Solo en 2001 se conoció la increíble historia de Gonzalo Montt Rivas, cónsul de Chile en Praga y simpatizante del nazismo, quien inexplicablemente en 1941 sabía de la llamada Solución Final que originó el holocausto judío. Chile fue neutral hasta 1943, y allí se dio el más activo espionaje alemán. No fue difícil. De una población de 5 millones de habitantes, unos 35.000 eran de extracción germana.
Un chileno fue cómplice del Holocausto
Un chileno fue probablemente la primera persona en el mundo en enterarse del Holocausto, aparte de los verdugos. Se llamaba Gonzalo Montt Rivas y era cónsul de Chile en Praga, cuando el 24 de noviembre de 1941 envió un despacho diplomático a Santiago sobre la Solución Final, el plan de exterminio ordenado por los nazis contra los judíos de los países de Europa oriental ocupados por Alemania. Ese plan había sido discutido por los jerarcas del nazismo poco antes, apenas el 10 de octubre de 1941.
Los judíos alemanes fueron reducidos a campos de concentración y de trabajo desde el Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, en noviembre de 1938, pero el exterminio de 6 millones de judíos que hoy se conoce universalmente como el Holocausto o la Shoah (la catástrofe), comenzó a finales de 1941 y de hecho solamente se oficializó en enero de 1942 en la llamada conferencia de Wannsee, nombre del suburbio de Berlín donde se acordó la Solución Final de la cuestión judía o Endlösung der Judenfrage. La Solución Final no fue un eufemismo pues lo acordado fue realmente convertir el genocidio de un pueblo en política de Estado. Las víctimas fueron principalmente los judíos de Europa Oriental. En Alemania, cuando Hitler asumió el poder, solamente vivían medio millón de judíos. En la Polonia ocupada eran tres millones.
Auschwitz, en Polonia, fue el principal campo de concentración construido por los nazis. Existía desde 1940, pero en 1941 solo 1.255 judíos aparecían registrados allí. La mayor parte de los detenidos ese año fueron prisioneros de guerra soviéticos. El exterminio de casi un millón de judíos en Auschwitz ocurrió entre 1942 y 1944.
No se sabe cómo se enteró el cónsul Gonzalo Montt Rivas del Holocausto y él no reveló su fuente a sus superiores en Chile en el despacho que remitió el 24 de noviembre de 1941. Según el historiador italiano Raffaele Nocera, Montt Rivas mantuvo lazos con jefes nazis de alto rango y, además, no debía ser desconocido por las autoridades alemanas en Praga, pues su esposa era la baronesa Alice Coppens d’Eeckenbrugge, hija de un noble prusiano.
Montt Rivas informó específicamente que el problema judío se había resuelto parcialmente en el Protectorado de Bohemia-Moravia, como se llamó a la nación checa ocupada por el Reich, con la determinación de erradicar a todos los judíos y enviar a algunos a Polonia y otros a Terezin. En esta localidad checa funcionó el gueto y campo de concentración conocido como Theresienstadt.
Después de la guerra, Walter Schellenberg, jefe de inteligencia extranjera de la Oficina Central de Seguridad del Reich, la temible RSHA o Reichssicherheitshauptamt que incluía a la Gestapo, reveló que él tenía en nómina a varios diplomáticos extranjeros, incluyendo a un chileno de apellido Monte. Como no hubo nadie con ese apellido en el servicio exterior de Chile en esa época, es de suponer que se refería a Montt. Si el cónsul estaba en la nómina de la Gestapo se entiende que era de casa con los asesinos nazis y que por ende le hubieran confiado algunos secretos.
Se sabe positivamente que el cónsul tenía vara alta frente a los alemanes. Berlín había ordenado el cierre de los consulados chilenos en los territorios ocupados, pues como era obvio ya no eran países independientes. Todos fueron clausurados, menos el de Praga. Además, por lo menos en un caso, el cónsul envió a Chile un informe sobre un decreto contra los judíos un día antes de su publicación oficial en Berlín.
Montt Rivas no se limitó a informar. Adhirió plenamente a las medidas del ejército invasor alemán para “limpiar” el territorio checo y “compartió completamente la política de exterminio nazista”, según Nocera.
Ya en 1941 había informado a Chile que los bienes, tierras y fábricas de los judíos habían pasado a manos de los alemanes y que, en su concepto, el mundo estaba en la fase final de la era cristiana y en los albores de la era germana en la cual dominarían “la raza nórdica, alta, blanca, protestante” y su “virilidad y energía” sin igual.
El cónsul aplaudía las medidas tomadas contra los judíos de Praga: prohibición de visitar las bibliotecas públicas y privadas y de escuchar música de autores israelitas, obligación de registrar las máquinas de escribir, prohibición de circular por las calles sin salvoconducto, obligación de portar una estrella amarilla en el lado izquierdo del pecho.
Gonzalo Montt Rivas escribía a la Cancillería: “Señor Ministro, no hay que maravillarse de que en el Reich se tomen estas medidas contra los israelitas, teniendo en cuenta que es innegable que son los elementos hebreos que dominan a Inglaterra, Estados Unidos y Rusia los que desencadenaron esta guerra contra Alemania”. Estos conceptos alucinantes son similares a los del doctor Joseph Goebbels cuando afirmó en mayo de 1943 que el mayor enemigo del Reich y de Europa era el judaísmo “que amenaza la libertad y la dignidad de la Humanidad”. Goebbels, doctor en filología, fue ministro de Propaganda durante los 12 años del régimen nazi.
Las opiniones del cónsul explican por qué las autoridades alemanas en Praga o en el protectorado podrían haber considerado a Montt Rivas como un amigo, y hasta compañero de tragos, según el historiador Richard Breitman, uno de los principales expertos sobre el Holocausto. Para Breitman, se trata de la prueba más antigua de que el Reino Unido y los Estados Unidos fueron advertidos del genocidio que se avecinaba.
Que fue el cónsul de Chile probablemente la primera persona en enterarse del Holocausto antes incluso de que se pusiera en plena ejecución, vino a saberse en 2001. Durante la revisión de 400.000 páginas del archivo secreto de la Segunda Guerra Mundial de la OSS (Office of Strategic Services), antecesora de la CIA, los historiadores encargados de esa tarea titánica, detectaron un informe en inglés de la inteligencia británica que resumía el despacho de Gonzalo Montt Rivas.
El cónsul practicaba abiertamente la judeofobia. Muchos judíos solicitaban en Praga visas para emigrar a Chile. El Ministerio de Relaciones Exteriores en Santiago había dado el visto bueno frente a ciertas solicitudes, decisión criticada por Montt Rivas. “Se han aceptado algunas en la creencia de que se trata de arios cuando en realidad los favorecidos son hebreos, judíos, israelitas, de la más pura raza semita. Estos sujetos juran que no son judíos porque han sido bautizados el día antes. Para un judío es mucho más fácil cambiar de nación, patria y religión que de camisa. Los judíos han creado en todas partes un serio problema racial, del que debemos librarnos nosotros”, escribió.
El cónsul rezumaba desprecio y sarcasmo: “El triunfo alemán limpiará a Europa de semitas. Los que logren sobrevivir probablemente serán deportados a Siberia, donde no tendrán muchas oportunidades de poner en práctica sus capacidades financieras”.
En otro despacho dirigido al ministro de Relaciones Exteriores, Montt Rivas anotó: “Perdone la Excelencia Vuestra esta tirada contra los israelitas, pero todos los que han vivido en contacto con esa ‘gente’ y han podido comprobar todo el mal que han hecho y siguen haciendo a la humanidad, tenemos la obligación moral de impedir que el flagelo se extienda a nuestra amada Patria”.
Cuando las revelaciones sobre Montt Rivas se conocieron en Chile hace veinte años, un sobrino suyo dijo al periódico El Día: “Me daría mucha vergüenza haber tenido un tío que hubiera adherido a una causa tan repudiable. Me daría vergüenza, porque era un chileno culto e inteligente. Pero no se descarta, ya que en las décadas de los años 30 y 40 hubo en Chile un grupo bastante activo de gente pro nazi”. El sobrino, Manuel Montt Balmaceda, era entonces rector de la Universidad Diego Portales y presidente del Instituto Chileno-Israelí de Cultura.
La gente pro nazi es casi siempre antijudía y en Chile el antisemitismo en los años treinta no fue una rareza. El Movimiento Nacional Socialista de Chile, fundado en 1932 por un abogado hasta entonces desconocido, Jorge González von Marées, creó un partido naci, distinto del partido nazi chileno filial del alemán, pero con iguales camisas pardas e idéntica tendencia totalitaria y antijudía. Sus adeptos hacían el mismo saludo nazi pero el Heil Hitler lo reemplazaban por Heil Chile. “El nacismo significa la liberación de Chile del yugo económico del Judaísmo internacional”, fue uno de los lemas del partido, que en las elecciones obtenía siempre resultados marginales, aunque en 1938 sus 30.000 votos fueron decisivos para la victoria del presidente Pedro Aguirre Cerda, que ganó por 4.111 sufragios. No obstante ese apoyo de los nacis, Aguirre Cerda en sus 3 años de gobierno, hasta su muerte en 1941, facilitó la entrada a Chile de por lo menos 13.000 judíos.
En Chile el antisemitismo de los años treinta no fue una rareza. El movimiento nacional socialista creó un partido cuyos adeptos hacían el mismo saludo, pero el ‘Heil Hitler’ lo reemplazaban por ‘Heil Chile’.
El Partido Nacional Fascista de Chile también fue abiertamente antisemita, como consta en los titulares del semanario La Patria, su órgano de difusión: “La canalla judía empieza a actuar”; “Los judíos constituyen un peligro para Chile”; “La inmigración de judíos significa la ruina de Chile”; “Fuertes coimas pagan judíos para entrar a Chile”.
El impacto de Pearl Harbor
Los sucesos de Pearl Harbor pusieron en guardia al gobierno de Chile pues el embajador japonés en Santiago, advirtió veinticuatro horas después de la hecatombe que si Chile se alineaba con Washington en esa coyuntura, la respuesta sería un ataque naval. Con una costa desprotegida de más de 6.000 kilómetros de longitud, el gobierno no podía desentenderse. Chile sustentó en esa amenaza nipona la decisión que tomó un mes después, en la reunión de cancilleres en Río en enero de 1942, de mantener su neutralidad y negarse a romper relaciones diplomáticas con los países del Eje. Cuando los delegados norteamericanos le respondieron al canciller chileno Juan B. Rossetti que la flota naval de los Estados Unidos protegería a Chile, Rossetti apuntó: “¿Cuál flota? ¿La que hundieron en Pearl Harbor?”. Lo narra el historiador Frank McCann.
Cuando Estados Unidos le dijo al gobierno chileno que su flota naval protegería a Chile, el canciller Rosetti apuntó: ¿Cuál flota? ¿La que hundieron en Pearl Harbor?
En Chile la neutralidad tenía amplio apoyo en los partidos políticos, el gobierno y la opinión pública. Un editorial de El Correo de Valdivia fue típico del sentir general: “La neutralidad aleja la guerra de nuestras costas, protege nuestras ciudades, facilita el comercio, protege nuestra soberanía y deja intacta nuestra tradición de dignidad”. Las exportaciones de cobre y otros productos chilenos y aun la comunicación con Isla de Pascua se hacían por mar. La seguridad de las rutas marítimas era lo que se quería preservar con la posición neutral. Además de Chile y Argentina, también fueron Estados neutrales durante la conflagración bélica, España, Portugal, Irlanda, Suiza y Suecia.
Con insistencia el embajador norteamericano y el Departamento de Estado presionaron a Chile para romper relaciones y desmantelar las redes de espías alemanas. Durante años no avanzaron en esa misión.
Cuando en 1941 las autoridades chilenas detuvieron en Valdivia, zona de fuerte inmigración alemana, a cinco residentes con apellidos germanos, todos miembros del partido nazi, menos uno, por actividades antidemocráticas, el gobierno de Berlín no tardó en ejercer represalias. Detuvo en Alemania y en la parte ocupada de Francia a varios chilenos, hasta cuando los cinco arrestados del sur de Chile fueron liberados por falta de pruebas.
El espionaje alemán en Chile no obedecía a una necesidad apremiante del gobierno de Berlín pero llegó a ser uno de los más activos en Suramérica, ya que era fácil reclutar alemanes o descendientes de alemanes. En un país con 5 millones de habitantes unos 35.000 eran de extracción germana. El espionaje giraba alrededor de tres letras: PYL. Esa era la clave de las estaciones de radio clandestinas que agrupaban a decenas de espías a lo largo de Chile.
Los nexos militares chileno-germanos databan de 1884, cuando llegaron a Chile los primeros profesores alemanes de las escuelas militares. Cuando a comienzos del siglo XX Colombia contrató misiones militares chilenas sus instructores dejaron la impronta prusiana en los cadetes colombianos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los vínculos chilenos con Alemania empezaban desde lo alto. La AAA, Asociación de Amigos de Alemania, tenía como presidente al general Arturo Ahumada y como miembros de la junta a los generales Carlos Vergara y Francisco Javier Díaz, uno de los fundadores del partido naci.
En diciembre de 1941 los dos candidatos a la presidencia de la República, Carlos Ibañez y el vencedor Juan Antonio Ríos, de manera reservada solicitaron al embajador alemán financiación para sus campañas, según revelaron finalizada la guerra los archivos alemanes capturados por los aliados. El embajador alemán fue autorizado a entregar 100.000 dólares a Ibáñez, un exdictador que el diplomático consideraba simpatizante del nazismo.
La presión norteamericana contra Ríos para romper con el Eje se inició desde su posesión. Pero el presidente no cedió, ni siquiera cuando una beldad llamada Pilar Subercaseaux se lo pidió durante una cena privada en el Palacio de la Moneda. La primera dama se encontraba en el extranjero. Ríos rogó a su invitada que tocara el piano. Ella accedió a cambio de que Ríos prometiera concederle cualquier deseo. Se trataba de romper relaciones con el Eje.
La presión norteamericana contra el presidente Ríos para romper con el eje, inició el día de su posesión. Pero él no cedió ni siquiera cuando una beldad se lo pidió en una cena privada en el palacio de la Moneda.
El espionaje nazi comenzó en 1939, cuando un alemán que llevaba años como alto empleado de compañías navieras en Chile, fue encargado durante un viaje a Alemania de la tarea de crear la red del Abwehr (inteligencia militar) en la Costa Pacífica de Suramérica. Con 75.000 dólares en efectivo desembarcó en Valparaíso. Se llamaba Casero, nombre en clave de Friedrich Tadeo von Schulz-Hausmann.
Su primera tarea fue aceitar a funcionarios chilenos que debían dar los permisos para el zarpe de 7 naves mercantes alemanas que habían quedado atrapadas en puertos chilenos desde el inicio de la guerra. Fueron cargadas con mercaderías que se necesitaban en Alemania y zarparon hacia puertos japoneses o hacia Vladivostok, estación final del ferrocarril transiberiano.
Casero también se encargó de otra operación de contrabando. No de mercancías, sino de la tripulación del acorazado de bolsillo Graf Spee, hundido en Uruguay en diciembre de 1939. Logró que muchos marinos abordaran desde Chile barcos de carga japoneses o soviéticos que los llevaran al Oriente y luego a Alemania, vía el Transiberiano.
A largo plazo el triunfo principal de Casero fue el funcionamiento de la red clandestina de radio PYL. Los Andes, las condiciones meteorológicas inestables, y la enorme distancia de Alemania (12.000 kilómetros en línea de aire), fueron barreras que Casero tuvo que vencer antes de lograr transmisiones continuas y expeditas. Sus agentes eran funcionarios de navieras a lo largo de la costa chilena, incluso en El Callao. Reportaban el zarpe de buques y las exportaciones de cobre a Estados Unidos. Apellidos alemanes tenían los principales miembros de la red PYL, pues eran alemanes radicados en Chile o chilenos de familia alemana: Kurt Wandell, Claus Watjen, Ferdinand Westoff, Eugenio Ellinger Knoll y Arnold Barckhahn, entre otros.
En 1942 el Departamento de Estado en Washington concluyó que la red de espionaje nazi en Chile fue creada como agencia transmisora de información de espionaje desde el Hemisferio Occidental hacia Alemania. No se ocupaba principalmente de informar a Alemania sobre asuntos chilenos, sino de registrar los movimientos de barcos en muchas partes del mundo y también de informar sobre las actividades militares, navales e industriales de los Estados Unidos.
La red de espionaje de Chile fue creada no solo para informar a Alemania sobre asuntos chilenos, sino para registrar los movimientos de todos los barcos en muchas partes del mundo.
Otro espía de primera línea fue el agregado aéreo de la embajada alemana, Ludwig von Bohlen, que arribó a Buenos Aires en 1941 con 400.000 dólares en efectivo para financiar operaciones encubiertas y luego cruzó los Andes para posesionarse del cargo en Santiago. Bohlen había nacido en Chile de padres alemanes, estudió derecho, fue secretario privado del presidente Carlos Ibáñez, fue enviado por Chile para estudiar jurisprudencia en Alemania, participó en la redacción del código penal chileno, luchó en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, y era perfectamente bilingüe en lengua alemana y castellana.
Con la experiencia que tenía por haber sido alto funcionario estatal en Chile, Bohlen logró dos golpes que fueron apreciados en Alemania. Consiguió que un piloto militar chileno que recibió entrenamiento en bases aéreas en los Estados Unidos, pasara información sobre el tipo y número de aviones de esas unidades militares. Bohlen (su clave era Bach), también obtuvo copia de los manuales de entrenamiento y reparación de motores utilizados en Chile por una misión de la fuerza aérea de los Estados Unidos.
Pero el éxito principal fue conseguir copia de los mapas y planos de las defensas del Canal de Panamá en 1940 y 1941. Se los vendió a Bohlen el embajador chileno en Panamá, por 10.000 dólares.
Sabemos qué comunicaban Bach y Casero a Hamburgo, sede de la inteligencia militar, porque los servicios de inteligencia británicos interceptaban los mensajes, hoy conservados en el Archivo Nacional del Reino Unido. Esta es una muestra:
22.9.41 CASERO A HAMBURGO. No volver a utilizar COTRAS, pero sí SEÑORITA JUAN. R bien camuflado.
1.10.41 HAMBURGO A BACH. Muy urgente. Las direcciones MANUEL, MARÍA y FONSECA ya no se deben utilizar. En su lugar esta nueva dirección: LUCILEA MARTENS, LISBOA, RUA DA ROSA 164. Cartas de tipo privado en español.
1.10.41 BACH A HAMBURGO. Pruebas del transmisor de radio no se pueden hacer por ahora debido al peligro de requisa en relación con persecución al partido. En caso de posible interrupción de la conexión actual, BACH enviará cable desde embajada: “Conexión interrumpida”.
10.10.41 BACH A HAMBURGO. Necesito tinta urgente para tráfico USA. Envío revistas y estadísticas a BREDE por LATI.
18.10.41 BACH A HAMBURGO. Informe zarpe de barcos. Texto reconstruido de memoria pues documentos hay que destruirlos inmediatamente.
12.12.41 HAMBURGO A VALPARAÍSO. BACH tiene instrucciones de pagarle 10.000 marcos en moneda local y suministrarle tinta secreta. Destruya cualquier material incriminatorio. ¿Es posible contratar chilenos o neutrales? Mucha prudencia en relación con provocadores. Dirección para emergencias es ERNEST LWETHI FRASCOLLI, BERNE, RUE HALLER 51. Solo para cartas con tinta secreta. Cubra el texto como si fuera carta de negocios.
23.12.41 VALPARAÍSO A HAMBURGO. A solicitud de Berlín, BACH está tratando de enviar nuestros informes sobre barcos al agregado naval japonés.
El embajador de los Estados Unidos durante mucho tiempo insistió ante el gobierno chileno sobre la necesidad de desmontar las redes del espionaje nazi. Sus reclamos cayeron en oídos sordos, salvo cuando el gobierno aceptó prohibir las transmisiones de telegramas en claves, que se habían incrementado 28 veces durante la guerra, sin que en ese momento, existiera comercio entre Chile y Alemania. La posición chilena frente al espionaje solo cambió cuando fue capturado en La Habana y luego ejecutado por un pelotón de fusilamiento Heinz August Luning, de 31 años, agente de inteligencia militar alemana en Cuba. Señalado como un temible espía por los aliados, se había instalado en Cuba con un pasaporte hondureño falso, haciéndose pasar por refugiado judío holandés.
Las pesquisas del historiador Thomas Schoonover reveladas en 2008 muestran que la realidad fue bien distinta. Luning era antinazi, como lo fue toda su familia en Hamburgo y Bremen. Precisamente para evitar ser reclutado en el ejército, se presentó como voluntario ante el Abwehr, el servicio de inteligencia militar. Fue aceptado porque hablaba italiano (su madre era italiana), español (aprendido en Santo Domingo, donde tenía negocios su familia, importadores de tabaco) e inglés. No le fue bien en el curso de entrenamiento de seis semanas pero aun así, fue enviado como agente a La Habana en septiembre de 1941. Para ocultar sus actividades abrió un almacén de modas. El radio transmisor que debía utilizar para comunicarse con la jefatura del Abwehr nunca funcionó. Como no recordaba bien la fórmula para mezclar los ingredientes químicos para elaborar la tinta invisible, sus más de 40 mensajes enviados a Alemania por correo se leían con dificultad. Y si se leían, la información enviada era incompleta, pues señalaba cuáles barcos habían zarpado y su destino, pero no la carga, o al revés.
Dos circunstancias sellaron su suerte. Todo el correo del continente americano a Europa y viceversa tenía que pasar por Imperial British Censorship, la oficina de censura postal británica en Bermuda. Hoy la isla es un paraíso fiscal donde fijan su domicilio poderosas compañías de seguros y un destino turístico prohibitivo en el que un buen hotel cuesta más de 1.000 dólares la noche, entre ellos el Hamilton Princess. Durante la guerra el Hamilton Princess alojaba a centenares de empleados de la censura británica que pasaban el día abriendo sobres y leyendo cartas y remitiendo informes a los servicios de inteligencia. En Bermuda sospecharon de las cartas de Luning y empezaron a investigarlo. Un corresponsal en España le escribió a su verdadera dirección en La Habana y con su nombre verdadero. Un descuido que le costó muy caro a Luning.
La otra circunstancia fue el catastrófico hundimiento de barcos en el Caribe por cuenta de los submarinos nazis. En 1942 fueron más de 600 los buques que se fueron a pique. A veces los U-boot hundían hasta dos petroleros al día. No es casual que eso suceda, pensaron el FBI y otras agencias, convencidos de que tenía que haber un espía que informaba las rutas que seguían los petroleros y los barcos mercantes. Capturado en agosto de 1942, Luning fue convertido en chivo expiatorio de la debacle en los mares. La prensa de todos los países americanos lo presentó como un espía mortífero que se comunicaba con los U-boot. Fue juzgado y condenado por el Tribunal de Urgencia. La pena de muerte se le aplicó en noviembre 1942, con la aprobación del presidente de Cuba Fulgencio Batista. En realidad no fueron las capacidades de Luning como espía las causantes de que los submarinos nazis hubieran convertido el Mar Caribe en su coto de caza, sino la ausencia de protección aérea para los barcos mercantes y la presencia de submarinos cargados de combustible que reaprovisionaban a los submarinos de combate. Además, había espías eficientes en otros países que compensaban las fallas de Luning.
En 1942 fueron más de 600 los buques que se fueron a pique en el Caribe por cuenta de los submarinos nazis. A veces los U-boot hundían hasta dos petroleros al día.
Su captura en Cuba condujo al arresto de espías alemanes en Chile, Luning confesó haber recibido de Chile un giro por 1.500 dólares y haber estado en contacto con colegas en ese país.
Esos arrestos se produjeron a regañadientes porque hasta entonces el ministro de Relaciones Exteriores, Ernesto Barros Jarpa, había negado reiteradamente la existencia de espías alemanes en territorio chileno. Cuando un periodista del diario El Mercurio, Benjamín Subercaseaux, reveló en octubre de 1942 que las redes de espionaje existían y que contaban con transmisores clandestinos, la denuncia causó impacto y el ministro llegó a pedir que el reportero fuera detenido por afectar la seguridad nacional. Pero tuvo que retractarse porque las revelaciones de Luning llevaron al ministro del Interior, Raúl Morales, a ordenar la detención de miembros de la red PYL. El gobierno se vio contra las cuerdas, adicionalmente, porque el subsecretario de Estado Sumner Welles, en un discurso afirmó que no podía creer que dos repúblicas americanas, Chile y Argentina, siguieran permitiendo que sus vecinos de las Américas, fueran apuñalados por la espalda por emisarios del Eje que operaban en sus territorios.
Barros Jarpa replicó que se trataba de una afrenta a la dignidad nacional y señaló que ningún submarino alemán había hundido barcos en la costa del Pacífico al sur del Canal de Panamá. Retó a Welles a que probara que por culpa de mensajes transmitidos desde Chile habían sido hundidos barcos de otros países del continente. Welles por supuesto no podía suministrar las pruebas fehacientes, porque ello implicaba hacerle saber a Alemania que los aliados interceptaban las comunicaciones militares con los submarinos, pues habían descifrado el código Enigma. Pero sí reveló información sobre barcos norteamericanos que zarparon de Chile y fueron hundidos en el Caribe tras mensajes secretos enviados desde Valparaíso.
El ministro Barros Jarpa renunció, el gobierno presentó un proyecto de ley antiespionaje y en enero de 1943 finalmente rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje. En fin de cuentas, el antinazi Heinz Luning, aunque torpe agente secreto, terminó asestándole un golpe al espionaje nazi. Fue el único espía alemán condenado a muerte en el continente americano.
En enero de 1943 Chile finalmente rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje y el gobierno presento un proyecto de ley antiespionaje.
En sus memorias el canciller Barros Jarpa adujo que Chile tenía tanto derecho a la neutralidad como lo tuvo el gobierno norteamericano hasta cuando entró a la guerra por cuenta de Pearl Harbor. Un argumento impecable desde el punto de vista lógico, pero que no tenía en consideración el propósito alemán de dominar el mundo e imponer una monstruosa tiranía, basada en el racismo ario y el exterminio de pueblos impuros. Hitler no declaró la guerra contra unos países, sino contra toda la humanidad. Con razón Hans Frank, uno de los jerarcas nazis condenados a la horca en los juicios de Núremberg, dijo ante el tribunal que pasarán mil años y no se borrará la culpa de Alemania. Frank fue el abogado personal de Hitler y culpable del régimen de terror contra los judíos como gobernador general de Polonia.
Tan infructuosas como las de Luning fueron las actividades de otro extranjero radicado en Cuba, el dueño de Finca Vigía, Ernest Hemingway. Con permiso del embajador de su país, Spruille Braden, que también lo fue en Colombia y Argentina, el escritor montó ametralladoras y bazucas en su bote de pesca, Pilar, y con sus hijos se dio a la mar con la misión de cazar submarinos nazis frente a las costas de Cuba.
La sofisticada iniciativa del nazismo en la región
El historiador italiano Raffaele Nocera, experto en la historia de Chile durante la Segunda Guerra Mundial, resumió de manera certera el impacto del nazismo en la región:”Los estudiosos que han investigado el lazo existente entre América Latina (y Chile) y Alemania de los años treinta-cuarenta desde un punto de vista político tienden a considerar a la región como de escasa importancia para el nazismo, que trató solo de crear pequeños nichos de influencia. En gran parte esta evaluación es correcta. Sin embargo, no debe creerse que la iniciativa del nazismo en algunos países no haya logrado llegar a niveles sofisticados, con un grado de inserción, de difusión y de adhesión tales que podían influenciar el curso de los eventos”.Para Nocera es necesario “Contrabalancear la tendencia de muchos historiadores chilenos que tienden a minimizar el ‘factor nazista’ en Chile, ya sea por convicción, como para ocultar hechos incómodos de la memoria histórica del país”.