Juan Domingo Perón, la mano protectora de los criminales de guerra nazis | Atlas del Nazismo
Tras la Segunda Guerra Mundial, 180 criminales condenados por crímenes de lesa humanidad fueron recibidos con los “brazos abiertos” por el entonces presidente argentino Juan Domingo Perón. El profesor Matías Grinchpun cuenta la historia. #AtlasDelNazismo
El caso del espía Osmar Alberto Hellmuth que fue enviado por el gobierno a hablar con Hitler es una historia casi cinematográfica que ilustra cómo vivió el país las presiones tanto de Aliados como de los países del Eje al mantenerse como un país neutral por motivos económicos más que ideológicos.
La relación de Argentina con el nazismo no terminó con el fin del conflicto sino que continuó hasta mucho después, porque los nazis fueron allí a refugiarse y evitar el juicio por sus crímenes de guerra. No fueron a tocar puertas. Todo lo contrario, el gobierno de Juan Domingo Perón los recibió de brazos abiertos.
Los gauchos que pidieron armas a Hitler
Adolf Hitler ordenó una investigación cuando supo que Osmar Alberto Hellmuth había sido arrestado en Trinidad y Tobago. Quería saber si hubo un soplón que condujo al arresto. El Führer esperaba a Hellmuth en Berlín. Le había concedido de antemano una audiencia antes de que este argentino vendedor de seguros se embarcara en Buenos Aires en un vapor español como enviado oficial del gobierno de la República Argentina encargado de la misión urgente de implorar a Hitler la venta de armas a su país.
Todo lo que gira alrededor del caso de Osmar Alberto Hellmuth es improvisado e improbable y aunque tiene ribetes cinematográficos es rigurosamente cierto y ha sido documentado por diversos historiadores en todas sus facetas, incluyendo el papel que tuvo Winston Churchill, cuando intervino para que el pueblo británico en plena guerra no se quedara sin carne bovina por cuenta de la misión del frustrado contertulio de Hitler.
Hellmuth zarpó del puerto de Buenos Aires a comienzos de octubre de 1943 en el vapor de pasajeros Cabo de Hornos, con destino final, Bilbao. Portaba un pasaporte diplomático. Había sido nombrado cónsul auxiliar en Barcelona pero su misión era convencer al Führer de que autorizara la venta de armas a Argentina. Además, debía acometer otra tarea: acordar con el gobierno alemán el salvoconducto para un buque tanque argentino que se encontraba en el puerto sueco de Gotemburgo. Un astillero construyó el buque por encargo de Aristóteles Sócrates Onassis, el magnate griego que comenzó a acumular su fortuna en Buenos Aires como importador de tabaco turco, antes de adquirir una flota mercante y convertirse en el hombre más rico del mundo en su época. El gobierno argentino compró el navío, llamado Buenos Aires, que requería para importar petróleo desde Venezuela.
Tras 27 días de navegación, el Cabo de Hornos atracó el 29 de octubre de 1943 en Port of Spain, capital de la entonces colonia azucarera británica de Trinidad y Tobago. Los agentes de inteligencia británica abordaron el barco, examinaron los pasaportes, arrestaron solamente a un pasajero, Osmar Alberto Hellmuth, y lo condujeron a tierra. Al día siguiente lo trasladaron en avión a la isla de Bermuda, también colonia de Su Majestad, y luego en barco a Inglaterra, donde fue recluido en el Campamento 020, una prisión secreta que existió durante la guerra, dirigida por un oficial apodado “Ojo de lata” porque no se quitaba el monóculo ni para dormir.
Hellmuth estuvo incomunicado y fue interrogado repetidamente, pero no fue torturado porque “Ojo de lata”, el comandante Robin Stephens que tenía fama de doblegar a los espías alemanes sin lastimarlos, en sus instrucciones a sus subalternos sostenía que golpear a un detenido era un acto de cobardía y además no era inteligente porque el prisionero diría mentiras para evitar más castigos. “Never strike a man. In the first place it is an act of cowardice. In the second place, it is not intelligent. Violence is taboo”, afirmaba.
En los interrogatorios Hellmuth reveló que además de adquirir armas y lograr la entrega del buque Buenos Aires tenía la misión de transmitir a Adolf Hitler, de parte del presidente argentino, el general Pedro Pablo Ramírez, las seguridades de que Argentina seguiría siendo un país neutral y que si tuviera que romper relaciones con el Eje, lo haría pro forma y únicamente para apaciguar al gobierno de los Estados Unidos. A cambio, Alemania debía garantizar al gobierno argentino que si Buenos Aires tuviera que declarar la guerra para aplacar al coloso del norte los submarinos nazis no atacarían los buques mercantes argentinos.
Osmar Alberto Hellmuth nació en Buenos Aires en 1908, de padre alemán y madre argentina. Cursó dos años en la academia naval y luego se dedicó a la venta de seguros. Mantenía contacto con otros alemanes-argentinos en el Club Alemán de la calle Córdoba. Año y medio antes de embarcarse en el Cabo de Hornos conoció al general Pedro Pablo Ramírez, que todavía no era presidente, en un viaje de treinta horas en ferrocarril a Neuquén, en la Patagonia. Iba a inspeccionar una mina como paso previo para expedir una póliza de seguros.
El origen del viaje de Hellmuth a Berlín fue una reunión en el apartamento del coronel Enrique González, secretario de la Presidencia, con oficiales como el ministro de Marina, almirante Benito Sueyro. Luego el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, general Alberto Gilbert, le confió la misión a Hellmuth de manera personal en otra reunión. Hellmuth ya era parte de una red de espionaje nazi en Argentina. Lo había reclutado Hans Harnisch, agente del SD, servicio de espionaje del partido nazi, que operaba en América Latina a la par que la inteligencia militar alemana (Abwehr). Harnisch estuvo en algunas de las reuniones de Hellmuth con los militares. Cuando abordó el vapor español Hellmuth era un agente alemán, ello explica que se hicieran los contactos para que fuera recibido por Hitler, y además era un agente al servicio del gobierno argentino. Hellmuth llevaba en su equipaje encomiendas con comida (¿café que escaseaba en Europa?) que debía entregar en Alemania al jefe de Harnisch, Walter Schellenberg, y enviar por correo a la mamá de Harnisch. Y llevaba un encargo de parte del coronel González, que le trajera de Alemania una maquinilla para quitar los pelos de la nariz.
Argentina tenía urgente necesidad de apoderarse del petrolero Buenos Aires debido al bloqueo británico y norteamericano. Argentina había comprado petróleo en otros países latinoamericanos pero la flota de buques tanques a su disposición, indispensable para importarlo, era de capacidad muy limitada. Ni los Estados Unidos ni Gran Bretaña le vendían petróleo a Argentina en represalia por la neutralidad que los gobiernos de Buenos Aires habían mantenido frente a los países del Eje. Por esa misma razón los Estados Unidos se negaban a venderle armas a Argentina. La exportación de productos industriales y de consumo también estaba restringida.
Argentina tenía urgente necesidad de apoderarse del petrolero Buenos Aires debido al bloqueo británico y norteamericano
En la reunión de consulta de los cancilleres americanos en enero de 1942 en Río de Janeiro, convocada con ocasión del ataque a Pearl Harbor, la aspiración de la Casa Blanca había sido que todas las repúblicas americanas rompieran en bloque con el Eje. Cuando el subsecretario de Estado Sumner Welles se dio cuenta de que pese a las presiones Argentina no daría el paso, fue necesario cambiar los términos de la declaración para que el rompimiento se viera solamente como una recomendación que los cancilleres aprobaban. Argentina y Chile se apartaron de la recomendación y continuaron sus lazos diplomáticos con el Eje, pero se evitó la derrota formal de los Estados Unidos pues si la decisión hubiera sido obligatoria, Argentina y Chile habrían votado en contra de la resolución.
Enrique Ruiz-Guiñazú se llamaba el canciller argentino que en Río de Janeiro se opuso a los dictados de Washington. ¿Por qué? Un diplomático británico resumió sus motivos: “La guerra era para él un episodio pasajero y la posición argentina estaba anclada en realidades permanentes, como animadversión hacia los Estados Unidos, disgusto por el mecenazgo norteamericano hacia Brasil, admiración por los métodos fascistas y nazistas, y confianza en que la carne vacuna que Argentina exportaba a Gran Bretaña durante la guerra, encontraría fácilmente mercado en Alemania e Italia si el Eje ganaba la guerra”.
Los militares argentinos se oponían a la participación en las hostilidades y “veían en los regímenes totalitarios de Alemania e Italia modelos útiles para reorganizar la Argentina”, según el historiador Robert Potash. El GOU (Grupo de Oficiales Unidos) dio un golpe militar en junio de 1943. Las cabezas partidarias del Eje en el GOU eran el coronel Enrique González y el coronel Juan Domingo Perón, de acuerdo con Potash.
Para el historiador argentino Mario Rapoport la posición neutral de su país no se debía a tendencias pronazis sino a la actitud de las clases dirigentes que eran mayoritariamente proinglesas pues Gran Bretaña compraba la carne congelada argentina, como lo hizo en la Primera Guerra Mundial, cuando Argentina también fue neutral. Los ferrocarriles argentinos, los frigoríficos y el gas eran propiedad de compañías británicas. La neutralidad impedía que los alemanes hundieran los barcos que transportaban la carne al Reino Unido y aseguraba que no hubiera represalias si Alemania ganaba la guerra, escribió Rapoport.
En sus memorias, el embajador británico en Buenos Aires durante la guerra, Sir David Kelly, afirmó, en el mismo sentido, que las viejas clases dirigentes australes no tenían interés en la ideología nazi ni en ninguna ideología europea y solo pretendían seguir manejando sus negocios como siempre, en buenos términos con ambas partes. Eran proaliados, proingleses y antinorteamericanos.
”Argentina defendió su política de neutralidad desde una perspectiva de sus intereses agroexportadores probritánicos”, enfatizó el historiador argentino Leonardo Senkman.
En 1942 y 1943 Argentina insistió en su política de neutralidad, mantenida desde el comienzo de la guerra. Al mismo tiempo carecía de armamento y observaba como su vecino y rival, el Brasil, lo recibía de Washington a cambio de haber permitido la operación de bases en Natal y otras ciudades del Nordeste. Cuando Brasil declaró el estado de beligerancia contra Alemania en agosto de 1942 a raíz del hundimiento de buques de pasajeros torpedeados por el submarino U-507, Brasil quedó firmemente alineado con los Estados Unidos en la guerra.
En agosto de 1943 el canciller argentino, almirante Segundo Storni, le escribió una carta al secretario de Estado Cordell Hull. Insistió en la venta de aviones para restaurar el equilibrio militar a que, en su concepto, Argentina tenía derecho frente a otros países suramericanos. El pedido era iluso pues Argentina no había cumplido con las exigencias de los Estados Unidos. Hull respondió que en medio de una guerra su país no facilitaría armas a una nación neutral como Argentina para que lograra una paridad de fuerzas con Brasil. Storni renunció ante el fracaso de su gestión. Los oficiales del ejército estaban dispuestos a tomarse por asalto el Palacio San Martín si no lo hacía.
Por medio de la embajada alemana en Buenos Aires se pidieron a Hitler seis submarinos. El pedido fue aprobado en principio. Pero Argentina no tenía posibilidades reales de recibirlos. El único armamento que consiguió fueron 12 baterías antiaéreas compradas en Suiza. Fue esa incapacidad de armarse lo que llevó al gobierno a probar suerte con la misión extradiplomática encomendada a Hellmuth.
En septiembre de 1943 el coronel Enrique González le notificó a Hellmuth que el presidente Pedro Pablo Ramírez deseaba celeridad en los resultados. Se le ofreció un nombramiento en un consulado argentino en Alemania como disfraz para su misión. Temiendo los devastadores bombardeos aliados contra ciudades alemanas,Hellmuth no aceptó. Al final recibió el nombramiento de cónsul auxiliar en Barcelona. Se le pagarían 900 pesos al mes, menos de los 1.500 que ganaba como vendedor de seguros, y 5.000 pesos para gastos de viaje.
Harnisch, el espía alemán, le dio instrucciones de dirigirse al Hotel Carlton en Bilbao una vez en su destino. Un agente se le acercaría con saludos del señor Becker. Hellmuth debía contestar: “Ah, sí, el Hauptsturmführer”. Era un rango en el partido nazi, equivalente a capitán en el ejército. Si el encuentro no se producía, Hellmuth debía proceder hasta Madrid y en la embajada alemana comunicarse con la Gestapo, que lo llevaría en avión a Berlín.
Tres días antes del viaje el canciller Gilbert informó al encargado de negocios de la embajada alemana que Hellmuth se dirigía a Berlín. La embajada no estaba de acuerdo con esta misión organizada por un espía alemán y militares argentinos.
El encargado de negocios, Erich von Meynen, hizo saber al ministro de Guerra, general Edelmiro Farrell, que Hellmuth no era idóneo para la misión. Farrell enteró al coronel Juan Domingo Perón, su segundo abordo. Con el arresto de Hellmuth y la información que reveló a Los Aliados al ser interrogado se armó el pandemonio. Los Estados Unidos comprobaron que altos funcionarios militares del gobierno argentino organizaron el viaje, con ayuda del espía nazi Hans Harnisch. El siguiente paso fue exigir con renovado ímpetu el rompimiento de relaciones con Hitler. Washington propuso además sanciones económicas contra Argentina, que no se aplicaron porque Winston Churchill no estuvo de acuerdo. En mensaje a Franklin Delano Roosevelt le escribió: “How are we to feed ourselves if this is cut?” ¿Cómo nos vamos a alimentar si nos quitan esto?. Es decir el suministro de carne argentina. Se dice que un artículo aparecido en el diario The Guardian habría sido escrito por Churchill con su fina ironía: “La rama argentina del fascismo no nos satisface, pero preferimos el bistec argentino al cerdo norteamericano”. En una ocasión en que Hull le pidió al Reino Unido no comprar carne argentina, el canciller Anthony Eden replicó: “Nosotros no somos un miembro juvenil de la Unión Panamericana”. La Unión fue la antecesora de la OEA, Organización de Estados Americanos.
El 24 de enero de 1944 el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, general Alberto Gilbert, el mismo que había asignado personalmente la misión a Osmar Alberto Hellmuth, citó al embajador norteamericano y le informó que se había descubierto, para sorpresa suya, la existencia de redes de espías nazis en el país, lo que constituía una violación a la hospitalidad argentina que no le dejaba al gobierno otra opción que romper relaciones con el Tercer Reich. Gilbert y el presidente Ramírez firmaron el decreto. La noticia se anunció por las sirenas de los diarios bonaerenses La Nación y La Prensa, que se usaban solo en circunstancias excepcionales.
Farrell y Perón estaban en San Juan a causa de un terremoto en esa ciudad que dejó 9.000 muertos. No alcanzaron a regresar a tiempo para frenar la expedición del decreto. El rompimiento de relaciones tomó por sorpresa al país y a la junta militar. Gilbert y el coronel González tuvieron que renunciar. Los militares nacionalistas montaron en cólera pues Argentina había claudicado ante las presiones de Washington. Perón se presentó en la Casa Rosada con una pistola cargada y apuntándola hacia el presidente Ramírez le dijo: “Se acabó”, según entrevista que años después dio el embajador norteamericano en Buenos Aires, Norman Armour. El general Ramírez renunció. Asumió la presidencia el general Edelmiro Farrell. Juan Domingo Perón fue nombrado vicepresidente y ministro de Guerra. El affaire Hellmuth aceleró el ascenso de Perón al poder, que lo conduciría en 1946 a la presidencia, que ocupó hasta cuando fue derrocado en 1955.
El affaire Hellmuth aceleró el ascenso de Perón al poder, que lo conduciría en 1946 a la presidencia, que ocupó hasta cuando fue derrocado en 1955
Dicho sea de paso, Perón conoció a Eva Duarte en un festival a beneficio de las víctimas del terremoto.
Lo que la Casa Blanca no había logrado por canales diplomáticos y presiones públicas lo consiguió por medio de este fiasco de fabricación argentina en que un inocentón cayó sin salvavidas en las aguas procelosas de la intriga y el espionaje internacional. En octubre de 1943 cuando Osmar Alberto Hellmuth viajó a encontrarse con Hitler, era improbable o imposible que el Führer des Großdeutschen Reiches (Líder del Gran Imperio Alemán) hubiera podido suministrar armas a Argentina. En 1940 fue el amo de Europa pero mucho había cambiado desde el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941. Once meses después, en noviembre de 1942, las fuerzas aliadas ocuparon Marruecos, Argelia, Túnez y Libia. El presidente Roosevelt tomó esa decisión de lanzar la ofensiva contra Alemania desde el norte de África, que fue crucial para derrotar a los nazis. Su jefe de Estado Mayor, el general George C. Marshall, era partidario de invadir el norte de Europa. Winston Churchill, el primer ministro británico, y sus generales proponían un ataque desde el norte de África para obligar a Hitler a distraer tropas del frente ruso. Además consideraban que la Wehrmacht estaba muy bien pertrechada en Francia y en el norte de Europa y que sería difícil vencer allí a las fuerzas militares tudescas.
Roosevelt se apartó del criterio de Marshall y aceptó la recomendación británica. La ocupación del norte de África facilitó en cuestión de seis meses, en julio de 1943, la invasión de Sicilia, que en solo treinta días cayó en manos de los aliados y su comandante el general Dwight Eisenhower. Hitler tuvo que importar soldados del frente ruso y de los Balcanes para enfrentar la incursión aliada en la península itálica. Tras la ocupación de Sicilia, el primer ministro Mussolini renunció al cargo en una sesión del Gran Consiglio del Fascismo, máximo órgano del Partito Nazionale Fascista. Al salir de la reunión fue puesto preso. Los generales italianos se comunicaron con sus homólogos aliados y en septiembre de 1943 firmaron el armisticio. Las tropas alemanas ocuparon Roma durante varios meses más, hasta cuando el 4 de junio de 1944 los soldados americanos entraron a la capital sin disparar un solo tiro, tras la retirada alemana. Como todo en Italia tiene que ver con la alimentación, no se puede dejar de mencionar que la liberación de Roma dio origen a uno de los platos más conocidos hoy en el mundo, spaghetti alla carbonara. Con el huevo en polvo y el bacon o tocineta que traían los batallones de suministros de las tropas norteamericanas, los cocineros romanos inventaron esa receta, que no aparece en ningún libro de cocina anterior a la Segunda Guerra Mundial.
Hitler, como se dijo al comienzo, ordenó investigar quién delató a Osmar Alberto Hellmuth. Su canciller, Joachim von Ribbentrop, consideró responsable del fiasco a Heinrich Himmler, jefe del Servicio de Seguridad, Sicherheitsdienst o SD, el órgano de inteligencia del partido nazi. Himmler, que implantó el uso del gas venenoso Zyklon B como un método “más humano” para asesinar judíos en los campos de concentración, respondió que fue un diplomático quien traicionó a Hellmuth. Los historiadores señalan como culpable al encargado de negocios de la embajada alemana en Buenos Aires, Erich von Meynen, que además no fue un nazi entusiasta. Anthony Eden, jefe de la Foreign Office en Londres, informó al embajador argentino Miguel Angel Cárcano después de la captura de Hellmuth que un miembro prominente de la colonia alemana en Buenos Aires informó al gobierno británico acerca del viaje del vendedor de seguros.
Ese personaje fue probablemente Ludwig Freude, al cual Hellmuth acusó por su nombre y apellido. Freude, propietario de una compañía de construcción, era el alemán más acaudalado de Argentina y el líder de la comunidad germana en Buenos Aires. Hizo saber a los militares que Hellmuth no sería el mejor negociador, hasta cuando Perón le informó que el escogido gozaba de la confianza absoluta del presidente Ramírez.
La verdad definitiva se conoció treinta años después de la guerra cuando se desclasificaron los archivos militares británicos y norteamericanos. Más allá de los soplones, los británicos pudieron detener a Osmar Alberto Hellmuth porque habían descifrado el código Enigma que utilizaban los nazis y por lo tanto interceptaron los mensajes secretos enviados a Berlín que informaban del viajero que ocupaba un camarote en el Cabo de Hornos. La película El Código Enigma, de 2014, cuenta la historia de Alan Turing, el matemático inglés que logró descifrar las comunicaciones de los alemanes.
La debacle del caso Hellmuth sacó a la luz pública las redes de espionaje nazi en Argentina. Esas redes se empezaron a tejer desde 1936 cuando Dietrich Niebuhr fue nombrado agregado naval en Buenos Aires, con jurisdicción sobre Brasil, Argentina y Chile. Dotado de un presupuesto de 350.000 dólares el agregado naval tenía agentes en todas partes cuando estalló la guerra. Muchos eran hombres de negocios alemanes o representantes de firmas germanas, especialmente navieras, como la Hamburg-Amerika Line. No era difícil encontrar agentes pues había casi 250.000 argentinos de raíces alemanas en una población total de 13 millones de habitantes.
Además de obtener información sobre las fuerzas militares argentinas y el zarpe de buques y de contar con una red de transmisores de radio llamada Bolívar, Niebuhr organizó la exportación clandestina de mica, platino y diamantes industriales. Un millón de dólares en esos productos, que escaseaban en Alemania, logró enviar el agregado naval durante la guerra en barcos de países neutrales que zarpaban de Buenos Aires. El platino venía de contrabando del Chocó (por eso el aguardiente de ese departamento se llama Platino) pues Colombia producía el 6% de la producción mundial. Se utilizaba en sistemas de ignición de aviones.
Además el gobierno alemán financiaba varios periódicos, como El Pampero, Cabildo, Ahora, Pueblo, Nuevo Orden, Clarinada, Hechos, Noticias Gráficas y Bandera Argentina.
“De 1942 a 1944 Argentina fue la plataforma de inteligencia y de guerra encubierta del Tercer Reich en el hemisferio occidental”, según el historiador Ronald C. Newton.
Fue tan amplia la cobertura del espionaje que cuando el exembajador alemán en Argentina Edmund von Thermann fue interrogado por los aliados después de la guerra dijo a sus captores: “No sé qué más podíamos espiar”.
Por lo menos 2.500 mensajes fueron transmitidos por la red Bolívar a Alemania. Nunca se sabrá si fueron útiles, pero sí se conoce que los espías no pudieron contestar ciertas preguntas cruciales que les hacían sus superiores desde Alemania, como la cifra y el tipo de aviones norteamericanos que operaban en bases situadas en países suramericanos. No obstante, esos superiores consideraron que se necesitaban mejores transmisores y en abril de 1944, ya rotas las relaciones diplomáticas, enviaron un equipo más potente en la misma yola o velero que había transportado al Brasil al único espía negro contratado por Alemania. El transmisor, más medicamentos de Bayer y Merck que se debían vender por más de 200.000 dólares en el mercado negro, fueron desembarcados en Punta Mogotes, cerca de Mar del Plata.
Tras la ruptura de relaciones con Berlín las autoridades capturaron a un centenar de espías alemanes. Varios fueron sometidos a la picana. Hubo uno que fue liberado gracias a las influencias de Perón. Se llamaba Werner Koennecke. Era el yerno de Ludwig Freude, el alemán más rico de Argentina. Perón citó a su despacho de ministro de Guerra al oficial de Coordinación Federal que había hecho el arresto, junto con el detenido. Perón le preguntó si pertenecía a la inteligencia militar alemana y como el preso lo negó, ordenó liberarlo. Cuando un par de años después Perón fue elegido presidente nombró secretario de la presidencia al hijo de Ludwig Freude. ¿Quién organizó la primera fiesta de cumpleaños de Eva Perón como primera dama, cuando cumplió 27 años? Ludwig Freude.
El ministro de Guerra Juan Domingo Perón ya había ejercido otra presión. Había visitado las oficinas de Coordinación Federal para ordenar que las confesiones y declaraciones de los espías nazis capturados fueran alteradas para suprimir toda alusión a los contactos que habían mantenido con militares argentinos, con personalidades políticas y con casas comerciales alemanas. Coordinación Federal convocó de nuevo a los espías, incluso a los que habían sido torturados, y les pidió cordialmente que volvieran a declarar, pero de manera más breve y sin mencionar a la gente poderosa que Perón quería hacer desaparecer de la historia. Johannes Siegfried Becker, uno de los más importantes espías nazis en Argentina, había rendido una declaración de 300 páginas. La nueva versión se redujo a 50.
El embajador norteamericano, Spruille Braden, apodado “Cowboy” Braden, que venía de ser embajador en Bogotá y hablaba español de corrido, había exigido al gobierno argentino el arresto de Ludwig Freude. Este fue objeto de muchas noticias enviadas desde Argentina por agencias de noticias como la UPI, United Press International. En una entrevista Freude afirmó: “Soy un demócrata y he sido anti-nazi desde el nacimiento del nazismo. No conocí a Hitler, a Hermann Goering ni a ninguno de los otros líderes”.
Braden perdió la batalla contra Freude y también perdió la que libró con El Libro Azul, un volumen donde acusó a Perón y a los militares argentinos de colaboración con los nazis. The Blue Book, por el color de la pasta, contenía varias verdades:
• Miembros del gobierno militar argentino colaboraron con agentes enemigos para fines de espionaje lesivo del esfuerzo bélico de las Naciones Unidas;
• Sucesivos gobiernos argentinos conspiraron con el enemigo para obtener armamento de Alemania;
• Después de Pearl Harbor hasta la rendición incondicional del enemigo, sucesivos gobiernos argentinos acoplaron solemnes afirmaciones de máximo cumplimiento con promesas solemnes de futuro comportamiento.
• El régimen del presidente Ramírez aseguró al régimen nazi la intención de no romper relaciones.
Braden lanzó el libro dos semanas antes de la elección de Perón como presidente en febrero de 1946. Perón le devolvió la descarga con afiches callejeros que decían: Braden o Perón. El voto peronista ganó con ventaja del 53% sobre el candidato de la Unión Cívica Radical.
Durante el gobierno de Perón los Estados Unidos pidieron la entrega de algunos espías nazis y la deportación de otros. Era una petición ilusa. Solo muy pocos fueron deportados a Alemania. Los demás, que ya habían sido liberados después de la captura en 1944, fueron advertidos de una nueva ronda de detenciones para que pudieran escapar. Hans Harnisch, el espía que organizó la misión de Osmar Alberto Hellmuth, recibió un telefonema del jefe de Coordinación Federal, capitán Abel Rodríguez, para que escapara, le dijo que pusiera “pies en polvorosa”. Cuando Rodríguez se retiró del cargo, ingresó a la nómina de la compañía de Ludwig Freude.
Durante el gobierno de Perón los Estados Unidos pidieron la entrega de algunos espías nazis y la deportación de otros. Era una petición ilusa. Solo muy pocos fueron deportados a Alemania.
Osmar Alberto Hellmuth fue sometido a juicio en Buenos Aires cuando los ingleses lo liberaron al final de la guerra y lo deportaron. Un tribunal federal consideró que la fiscalía no había demostrado que eran falsas las manifestaciones de inocencia de Hellmuth. Fue liberado.
El día del júbilo nazi en Buenos Aires: así fue el acto del Luna Park de 1938 | Atlas del Nazismo
El 10 de abril de 1938, el Luna Park acogió un festejo “muy problemático” del nazismo. “Había una comunidad alemana importante y activa en Argentina”, cuenta Jonathan Karszenbaum, director del Museo del Holocausto en Buenos Aires. #AtlasDelNazismo
Refugio Nazi
Casi nadie lo ignora. Argentina se convirtió en refugio nazi después de la guerra. Emblemático fue el caso de Adolf Eichmann, el agente viajero que en la monstruosa Solución Final fue el eficiente organizador de la red ferroviaria que transportó a 6 millones de judíos a los campos de concentración. En 1950 arribó a Buenos Aires como Ricardo Klement. Trabajó en Daimler-Benz hasta cuando en 1960 agentes secretos del Mossad, servicio de inteligencia de Israel, lo secuestraron en la calle Garibaldi y lo llevaron a Jerusalén, donde fue juzgado y condenado a la horca.
En 1949 había llegado a Buenos Aires, con nombre supuesto, el médico Josef Mengele, el “Angel de la Muerte”, el símbolo del Holocausto que hizo infames experimentos con mellizos y enanos en el Konzentrazionslager Auschwitz y que personalmente inyectaba gasolina a prisioneros judíos vivos. Vivió 10 años en Argentina, los últimos bajo su nombre verdadero, y luego pasó a Paraguay y finalmente se radicó en Brasil, donde en 1979 murió de un derrame mientras nadaba en una playa. En una entrevista con el periodista argentino Tomás Eloy Martínez, Perón reconoció que trató a Mengele: “Era uno de esos bávaros bien plantados, cultos, orgullosos de su tierra. Espere. . . si no me equivoco se llamaba Gregor. Eso es. Doctor Gregor”. Mengele ingresó a Argentina con un pasaporte a nombre de Helmut Gregor.
En 1949 había llegado a Buenos Aires el médico Josef Mengele, el “Angel de la Muerte”, el símbolo del Holocausto que hizo infames experimentos con mellizos y enanos.
El “carnicero de Lyon”, Klaus Barbie, jefe de la Gestapo famoso por su sevicia, desembarcó en Buenos Aires en 1950 con pasaporte falso antes de mudarse a Bolivia.
En total 180 criminales de guerra se refugiaron en el país austral, según la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina (CEANA), creada en 1997 por el gobierno del presidente Carlos Menem e integrada por historiadores independientes. Treinta de esos criminales de guerra eran alemanes, 50 croatas, 100 eran belgas y franceses. Novecientas páginas tiene el informe de la Comisión.
Los 180 criminales nazis arribaron todos durante el gobierno de Juan Domingo Perón. “Es un hecho” -según Joseph A. Page, profesor de la universidad de Georgetown y autor de una biografía del presidente argentino- que Perón “nunca exhibió indignación moral alguna ante la enormidad de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis”. En cambio consideró una infamia que los jerarcas nazis fueran sometidos a la justicia. Esa fue la palabra que utilizó, infamia, para referirse a los juicios de Núremberg, según las memorias que dictó frente a una grabadora en los últimos años de su exilio en Madrid. Los juicios se iniciaron en noviembre de 1945. Tres meses después Perón fue elegido presidente. ¿La acogida que dio en su gobierno a los fugitivos del Eje fue un intento de corregir la supuesta infamia que simultáneamente se venía cometiendo en Núremberg?”
¡Cuántas veces durante mi gobierno pronuncié discursos en contra de Núremberg, que es la enormidad más grande que no perdonará la historia!”, dijo Perón.
En esas memorias dictadas en Madrid y publicadas por el periodista y escritor español Torcuato Luca de Tena, Perón también anotó que si Hitler con 100 millones de alemanes no pudo resolver el problema judío ¿Cómo podía él con 15 o 20 millones de argentinos?
La red que ayudó a Eichmann y a otros criminales de guerra y a nazis y oficiales alemanes a escapar de Italia hacia América Latina, fue dirigida a corta distancia del Vaticano por el obispo austríaco Alois Hudal
Adolf Eichmann, el responsable de la solución final en la Segunda Guerra Mundial | Atlas del Nazismo
Adolf Eichmann, responsable de la llamada “solución final”, fue un criminal nazi que estuvo en Argentina. ¿Qué papel cumplió en la Segunda Guerra Mundial? Ariel Gelblung, director del Centro Simon Wiesenthal, cuenta la historia. #AtlasDelNazismo
Hudal, rector en Roma del Colegio Teutónico Santa María dell’Anima, escribió en 1937 un libro elogioso de Hitler, titulado Los Fundamentos del Nacional Socialismo. En sus memorias no ocultó que desde 1945 se dedicó a ayudar a ex nacionalsocialistas y fascistas y “especialmente a los así llamados criminales de guerra”. Para algunos católicos de la época, el nazismo no había sido tan malo. Al fin y al cabo, al invadir la Unión Soviética en 1941 le declaró la guerra al comunismo ateo, enemigo jurado del catolicismo.
”Todos los días llegaban a Italia pequeños grupos de alemanes y austríacos: muchos de ellos eran ex nazis o al menos ex soldados del ejército alemán que buscaban trabajo o pasajes para ir a las Américas, a Australia y a Nueva Zelanda”, según el historiador italiano Matteo Sanfilippo. Las redes que les permitían llegar a Italia desde Alemania y Austria y luego escapar a Suramérica fueron llamadas “ratlines”, rutas de las ratas.
También contribuyó a la fuga de nazis hacia América Latina la laxitud con la cual la Cruz Roja expidió miles de pasaportes a quienes desde el puerto de Génova querían abandonar Europa. Los protegidos del obispo Hudal le escribían desde tierras americanas agradeciendo sus gestiones. Casi todos desde Argentina, pero uno, Karl Hans von Kurz, lo hizo en 1948 desde Fredonia, Antioquia.
Los nazis no llegaron a Buenos Aires a tocar la puerta. El presidente Juan Domingo Perón organizó un verdadero comité de recepción, les facilitó el desembarco y a algunos los tuvo de huéspedes en la Casa Rosada.
Perón creó una Comisión de Potencial Humano para diseñar una política de inmigración que favoreció a criminales de guerra nazis condenados a muerte en sus países. Esa comisión sirvió “para planear el rescate de criminales de guerra nazis”, según el escritor argentino Uki Goñi.
La CEANA (Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en Argentina) descubrió en archivos belgas la existencia de la SARE, Sociedad Argentina para la Recepción de Europeos. El hijo de Ludwig Freude que Perón nombró como secretario de informaciones de la Casa Rosada, Rodolfo Freude, sirvió de puente entre la SARE y las autoridades de inmigración argentinas.
A los inmigrantes que llegaban a Buenos Aires en el gobierno de Perón, les preguntaban si eran comunistas o judíos pero no por su pasado nazi, según el libro Argentina y la Europa del Nazismo.
Entre los condenados a muerte por crímenes de guerra que vivieron tranquilamente en Argentina se cuentan los belgas colaboracionistas Pierre Daye y René Lagrou, y el francés Georges Guilbaud. Cuando en 1951 murió el general Pétain, títere de Hitler en Francia, Pierre Daye y sus amigos organizaron en Buenos Aires el funeral por el líder de Vichy. La misa la celebró el cardenal argentino Santiago Luis Copello.
La División de Informaciones, autorizada por Perón, tramitaba el permiso de desembarco que para todos los extranjeros exigía la Dirección de Migraciones. Ese permiso se enviaba al consulado argentino, usualmente en Génova o Roma. Lo recogían los agentes del obispo Hudal. Una vez visado el permiso, la Cruz Roja expedía el documento de viaje con el cual los criminales de guerra y los demás expatriados abordaban la nave en Génova.
El sacerdote croata Krunoslav Draganovic fue el traficante nazi de más éxito en el Vaticano después de la guerra, según Oki Goñi. A los croatas llegados a Argentina, Perón les dio empleo en la construcción de la Ciudad Evita y del nuevo aeropuerto internacional de Ezeiza.
El sacerdote croata Krunoslav Draganovic fue el traficante nazi de más éxito en el Vaticano después de la guerra
Ante Pavelic, fundador de la Ustasa, organización fascista de ultraderecha responsable del genocidio en Croacia, fue uno de los beneficiados con la hospitalidad de Perón. Pavelic fue jefe del gobierno títere nazi-fascista croata que asesinó a 700.000 serbios, 30.000 judíos y miles de gitanos. Al morir, su capellán afirmó: “Pavelic fue un buen católico y murió con la consolación de los sacramentos”.
Según los historiadores argentinos Ignacio Klich y Cristian Buchrucker, entre los 180 criminales de guerra que llegaron al puerto de Buenos Aires estaban los equivalentes bielorruso, croata y eslovaco de Hitler, a saber, Radislaw Ostrowsky, Ante Pavelic y Ferdinand Durcansky.
Otro asesino acogido por Perón fue Josef Schwammberger, que vivió en Argentina bajo su propio nombre desde 1948 hasta 1990, cuando fue extraditado a Alemania, se vio condenado por organizar la muerte de al menos 500 prisioneros y de un rabino en los campos de concentración en Polonia que comandaba. Su chofer declaró en el juicio que muchas veces Schwammberger utilizó su pistola para asesinar a grupos de judíos.
El capitán Erich Priebke, que participó en la masacre de las fosas ardeatinas en Roma donde fueron asesinados 335 civiles italianos, incluyendo 75 judíos romanos; vivió sin esconderse en Bariloche casi medio siglo hasta cuando en los años noventa lo descubrió un equipo de televisión de ABC News y fue extraditado a Italia.
”Demasiados colaboradores del aparato terrorista y genocida del nazismo lograron navegar en esa vasta y turbia corriente [de la inmigración]”, según el historiador argentino Cristian Buchrucker.
Buchrucker también escribió sobre Hitler y el antisemitismo: “El éxito real de la pretensión totalitaria nazi nunca estuvo en el logro de un 90 % de alemanes completamente entregados a la causa antisemita, sino en algo mucho menos homogéneo, pero efectivo en términos de ejecución de una política que culminó en un asesinato estatal masivo”.
Juan Domingo Perón le abrió las puertas a nazis y fascistas que no eran criminales de guerra
El austríaco Reinhard Spitzy fue Hauptsturmführer de las SS (Schutzstaffel o “escuadras de protección”) y luego asistente personal del canciller alemán Ribbentrop. Al final de la guerra aparecía en las listas de los más buscados de los aliados, pero logró esconderse en monasterios trapenses en España y en 1948 un coronel argentino allegado a Perón gestionó los permisos para que él y su familia se radicaran en Argentina. Vivió en Entre Ríos como concesionario de Coca-Cola.
Vittorio Mussolini no fue un criminal de guerra, pero con la derrota del Eje este hijo de Benito Mussolini marchó a Argentina en 1946 con nombre falso. “Todos y cada uno de los fascistas que arribaron a Buenos Aires fueron acogidos por el régimen de Perón”, según el historiador italiano Matteo Albanese.
En el marco del favorecimiento a los nazis escapados de Europa tal vez no es casualidad que el primer director de migraciones de Perón haya sido Santiago Peralta Ramos, autor de un libro en que afirmaba que el pueblo argentino era víctima de los judíos.
Más marcado fue el antisemitismo de tres sacerdotes católicos conocidos desde los años treinta. Virgilio Filippo señalaba que la errancia judía era el castigo divino por matar a Jesucristo. Leonardo Castellani, autor de cincuenta libros, consideraba el antisemitismo un impulso natural y decía que a los judíos había que convertirlos y acogotarlos. Julio Meinvielle, autor del libro El Judío, afirmaba que los pogromos, asesinatos masivos y las persecuciones de los nazis, eran prueba de que el judío había sido castigado por Dios; según Graciela Ben-Dror, autora de la obra Católicos, Nazis y Judíos: la Iglesia argentina en los tiempos del Tercer Reich. Señala Ben-Dror que “el antisemitismo formaba parte de la cultura católica integral” de los años 30 a 40.
La Argentina de Perón que fue refugio de nazis contrasta con la Argentina que le cerró las puertas a las víctimas del nazismo.
Por decreto 136.320 de noviembre de 1942 el presidente argentino Ramón Castillo autorizó la concesión de visas para 1.000 niños judíos huérfanos menores de 14 años que se encontraban en Francia en campos de concentración. La decisión presidencial se tomó por petición presentada por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA). El decreto se fue prorrogando por un tiempo, pero tenía enemigos en la burocracia argentina. En 1944 un memorando interno del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto celebraba que el decreto hubiera expirado pues si hubiera sido prorrogado “Habría traído aparejada la entrada aproximadamente de 10.000 personas inasimilables en nuestro medio, pues a los niños, se hubieran sumado posteriormente los familiares de ellos”. Los niños eran huérfanos. Como es obvio, si no tenían padres porque habían sido asesinados en campos de concentración, era improbable que se encontraran otros familiares.
Leonardo Senkman, historiador argentino y profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, reveló este boicot del gobierno argentino a niños huérfanos víctimas del nazismo en su libro Argentina, la Segunda Guerra Mundial y los refugiados indeseables.
La Argentina pudo haber jugado un rol destacado si hubiera emprendido una acción enérgica de rescate de refugiados, según Senkman. En su libro, el historiador dice con justificada amargura: “Nadie va a olvidar tampoco la responsabilidad que le cupo en América Latina a quienes rechazaron refugiados por razones étnicas y políticas, como el canciller brasileño Oswaldo Aranha; ni se olvidará la responsabilidad de los cancilleres argentinos José María Cantilo, Enrique Ruiz-Guiñazú y embajador Tomás Le Breton; como tampoco se olvidará al canciller colombiano liberal Luis López de Mesa, ni se omitirá el nombre del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, a pesar de su disposición a ayudar a exiliados republicanos españoles. Nadie olvidará ninguno de esos nombres ilustres”.
La Argentina pudo haber jugado un rol destacado si hubiera deseado emprender una acción enérgica de rescate de refugiados, según Senkman.
Principales criminales de guerra nazis acogidos en Argentina
Josef Mengele
Doctor en filosofía y medicina. Teniente coronel de las SS Médico del campo de concentración de Auschwitz. Llegó a la Argentina el 20 de junio de 1949 en el vapor North King, procedente de Génova, con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Helmut Gregor. Con ese nombre obtuvo la cédula de identidad 3.940.484 de la Policía Federal. En 1956 presentó certificado de nacimiento a nombre de JosefMengele legalizado ante la embajada alemana en Buenos Aires. La Policía Federal le expidió entonces una nueva cédula con el mismo número a nombre de Josef Mengele.
Adolf Eichmann
Ingresó al país el 14 de julio de 1950 en el vapor Giovanna C, proveniente de Génova, con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Ricardo Klement visado por el consulado argentino en Génova. En Tucumán obtuvo la cédula de identidad 341.952 y trabajó en esa provincia para la Compañía Argentina para Proyectos y Realizaciones Industriales (CAPRI) entre octubre de 1950 y abril de 1953. Luego se radicó en la provincia de Buenos Aires y trabajó en la Fábrica Metalúrgica Efeve y posteriormente en Daimler-Benz como electricista.
Ludolf Von Alvensleben
Ayudante del jefe de la policía Heinrich Himmler y dirigente de las SS en Rusia y Polonia. Acusado de la muerte de 4.247 personas. No se conoce la fecha de ingreso a la Argentina ni la documentación que presentó. Logró la ciudadanía argentina en 1952. Vivió en Santa Rosa de Calamuchita, provincia de Córdoba.
Kurt Christmann
Dirigente de las SS y coronel de la Gestapo. Llegó a la Argentina en el gobierno de Perón pero no se conoce en qué año, ni cómo ingresó al país. Vivió en San Martín 2787 en la localidad de Florida. Detenido en Alemania en 1979, purgó una condena de 10 años por la muerte de 105 judíos, mujeres, niños y ancianos en Krasnodar, Rusia.
Gerhard Bohne
Participó en la muerte de esquizofrénicos, ciegos, sordos y otras personas con deficiencias físicas. En el vapor Anna C, procedente de Génova, llegó a Buenos Aires el 29 de enero de 1949. Extraditado a Alemania en 1966.
Hans Fischbock
Ministro de Finanzas nazi durante la ocupación de Holanda. Responsable de expropiar bienes de judíos y del reclutamiento forzado de obreros. Ingresó a la Argentina el 2 de febrero de 1951 en el vapor Anna C, procedente de Génova, con documentación falsa a nombre de Jacob Schramm.
Bernhard Heilig
Dio órdenes de ejecución por derrotismo. Condenado a muerte en Alemania en 1947, escapó al año siguiente. Ingresó a la Argentina el 17 de enero de 1951 en el vapor Buenos Aires, procedente de Génova, con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Juan Richwitz.
Walter Kutschmann
Exoficial de las SS Jefe de la Gestapo en Polonia, fue acusado de la muerte de 1.500 judíos. Llegó a Argentina el 16 de enero de 1948 abordo del vapor Monte Amboto, procedente de Vigo, con identidad falsa a nombre de Pedro Ricardo Olmo, como supuesto religioso.
Abraham Kipp
Oficial de policía durante la ocupación alemana de Holanda, fue condenado a muerte en ausencia en 1949. Se embarcó en España en el vapor Ulasa y arribó a Buenos Aires el 22 de agosto de 1948. Se radicó en Bariloche.
Eduard Roschmann
Excomandante del gueto de Riga. Ingresó a la Argentina en el vapor Italia, procedente de Génova, el 2 de octubre de 1948, con pasaporte de la Cruz Roja Internacional a nombre de Federico Wegener.
Walter Rauff
Oficial de las SS en Italia. Denunciado por dirigir personalmente el uso de camiones de la muerte en que se asesinaba a los judíos desviando los gases de combustión a compartimientos herméticos. Llegó en 1949 a Buenos Aires donde estuvo unos meses antes de radicarse en Chile.
Josef Schwammberger
Comandante del gueto de Przemysł en Polonia. Llegó a Buenos Aires en el vapor Campana, el 19 de marzo de 1949 procedente de Marsella. No consta qué documentos presentó.
Erich Priebke
Capitán de las SS Participó en la matanza de las fosas ardeatinas en Roma. Llegó a Buenos Aires el 14 de noviembre de 1948 abordo del vapor San Giorgio, procedente de Génova, con pasaporte expedido en Berlín a su nombre. Primero trabajó como mesero y carnicero. Luego se radicó en San Carlos de Bariloche. Fue director del Instituto Cultural Germano Argentino Bariloche. En marzo de 1995 se presentó ante el juzgado federal de Bariloche el pedido de extradición formulado por Italia. Murió en arresto domiciliario en Roma en 2013 a la edad de 100 años. Entre todos los criminales nazis condenados por la justicia, fue el último sobreviviente.
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