En 1982, el consumo de pollo en Colombia se estaba incrementando mucho debido a la industrialización del sector avícola, que comenzó a finales de la época de 1970. Un signo evidente de ello fue la proliferación de asaderos de pollo. Para quienes habíamos nacido entre 1950 y 1960, aquello era el comienzo de una de ‘las revoluciones pequeñoburguesas’ que cambiaron para siempre el país. Esto ocurrió sin caudillos, sin discursos, pero con empresarios que hoy en día, por su contribución al producto interno bruto, son mucho más importantes que los cafeteros, por ejemplo, o que los narcotraficantes.
Pertenezco a una generación en la cual el arroz con pollo es uno de los platos más exquisitos. Recuerdo que en la Barranquilla de comienzos de la década de 1960 lo servían en los mejores cumpleaños. Por esa época, el consumo anual per cápita de pollo de los colombianos era de 2,5 kilos. Para 1982 era de 5 kilos, y en 2019 ya alcanzaba los 29,4 kilos.
EDICIÓN 1312 (junio 2007) La economía se dispara. Ya no hay arroz con pollo en los cumpleaños, pero ese aumento en el consumo de proteínas ayudó en los avances en la esperanza de vida. Mientras que en 1982 la esperanza de vida de los hombres y las mujeres era de 64,9 y 70,7 años, respectivamente, para 2019 se registraba en 74,3 y 79,8 años. Además, y como consecuencia también de los progresos en saneamiento básico y salud, la mortalidad infantil por cada 1.000 habitantes cayó de 41,2 a 12,2. Los desarrollos en educación también han sido grandes entre 1982 y 2019, como se observa en los años promedio de escolaridad, que pasaron de 5,4 a 10,1. Igualmente, la cobertura en educación secundaria y media avanzó del 42 al 83 por ciento; y en educación superior, del 10 al 58 por ciento. Todos estos logros positivos se sintetizan en que el índice de necesidades básicas insatisfechas bajó de 43,2 a 14,1 por ciento. Es decir que en el frente social los resultados fueron buenos.
El transporte masivo tuvo cambios fundamentales. En los años ochenta, la mayoría de la flota estaba en mal estado y regía la llamada ‘guerra del centavo’. Un área en la que el progreso ha sido sorprendente, al igual que en el resto del mundo, es en las comunicaciones. En 1982, solo el 50 por ciento de los hogares tenían televisor, y esa cifra llegó al 93 por ciento el año pasado. Más dramático aún es el hecho de que en 1982 ningún hogar tenía internet o teléfono celular, y en 2019 esta cifra fue del 52 y 72 por ciento, respectivamente. En otras dimensiones, los resultados no fueron tan positivos o no se logró un avance satisfactorio. Me refiero a la violencia, la distribución del ingreso y la corrupción. Con respecto a la violencia, solo mencionaré que la tasa de homicidios por 100.000 habitantes sigue siendo una de las más altas del mundo: para 1982, eran 32 los homicidios por 100.000 habitantes, y en 2019 llegaron a 26. Es decir que se registra una disminución, pero la cifra sigue siendo demasiado alta, ubicando a Colombia en el grupo de países más violentos del mundo. En cuanto a la distribución del ingreso, como se sabe, Latinoamérica es la región más desigual del planeta, y Colombia y Brasil son los países con los indicadores más críticos. Hay demasiada desigualdad en Colombia: entre grupos étnicos, raciales, regiones, géneros y personas. Según el Gini, el índice más común y sencillo para medir la desigualdad, el ingreso personal en 1982 era de 0,54, y en 2019 continuaba muy elevado, 0,52. Eso sin contar con que el Gini para la desigualdad en el producto interno bruto per cápita de los departamentos subió de 0,19 a 0,24, en ese mismo periodo.
EDICIÓN 1276 (octubre 2006) Pese al crecimiento, la desigualdad persiste. Desde hace décadas, la macroeconomía colombiana se ha caracterizado por el manejo prudente que le han dado los orientadores de las políticas públicas. Ello se refleja bien en una variable: la inflación. En 1982, la inflación estaba en 24 por ciento, lo cual perjudicaba a muchos negocios y a los consumidores que veían al final del año que su ingreso no alcanzaba para comprar lo que consumían al comienzo de ese mismo año. Ya para 2019 había bajado al 3,8 por ciento. En cuanto a la corrupción, muchos tenemos la percepción, y es posible que esta sea correcta, de que en el periodo en discusión aumentó. Infortunadamente, por su misma naturaleza, no hay indicadores objetivos, pero las razones para su aparente incremento sí lo son. Me referiré a dos de ellas: el narcotráfico y el crecimiento en el tamaño del Estado colombiano. Con el tráfico de coca, que llevó al ascenso de los carteles de Medellín y Cali en el mercado norteamericano y europeo, los recursos para corromper jueces, policías, militares, políticos, periodistas, entre otros, se incrementaron de manera exponencial. Además, esto se combinaba con la amenaza y más violencia: la práctica de ‘plata o plomo’. Los fondos del narcotráfico, a su vez, fueron el combustible de la violencia guerrillera, paramilitar y mafiosa. Un círculo vicioso en el que una parte significativa de la élite fue cooptada. Finalmente, me referiré al crecimiento del tamaño del Estado. En 1982, los gastos del Gobierno nacional solo eran el 8 por ciento del PIB, y ya para 2019 llegaban al 28 por ciento. Esto aumentó el incentivo de la política como negocio, pues es muy rentable y mucho menos peligrosa que el narcotráfico. Una democracia feroz, sin control adecuado por parte de los ciudadanos, como lo ha señalado el politólogo cartagenero Gustavo Duncan.
En 1998, Colombia dio un salto cualitativo en el transporte público con TransMilenio, el primer sistema de autobuses de tránsito rápido que poco a poco empezaron a adoptar las principales ciudades del país. Pero hechas las sumas y las restas, ¿cómo le fue a la economía colombiana en estos 38 años? Creo que lo más adecuado es verlo en una perspectiva comparada con otros países de Latinoamérica. La tasa de crecimiento anual promedio del PIB per cápita en ese periodo fue de 1,9 por ciento, un poco por encima del promedio simple de la región. Cuatro países crecieron por encima de Colombia (República Dominicana, Chile, Costa Rica y Uruguay). Sin embargo, todos ellos tuvieron muchas más fluctuaciones en el crecimiento de esa variable. Pero tampoco se destacó demasiado Colombia en la estabilidad de su crecimiento, algo que a menudo se señala como una fortaleza de nuestra economía, pues diez países de Latinoamérica tuvieron menos variabilidad en el crecimiento, y la nuestra, además, estuvo ligeramente por encima del promedio de la región. Por todo lo anterior, le otorgo un honroso 3,5 al desempeño de la economía colombiana en estos 38 años. Honroso, pues se logró en medio de la enorme adversidad que nos trajo el tráfico de drogas, causante en buena medida del aumento en la violencia y la corrupción, los mayores gastos en policía y ejército, afectación negativa en el turismo, distorsión de la tasa de cambio, en detrimento de las exportaciones y la producción nacional. El narcotráfico nos ha llevado a concentrarnos en la solución de los problemas que creó, en vez de habernos podido dedicar a resolver principalmente las dificultades de la pobreza, el capital humano, la infraestructura del país y el crecimiento de la productividad. Las colombianas que cumplen 18 años en 2020 alcanzarán, en promedio, una estatura de 164 centímetros, 4 centímetros más de las que llegaron a la misma edad en 1982; los hombres habrán pasado en igual periodo de una estatura de 170 a 174 centímetros, en promedio. El aumento en el consumo de proteínas, entre otras por el incremento en la producción de huevos y pollo, tuvo mucho que ver con este logro. Esto, aunque ya no sirven arroz con pollo en los cumpleaños: ¡qué lástima!