SEMANA: En estos 38 años, el país ha cambiado. Los indicadores de la última década muestran progreso, una estructura empresarial más fuerte, mayor competitividad. Pero lo siguen atormentando los flagelos de la corrupción y la violencia. Ahora, además, está la crisis por la pandemia. ¿Cómo ven al país hoy?

MAURICIO CÁRDENAS: Colombia ha avanzado mucho en los últimos 20 años. Hay un punto de quiebre alrededor del año 2000 después de una crisis muy profunda que tuvimos entre 1998 y 1999, y de ahí en adelante ha habido un progreso particularmente continuo que queda interrumpido por esta crisis de la covid-19. Las cosas de aquí en adelante no van a ser iguales a lo que fueron en los últimos 20 años, quizás las mejores dos décadas que hemos tenido en muchísimo tiempo. Cuando nació SEMANA, la sociedad colombiana estaba teniendo otro punto de quiebre: la entrada en escena del narcotráfico a gran escala en nuestro país. Así que el nacimiento de SEMANA y su celebración de las 2.000 ediciones están asociados a puntos de quiebre en la historia de Colombia. Las secuelas que quedarán de la crisis que estamos viviendo hoy van a definir las elecciones de 2022. FRANCISCO GUTIÉRREZ: Hay que separar la visión de corto y de mediano plazo. En el corto plazo, realmente, el país está metido en un hueco tremendo: volvieron las masacres, creo que volvimos a otro ciclo de conflicto armado y noto un deterioro democrático serio. Por otra parte, la pandemia tendrá unos efectos tremendos sobre la solidez de la economía colombiana. La mirada a mediano plazo es un poco más compleja, el país tiene retos muy fuertes, sí ha mejorado, pero eso es un consuelo de bobos que se inventó un filósofo que aquí siguen con gran entusiasmo: Steven Pinker. Él dice que estamos en una situación de progreso irresistible, permanente; pero eso realmente nos es muy importante, a la gente lo que le interesa son las posiciones relativas, porque, obviamente, sigue habiendo desarrollo. La pregunta es cuáles son los cambios que Colombia necesita para mejorar su posición relativa con respecto a todo el mundo. 

SEMANA: Las regiones se convirtieron en nuevos epicentros de desarrollo. ¿Qué tan significativas serán para impulsar la reactivación del país por la pandemia? CECILIA LÓPEZ: Este es un país de regiones, que ha sido demasiado centralista y no ha logrado descentralizar el desarrollo. Es importante que empiecen a surgir liderazgos regionales, pero tengo una preocupación muy grande y es que algunos de estos liderazgos son muy corruptos. M.C.: El país se ha descentralizado en lo político, pero no en lo económico. No hay ninguna región que tenga capacidad en este momento de hacer una megaobra, un gran proyecto de inversión sin el concurso del Gobierno nacional. Incluso a Bogotá, la ciudad más importante, la que tiene más recursos y recauda más impuestos propios, no le alcanzan los recursos para sus inversiones. Y, si eso pasa en la capital, cómo será en las demás regiones del país. Los líderes políticos que seguramente tendrán un protagonismo en el manejo de la pospandemia van a venir de las regiones, y los grandes acuerdos políticos tendrán que ser construidos con ellos; pero los recursos para la reconstrucción del país y la reactivación económica seguirán dependiendo, prioritariamente, del centro de Bogotá. F.G.: Una cosa muy importante es distinguir los gobernantes subnacionales, que tienen margen de maniobra, de los que no la tienen. Por ejemplo, ciudades como Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla tienen margen de maniobra, mientras que en municipios muy pequeños, muy pobres y muy castigados por la violencia a duras penas el alcalde está luchando para que no lo maten. Así que hay que pensar en dos esquemas: el desarrollo de las capacidades de las unidades territoriales existentes que puedan tenerlas, y la promoción de distintas formas asociativas. 

SEMANA: Las brechas entre el país rural y el país urbano se mantienen. ¿De qué manera acortar ese abismo entre las dos Colombias? M.c.: El país como un todo ha mejorado. Pero las diferencias entre el país urbano y el rural se han amplificado. Las zonas rurales se quedaron con los grandes problemas de Colombia: el conflicto y las economías ilegales, como la minería y el narcotráfico, y esto explica por qué se ha mantenido una fuerte migración del campo a la ciudad. Por otro lado, el Estado ha hecho mucha más presencia en las ciudades, con educación, salud y acceso a la tecnología, y las zonas rurales quedaron muy rezagadas. Entonces, Colombia es un país que avanza sin resolver el problema de la desigualdad entre el campo y la ciudad. El acuerdo de paz es un paso muy importante para crear esa conciencia y la necesidad de invertir más en las zonas rurales, pero, si uno mira las agendas de gobierno, las personas que se dedican a estos temas parecen más bien actores que van contra la corriente de la forma de funcionar del Estado. F.G.: La pregunta crucial es por qué no ha estado presente ese sistema de incentivos que llevaría a la dotación de bienes públicos mínimos, básicos, a las regiones, un tema que obviamente la covid-19 ha puesto muy de presente. El problema no es solo la falta de presencia del Estado, sino la presencia negativa. La construcción del Estado colombiano, sobre todo, a medida que se va expandiendo la frontera agrícola, ha sido extraordinariamente violenta. C.L.: En general, la brecha rural-urbana es tal vez la más grande que tenemos en el país, y algo que se creyó era positivo se volvió un karma: la reforma rural del punto uno del acuerdo firmado en La Habana. A este Gobierno se le entregó un esfuerzo muy grande: la misión de transformación del campo con una agenda y una estructura institucional; pero, como ha habido un rechazo a todo lo que tiene que ver con la paz, se continuó con el abandono del sector rural. Por la pandemia, sin embargo, se está dando un fenómeno que no es lo suficientemente valorado: gracias a la actividad de la pequeña producción campesina rural, Colombia ha tenido una oferta de alimentos impresionante y es en las zonas urbanas donde la emergencia pasa por su peor momento. Pero se puede perder este esfuerzo, porque estamos llegando a un momento en que hay pérdida de cosechas en el sector rural y hambre en las ciudades. Una contradicción inaudita y lo mínimo que debería pasar es que el Estado mire a este sector campesino que está jugando en la pandemia un papel crucial. 

SEMANA: El fantasma del narcotráfico sigue vigente. ¿Será posible algún día liberarnos de este flagelo? M.C.: Hemos enfocado el narcotráfico, en buena parte influenciados por la visión de Estados Unidos, como una lucha contra las cabezas. Primero fueron los carteles de Medellín y de Cali, después los microcarteles de las bandas criminales, las Farc, etcétera. El narcotráfico es un monstruo que cambia de cabeza con mucha facilidad, y se puede acabar con una de las cabezas, pero surgen otras. Tenemos que pensar en ir a las raíces del problema, es decir, a sus pies, y ese enfoque significa buscar que los miles de colombianos que se dedican a esta organización en la base, a cultivar, cosechar y procesar, puedan realmente encontrar actividades alternativas más atractivas y más rentables: programas de sustitución con desarrollo integral que les permitan vivir en condiciones mejores, con mayor presencia del Estado. C.L.: Mientras los cultivadores de coca estén por fuera de la frontera agrícola, solo tengan a los narcotraficantes para que los financien, vivan en regiones donde el Estado no tiene presencia, no ha llegado para ofrecer alternativas, y ellos sigan alejados del mercado, vamos a seguir teniendo este problema. SEMANA: ¿Se sienten optimistas frente al futuro de Colombia? F.G.: Si Colombia no hace unas tareas fundamentales, no aprende a desarrollar formas de gobierno más civilizadas y con más destrezas y, simplemente, sigue con su práctica de solucionar los problemas en los que el establecimiento cree que son los márgenes, podemos estrellarnos. C.L.: Soy optimista. Creo que Colombia es un país que ha sufrido mucho, pero que, a pesar de todos los conflictos, ha avanzado, y hoy hay la oportunidad de buscarle un nuevo horizonte al desarrollo. Tenemos que dejarles un mejor futuro a las próximas generaciones, encontrar ese liderazgo político y empresarial que nos ayude a avanzar hacia un modelo de desarrollo mucho más incluyente y solidario. M.C.: El país siempre ha optado por el camino difícil, somos un país de arrieros, un país que se esfuerza; entonces, espero que se adelante con ese mismo espíritu la ruta que necesitamos para que de esta crisis salgamos bien.