa asume y que completa a punta de bazares, rifas y en algunos casos con uno que otro patrocinador.
Pasada más de una hora Deivis dice que el ensayo ha finalizado. Mientras los adultos guardan las polleras en bolsas grandes, como las que se usan para mercar, los niños corren por el parqueadero jugando. Aunque se supone que deberían estar cansados por todo el tiempo que han bailado, el guapirreo es reemplazado por gritos y al final, un llanto que suena a lo lejos por alguien que se cayó en el pavimento.
En dos días será una de las cuatro fiestas de los barranquilleros. Por eso este es el último ensayo del 2022. Aunque en el picó de enfrente suena una champeta, en todas las calles de Barranquilla ya se escucha “¡Qué linda la fiesta es un 8 de diciembre…!”
En video: cuatro días de celebración que inician mucho antes
5 horas antes
Han pasado tres de las cuatro fiestas de Barranquilla. 8 de diciembre con las velitas, 14 de diciembre con navidad, 31 de diciembre con año nuevo. Ahora sí empezó la más importante, el Carnaval. Es temprano y hace pocas horas cantó el gallo.
Son las 8:00 am
—Flusflús—suena el aerosol que rocia la piel con pintura de color blanco al hombre que está parado como una estatua. Está a pie descalzo y solo tiene de ropa unos calzoncillos diminutos de color oscuro, entre azul y negro.
—Cierra bien los ojos—dice el joven que le apunta con la pistola de pintura, que está conectada a un cable largo enroscado, como el de los teléfonos antiguos, a una especie de motobomba.
El ‘merecumbé’ empieza cinco horas antes. Mientras en Barranquilla la gente toma, además del trago, varias horas para dormir y pasar el guayabo de la Batalla de flores y la Gran Parada de tradición, en Galapa, ya están despiertos.
—”¡Buenos días!”—dice África con sus ladridos y la agitación insistente de su cola. Un perro labrador que camina entre los que poco a poco van llegando. Él y otro canino negro son los únicos animales reales que hay en este lugar. Aunque las personas que llegan a este taller lo hacen para ser, por varias horas, parte de su reino, luego de entrar a una ducha con agua y jabón, vuelven a su especie, a ser humanos.
En 1970, en pleno Carnaval de Barranquilla, apareció una comparsa con 49 máscaras inusitadas. No estaban el famoso “torito”, ni el burro o el elefante, que eran la fauna tradicional en estas fiestas. Con un montón de plumas, un arcoíris de colores y una puesta en escena innovadora, donde los rugidos y los felinos son protagonistas, nació la comparsa Selva Africana. La firma del artista de todo este invento es José Francisco Llanos Ojeda, quien a sus 78 años ya entregó el legado a sus hijos.
—Soy artesano de toda la vida. Aparte de ser artesano a través de las máscaras quise llegar al Carnaval de Barranquilla con algo distinto y por eso me fui imaginariamente al África y fabriqué todas las máscaras de la fauna. El elefante, el hipopótamo, la cebra…A parte de eso le incluí indios con el fin de personalizar las tribus africanas, porque el animal tiene mucha importancia en las tribus. Eso fue lo que yo hice para hacer una puesta en escena diferente. Ver a un grupo distintos a un cumbiambero, a un congo. Todas las miradas se acapararon. Yo quería llegar con algo diferente, que la gente dijera ¿quejesto? Y eso impactó mucho—dice el señor José. Los pliegues alrededor de sus ojos denotan la experiencia que tiene y el conocimiento que los años le han concedido. Sus huellas dactilares están impregnadas en miles de máscaras del Carnaval. Van por ahí bailando a diferentes ritmos, en el cuerpo de otras comparsas. Fue rey momo en el 2013, así que se ha gozado el Carnaval desde diferentes zapatos.
Yo quería llegar con algo diferente, que la gente dijera ¿quejesto?
El hombre frunce el ceño, apretando fuerte los ojos para que el pintor haga bien su trabajo. El aerosol baja por los hombros, el torso y continúa por las piernas, finalizando en los pies. Debajo de ellos, hay salpicaduras de pintura vieja, que se ven un poco borrosas por el paso de los años. Todo el piso del taller es así. Frascos con pinceles de diferentes tamaños, un recipiente grande de plástico lleno de pinturas en el suelo, repisas llenas de utensilios y máscaras por doquier.
Por cada ½ tarro de 250 ml de pintura al frío acrílica 10 personas son pintadas de un color. Primero blanco. Esperan 10 minutos. Luego amarillo. Esperan 10 minutos. Y finalmente naranja.
Como dice el dicho antiguo que “hijo de tigre sale pintao” Luis Demetrio, hijo de José Llanos, es quien realiza el toque final de la obra trazando las rayas negras del tigre en cada bailarín. Lo hace a mano con un pincel, que va sumergiendo en un vasito de plástico lleno de vinilo acrílico, que mezcla poco a poco con agua.
Luis recibió el legado de su padre y junto a su hermano lideran el taller de Selva Africana, donde fabrican las máscaras no solo de su comparsa sino para otros grupos y todo tipo de clientes, como los reyes del Carnaval infantil, quienes desfilaron el día anterior con una macro figura diseñada por él, donde se sentaban como si estuvieran en un trono real.
Son las 10:00am
—Ahora sí ¿quién falta por tocado?—dice en voz alta Karen, la esposa de Luis.
Entre el bullicio, no se escucha una respuesta de las cerca de 40 personas que se están acicalando. Mientras algunas niñas pequeñas graban tik toks, las más grandes se peinan. Un pelo postizo que se convierte en una trenza de más de un metro, que toca las pantorrillas de la joven, tonificadas por el baile, y que está a pocos centímetros de tocar el suelo. La otra bailarina, que ayuda a peinarla, finaliza el proceso aplicando gel en toda la trenza para que las hebras de cabello sean prisioneras mientras ella es libre bailando al ritmo de las tamboras.
Mientras, otra de ellas ya está lista y aprovecha el tiempo para recargar una botella de agua que, aunque su color café puede aparentar que tiene guarapo (agua panela), realmente tiene whisky. Esa es la bebida energética para soportar el calor y las horas de desfile.
—¡Luis Demetrio, ¿qué haces allá corriendo allá afuera? ¡Venga a maquillarse!—grita Karen a su hijo, “el príncipe heredero de la selva africana”, un pequeño que tiene la misma cara de su padre, y que también va delante junto a él en el desfile.
Selva Africana tiene más de 18 congos de oro. Al igual que otras comparsas los ensayos inician mucho antes del Carnaval. Desde septiembre del 2022 se están preparando para rugir en el 2023. Luego de participar en la batalla de flores, la gran parada de comparsas, también conocido como “desfile de fantasías”, es su última aparición en el Carnaval de Barranquilla, pues en Galapa el ‘martes de conquista’ cuenta con su presentación.
—¡Todo el que esté listo se monta el bus ya!— grita Luis, mientras termina de pintar a su esposa y a su hijo.
El taller de Selva Africana es muy popular. Además de exreinas del Carnaval de Barranquilla, personalidades importantes y hacedores del Carnaval, la primera dama Verónica Alcócer, también visitó el lugar. Cualquiera que quiera comprar o alquilar una máscara sabe llegar, pues no pasan inadvertidas las dos cabezas de cebras y la de una jirafa mediana que están en la fachada de la casa, vigilando a todo aquel que desee entrar.
Son las 11:55 am y sale el primer bus. Apeñuscados entre máscaras, colmillos, escarcha y los instrumentos del grupo que tocará para ellos en el desfile, se van la mayoría de los bailarines. Delante, como copiloto va el patriarca, el señor José, liderando a la manada y apurando a todos, pues deben estar a tiempo en el lugar donde citan a las comparsas, en Siape.
En el taller terminan de alistarse Luis y su familia. El bus que llegará pronto los transportará a ellos y a los integrantes que faltan. La vía 40 los espera.
Aunque la festividad de Galapa es al día siguiente, el “martes de conquista”, a pocas cuadras del taller de Selva Africana unos ancianos se preparan para desfilar por el municipio, haciendo su propio Carnaval. El Congo Grande de Galapa sale por las calles a celebrar su lunes de Carnaval. No quieren perder la tradición de visitar a los padrinos, aquellas personas que les dan un billete, ya sea verde, o de otro color, para guardarlo en su bolsillo.
Desde el 17 de enero de 1885 este grupo de congos ha mantenido la tradición familiar.
—¡A la juventud le da pena ponerse un vestido de congo, a mí me da orgullo!—dice uno de ellos, quien lleva muchos años participando de la danza.
—Venga pa’ ponerle los cachetes rojos—dice Elías Martínez, quien los lidera. Vierte el contenido de un tarro pequeño de vinilo rojo en un vasito de plástico, agregando un poco de agua. Revuelve y pinta un círculo rojo relleno en cada cachete del congo que hace fila para pintarse. Lo hace con cuidado, rellenando los pliegues que forman las arrugas en la piel, aquellas donde se ve marcada la línea del tiempo, de los años y de las tantas veces que han desfilado por la Vía 40 dando gritos de guerra ¡jeee!
Mientras esperan a que todos estén listos, pues algunos están cansados del trote de la Batalla de flores, José Antonio Gómez, tío de Elías, quien tiene 74 años, tiene una botella de guaro en la mano y sirve paulatinamente en un vasito de shot a uno de sus compañero. Luego, hace un gesto con su mando convocando a los demás para que reciban su líquido.
¡A la juventud le da pena ponerse un vestido de congo, a mí me da orgullo!
Son 69 personas y el más anciano tiene 87 años. Los 16 congos de oro que llenan casi toda la mesa del comedor, indican que no es la primera vez que participan en el Carnaval. Junto a los trofeos, ubican algunos de los machetes que van a utilizar en la danza, una de las más antiguas del Carnaval de Barranquilla, la cual está inspirada en los guerreros africanos.
Congo grande de galapa: Fundado en 1885, 16 congos de oro, 69 miembros
Sin importar si llegan todos, el Congo grande de Galapa sale a bailar por las calles de su municipio. La danza no puede morir, pues la tradición es la que los mantiene vivos. Las señoras están listas con sus polleras cortas y su tocado de flores que decoran sus cabezas. La mayoría, llena de hebras blancas, que como muchos dicen “son de sabiduría”.
La danza no puede morir, pues la tradición es la que los mantiene vivos
Los congos toman aquel sombrero con cola larga que hace que cualquiera los identifique. Algunos finalizan la preparación aplicando labial rojo, otros no
Mientras ellos desfilan por las calles de Galapa, a media hora, en Barranquilla, Selva Africana y más de 200 comparsas esperan a que empiece el desfile de fantasía.
Es medio día y las sillas que están ubicadas en los mini palcos están casi llenas. Mientras esperan a que llegue la una de la tarde, inicio del desfile según la programación oficial, algunos aprovechan para comerse un chuzo, pues es hora de almuerzo. También hay patacón de guineo verde a solo 1.000 pesos, arepas de huevo o una picada de butifarra y chorizo por solo 3.000 pesos.
En cada esquina hay un vendedor ofreciendo su producto. En caso de requerir un baño, en más de un rincón hay uno improvisado, con un par de cartones y un letrero escrito con marcador negro que dice: baño a $1.000 pesos. Es al aire libre, cerca de la naturaleza, donde hay un montoncito de tierra o de unas cuantas hierbas que son rociadas por algo que precisamente no es agua.
También, en muchas calles, las familias aprovechan para emprender y ganarse unos cuantos pesos. Se ven en las ventanas de las casas letreros anunciando venta de cerveza, de sancocho y servicio de baño.
No faltan los vendedores que desfilan junto a las comparsas con una cava guindada en el hombro y un brazo alzado con diferentes tipos de cerveza. Las mismas que recogen del suelo unos niños, que caminan con un saco de pita. Aplastan con el pie y la meten en el saco. Sus chancletas desgastadas denotan que el camino ha sido largo y que no han tomado un baño. Van solos, sin un adulto que los acompañe.
El desfile inicia con el carro de bomberos en la delantera. Las sirenas anuncian que el evento ha empezado y que las comparsas deben empezar a mover los pies. Una temperatura de 30 grados centígrados ilumina la pedrería de aquellos vestuarios que poco cubren el cuerpo. Casi todos los bailarines llevan un tocado lleno de piedras, plumas y colores que se destacan aún más por el brillo del sol. Tacones, botas, mallas y transparencias desfilan por la Vía 40. Delante de cada grupo va un camión que les pone el sonido. Unos champeta, otros samba y hasta ranchera.
Después de más de cinco horas de desfile se intensifican los gritos de las personas, esta vez, no están en sillas, sino apoyados en la baranda que les impide abrazar a su reina Natalia De Castro.
—¡Natalia, una foto, una foto!—grita una madre que intenta meter a su hijo, volándose la baranda.
—¡Reinaaaaaaaaaaaaaaaaa!—grita otra joven.
La reina de los carnavaleros mueve sus manos saludando a los niños que intentan pasar entre las barandas de las vallas. Mientras baila, en tacones de más de 10 centímetros, las alas de su vestido de mariposa se mueven. El vestuario fue diseñado por Alfredo Barraza, quien ha sido el creador de gran parte de su ajuar, como el vestido de la coronación.
—Me gusta sorprender a las reinas con un tema que yo propongo. Este vestuario es un homenaje a la mariposa monarca, la que es amarilla con negro y naranja—cuenta el diseñador.
La sonrisa de Natalia no deja ver si al menos está un poco cansada. Sus años de experiencia como bailarina profesional demuestran que está más preparada que un yogurt. No da un paso en falso, ni siquiera por aquellas piedras pequeñas que se camuflan en algunas calles. Saluda, se toma una foto e intenta dar varios pasos, pues el tumulto de la gente a su lado derecho le exige un saludo real.
A su izquierda, se ven a lo lejos varios brazos saludando, que se pierden en la distancia. Desde pequeñas ventanas se alcanzan a ver los prisioneros de la cárcel La Modelo, quienes también celebran el Carnaval observando lo que pueden del desfile a través de los barrotes.
Faltan diez minutos para las seis de la tarde y el sol se despide de aquellos bailarines que han terminado el desfile. Ellos se sientan en el suelo de la calle a descansar por un momento.
Las cavas de agua para la hidratación de los grupos están vacías. Las marimondas están sentadas sin dar brincos y las polleras de las cumbiamberas se arrastran en el pavimento.
El puente de la avenida Murillo es el camino que les indica a las comparsas que el día acabó. Al otro lado, el tráfico es complicado, pues los buses de los grupos están parqueados esperándolos. Algunos regresan a su casa en Barranquilla, otros toman carretera para otras ciudades como Arjona, Cereté, entre otros lugares donde ha llegado el Carnaval..
Mientras los bailarines de las comparsas se van a sus casas a descansar, al pie del puente otros bailarines se quedan para continuar el Carnaval. El picó ‘El nuevo Marrugo’, suena, como dicen " a todo timbal” en Agosalsa, un estadero que ha celebrado cinco carnavales.
Adentro hay varias personas sentadas tomándose una cerveza amarilla, de las que más se ven en Barranquilla. En la terraza es donde la gente llega a gozar. Llegan varias marimondas que se destacan entre una multitud de extranjeros, que pueden identificarse fácilmente por el tono de su piel, su estatura y la forma en la que bailan.
—¡Permiso, permiso, permiso! —Se escucha un ruido.
Un policía abre con sus manos una especie de camino real, pues ha llegado la reina. El dj confirma su entrada con aquella canción que se ha escuchado más de mil veces en este Carnaval y quien no la conoce realmente no lo ha vivido ni tampoco lo ha gozado… ¡Báilalo como es, ven báilalo como es…!
—¡Y que la reina se tire un pique, se tire un pique… Carnaval pa’ aquí, Carnaval pa’ allá. Yo me tiro por aquí, yo me tiro por allá…!
Mientras el policía intenta con las dos manos dar espacio para que Natalia De Castro se tire el pique de champeta, un hombre en muletas se cuela. El hombre lanza las muletas al suelo y empieza a bailar en un solo pie; los aplausos y el desorden de la gente lo motivan a bailar; y aún más cuando recibe el abrazo de la reina.
—¡Carnaval pa aquí, Carnaval pa allá.. yo me tiro por aquí, yo me tiro por allá…!—gritan todos, siguiéndole el paso a la reina. Brazos a la derecha, luego brazos hacia la izquierda. Cualquiera que esté en el Carnaval conoce esta pequeña coreografía.
¡Carnaval pa aquí, carnaval pa allá... yo me tiro por aquí, yo me tiro por allá…!
Son las 7:00pm y la reina se va para visitar otros lugares. Aunque la soberana se ha ido, quienes quedan le obedecen, pues se gozan el Carnaval “como es”. Y como lo que ordena la reina “eso va, eso es”, el desorden se convierte en un trencito, vuela la espuma y la maizena, con ayuda de la brisa de la noche.
A las 10:00pm la recocha apenas empieza. Suena un merengue clásico, de esos que mágicamente levantan los pies y no dejan a nadie sentado. El vendedor de cerveza agarra su mujer y bailan, imaginariamente, en una baldosa. ‘Amacizaos’, justo al lado de la cava, pendientes a cualquier cliente que se acerque para no perder la venta.
—¡Ojo, que la cerveza es a 3.500!—dice el Dj, luego de parar la música y advertirle, especialmente a los extranjeros, que no se dejen “partir la cabeza”, como dicen los barranquilleros.
Huele a chuzo, a butifarra y a deditos de queso, muy pequeñitos, que son a solo 250 pesos. Huele a mango biche bien ácido, con sal y limón. También huele a azufre. Huele a muerte. Aunque mañana hay un entierro, todos saben que el muerto apenas morirá hoy a la medianoche, junto a ellos.
353 días antes
—¡Me arrecostaste la teta en el hombro!—dice Bazurto, un hombre que también tiene tetas. Dos globos pequeños de diferentes colores que puso encima de cada una de sus tetillas para lucir como una mujer.
Alberto Cáceres, conocido como Bazurto, es una de las miles de viudas que dejó Joselito. Desde las 10:00am llegó a la sede de las Marimondas del Barrio Abajo, las que fundó el difunto Paragüitas, para convertirse en Clara Chía, a quien interpretará en el concurso “Joselito se va con las cenizas”, luego de llorar un buen rato a su expareja o como dicen algunos…quien fue su ‘vacile’.
—Somos las mujeres que dejó Joselito. Nos preñó, no nos dejó la plata de la comida, no nos dejó la plata del arriendo…Entonces vamos a llorar a Joselito y a parte a reclamarle que ¿dónde está la plata?
De este famoso difunto poco se sabe realmente quién fue. Solo se sabe que fue un hombre borracho que, según cuenta la gente, murió de tanto tomar trago en pleno Carnaval de Barranquilla. Con su muerte, aparecieron muchas viudas, que afirman haber estado con él, ya sea en una relación estable o en un “polvo carnavalero”.
—Sucede que eso era de las cosas que más se celebraban en los barrios populares. Los vecinos se vestían de Joselito, construían un muñeco como de año viejo e iban las viudas detrás del cajón llorando a moco tendido porque se había muerto Joselito. Y entonces iba un cura que iba desacralizando al judeo cristianismo. Entonces daba la bendición y también daba una señal obscena. Entonces se integraban todos los muchachos e iban de puerta en puerta y les daban dinero para tomar licor—explica Harold Ballesteros, investigador y experto del Carnaval de Barranquilla.
Los vecinos se vestían de Joselito, construían un muñeco como de año viejo e iban las viudas detrás del cajón llorando a moco tendido porque se había muerto Joselito.
Pelucas de colores brillantes, escarcha y sombras brillantes decoran el rostro triste de cada viuda. La prenda de vestir más común para este outfit es un vestido o una falda negra.
Las bombas son las prótesis mamarias y las que simulan las nalgas. Las medias veladas ayudan a disimular las piernas masculinas y las sombras a maquillar las facciones varoniles.
—¡Ajo, mamaaaaa!—grita una mujer “real” a una viuda, sorprendida por lo arreglada que está y el maquillaje profesional que destaca en su mirada. La viuda posa con gracia con tacones negros bien altos. Entre sus “tetas”, hay un fajo de billetes falsos, al igual que sus senos. Lleva un bolsito negro con lentejuelas en su mano y una peluca roja corta que no le llega ni a los hombros.
Mientras algunos terminan de arreglar las nalgas agregando o sacando un poco de aire del látex, los demás practican la parodia que realizarán al finalizar el desfile. Esta comparsa hará una puesta en escena donde estarán Clara Chía, Shakira y Joselito. Todo un show atemporal e internacional.
—Las marimondas siempre hemos hecho la parodia. Cada año le cambiamos el nombre, este año es “Las facturonas”— cuenta Patricia Gómez, directora de las marimondas del barrio abajo. Además de acumular congos de oro con una de las comparsas más antiguas del Carnaval, también participan por el congo de oro de “Joselito va con las cenizas”. Las marimondas no solo dan brincos, sino que también lloran. Mejor dicho, como dicen ellas, “no lloran, facturan”.
El último día del Carnaval de Barranquilla es con un desfile de bordillo. No hay vallas en gran parte del desfile. La gente está sentada en el andén esperando a que todas las mujeres que dejó Joselito desfilen, mientras reclaman a todos lo que se encuentren la plata que el difunto no les dejó y los recibos que no pagó.
—Mira ¿y de casualidad no quedaste embarazada?—pregunta alguien del público a una viuda.
Cada comparsa tiene su Joselito. Uno va en una carretilla cubierto de maicena y con una botella de guaro en la mano. Entre las viudas se ve una con músculos pronunciados, que lleva un top diminuto dorado con negro, que apenas intenta cubrir las tetillas de aquella “mujer”.
Un cura con un rosario gigante y una monja van bendiciendo a Joselito. La muerte no puede faltar y desfila por las calles buscando a quien llevarse con su bastón largo y gancho puntiagudo. Se acerca entre la multitud y asusta a varios pequeños que antes se reían presionando el aerosol para echarle espuma a quien tenían al lado. Ahora, se corren disimuladamente buscando a sus padres.
—¡No, no, no me maten, déjenme gozar, mátenme si quieren después de Carnaval!—canta un grupo de millo al son de la guacharaca.
El desfile finaliza en la Casa del Carnaval. Frente a un jurado, los grupos realizan su dramatización, donde la creatividad y la puesta en escena es calificable. Aparece la muerte y Joselito. Detrás, unas mujeres embarazadas reclamando la plata para cuidar a los “niños pipones y lombricientos” que dejó el difunto.
Son las seis de la tarde y las brisas de enero de 2023 zarandean las plumas negras del vestido largo que lleva la gran viuda, la reina Natalia De Castro. Después de llorar al difunto por todo el desfile, sonríe y saluda a todos los que asistieron al velorio, moviendo sus caderas al ritmo del grupo de millo.
—¡Se sobró, Natalia se sobró!
—¡Se sobró, Natalia se sobró!
—¡Se sobró, Natalia se sobró!
Los gritos de la gente le confirman a la soberana que su reinado ha finalizado. Aunque faltan 353 días para el próximo Carnaval, se vuelve a escuchar una flauta de millo, que se pierde entre el llanto de los que sufren por el muerto y los que gritan de emoción por las fechas anunciadas de las carnestolendas del otro año.
El sol se pone encima de la Casa del Carnaval y se esconde poco a poco, dándole la bienvenida a una noche fresca. El Carnaval ha terminado, mas no la recocha y la gozadera. Todos lo saben: oficialmente inician los pre-carnavales.
El estruendo de un picó llena las calles de Barrio Abajo. En una casa, calientan una olla grande llena de sancocho para pasar el guayabo (físico y moral) y suenan los golpes de un manduco partiendo una bolsa de hielo para volver a llenar la cavas de las ‘frías’ para el calor. La tristeza se entierra con Joselito y en la ciudad se empieza a gozar nuevamente… ¡Como es…!