Colombiano narra la historia de su padre, un sobreviviente de Dachau y Auschwitz | Atlas del Nazismo
“Descubrimos esto después de que él murió en 1999″: el colombiano Israel Bluman relata la impactante historia de su padre, Pesaj Bluman, un sobreviviente a los campos de concentración de Dachau y Auschwitz. #AtlasDelNazismo
Colombia vio de frente la cara de la guerra en junio de 1942 cuando un submarino alemán hundió la goleta Resolute. a 23 millas de San Andrés. Japón, además, tenía intenciones de destruir el canal de Panamá para lo cual construiría el submarino más grande del mundo.
Mientras tanto, en el país se formaron grupos de simpatizantes del nazismo y en el gobierno, Luis López de Mesa, se perfiló como el más alto funcionario antisemita al evitar que judíos pudieran obtener visas colombianas para escapar de la guerra en Europa.
El submarino que iba a destruir el canal de Panamá
Los tiros ya nos están tocando muy de cerca”. Eso dijo el bogotano Nerbando Rincón cuando el diario El Tiempo preguntó a algunas personas qué pensaban del ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941. Para una época en que no existían la televisión ni los celulares y la difusión de la imagen solamente se hacía por los periódicos o revistas o en los noticieros de cine, la descripción fue muy gráfica.
El gobierno del presidente Eduardo Santos, propietario de El Tiempo, rompió tras Pearl Harbor relaciones diplomáticas con los países del Eje, como se llamó la alianza entre Alemania, Japón e Italia. Todas las repúblicas latinoamericanas hicieron lo mismo, salvo Chile y Argentina. Algunos países le declararon la guerra al Eje, pero no Colombia. “No hemos de declarar la guerra a nadie que no quiera agredirnos directamente y que no pretenda hollar nuestro territorio”, proclamó Santos. Aun cuando los submarinos alemanes agredieron directamente a Colombia el año siguiente, Santos no declaró la guerra al Reich. Colombia poseía armas anticuadas y escasas. No podía declarar la guerra ni a sus vecinos.
El 23 de junio de 1942 Colombia vio de frente la cara de la guerra y oyó los tiros muy de cerca. Un submarino alemán hundió la goleta Resolute a 35 millas de San Andrés. El submarino emergió a treinta metros de la goleta. El capitán, Joseph Alban McLean, ordenó izar la bandera colombiana. Eran las 9 o 10 de la mañana. Dos tripulantes recibieron disparos mientras izaban la bandera. Como los tiros venían de estribor (costado derecho), se dirigieron a babor, colgándose de la borda de la goleta, el cocinero Ignacio Baker, el marinero Colbrook Archbold, el ayudante de cocina Clifford Grant y los pasajeros Tomás Steele, su esposa Lucy Steele y su pequeño hijo Alberto, de año y medio. El submarino dio la vuelta y los ametralló por la espalda. Las víctimas cayeron al mar. Luego, los alemanes lanzaron contra la goleta tres granadas de mano que la destrozaron, hundiéndola en segundos.
Se salvaron los pasajeros Doris Fox y Misael Santana, los marineros Manoah Hawkins y James Newball, el contramaestre Garmen García y el capitán. Todos eran ciudadanos colombianos, menos el nicaragüense ayudante de cocina. Nadaron mientras los alemanes ametrallaban el bote salvavidas, que Fox había lanzado al agua. Remaron hasta San Andrés, donde llegaron al atardecer. Los alemanes no los persiguieron porque un avión de nacionalidad desconocida apareció súbitamente lo que hizo que la nave atacante se sumergiera. El bote salvavidas tenía 30 perforaciones, que los sobrevivientes sellaron con pedazos de ropa.
La Resolute había zarpado de Cartagena el 6 de junio, con carga y pasajeros para el archipiélago. El 14 divisaron dos botes salvavidas en que viajaban cinco oficiales y 25 marinos británicos, sobrevivientes de un ataque contra su barco. Fueron rescatados por un convoy americano.
Santos y el ministro de Relaciones Exteriores, Luis López de Mesa, protestaron ante el Reich por medio del gobierno suizo, que representaba los intereses colombianos después de la ruptura de relaciones diplomáticas. Afirmaron que no existía “fin legítimo de guerra ni de ninguna otra naturaleza que justificara la agresión”. Se ordenó trasladar al interior del país a los ciudadanos del Eje residentes en departamentos costeros.
Alvaro Gómez Hurtado, que tenía entonces 23 años y era germanófilo, por decir lo menos, presentó el hundimiento en la Revista Colombiana, de la cual era codirector, como una comedia montada por los Estados Unidos para indisponer a la opinión pública colombiana contra Alemania. El Reich no tenía interés en ametrallar a la mitad de la tripulación y salvar la otra mitad, según Gómez Hurtado. El gobierno americano sí, para que los sobrevivientes dejaran un testimonio.
Años después de terminada la guerra se comprobó por la bitácora que el U-boot U-172, con 34 tripulantes a bordo, hundió la goleta Resolute. El mes anterior, mayo de 1942, el submarino había hundido en el Caribe siete barcos petroleros y mercantes con tonelaje promedio cien veces superior al de la goleta.
Las sospechas recayeron sobre James Rankin, el isleño dueño de la Resolute. Estaba en la Lista Negra que los Estados Unidos promulgaron en julio de 1941 para bloquear los negocios de los alemanes, italianos y japoneses residentes en las repúblicas americanas y de sus simpatizantes. Rankin era cuñado de Karl Regnier, alemán detenido en San Andrés y confinado en Bogotá. Regnier, miembro del partido nazi colombiano, se suicidó en Bogotá el 30 de diciembre de 1943.
Las sospechas recayeron sobre James Rankin, el isleño dueño de la Resolute. Estaba en la Lista Negra que los Estados Unidos promulgaron para bloquear los negocios de los alemanes, italianos y japoneses residentes en américa
Hans Ungar y el Holocausto: una historia “que no se puede repetir nunca jamás” | Atlas del Nazismo
Elisabeth Hungar cuenta la historia de su padre, Hans Ungar, quien escapó del Holocausto, pero no pudo conseguir visas a sus padres y su hermano para ingresar a Colombia; murieron en los campos de concentración alemanes. #AtlasDelNazismo
Por la declaración que rindió el capitán de la goleta ante las autoridades navales americanas en Balboa, Zona del Canal, se sospechó que Rankin tenía negocios con los alemanes de los submarinos y que los aprovisionaba de petróleo y otros suministros. El incumplimiento de un negocio habría sido la causa del ataque y de que la agresión se hubiera realizado no con torpedos sino a plena luz del día para que las víctimas supieran quién les disparaba. Tal vez los alemanes pensaron que Rankin se encontraba a bordo.
Un antropólogo americano que vivió en Providencia tres lustros después, relató en un libro que un contrabandista isleño llamado Jenkins (personaje basado en Rankin) traía en sus barcos barriles de petróleo que enterraba durante la guerra en la playa y que los desenterraba para venderlos a los sedientos submarinos alemanes que esperaban más allá de los arrecifes.
Un mes después, el 22 de julio de 1942, la goleta Roamar, de 110 toneladas, que también había zarpado de Cartagena hacia San Andrés y Providencia, fue hundida cerca del archipiélago. No quedaron vestigios ni hubo sobrevivientes. Santos y su canciller no protestaron ante Berlín pero sí afirmaron que “Puede deducirse que su pérdida fue obra también de un submarino alemán”.
La bitácora del U-505 confirma que el gobierno no estaba equivocado.
En 1945 se dictó una ley que disponía lo siguiente: “Los daños y perjuicios causados a los colombianos en sus personas o en sus bienes, con motivo de la guerra provocada por el Reich alemán, serán pagados por el Estado colombiano de los fondos que se hallen en fideicomiso en el Fondo de Estabilización”.
Con base en esa disposición, el Consejo de Estado ordenó años más tarde indemnizar a los dueños de la Roamar con fondos de alemanes, italianos y japoneses, a los cuales el Fondo de Estabilización manejado por el Banco de la República, les expropió sus casas, cuentas bancarias y empresas.
Durante la guerra otra goleta colombiana cuyo nombre también empezaba por la letra erre naufragó en el Caribe. La goleta Ruby, de 39 toneladas, fue hundida por el submarino U-516 el 17 de noviembre de 1943. Este suceso desafortunado ocurrió a la una de la mañana. Murieron 4 personas ametralladas por fuego alemán y quedaron heridas 7, todas colombianas. Los sobrevivientes flotaron dos días en un cayuco hasta cuando una nave los recogió y los llevó a Colón, donde les extrajeron granada de metralla.
No existiendo una causal bélica que explique el hundimiento de la Roamar y la Ruby, se puede suponer que diferencias comerciales entre isleños y alemanes, fueron la causa de la agresión. Le dio cabida a esa versión el famoso historiador naval, Samuel Eliot Morison. Habló de esto en sus relatos de las operaciones navales de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Había submarinos que reaprovisionaban a los Unterseeboot o U-boot de combate, pero no habiendo puertos amigos donde estos barcos submarinos pudieran reaprovisionarse de combustible en el Caribe, la única opción eran los contrabandistas que escondían barriles de petróleo en la arena.
Los submarinos tenían un radio de acción entre 11 y 13 mil kilómetros. La distancia entre el Caribe y sus bases en Europa consumía casi todo el combustible en un viaje de ida y vuelta, sin contar las necesidades adicionales de petróleo para la misión bélica en el trópico.
Laureano Gómez puso en duda la versión oficial que acusaba a un submarino alemán por el hundimiento de la Ruby. Tal vez ese hecho pesó también en la decisión del presidente encargado, Darío Echandía, de declarar que Alemania había llevado a Colombia al estado de beligerancia: “El Gobierno alemán ha ejecutado contra la Nación Colombiana una serie de agresiones que tienen el carácter de actos de guerra no provocados, colocándose así en una situación de beligerancia respecto de la República de Colombia”. El estado de beligerancia no existía en la Constitución pero sirvió como eufemismo para no decretar la guerra. Esa forma oblicua de interpretar los acontecimientos la volvió a emplear Darío Echandía en 1953, cuando consideró que la toma del poder por el general Gustavo Rojas Pinilla no fue un golpe de Estado sino un golpe de opinión.
En los archivos de la época no hay constancia de que el gobierno hubiera conocido el origen del hundimiento de las goletas. Tenía por lo tanto que suponer que era una agresión monda y lironda contra Colombia.
EL SEGUNDO PEARL HARBOR
Un mes después de Pearl Harbor los japoneses empezaron a planear el segundo Pearl Harbor: la destrucción del canal de Panamá. En enero de 1942 el almirante Isoroku Yamamoto, comandante de la flota naval japonesa, dio el visto bueno para la construcción del submarino más gran del mundo, el I-400, que podría viajar a cualquier punto del globo terráqueo y regresar al Japón sin reaprovisionarse de combustible.
El submarino viajaría hasta las costas de Ecuador. Allí se lanzarían los 3 aviones que volarían por el mar, luego sobre el Chocó y al llegar a Urabá virarían hacia Panamá para atacar las esclusas de Gatún, situadas en el ingreso del Mar Caribe al canal. Los japoneses determinaron que destruidas las esclusas de Gatún, sería más difícil frenar la salida de agua del lago Gatún hacia el mar. Las esclusas utilizan enormes cantidades de agua del lago Gatún para subir y bajar los barcos que transitan.
La demora en la construcción de los submarinos, que fueron terminados poco antes de la rendición del Japón, hizo que no fueran utilizados. La marina de los Estados Unidos los descubrió al final de la guerra, los llevó a Hawái y allá los hundió con torpedos.
EL EJE BOGOTÁ-BERLÍN
Existió una alianza de facto entre Hitler, de un lado, y Eduardo Santos y su canciller. Alemania despojaba de su nacionalidad a los judíos y los forzaba allende las fronteras. Colombia les cerraba la puerta para que no llegaran a nuestras costas.
A raíz de la invasión alemana a Polonia el primero de septiembre de 1939, fecha que marca el inicio de la Segunda Guerra Mundial, Santos se dolía de que “a golpes de la barbarie” cayera en Europa “la antorcha del saber y del bien, la antorcha del arte, esa antorcha de todas las cosas mejores que tiene la humanidad”.
Esas palabras elevadas escondían una realidad ruin. Un mes después de tomar posesión de la presidencia de la República en agosto de 1938, Santos y su ministro de Relaciones Exteriores, Luis López de Mesa, dictaron el decreto 1723, el cual señala:
Los funcionarios consulares de la República no podrán sin autorización especial y concreta en cada caso del Ministerio de Relaciones Exteriores, visar pasaportes de individuos que hayan perdido su nacionalidad de origen, o que no la tengan.
El decreto tenía nombre propio: los judíos privados de su nacionalidad de origen por el régimen nazi, los alemanes que a la fuerza habían sido convertidos en apátridas. En los cuatro meses anteriores al decreto los consulados colombianos en Alemania y en otros diez países europeos expidieron 1.190 visas. Dos meses después del decreto el cónsul en Berlín solamente refrendó 6 visas.
En noviembre de 1938 el embajador colombiano en Berlín, Jaime Jaramillo Arango, pidió instrucciones a la Cancillería sobre las solicitudes de asilo que presentaban los judíos en Alemania. López de Mesa respondió: “Rogamos reflexionar cuidadosamente sobre los problemas que ello plantea pues podría tener como consecuencia inesperada el que se nos endose asilados obligándonos a traerlos a Bogotá o a ampararlos indefinidamente”.
En enero de 1939 López de Mesa remitió una circular a los cónsules en Berlín, Hamburgo y Varsovia solicitándoles que “Opongan todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos”.
En 1939 López de Mesa remitió una circular a los cónsules en Berlín, Hamburgo y Varsovia solicitándoles que “Opongan todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos”
En 1939 López de Mesa remitió una circular a los cónsules en Berlín, Hamburgo y Varsovia solicitándoles que “Opongan todas las trabas humanamente posibles a la visación de nuevos pasaportes a elementos judíos”
En febrero de 1939 López de Mesa reiteró la orden, pidiendo a los cónsules “Impedir, hasta donde sea humanamente posible, que entren a Colombia judíos rumanos, polacos, checos, búlgaros, rusos, italianos”.
Esa expresión -humanamente posible- de López de Mesa (Don Matías, Antioquia 1884-Bogotá 1967), que posaba de sabio, pues fue médico, psiquiatra, historiador y sociólogo, recuerda el cinismo de los nazis cuando advertían a los judíos que arribaban a los campos de exterminio que pasarían primero a una sala de baño, cuando en realidad ingresaban a las cámaras de gas para morir asfixiados víctimas del gas Zyklon B, un pesticida que impide la respiración de las células.
El antisemitismo cerril de López de Mesa no estaba limitado a las circulares reservadas que la Cancillería dirigía a los cónsules. Lo expuso también en la Memoria de Relaciones Exteriores de 1940, donde escribió que los judíos tienen una “orientación parasitaria de la vida”. En uno de sus libros, López de Mesa afirmó que los judíos se dedican a la “asimilación de riqueza por el cambio y la usura, por el trueque y el truco”, y en cambio alabó a los alemanes como “disciplinados, laboriosos, patriotas y, algo muy importante para nuestro cruzamiento, fuertes. A través de las generaciones persiste el temperamento ordenado y organizador de su cepa madre”.
Por lo menos tres personas perecieron en el campo de concentración de Auschwitz que se habrían podido salvar si López de Mesa no hubiera impuesto un veto inmisericorde contra los judíos.
Huyendo del nazismo, el joven austríaco Hans Ungar llegó a Bogotá el 7 de agosto de 1938, fecha en que Santos comenzaba su mandato. Ungar adquirió luego la Librería Central. Trató de conseguir visas para sus padres y su hermano que se habían quedado en Viena. Ungar reveló en una entrevista en 1984: “Mis padres murieron en campos de concentración alemanes porque no pude conseguirles una visa colombiana. Me ofrecieron visas en venta pero costaban el equivalente de medio millón de pesos de hoy y yo no pude conseguirlos”.
Lina María Leal, historiadora de la Universidad Nacional, entrevistó en 2006 a Samuel Gutman, un judío polaco que sobrevivió al Holocausto y después de la guerra se radicó en Colombia. Su padre logró llegar a Bogotá en enero de 1939 pero aquí no pudo conseguir visas para su esposa Hena, su hijo Joseph y sus hijas Cesia y Lola, que murieron en el campo de exterminio de Treblinka.
Según Samuel Gutman: “El famoso Ministro de Relaciones Exteriores Luis López de Mesa dio la orden de que no permitieran entregar visas a ciertos judíos. Así que nosotros tuvimos que quedarnos en Polonia. Mi papá tuvo la mala suerte de que no pudo regresar a Europa ni traer a su familia”. Para Lina María Leal, López de Mesa se oponía al ingreso de judíos pues recelaba de “que el ‘judío’ llegara a mezclarse con el ‘colombiano’ por la consiguiente reproducción de características negativas en la población colombiana”.
Seis mil judíos vivían en Colombia en 1940, de un total de 35.000 extranjeros censados, en un país de casi 9 millones de habitantes.
Que se conozca, ningún otro gobernante de la jerarquía de Luis López de Mesa ha manifestado un antisemitismo insolente como el suyo. Pero Hitler sembró la semilla en otros colombianos
Mateo Navia Hoyos, doctor en historia de la Universidad Nacional, en su tesis sobre los judíos en Colombia, reveló el artículo “Colombia, colonia hebrea”, uno de los textos antisemitas más enconados que se hayan divulgado en el país. Lo publicó en octubre de 1938 el médico santandereano Mario Acevedo Díaz, que estudió medicina en Alemania en 1931-32.
A los judíos que desembarcaban en puertos colombianos huyendo del terror hitleriano los llamaban “mercancía humana que nadie quiere”.
Escribió el médico: “Hasta el año de 1932, había en Alemania medio millón de judíos, frente a una población de 63 millones de alemanes. Esta exigua minoría fue suficiente para dominar aquella nación por muchos años”. Agregaba: En Alemania, “Pude apreciar su poderío absorbente en provecho exclusivo de esta raza”.
Los cónsules colombianos en Hamburgo y Berlín tramitaban las visas para judíos “con espanto patriótico”, escribió Mario Acevedo Díaz. “No quieren la Patria pero sí la disfrutan y usufructúan ampliamente”, añadía sobre los judíos que llegaban a Colombia. El vendedor de drogas judío, anotaba, se convertía en médico en Colombia. “Ese mercachifle ambulante es un compatriota nuestro”.
La diatriba se publicó en Colombia Nacionalista, un periódico editado en Medellín, y en la revista de la Federación Médica Colombiana.
Mario Acevedo Díaz (1911-1998), oriundo de Zapatoca, fue jefe conservador en Bucaramanga, presidente de la Academia de Historia de Santander y gerente del acueducto de esa ciudad.
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BARRANQUILLA NAZI
Hitler en Alemania y él en Barranquilla pensaban igual. Y se llamaban igual. Eran tocayos. Adolf Held era en 1921, hace cien años, el principal comerciante alemán en Barranquilla cuando escribió esta carta:
”Francia está buscando por todos los medios posibles el dominio de las mejores hulleras alemanas: el Sarre y el Ruhr. Además, por medio de su vasallo Polonia quiere arrebatarnos las hulleras de la alta Silesia. Es la tendencia del capital internacional de los judíos la de hacerse a todas estas riquezas y lo grave es que la mayor parte de los hombres no quiere verlo. En la guerra pasada todas las naciones han sufrido, las unas más y las otras menos: los únicos que han ganado son los judíos repartidos por el orbe y entrelazados entre sí íntimamente. No tienen vínculos con las naciones donde se hospedan y las naciones no son para ellos sino medios de que valerse para obtener el dominio absoluto sobre todas las riquezas...”.
Ese mismo 1921 Adolf Hitler, que apenas un año antes había refundado el partido obrero alemán rebautizándolo Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), espetaba insultos contra los judíos en salones de Múnich mientras sus simpatizantes tomaban cerveza.
Dos años antes, en 1919, cuando todavía era soldado del ejército alemán, Hitler consignó por primera vez por escrito, en una carta que hoy se exhibe en Los Ángeles en el Museo de la Tolerancia, su pensamiento antisemita y propuso privar a los judíos de sus derechos y removerlos de Alemania. Había que bloquear el poder y la influencia de los judíos porque sus “actividades producen una tuberculosis racial entre las naciones”, señalaba. Dos decenios después esas ideas se convirtieron en la Carta Magna de la nación alemana.
Adolf Held fundó en Barranquilla la firma A. Held en 1886. Cuando la compañía celebró 50 años de existencia en 1936, la cadena de almacenes Helda tenía sucursales en Barranquilla, Manizales, Cali, Pereira, Buenaventura, Girardot y Cartagena. La carta en que Held despotricaba contra la conspiración judía internacional, un tópico recurrente del antisemitismo, estaba dirigida a quien había sido su agente en Medellín en el primer decenio del siglo XX, Carlos Eugenio Restrepo, el cual fue después, entre 1910 y 1914, presidente de la República. Held también hizo negocios y mantuvo amistad con el banquero Pedro A. López, de Honda, padre y abuelo de los presidentes Alfonso López Pumarejo y Alfonso López Michelsen.
Los negocios de Held abarcaban el tabaco y la ganadería y era dueño de vapores que surcaban el río Magdalena, como el Manizales, el Honda y el Zaragoza. En Bremen fue uno de los fundadores y el primer gerente del Banco Alemán Antioqueño, que luego trasladó su sede a Barranquilla y finalmente a Medellín.
Adolf Held murió en Bremen en 1927, por una gangrena causada por una bicicleta que lo atropelló al frente de su casa. Si no hubiera muerto a los 68 años, Adolf Held habría sido quizás el jefe del Partido Nazi en Colombia. Pero lo fue su socio en los almacenes Helda: Emil Pruefert.
Held, Pruefert y otros alemanes que crearon emporios comerciales en Barranquilla, empezaron a llegar al puerto a finales del siglo XIX. Exportaban tabaco, algodón, dividivi, corozo, pieles, maderas y luego café e importaban cerveza, cristalería, telas, licores, conservas, y artículos de ferretería.
Echaron raíces en Barranquilla, donde fundaron el Club Alemán (1904) y el Colegio Alemán (1912), el primero de Colombia pues son posteriores los colegios alemanes de Bogotá (1921) y Cali (1935).
”Para comienzos del siglo XX la colonia alemana en Barranquilla se hallaba sólidamente constituida y tenía un notable grado de aceptación entre, por lo menos, una parte de la sociedad barranquillera”, según el historiador Julián Andrés Lázaro.
La carta de Adolf Held contra el dominio judío internacional la desenterró Adolfo Meisel Roca, exgerente del Banco de la República en Cartagena y hoy rector de la Universidad del Norte en Barranquilla.
Meisel Roca escribió en su investigación histórica sobre los alemanes del Caribe colombiano, publicada en 1999 con Joaquín Viloria:
”Emil Pruefert combinaba su actividad comercial como socio de la casa Helda, con labores de espionaje a favor del gobierno nazi de Alemania. Pruefert estableció en Barranquilla la sede del partido nazi en Colombia y ejerció su jefatura desde antes de 1936 hasta 1942, año en que fue expulsado por el Gobierno colombiano y regresó a Alemania. Pruefert se desempeñó, además, en la dirección militar de los nazis en Colombia, junto con Karl Regnier y Gottfried Schmidt”.
Almacenes Helda estaba en la Lista Negra desde 1941 pero seguía operando a finales de 1943, lo que llevó al Secretario de Estado de los Estados Unidos, Cordell Hull, a escribir a su embajador en Bogotá que la supervivencia de la cadena de almacenes era “una de las derrotas más notorias de la política de Los Aliados en Colombia ya que se trata de la firma nazi más peligrosa del país”.
Y lo era porque la propaganda nazi estaba a cargo de las empresas alemanas, como lo afirmó el diplomático colombiano Ernesto Caro, encargado de negocios de Colombia en Berlín en 1940: “Es absolutamente cierto que la propaganda nazi en el exterior, y especialmente en nuestros países, es dirigida y sostenida económicamente por las casas industriales alemanas establecidas en ellos”.
A la misma conclusión llegó después de la guerra el tribunal de Núremberg que juzgó a los jerarcas nazis: “El Ministerio Alemán de Exteriores temía que hubiera fricciones políticas si era obvio que Alemania situaba agentes en el exterior con el fin de diseminar propaganda nazi. Por eso fue política oficial que el trabajo de inteligencia y de propaganda se ocultara bajo la fachada de empresas. Los jefes y empleados de la Farben (en Colombia la Bayer) en el mundo eran ‘agentes económicos’ del Tercer Reich”.
Si Hitler hubiera ganado la guerra, el primer viaje del Führer a Kolumbien, la nueva colonia del Imperio Alemán, habría sido a Barranquilla para condecorar a Emil Pruefert y a los demás correligionarios que avivaron la llama del nacionalsocialismo en la confluencia del río Magdalena y el Mar Caribe.
Hoy la idea parece risible pero pudo haber sido realidad. Hitler conquistó toda Europa. El demagogo inculto y fracasado que prometía en 1919 remover de Alemania a toda una raza de tuberculosos en efecto llevó a cabo en los últimos años de monstruosa dictadura el exterminio de 6 millones de judíos y habría podido dominar el mundo imponiendo en todo el orbe el poder del Tercer Reich durante 1.000 años, como lo prometió. El nazismo solamente duró 12 años porque dos gigantes del siglo XX, Churchill y Roosevelt, y la sangre derramada de millones de soldados de las democracias, como inicialmente se llamó a Los Aliados, lograron vencerlo. Y también porque veinte millones de ciudadanos soviéticos, con un solo fusil por cada dos soldados, dieron la vida bajo las órdenes de otro dictador, Stalin, para derrotar a Hitler.
Tras la Primera Guerra Mundial, un nuevo núcleo de alemanes se asentó en Barranquilla. Entre ellos se contaba un piloto militar que combatió del lado alemán en la Gran Guerra, el capitán Herbert Boy, que hizo la primera comunión con Joseph Goebbels, su condiscípulo en la escuela y futuro ministro de propaganda de Hitler. Boy, junto con otros aviadores y empresarios alemanes y socios colombianos como Ernesto Cortissoz y el millonario austríaco Peter Paul von Bauer, fundaron en 1919 la Sociedad Colombo-Alemana de Transportes Aéreos (Scadta), antecesora de Avianca. La pobreza y la humillación que se vivían en Alemania los llevaron lejos de sus fronteras.
Dos de los fundadores eran de ascendencia judía. Cortissoz, cuyo nombre lleva el aeropuerto de Barranquilla, fue un sefardita de Curazao asentado en el puerto. Era gerente de Scadta en 1924 cuando falleció a los 39 años en el accidente del hidroavión Tolima, un Junkers de fabricación germana. Von Bauer también era de ascendencia judía.
Desde cuando Hitler llegó al poder en 1933, el fermento nazi en Colombia se concentró en Barranquilla. Allí vivía la colonia alemana más numerosa y con mayor poder económico de todos los 4.000 alemanes radicados en el país. Las industrias químicas y farmacéuticas que operaban en Colombia eran de alemanes o filiales de firmas germanas. Los almacenes Helda eran la competencia de almacenes Ley. Y la Scadta no solamente inauguró el transporte aéreo de pasajeros y el correo aéreo sino que fue esencial para el gobierno, que la contrataba para el levantamiento de planos aerofotográficos necesarios para fijar los límites fronterizos. Además, fue efectivamente la Scadta la que logró que Colombia diera el salto de la mula al avión. La carga se transportaba en mulas por los coloniales caminos de herradura. Ser propietario de recuas de acémilas era equivalente a ser dueño hoy de flotas de tractomulas.
¿Cómo se aclimataron las ideas nazis en Barranquilla después del ascenso de Hitler al poder? Lo explica el historiador Julián Andrés Lázaro:
”La concepción de que no importaba donde se ubicara un alemán, este debía responder a un propósito especial específico que estaba asociado al fortalecimiento de su patria hizo que la “Gleichschaltung” (Coordinación), que fue la denominación que recibió la política de alineamiento de toda la vida alemana en torno al ideario nazi, trascendiera fronteras y llegara hasta lugares tan distantes como los países suramericanos, donde había presencia de inmigrantes alemanes a los que, a través de las organizaciones nazis o de los cuerpos diplomáticos y consulares, se transmitía un conjunto de contenidos y se propiciaban unas prácticas capaces de despertar, en no pocos de ellos, el entusiasmo por vincularse con el proyecto nacionalsocialista”.
Nazis contaron con un ‘resort’ en Colombia en plena Segunda Guerra Mundial | Atlas del Nazismo
En Colombia, en plena Segunda Guerra Mundial, existió un ‘resort’ nazi. Se trataba del Hotel Sabaneta, en Fusagasugá. Así cuenta la historia Lorena Cardona, socióloga con maestría y doctorado en historia. #AtlasDelNazismo
SCHWARTAU, EL ESPÍA
Un joven barranquillero despertó espontáneamente al nazismo cuando cursaba la secundaria en Alemania y terminó siendo el principal espía nazi en Colombia. De padres alemanes, Heriberto Schwartau Eskildsen nació en Barranquilla en 1917, fue enviado a estudiar a Alemania en 1928. Diez años más tarde ayudaba a su padre en la finca cafetera que cultivaba en el norte del Valle del Cauca. El padre, sin embargo, no era nazista. Las discrepancias entre padre e hijo llevaron al joven a romper con su familia. Vendió todo lo que tenía y convirtió el producido en 6.500 dólares. En enero de 1941 viajó a Alemania vía Japón y la URSS, la ruta más segura en ese momento. Portaba un pasaporte colombiano y un pasaporte alemán expedido por el cónsul del Reich en Manizales. En Tokio obtuvo una visa soviética. Posiblemente viajó en el ferrocarril Transiberiano y finalmente llegó a Hamburgo donde vivía Mary, su madre.
Cuando el ejército le ordenó enrolarse, alegó que era ciudadano colombiano, pero sus razones no fueron escuchadas. Una vez bajo filas, informó que hablaba alemán, inglés y español. Fue entonces trasladado a Berlín donde le ofrecieron un estipendio mensual a favor de su madre si aceptaba convertirse en espía. Tenía 24 años. Se inscribió en un curso de espionaje para aprender el código Morse, el uso de claves secretas y el empleo de la tinta invisible.
En septiembre de 1941, Mary Eskildsen escribía a su marido Juan Schwartau en Colombia: “Herbert (Heriberto) partió de Hamburgo y debo pedirte que no seas agresivo con él en tus cartas, ahora que el muchacho está haciendo todo lo que puede por la Patria”.En diciembre de ese año, Heriberto Schwartau estaba en Madrid, donde la embajada alemana le entregó 6.000 dólares. Hasta bien entrada la guerra, la única aerolínea que volaba entre Europa y América Latina era Linee Aeree Transcontinentali Italiane (LATI). Schwartau abordó un vuelo de LATI en Sevilla, España antes de navidad y desembarcó en Recife, Brasil. Una transmisión clandestina informó a Alemania que “Enrique” había llegado. Ese fue desde entonces el alias de Schwartau. Viajó a Río de Janeiro donde su primera misión en enero de 1942 fue mezclarse con los delegados a la conferencia de cancilleres americanos reunidos para expresar solidaridad a los Estados Unidos por el ataque japonés a Pearl Harbor.
En Río la embajada colombiana le expidió un nuevo pasaporte. Enrique no quería usar el anterior, que contenía pruebas de su paso por Tokio. De Río pasó a Buenos Aires para gestionar la representación de firmas comerciales en otros países del continente. Sería su coartada. Desde Buenos Aires se comunicó con otros espías nazis en América Latina. Lo hizo utilizando la tinta invisible. Para ello se disolvía alcohol en una tableta analgésica llamada Pyramidon.
En febrero Enrique viajó a Santiago en un vuelo de Panagra, Pan American Grace, una aerolínea norteamericana. En Chile se reunió con Ludwig von Bohlen, agregado aéreo de la embajada alemana y con el gerente de una compañía naviera alemana en Valparaíso. Cóndor se llamaba el núcleo de espías alemanes en Chile. Tenían un transmisor de radio para enviar a Alemania la información que recogían en los países andinos.Luego Enrique viajó por barco a Guayaquil e ingresó a Colombia por Ipiales en abril de 1942. Cali era su ciudad de destino. El espionaje alemán le asignó allí la misión de informar sobre los barcos que zarpaban de Buenaventura y sobre producción de materiales estratégicos utilizados por los aliados en la guerra. Para los U-Boot, los submarinos alemanes que iniciaron sus ataques en el Caribe en el primer semestre de 1942, el zarpe de buques era esencial para localizar los blancos que atacarían. Enrique transmitía sus informes vía tinta invisible a Chile.Unos meses después Enrique viajó a Caracas. Estando en Venezuela se enamoró de una viuda cubana, Nicolasa Abreu y Jiménez de Pruna, que tenía un niño de diez años. Con ella se casó en San Antonio del Táchira. El agregado militar de la embajada americana en Bogotá llamaba a la esposa de Enrique, que era vendedora de cosméticos, “mujer superficial de escasa virtud”, atractiva y muy inteligente.Cuando Enrique volvió a Colombia se dio traza para hacerle saber a la policía que Heriberto Schwartau había muerto en el frente ruso cuando Hitler invadió la Unión Soviética. Pero la policía colombiana le seguía los pasos cuando se radicó en Barranquilla. Como Enrique tenía orden de sus superiores de no dejarse ver con otros alemanes para no despertar sospechas, él y Nicolasa entraban a un cine y luego de iniciada la proyección él abandonaba solo la sala por una puerta lateral para reunirse con alemanes, colombianos e italianos.
La policía encontró en Calamar, la finca cafetera de Juan Schwartau en Ulloa, Valle del Cauca; componentes de aparatos de radio para fabricar transmisores y receptores. Esos transmisores de poco le sirvieron a Enrique. La embajada americana había enviado a la Cancillería colombiana la lista de pasaportes y visados que mostraban el periplo de Enrique por Japón, la URSS, Alemania, España, Brasil, Argentina, Chile, Ecuador, Venezuela y nuevamente Colombia, así como las transmisiones clandestinas interceptadas.
La policía detuvo a Enrique y a Nicolasa en Puerto Wilches, Santander; en noviembre de 1942. Viajaban por el río Magdalena hacia el interior. Los llevaron a Bogotá, donde Nicolasa fue liberada. Para no ser expulsado del país como espía alemán, Enrique alegó que era colombiano. El director general de la Policía, José María Barrios Trujillo, lo expulsó del país en abril de 1943. La Policía sostuvo que Schwartau había nacido en el país, pero no estaba domiciliado en Colombia, sino en Caracas, había viajado con pasaporte alemán, pertenecía al ejército alemán, no estudió en planteles colombianos, su propio padre lo definió como “fanático partidario del régimen alemán”, y al nacer fue inscrito en el consulado alemán en Barranquilla.
El abogado de Schwartau fue el manizalita Gilberto Álzate Avendaño, impetuoso político conservador que por su testa y sus ademanes se parecía a Benito Mussolini. Un juez de Bogotá concluyó que “Por aptitud intrínseca el señor Schwartau no puede ser sino alemán nazista”.
El Consejo de Estado consideró legal la expulsión pero un magistrado no estuvo de acuerdo:
”Me parece que al Director de la Policía y al Consejo les ha impresionado demasiado la sugerencia de que el señor Schawartau obtuvo su cédula de ciudadanía para poder desempeñar mejor el espionaje al que parece se dedicaba, pero la cédula la obtuvo mucho tiempo antes de estallar la guerra europea. Sería un vidente el señor Schawartau al hacer este raciocinio. Dentro de más de un año va a estallar una guerra; en ella intervendrán tales naciones europeas; los Estados Unidos tomarán parte en ella; Colombia adherirá a la causa de los aliados y Alemania me encomendará a mí el servicio de espionaje”.
Un día al detenido, que estaba en el Panóptico, lo purgaron, lo desnudaron, lo bañaron con manguera y le pusieron un overol, antes de enviarlo a Panamá en un avión, donde fue entregado a las autoridades americanas. En Estados Unidos lo interrogó el FBI, que se enteró así de los nombres de otros agentes alemanes en Suramérica. Estuvo detenido en un campo para extranjeros en Crystal City, Texas. Allá llegó su esposa Nicolasa Abreu.
El rastro de Schwartau reapareció en Medellín en los años cincuenta como representante de aparatos telefónicos y eléctricos de Siemens y luego como importador de maquinaria, hasta cuando en 1980 su empresa entró en concordato.
EL PARTIDO NAZI EN EL EXTRANJERO
El Partido Nazi tenía un brazo que operaba fuera de Alemania, la Organización del Partido para el Extranjero o AO por sus siglas en alemán: Auslandsorganisation der NSDAP. Desde mediados de los años treinta hubo actividades nazis en Barranquilla pues ya se había formado un grupo de apoyo o Stützpunkte, como se conocía el colectivo de alemanes de la ciudad. El colectivo tenía un jefe que era además el jefe del Partido Nazi en Colombia, el ya mencionado Emil Pruefert. Su cargo oficial era Landesgruppenleiter o jefe del grupo nacional. Pruefert rendía cuentas ante el jefe del AO en Berlín.
La influencia nazi empezó por la transformación de una revista que publicaba noticias para la comunidad alemana de Barranquilla. En 1937 se convirtió en el Karibischer Beobachter (Observador del Caribe) donde se publicaban artículos a favor del nacionalsocialismo, algunos enviados desde Alemania.
La influencia nazi empezó por la transformación de una revista que publicaba noticias para la comunidad alemana de Barranquilla. En 1937 se convirtió en el Karibischer Beobachter (Observador del Caribe) donde se publicaban artículos a favor del nacionalsocialismo
El entusiasmo que el nazismo despertó entre los alemanes de Barranquilla antes de la guerra se conoció de manera contundente en 1986 cuando mi esposa Silvia Galvis y yo publicamos en el libro Colombia Nazi fotografías inéditas que encontramos en Washington en la Administración Nacional de Archivos y Registros, National Archives. Gigantescas cruces gamadas adornaban las paredes del Club Alemán cuando se realizaban fiestas. Las reuniones del partido se iniciaban con la entrada de banderas donde ondeaba la cruz gamada. Los asistentes a almuerzos y otras reuniones mostraban brazaletes con el símbolo del nazismo, la siempre presente cruz gamada. El juramento de fidelidad al Führer y al Reich se hacía bajo enormes pendones y banderas. En esa y en otras ceremonias detrás del atril se observa la figura del Landesgruppenleiter, Emil Pruefert.
La propaganda era una de las actividades de Pruefert. En 1938 logró que una emisora de Barranquilla retransmitiera un discurso de Hitler. En el consulado alemán funcionaba un radio transmisor para comunicarse con Alemania. Pero Pruefert no estaba solo. Karl von Wahlert, gerente de Pfaff, que vendía máquinas de coser, “tiene agentes en cada municipio de alguna importancia en el país”, según la policía colombiana.
Lorena Cardona, profesora de la Universidad de Caldas, publicó en 2018 los nombres de otros alemanes que la policía consideraba líderes del Partido Nazi, tomados del archivo de actividades nazis que reposa en el Archivo General de la Nación en Bogotá: Heinrich Kreie, jefe en Cali y sucesor de Hans Puttfarcken, Wilhelm Kropp y Gunther Schrader; Walter Hans Ehlers y sus antecesores Woelpert, Adolf Koch y Hans Neumoeller, en Cartagena; E. Broeller, también de Cartagena, “adicto fanático al nazismo”; en Buenaventura, Robert Kilian; Kurt Friedrich, jefe de la célula de Manizales; Carlos Reger y Hans Pruhns en Barrancabermeja; en el punto de apoyo de Medellín, Adolf Stober y “nazis definidos y peligrosos” como Reinhard Gundlach, Enrique Kausel, Karl August Kanterreit, Guenter Mundt Sander, Hans Simon, Teodoro Sohn, Hans Schwerdtfeger, Adolf Stap, Otto Thiel y Erhard Ziegler, “entre otros que sería largo enumerar”.
En un registro a la vivienda de Alfonso Friedrich Batting en Barranquilla la policía encontró imágenes que mostraban que los partidarios de Hitler desde 1936 “han estado realizando reuniones donde alternan la pompa militar germana y los ridículos ritos introducidos por el nazismo”.
En Barranquilla la policía señalaba a Emil Pruefert, Otto Kindermann, Emil Rathje, Fernando Wedeking, Nicolas Senning, Francisco Bracht, un señor Ritzel y a Georg Roppel, que fue segundo director de la Scadta.
En agosto de 1941 la policía interceptó una llamada del cónsul alemán en Medellín, Reinhard Gundlach al Dr. Fritz Blass, jefe del Partido Nazi en Medellín, según el trabajo de la profesora Lorena Cardona. El cónsul decía: “Esto está como grave, yo creo que todos los gobiernos están tomando medidas contra la propagación de nuestro régimen y nos están observando”.
Fueron 290 los afiliados al Partido Nazi en Colombia, entre ellos 11 pilotos, operadores de radio y mecánicos de Scadta. Uno de ellos, el piloto Hans Werner von Engel, ya era miembro del partido en 1933 cuando el gobierno colombiano lo condecoró con la Cruz de Boyacá por sus servicios durante la guerra con el Perú. La imposición de la Cruz de Boyacá se realizó en la inauguración de la base aérea de Palanquero en Puerto Salgar. Otro condecorado fue Fritz Jessen von Heydebreck, piloto que ingresó al partido el año siguiente. En esa ocasión también fueron condecorados el capitán Herbert Boy y otro aviador, Herman von Oertzen. En Colombia eran vistos como héroes nacionales.
Poco después también recibieron la Cruz de Boyacá uno de los fundadores de la aerolínea, Peter Paul von Bauer, considerado “fundador de la aviación en Colombia”, y el gerente de Scadta, Herman Kuehl. Este no era nazi, lo que generó protestas ante el gobierno alemán, según pesquisas del historiador Luis Eduardo Bosemberg. En septiembre de 1938 los jóvenes pilotos alemanes y el jefe de pilotos, Hans Dietrich Hoffman, se quejaron ante el Ministerio de Aviación en Berlín. El resultado fue negativo para los quejosos. Habían cometido un acto en contra de la disciplina por haber apelado directamente ante el Ministerio de Aviación, omitiendo los conductos regulares. Además, les respondieron que “Era mejor tener un gerente que no fuese nazi para que no hubiera problemas con Colombia”.
Adaptando los aviones civiles de Scadta a fines militares, los pilotos y directores de la compañía crearon de facto la Fuerza Aérea Colombiana, que no existía cuando el primero de septiembre de 1932 los peruanos se tomaron Leticia, apresaron a las autoridades colombianas y se apoderaron del trapecio amazónico. Esos aeroplanos, que eran apenas 25, y la flota naval adquirida a las volandas en Europa por el general Alfredo Vázquez Cobo, que con gran celeridad remontó el Putumayo, determinaron la huida de las fuerzas peruanas de Tarapacá.
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DE LA SCADTA A AVIANCA
En 1938 llegó a Colombia un diplomático de armas tomar como embajador de los Estados Unidos: Spruille Braden. “Para contrarrestar el peligro nazi”, señala la historiadora Lorena Cardona. Braden se enfocó en “desmantelar la Scadta y denunciarla como una compañía nazi, cuyos pilotos tendrían la suficiente capacidad operativa y técnica para destruir el canal de Panamá o sabotear otros puntos estratégicos y de interés para los Estados Unidos. Quizás la cifra de 11 afiliados pertenecientes a la compañía no resulte ser una cantidad peligrosa, pero la calidad de los mismos fue más que suficiente para producir sospechas”.
En 1938 el embajador de los Estados Unidos, Spruille Braden, se enfocó en desmantelar la scadta, hoy Avianca, y denunciarla como una compañía nazi
Braden logró su objetivo en menos de dos años. En 1940 Scadta ya no existía. Había sido reemplazada por Aerovías Nacionales de Colombia, Avianca. Era innegable que los mismos aviones de pasajeros convertidos durante la guerra con el Perú en aviones de guerra podrían ser empleados para bombardear las esclusas de Gatún, Pedro Miguel o Miraflores e inhabilitar el canal interoceánico, que no ha dejado de funcionar un solo día desde su inauguración en 1914. En Scadta, todos eran alemanes, aun los no inscritos en el Partido Nazi. No había pilotos ni copilotos colombianos, no había siquiera telegrafistas criollos, y los campos de aterrizaje eran propiedad de la compañía. Tras un vuelo de pocas horas desde Cartagena o Barranquilla las aeronaves de Scadta podían sobrevolar Colón.
Braden tuvo que vencer dos obstáculos. El gobierno del presidente Eduardo Santos miraba con buenos ojos a los alemanes. Algunos eran héroes nacionales por su participación en el conflicto con el Perú. En una ocasión Santos señaló que los alemanes “Han sido huéspedes, por cierto muy gratos, de la república que hasta ahora no ha tenido queja de ellos”. Pero lo más grave era un secreto que no conocían el gobierno americano ni el colombiano.
El gobierno de santos veía con buenos ojos a los alemanes, algunos de los cuales eran héroes por su participación en la guerra contra el perú
A la joven Scadta le fue mal cuando amplió sus rutas a Ecuador, Venezuela y Panamá por la época en que el mundo entraba en la Gran Depresión, a finales de los años veinte. Su principal accionista, el austríaco Peter Paul von Bauer, viajó a Nueva York a encontrarse con el presidente de Pan American Airways, Juan Trippe. Pan Am pretendía competir contra la Scadta. Von Bauer sabía que ese sería el fin. Hizo entonces un pacto de caballeros con Trippe. Scadta no volaría fuera de Colombia y Pan Am no volaría en Colombia. Von Bauer pignoró a Pan Am la mitad de las acciones que tenía en Scadta pero el acuerdo fue secreto. No lo conocían ni sus socios alemanes y colombianos de Barranquilla.
Cuando ya Hitler estaba en el poder el coronel Herbert Boy viajó a Alemania. En el ministerio de Aviación le informaron que el gobierno alemán deseaba adquirir la mayoría de acciones de Scadta. Le pidieron que avisara a von Bauer, que a la sazón vivía en un castillo que tenía en Austria. Herbert Boy llegó al castillo y repitió la frase que le dijeron en el ministerio de Aviación: “Si el doctor von Bauer no accede a nuestros deseos, tendremos que hablar fraktur”.
Qué era fraktur lo explica Herbert Boy en sus memorias, Una Historia con Alas, que le ayudó a redactar el escritor Eduardo Caballero Calderón:
Este término era frecuentemente empleado por Hitler, y carece de traducción precisa en castellano, pero significa más o menos el conversar con alguien por las buenas o por las malas.
El coronel Boy no sabía en ese momento que von Bauer había empeñado sus acciones a la Pan Am y que no podía venderlas al gobierno alemán. Solo en apariencia era el accionista mayoritario de Scadta. El austríaco le pidió a Boy que informara al ministerio de Aviación que sus compromisos como accionista de una compañía colombiana le impedían por el momento dar respuesta a la propuesta del gobierno alemán.
Von Bauer quería ganar tiempo para abandonar Europa. Ya Austria era parte de Alemania. En Bogotá pensó que saldría de la dificultad nacionalizándose. El presidente Santos agilizó los trámites, sin saber que Pan American era la verdadera dueña de las acciones. Su disgusto fue mayúsculo cuando se enteró. Pan American asumió el control de Scadta, que en junio de 1940 se volvió Avianca. Santos exigió el 51 % de Avianca para el gobierno colombiano pues no quería que la única aerolínea del país fuera extranjera. Lo consiguió pero a cambio de ceder a la exigencia norteamericana de despedir a pilotos y otros empleados alemanes. También Herbert Boy se vio obligado a retirarse. Para los Estados Unidos la seguridad del canal de Panamá era prioritaria.
Von Bauer marchó a Chile. En 1945 el gobierno de Alberto Lleras Camargo quiso privarlo de la nacionalidad colombiana. Se alegó una falsedad. En 1939 cuando la solicitó expresó: “Mi deseo de adoptar la nacionalidad colombiana surgió en mi ánimo desde hace largo tiempo, por los vínculos morales y materiales que me ligan desde mi juventud a este gran país”.
En 1941 en un documento de la Legación Alemana en Bogotá supuestamente dijo: “Yo no deseaba obtener la nacionalidad colombiana ni había intereses personales que me obligaran a solicitarla; estaba sin embargo dispuesto a hacer esto si por ese medio podían ponerse a salvo intereses alemanes en Colombia”. Von Bauer calificó de apócrifa esa declaración e indicó que el documento fue “fraguado por los nazis de la Legación Alemana en Bogotá para dejarlo allí, de manera que fácilmente pudiera llegar a poder del Gobierno colombiano con el deliberado propósito” de causarle perjuicios “por su ascendencia semita”. El Consejo de Estado conservó la nacionalidad de von Bauer porque la falsedad no aparecía en los documentos en que solicitó la nacionalidad.
Von Bauer probablemente tenía razón cuando señaló que el documento de la legación era falso. Después del ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 el ministro alemán en Bogotá, Wolfgang Dittler, pidió al cónsul en Bucaramanga que destruyera el archivo del consulado. Lo cuenta Enrique Biermann, autor de una obra sobre los emigrantes alemanes en Colombia. Seguramente Dittler hizo lo mismo con los archivos de la Legación Alemana en Bogotá. En el archivo político del Ministerio de Relaciones Exteriores en Berlín hay diversas listas de documentos de la legación que fueron quemados. Seguramente los más comprometedores. Cuando un profesor de la Universidad de los Andes, Luis Enrique Bosemberg, llegó hace años a Berlín a examinar los papeles de la legación se encontró con esa realidad. Lo que se conserva es inocuo: visitas protocolarias de tres buques de guerra a Colombia, invitaciones a personalidades colombianas a Alemania y la misión militar que estuvo en Alemania durante varios meses en 1936 comprando maquinaria para la fábrica de municiones del ejército, en la cual participó el mayor Gustavo Rojas Pinilla.
¿Cuáles documentos fueron quemados? Tal vez las pruebas de la financiación alemana al diario conservador El Siglo, fundado por Laureano Gómez en 1936. Su hijo Álvaro Gómez Hurtado ya estaba vinculado al periódico en 1940, a los 21 años, cuando contó que la Legación Alemana había entregado a El Siglo una ayuda de 15.000 pesos para compensar la pérdida de 2.000 dólares mensuales en avisos de compañías americanas que retiraron la publicidad por la posición contraria a los Estados Unidos del matutino de su padre. Así consta en el archivo de actividades nazis que reposa en Bogotá en el Archivo General de la Nación.
PISTAS CLANDESTINAS
Se logró la desalemanización de Scadta y su efectiva desaparición y Avianca quedó bajo el control de Pan American, con pilotos norteamericanos. Pero un año después, en septiembre de 1941, el presidente Franklin Delano Roosevelt en un discurso por radio alertó sobre la existencia de campos de aterrizaje clandestinos en la costa norte de Colombia desde los cuales se podía atentar contra el canal de Panamá. El peligro ya era menor porque los pilotos alemanes que se quedaron en Colombia no podían volar aviones y porque las pistas clandestinas no existían.
Años después se supo que la versión sin sustento la transmitió a la Casa Blanca el embajador americano Spruille Braden, como lo reconoció en sus memorias:
”Me di cuenta que tendría que asumir la responsabilidad. Si no podríamos probar la acusación, no le podía pasar la pelota al Presidente. Teníamos indicios de algunos campos de aterrizaje secretos, pero sin ninguna prueba positiva. Llamé a mi personal y les dije: “Muchachos, el Presidente metió la pata con estas declaraciones. Ahora nos toca a nosotros conseguir las pruebas de que tiene razón”.
Los Estados Unidos no estaban en guerra con Alemania cuando el embajador Braden se inventó el cuento de las pistas clandestinas. Pero ya desde hacía un año los aviones alemanes bombardeaban Londres. El peligro nazi no era ficción aun sin haber designios de Berlín sobre América Latina. La familia real inglesa, incluyendo el rey Jorge VI y su hija la actual reina Isabel II, hicieron planes para refugiarse en Canadá, si Hitler invadía Inglaterra, como ya había invadido y ocupado Francia. El peligro que se cernía sobre el canal de Panamá justificaba alarmas como la de los campos de aterrizaje.
Según el profesor Bosemberg: “En el país no existía la posibilidad de un triunfo por parte de la Alemania nazi”. Pero precisa que esa falta de posibilidades “No intenta en absoluto minimizar o disminuir el efecto destructor de la Alemania nacionalsocialista en otras latitudes”.
EL CARGUERO HELGOLAND
Braden cuenta en sus memorias que después de Pearl Harbor convenció a Santos para aislar a “los 134 nazis de la Scadta”. Pero ya para esa fecha 10 pilotos de Scadta estaban internados en Canadá, según descubrió la historiadora Lorena Cardona, que le siguió la pista al carguero alemán Helgoland, el cual llevaba meses anclado en Puerto Colombia, hasta cuando zarpó subrepticiamente una noche en octubre de 1940. Los aviadores y otros alemanes habían acudido a la Legación Alemana en Bogotá para acogerse al programa nazi Heim ins Reich, “de vuelta a casa en el Reich” o Regreso a la Patria.
El gobierno británico no quería que los expilotos de la Scadta regresaran a Alemania, donde al enrolarse en la Luftwaffe, “estos hombres probablemente acabarían bombardeando Londres”. El periódico The New York Times, divulgó el supuesto hundimiento del Helgoland el 16 de noviembre de 1940:
”En círculos de transporte marítimo, se conoció ayer que el Helgoland, carguero alemán de 2.927 toneladas, que huyó de Barranquilla, Colombia el 28 de octubre, fue arrinconado y hundido en el Caribe por barcos de guerra británicos, según The Associated Press. Se dice que el carguero de la compañía Hamburg-America, construido en 1939, transportaba pilotos de Scadta, aerolínea alemana en Suramérica, cuando se escabulló del puerto en horas de la noche”.
El Helgoland no fue hundido pero sí fue interceptado en alta mar por un buque canadiense que detuvo a los pilotos y a otros alemanes a bordo y los internó en Canadá. Luego The Times publicó una noticia de la AP desde Bogotá: la esposa de un radio operador de la Scadta informó que su marido le había escrito diciendo que había arribado a Hamburgo. El Helgoland finalmente se hundió en el invierno de 1942 en aguas finlandesas, pero no por la contienda bélica sino por cuenta de un enemigo propio de esas latitudes: el hielo.
Jaime Jaramillo Arango, el colombiano que se enfrentó a Adolf Hitler | Atlas del Nazismo
Jaime Jaramillo Arango fue nombrado embajador de Colombia en Berlín, pero días antes de presentar sus credenciales ante el Führer renunció a la designación, ¿por qué? Esta es la historia del manizalita que le ‘plantó cara’ a Adolf Hitler. #AtlasDelNazismo
EL COLOMBIANO QUE SE ENFRENTÓ A HITLER
Sucedió hace 83 años. En la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 fueron incendiadas en Alemania 119 sinagogas y 76 más fueron destruidas. Fueron saqueados los almacenes y negocios de 7.500 judíos. El valor de los vidrios rotos se calculó en 5 millones de marcos. Se le conoce como la Noche de los Cristales Rotos, Kristallnacht.
Este pogromo fue organizado por las SS, el brazo paramilitar del partido nacionalsocialista en represalia por el asesinato el 7 de noviembre del tercer secretario de la embajada alemana en París, Ernst Eduard Vom Rath. Un joven judío de 17 años cuyo padre había sido deportado a Polonia con 10.000 personas más, le disparó al diplomático dentro de la embajada.
El 10 de noviembre hacia las 10 de la mañana el ministro de Colombia en Berlín, Jaime Jaramillo Arango, salió a observar los destrozos en el carro de la legación, que es un grado menor que embajada. Lo acompañaban el secretario de la legación, Rafael Rocha Schloss, el agregado doctor Henao Toro y la mecanotaquígrafa e intérprete.
Rocha había observado la noche antes, al salir de una cena en la misión colombiana, cómo una cuadrilla de individuos, armados de barras de hierro, destrozaba sistemáticamente las vitrinas de los principales almacenes de Berlín.
“Era muy natural que tuviésemos curiosidad de ver con nuestros propios ojos los horrores de los que Berlín era teatro: destrozos, saqueos, sinagogas en llamas, casi linchamientos, cuadros que el Dante no imaginó”, escribió luego el ministro a Bogotá.
Rocha y Henao llevaban sus cámaras fotográficas y tomaron vistas de dos o tres ruinas que observaron de primera mano bajándose del carro diplomático. Poco después un vehículo blindado de la policía los hizo detener la marcha. El jefe de la patrulla ordenó “en términos altaneros e imperativos” a los diplomáticos que entregaran los aparatos fotográficos, refirió Jaramillo Arango. Este se negó alegando que nadie les había advertido que estaba prohibido tomar fotografías y aduciendo la condición de diplomáticos. El jefe de la patrulla insistió e intentó entrar al carro por la fuerza. “Le pusimos el seguro a las puertas para impedírselo”, según Jaramillo Arango.
El policía advirtió que el carro debía seguirlo al comisariato. Anotó Jaramillo Arango: “Le ordené al chofer no dar un solo paso; apenas muerto me habrían hecho sufrir a mí, representante de Colombia, esa vejación”.
El ministro le pidió a la intérprete que se bajara del carro y llamara por teléfono a la sección de protocolo de la Cancillería. Allá le contestaron que seguramente la policía no conocía las disposiciones sobre prerrogativas diplomáticas, que hablarían con el comisariato para ordenar que cesara la irregularidad y que enviarían un funcionario.
”Ni la orden llegó, ni el empleado tampoco”, recordó Jaramillo Arango. Pero consiguió que el jefe de la patrulla los acompañara en el carro hasta el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde Rocha expuso la situación.
El subjefe de protocolo le pidió a Rocha que entregaran el rollo fotográfico. Rocha aceptó si el protocolo reconocía que la policía había obrado mal. El subjefe opinó que la policía había obrado en derecho. Rocha se negó a entregar las fotografías y salió del ministerio.
Jaime Jaramillo Arango pidió instrucciones cablegráficas al presidente Eduardo Santos, que decidió que no valía la pena insistir en guardar las fotografías pues ello podía interpretarse como deseo de “conservar pruebas mortificantes”, aunque no justificó el atropello. Más tarde Santos les ordenó a sus funcionarios en Berlín que permanecieran “discretamente silenciosos”.
Jaramillo Arango estaba recién llegado a Berlín. La presentación de cartas credenciales ante Adolf Hitler había sido programada para cinco días más tarde, el 15 de noviembre de 1938. La cancillería informó a la legación que ante la actitud del ministro colombiano, el propio Hitler había pospuesto la ceremonia.
Jaime Jaramillo Arango y Rafael Rocha Schloss renunciaron a sus cargos. El comunicado de la cancillería en Bogotá indicó que los dos diplomáticos habían sido retirados de la legación pero no mencionó el atropello.
En 1940 Jaramillo Arango fue nombrado embajador de Colombia en Londres. Nacido en Manizales en 1897, era médico cirujano y fue decano de medicina en la Universidad Nacional en el gobierno de Enrique Olaya Herrera (1930-1934). Además fue médico personal de Olaya y tenía en Fusagasugá una finca contigua a la del presidente. En 1950 fue rector de la Universidad Nacional y falleció a los 65 años en 1962.
Las fotografías tomadas ese día en Berlín no han sido encontradas en el archivo de la Cancillería.