SEMANA: Usted ha dirigido SEMANA por casi 20 años. ¿Qué ha representado esa labor periodística para usted? ALEJANDRO SANTOS RUBINO: Ha sido un privilegio y un gran reto. Un privilegio porque ha sido una manera única de palpar y entender las distintas realidades del país: la de las lógicas del poder, la de las distintas violencias que se entrecruzan y retroalimentan, la del drama de las víctimas que necesitan una voz, o la de las historias maravillosas de miles de colombianos que no desfallecen y salen adelante a pesar de las dificultades. Y ha sido un gran reto porque informar en un país tan convulsionado no es fácil. Tratamos de explicar una realidad que es difícil de entender, hacemos grandes denuncias pese a los riesgos y amenazas, y tratamos de no perder el espíritu crítico. Si a esto le sumamos la polarización política, la posverdad y las pasiones y el odio que circulan en las redes sociales, pues el reto es aún mayor. SEMANA: El primer número de SEMANA fue un informe sobre el terrorismo. Cuando usted llegó a la revista vivíamos una de las épocas más duras de la violencia, y hoy, cuando la revista llega a la edición 2.000, las masacres están a la orden del día. ¿Será que Colombia está condenada a vivir un espiral eterna de violencia? A.S.: Es increíble y también lamentable ver cómo la historia de Colombia se recicla. Cambian los protagonistas, muta la violencia y se prometen transformaciones, pero los flagelos y los problemas estructurales siguen ahí, estáticos. El narcotráfico, las guerrillas, las fuerzas oscuras, la corrupción política, la desigualdad social, las masacres... La violencia ha sido, parodiando a Engels, la partera de nuestra historia, y no hemos podido superarla. Pero a pesar de tener una historia donde ha corrido tanta sangre, hay que reconocer que nuestro país siempre evoluciona. Nuestra capacidad para superar la adversidad y la resiliencia de los colombianos son admirables. Hay que ver lo que era Colombia en los años ochenta o noventa, y lo que es hoy. En cobertura de salud, educación o servicios públicos, en el tamaño de su economía, en la lucha contra la pobreza, en el fortalecimiento de su clase media, o en la lucha de los derechos de las minorías. En fin, no podemos resignarnos a ser un país condenado a la violencia. Los avances que ha hecho la sociedad en las últimas décadas algún día tendrán que llegar a la política para que las cosas cambien de verdad. Ahí está el gran cuello de botella de la transformación de Colombia. SEMANA: Al analizar la historia de Colombia de los últimos tiempos, por lo general hay dos interpretaciones: la negativa y la positiva. ¿Usted a cuál adhiere? A.S.: A ninguna de las dos. La historia no es ni negativa ni positiva. Esa visión maniqueísta es engañosa. La historia es producto de un contexto y de unos procesos cuya interpretación depende del ángulo o ideología desde donde se miren. La lucha contra las drogas, la fumigación aérea, el desarrollo sostenible o la implementación de la paz tienen distintas maneras de resolverse. Para unos con más mano dura, para otros con más diálogo. El problema es que hemos sido incapaces de llegar a ciertos consensos o acuerdos mínimos para darle legitimidad y fuerza a las grandes decisiones del país. Y creo que la política en Colombia no ha estado a la altura de su sociedad, y que la sociedad ha sido incapaz de reformar la política.

SEMANA: ¿Está la democracia en crisis? Y si lo está, ¿cómo salimos del atolladero? A.S.: La democracia está en crisis, pero no solo en Colombia, en el mundo. La democracia no ha podido resolver los grandes problemas de la sociedad, en especial de su clase media, y por eso está contra las cuerdas. Las caricaturas de Trump, Johnson o Bolsonaro, con sus fake news o insultos, son solo la expresión más patética de una sociedad desencantada. Una rabia que es exacerbada por unas redes sociales cuyos algoritmos premian las mentiras, las pasiones, los extremismos, los likes y los egos. En este nuevo mundo la razón está arrinconada, el contexto no interesa, y la información quedó desterrada por la opinión. Ese es el hábitat de los populistas, que lo han aprovechado muy bien para llegar al poder. Es increíble, casi surrealista, ver la degradación del debate político de Estados Unidos, la democracia supuestamente más fuerte del mundo. Nunca imaginamos ver algo así, tan tropical, en la primera potencia del mundo. Frente a este panorama global, veo que en Colombia a pesar de nuestros problemas hemos construido con sangre unas instituciones que son imperfectas, pero que hoy tenemos que valorar. SEMANA: ¿Qué tan amenazado se encuentra el periodismo por los poderes políticos en la actualidad? A.S.: El buen periodismo siempre ha sido incómodo para el poder político. Pero diría que el periodismo más amenazado en Colombia es el de las regiones. El 90 por ciento de los más de 140 periodistas asesinados en Colombia en los últimos 40 años son de los territorios. Mártires que dieron su vida por la verdad. Ellos son los héroes de nuestro oficio. En varias regiones la corrupción política y las alianzas con la mafia y los grupos ilegales son un cañón en la sien de muchos periodistas. Ahora, en los medios grandes, la gran amenaza no es tanto política sino económica. La caída de la pauta y la disrupción tecnológica tienen a muchos medios en serios problemas. SEMANA: Se habla de que el periodismo, o por lo menos el periodismo de los grandes medios, perdió su independencia, ¿qué opina? A.S.: A mí no me gusta generalizar. En los medios hay de todo. Hay grandes medios que lo hacen muy bien y otros regular. Más allá de la concentración de la información, que ha sido una tendencia mundial, veo que el gran problema hoy es que la calidad del periodismo se ha deteriorado, porque el modelo de negocio de los medios está amenazado. Hay menos recursos para corresponsales, grandes firmas o periodistas de investigación. Para hacer buen periodismo se necesita tiempo y plata. Y en el mundo digital cada vez hay menos de los dos. SEMANA: Política e ideológicamente, ¿cómo se define? A.S.: Soy de filosofía liberal y me siento bien en el centro.

Alejandro Santos Rubino, director de SEMANA SEMANA: Ahora vemos un periodismo militante en todas las orillas ideológicas que le gusta al público. Uno ve que entre más virulento sea un periodista, más seguidores y rating tiene, en cambio los análisis serenos condenan al periodista al ostracismo. ¿Es posible hacer un periodismo libre de pasiones políticas e ideológicas? A.S.: El mundo digital, en particular el de las redes, premia los radicalismos, la militancia, los insultos y la confrontación. Y muchos periodistas han capitalizado eso. Por estrategia o por ego. Y seguramente han sumado muchos seguidores. El reto para los demás es solo uno: hacer buen periodismo. Yo sé, es más fácil insultar desde un escritorio, a un clic, que hacer un reportaje sobre las víctimas de una masacre en Nariño. Pero ese reportaje, si está bien hecho, siempre tendrá más influencia y alcance que una opinión apasionada de 140 caracteres. Uno no escribe para que unas barras bravas le alimenten a uno la vanidad; uno escribe para informar mejor a un país. SEMANA: ¿Cómo ha afectado las redes sociales al periodismo? A.S.: De muchas formas. La positiva es que permite nuevas posibilidades de narrar historias. Hay nuevos formatos en video que tienen gran impacto y requieren mucha creatividad. Y esas posibilidades abren nuevos horizontes para la comunicación y el periodismo. Aunque también las redes tienen su lado oscuro. Los algoritmos privilegian las falsas noticias, refuerzan los prejuicios, compartimentan las creencias, etcétera... y eso ha empobrecido el debate y el periodismo. SEMANA: Desde hace diez años estamos hablando de la crisis del periodismo. ¿Ya vemos la luz al final del túnel o todavía no hemos tocado fondo? A.S.: No han sido años fáciles para los medios de comunicación. Estamos en plena tempestad, y si le sumamos la pandemia, navegamos en medio de un huracán. Pero esta transición la vamos a superar. Ya vemos ejemplos como el NYT, que encontraron un modelo de negocio centrado en los suscriptores. Cada vez más la gente está dispuesta a pagar y superar la cultura de lo gratuito. La mejor herramienta contra el miedo y la incertidumbre es la buena información; es decir, el buen periodismo. Por eso, veo que en medio de tantas crisis el negocio de la información tiene gran futuro. Ya tocamos fondo, y ya empezó la recuperación. SEMANA: ¿El periodismo escrito y de papel está condenado a la muerte? ¿Cómo ve el periodismo a mediano y a largo plazo? A.S.: No sé si el papel desaparezca, pero sí sé que el poder de la palabra escrita nunca podrá ser reemplazada. Y la palabra es el alma del periodismo. Así que el periodismo tiene un gran futuro, así no haya papel. Claro, si los políticos populistas no acaban con la democracia.

SEMANA: Como periodista, ¿tiene alguna autocrítica hacia usted, hacia SEMANA y hacia el periodismo en general? A.S.: Tengo muchas autocríticas, pero si las enumero se llevarían demasiadas páginas. Creo que si el periodismo pretende ser crítico frente a la realidad tiene que ser autocrítico frente a sí mismo. Es el mínimo acto de coherencia frente a la naturaleza del oficio. Los medios y los periodistas no somos infalibles, ni objetivos, ni tenemos la verdad revelada. Solo debemos tener la sensibilidad de un criterio honesto a la hora de informar. Y rectificar cuando nos equivocamos. Lo veo como un acto de grandeza y no de humillación, que fortalece la credibilidad. SEMANA: ¿Cómo ve la próxima década en Colombia? A.S.: Con mucho optimismo a pesar de los devastadores efectos que va a dejar la pandemia en la economía y lo social. 2020 va a ser un año que quedará para la historia de la humanidad, y se la contaremos a nuestros nietos. Pero Colombia ha demostrado que crece frente a la adversidad. Recordemos hace 20 años cuando muchísimos colombianos hacían fila en las embajadas para irse del país, los empresarios vendían sus empresas y los analistas hablaban de un Estado fallido. Nadie imaginó que en los siguientes 20 años Colombia iba a dar uno de sus grandes saltos. Los colombianos que se fueron volvieron más pobres y los empresarios que vendieron se arrepintieron. Sin embargo, los colombianos que creyeron en el país en esos momentos cosecharon todos los éxitos de una nación que salió adelante. Hoy tenemos otro reto gigantesco, y al que crea en el país le va a ir bien. SEMANA: ¿Qué le diría a la nueva generación de la pandemia? A.S.: Que crea en sí misma, que piense en grande, que quiera a su país y que no tenga miedo.