La respiración natural de Andrea Mejía es la poesía –aunque la vista con el traje de la prosa en sus novelas, relatos y ensayos–. Y en esta novela, sobre la redención del amor, que rescata del abismo emocional a sus personajes y los equilibra ante las dificultades de sus vidas en algún lugar del Caribe colombiano, la historia, escrita con una sencillez aparente –pues la complejidad se percibe de manera cautelosa en la forma como se entrecruzan los destinos sometidos al azar–, recuerda las visiones translúcidas que escribió uno de sus poetas queridos –entre tantos que han enriquecido su mirada–, el poeta japonés del siglo XVII Matsuo Bashō. Así como Bashō escribió: “Lluvia de mayo: / es hoja de papel / el mundo entero”, así Andrea Mejía nos propone desde el título de su novela, Antes de que el mar cierre los caminos, un enigma, acaso tan delicado como los versos de Bashō, con el tono poético de la prosa que el lector descubrirá en sus páginas; en una trama que escapa a la militancia predecible de la ficción colombiana preocupada por la realidad periodística, acercándose Mejía a lo que puede ser aún más perdurable: lo que define al ser humano, en sus virtudes y miserias, mientras conoce y, quizás, descifra, los misterios del mundo.

Hugo Chaparro Valderrama

La Biblioteca de Escritoras Colombianas fue un proyecto financiado por el Ministerio de Cultura de Colombia que arrancó en 2020, pero que en realidad se comenzó a gestar con el prólogo de Pilar Quintana a la edición de Catalina, de Elisa Mújica, publicada por Alfaguara en 2019. Allí Quintana se preguntó lo mismo que muchos lectores en Colombia cuando leímos la novela: ¿Por qué nadie nos habló de Elisa Mújica? Si bien el caso de la escritora santandereana no era tan crítico como el de otras autoras, sí resultó un caso paradigmático cuando más de uno nos vimos en Google rellenando los vacíos. El cimbronazo nos sacudió a muchos: ¿Cómo promover el acceso a la literatura escrita por mujeres, cuando desconocemos su historia y representantes?

De allí que este proyecto sea tan importante, porque se propuso indagar en la historia literaria colombiana para rellenar vacíos de autoras nacidas desde la Colonia hasta mediados del siglo XX. Cubrió la mayor extensión del territorio nacional: mujeres nacidas en Bogotá y la región Andina, la Sierra Nevada del Cocuy, la costa Caribe, San Andrés Islas, el nororiente, el suroccidente, el Eje Cafetero y Medellín, dando a conocer así escritoras blancas, mestizas, negras, raizales e indígenas, privilegiadas y excluidas, religiosas y laicas, amas de casa y profesionales. Los géneros literarios están representados con novelas, cuentos, poesía, crónicas, textos periodísticos y teatro.

La Biblioteca incluye algunos nombres que ya conocíamos como Francisca Josefa del Castillo, Soledad Acosta de Samper, Helena Araújo, Albalucía Ángel y Elisa Mújica. Pero la lectura se pone más interesante cuando conocemos por ejemplo Mi Cristo negro, de la quibdoseña Teresa Martínez de Varela, que relata la vida del líder chocoano y último condenado a muerte Manuel Saturio; Sail Ahoy (Vela a la vista), de la sanandresana Hazel Robinson, traducido del inglés, en la que leemos acerca de la vida raizal en el mar; la colección de poesía Tengo los pies en la cabeza, de Berichá, de la comunidad u’wa, en la que escribe la historia de su exclusión por su discapacidad física; La mujer que sabía demasiado, de Silvia Galvis, que relata el caso de la famosa ‘Monita retrechera’; los cuentos de Amalia Lú Posso Figueroa, Mido mi cuarta y me paro en ella, en que conocemos de la vida del Chocó sin intermediarios; los cincuenta y tres poemas de Maruja Vieira en El nombre de antes; los textos humorísticos y literarios de Emilia Pardo Umaña recopilados en Autobiografía de una uña; los artículos periodísticos de Sofía Ospina de Navarro; la obra de teatro Los hijos de ella, de Amira de la Rosa; la poesía de la bogotana Emilia Ayarza en Acá empieza el fuego; la realidad de la memoria de nuestro conflicto en Ninguna voz repetirá la mía, de Meira Delmar, y por último la historia de los rebeldes que empuñan las armas, como lo es Mi capitán Fabián Sicachá, de Flor Romero de Nohra. Para todos los gustos y curiosidades, mostrando una importante diversidad de visiones de país a través de la realidad e historia colombianas.

Se sembró en 2019, se puso en marcha en 2020, y en este 2022 las semillas dieron sus frutos y tenemos a nuestra disposición estos mismos textos pero bajo una mirada nueva y actual. Pocos trabajos editoriales se han realizado de manera más seria e incluyente, atendiendo a los criterios de profesoras de literatura, antropólogas, especialistas en oralituras indígenas y demás expertas que pudieron traer lo que se necesitaba rescatar. Y el resultado no es únicamente el de devolverles el espacio que nunca habían tenido, o habían perdido, cosa que hacen sin lugar a dudas, sino de algo más importante: fortalecer aún más la historia de nuestra literatura colombiana.

Camilo Hoyos

El viento sopla con fuerza en el desierto y Zahra Bayda dice: «Déjalo soplar». Le habla a Bos Mutas, un ex seminarista que investiga la historia de la reina de Saba. Zahra Bayda es una partera de Somalia que trabaja con la organización Médicos Sin Fronteras en Yemen. Allí la atmósfera está cargada de misterios y todo el tiempo se escuchan los estallidos de una guerra. En el aire sigue viva una leyenda alimentada por mujeres nacidas en esa parte del mundo. «Somos pobres, pero descendemos de la reina de Saba», suelen decir. Sus cuerpos exhalan olores que se confunden con el del olíbano, un árbol que al arder libera incienso hacia el cielo. El viento sopla con fuerza en el desierto, mueve olores y lamentos que viajan en el tiempo.

En este escenario se desarrolla Canción de antiguos amantes, la novela de Laura Restrepo, publicada por el sello Alfaguara en 2022. Bos Mutas confronta su visión del mundo con la realidad de la guerra en Yemen, uno de los países más pobres de la Tierra. Llega después de haber estudiado con fervor a Tomás de Aquino, pero picado por un recuerdo infantil en el que cree haber visto a la reina de Saba. Es suficiente motivo para que esté allí y narre lo que ocurre por culpa de la sinrazón de los hombres, porque las mujeres, de nuevo, son el centro de las violencias.

Un drama antiguo, contado con belleza y escrito con letras de fuego. Es una denuncia, un emplazamiento a la humanidad que ha permitido tanto dolor y ha normalizado la opresión a las mujeres. Detrás de Pata de Cabra, que es también Makeda, Sheba o la reina de Saba, se asoman las sombras de otros personajes memorables de Laura Restrepo, todas mujeres que se han enfrentado al mundo. Una personalidad misteriosa como esta ya se insinuaba en Sayonara, de La novia oscura (1999), y en Agustina, protagonista inolvidable de Delirio (2004). Ya sabíamos por La multitud errante (2001) de los desterrados que buscan un lugar para volver a empezar.

Canción de antiguos amantes confirma el poder narrativo de Laura Restrepo. Nos propone dos historias que se funden, dos tiempos que se intercambian hasta que ese mismo viento del desierto borra la línea que los separa. Bos Mutas es lector de poesía y sabe que el poeta francés del siglo XIX Gerard de Nerval perdió la razón buscando a la reina de Saba. Otros también han perseguido la misma quimera, como Tomás de Aquino, que en el siglo XIII ya había caído en la trampa. Y Bos Mutas se une a la lista de adoradores que la buscan en ese tiempo eterno de la leyenda. Cree ver en la cantante Patti Smith rasgos de carácter similares a los de Pata de Cabra. Lee a Emily Dickinson convencido de que entre ellas hay una conexión secreta.

Laura Restrepo nos lleva a recorrer una geografía mítica, trazada por nombres que hemos conocido por los relatos históricos. Etiopía, Somalia, Yemen son lugares donde resuena el Cantar de los Cantares y es el territorio donde ocurre esta bella historia. Allí estuvo Arthur Rimbaud sobreviviendo con oficios que lo alejaron de la poesía y lo llevaron al tráfico de armas y de esclavos. Bos Mutas le sigue el rastro que se corta porque todo nos lleva de nuevo a la reina de Saba y al rey Salomón. En Canción de antiguos amantes las leyes de la vida y de la muerte se alteran. Solo persiste el amor.

Juan Diego Mejía

De Leonardo Archila, excelente y refinado editor, El arcano de Majuy es una novela mitológica en el sentido más profundo y bello de la palabra porque ahonda en algunos de los mitos fundacionales de la cultura aborigen en Colombia, en particular la civilización muisca y su relación con las fuerzas de la naturaleza. Sin proponérselo, porque no es una novela panfletaria, también nos confronta como nación y nos revela, con gran belleza, esa concepción del mundo que yacía y que yace en nuestra herencia indígena, tantas veces negada y envilecida. Por eso uno de sus protagonistas es el río Magdalena, arteria y nervio de la identidad colombiana. Novela de viajes e iniciación, es un viaje sabio y espiritual y un gran libro de aventuras. Un intento magistral por descifrar, desde la literatura, nuestra historia y la de nuestros pueblos.

Juan Esteban Constaín

La historia de un gigante al que le dicen el Buey –alguien que recuerda, con una memoria no menos gigantesca, a los muertos de su pueblo– es también la historia de un país narrada metafóricamente en un libro en el que el lector conocerá el universo inaudito donde viven sus protagonistas, agobiados por la nostalgia, aunque sin perder la esperanza en el porvenir. Acompañado por los recuerdos que alguna vez fueron la vida, en los que continúan existiendo los personajes de esta novela, el Buey reta la insolencia de la muerte y sabe que, mientras continúe honrando a sus fantasmas, nadie será del todo olvidado y prolongará su legado en el futuro. No en vano, el Buey nos dice, hablando de los suspiros que se escuchan entre las casas del pueblo, que mientras pueda escucharlos, los fantasmas no van a morir jamás.

Era plena pandemia. Atrapada en su casa frente al Cementerio Central de Bogotá, Andrea Salgado resolvió, por mera supervivencia, encuadernar el encierro y volverlo novela. Sus preguntas engendraron las historias y luego ella, valiéndose de la lírica, el surrealismo y los recuerdos, las ayudó a parir. El cuerpo en disputa con la razón, el encierro, la muerte, la violencia, la inocencia y la necesidad de romper el silencio. El relato de una niña que aprendió, entre los rezos de su madre y las caricias de su padre, cómo funcionaba el mundo y, como toda mujer, tuvo que entender que ellos no podían protegerla de todo. Un país exhausto que, con gritos, arengas y carteles, va aprendiendo, en palabras de Salgado, a verbalizar sus mil heridas para coserse a sí mismo. Una novela fragmentada, reflexiva, casi onírica que deja, al despertar, la sensación de haber encontrado un tesoro.

Daniela Villamarín Solorza

Dice el adagio popular que te fijes bien en lo que deseas porque es posible que se te cumpla. En el caso de Hamnet, la novela de la escritora irlandesa Maggie O´Farrell, este adagio le calza a la precisión a uno de los personajes principales, Susana, hija mayor de la familia protagonista, una adolescente que lidia con el peso de una familia sui-géneris, encabezada por una madre a la que suelen endilgarle el apelativo de bruja por su capacidad de sanar con hierbas y de predecir el destino de las personas, y por un padre ausente que se dedica a escribir piezas para ser interpretadas en escenarios que en aquel entonces, alrededor de 1590, se denominaban ‘corrales de comedias’. Ese padre ausente no es otro que el coloso de las letras inglesas William Shakespeare.

Ese deseo tan profundo de Susana es que su padre regrese de Londres y los acompañe en su hogar de Stratford a ella; a Agnes, su madre, y a sus hermanos menores, los mellizos Judith y Hamnet. De ese padre tiene pocos aunque profundos recuerdos: casi puede verlo escribiendo tarde en las noches o preparando “rollos de papel… un libro que había cosido con tripas de gato, y encuadernado en piel de cerdo”. En las cartas, el padre cuenta detalles de los corrales de comedias, de las afugias de viaje de sus actores que a veces se extravían, de carretas que se atascan, de incendios devastadores… Y también confiesa su hondo deseo de comprar una casa para vivir junto a su familia, motivo por el cual Susana desea en secreto que llegue la peste, con lo cual la reina ordenará cerrar los corrales y su padre deberá regresar de inmediato para vivir con ellos, aunque sea por unos meses.

El sino fatal de Susana es que el deseo se cumple y el padre regresa desconsolado, pero no porque se hayan cerrado los corrales por orden real, sino porque la peste ha visitado con su cortejo de dolencias al hijo menor, al igual que él dotado de una mente privilegiada para la gramática inglesa, el latín y el griego.

En esta obra, la apuesta de su autora será quitar los focos de la figura icónica de aquel literato enorme y centrarse en el ser humano con sus fortalezas y flaquezas, y atado al destino de la familia que llega a tener en esos años mozos y en la que la pérdida del hijo muy probablemente llevará a escribir aquella obra monumental, Hamlet.

William Shakespeare nunca es identificado con ese nombre si no con el de preceptor, el padre, mi hermano, etc. De esta forma, la autora explora otros personajes allegados, como el de la mujer a quien desposó con apenas 18 años de edad, Agnes. A través de los ojos de esta mujer rebelde y de gran sabiduría, el lector tendrá la oportunidad de adentrarse en esa familia, en esa época, sentir los vientos helados y respirar aquellos aires rurales donde se mezclaba el olor a leña recién cortada, boñiga, flores silvestres y el cuero de diferentes animales con los que su suegro elabora los más finos guantes.

De igual forma, el lector será cómplice de aquella tarde veraniega en la que, ocultos entre una despensa repleta de manzanas, Agnes se entregará a ese mozalbete que será pronto su esposo y el padre de una pareja de mellizos que ahora lleva ella en su vientre y que si las cosas salen bien le permitirán la liberación de todo: de la vida que aborrece, del suegro con el que no puede vivir, de la casa que no soporta más.

Esta es, pues, una invitación a sumergirnos en un fragmento de vida de unos personajes que buscan su lugar en el mundo, algunas veces en las tablas de los corrales y otras entre las campiñas inglesas, guiados tanto por sus deseos más ocultos como por unos hilos invisibles que los conectan con seres queridos que ya no están presentes en este plano de la realidad, pero que parecen estar al tanto de su destino y quieren participar de sus cuitas y alegrías.

Juan Fernando Merino

Para entrar a esta novela es necesario estar dispuesto a incomodarse, a sentir sopor, a encarnar por momentos el tedio que significa tener parientes, familia, historia, pasado y entenderlo a costa de inconvenientes, del inconveniente que también pueden ser los otros. Leerla es comprender que la hermandad, la maternidad, las relaciones de pareja, las de vecindad y extranjería (en un lugar cuyos códigos y maneras parecen definidos por la profesión que nos lleve a ese lugar) pueden venirse abajo con solo derrumbar la carta exacta. Para salir de este libro tendremos que transformar el lenguaje y dejar que Margarita García Robayo nos ponga en la cuerda floja.

Durante las casi 200 páginas de La encomienda, nos sumergimos en el universo de una mujer que mantiene una extraña relación a distancia con su hermana, extrañeza que surge debido a unos envíos que recorren cinco mil kilómetros desde Colombia hasta Argentina en una suerte de pretexto para mantener una hermandad sin asidero emocional o real.

Sin embargo, la llegada de una caja de madera tuerce el mundo de la narradora: ante su contenido basta recordar el poema The Box, de Chantal Maillard: “No es fácil ofrecer cobijo/ cuando se lleva a rastras/ una caja vacía”. Es con ese objeto por el que comienzan a derrumbarse las rutinas y las certezas del personaje. ¿Respecto a qué? Es difícil precisar, pero podemos suponerlo por algunos hechos y sus múltiples vacíos. En La encomienda lo que se entrega es algo que se desprende al tiempo, algo que se pierde. Es una novela sobre lo que se esconde detrás de lo que recibimos, lo no dicho, lo que se guarda en la materia con la que creamos lazos, que aquí es el inicio de un agujero negro, pues creamos vacíos en tanto que creamos relaciones, y estas, al mirarlas con detenimiento, siempre nos anticipan su final y destrucción, que también es la propia destrucción.

Lina Alonso

Humilda, una perra bonita, fue la compañera de Alonso Sánchez Baute, autor de esta novela escrita con el corazón en la mano y con un sentido profundo de lo que son los animales para quienes los cuidan y hacen parte de sus vidas.

Además de sus referencias literarias, científicas y cinematográficas, la novela, que también parece un ensayo con momentos poéticos, nos cuenta cómo llegó Humilda a la vida del autor y cómo fue enteramente suya hasta su muerte.

Narrada en primera persona, es la historia de un amor incondicional. Un relato que describe a los lectores el comportamiento, las necesidades, los estados de ánimo y las enfermedades de la perra, así como su comprensión del ser humano con quien vive.

La relación del autor con un personaje llamado ‘K’ nos permite conocer su intimidad. ‘K’ era el alma de la fiesta, un ser precioso, dulce y fuerte como Humilda. El tema de quién se quedaría con la mascota tras una separación se vive en la novela como un duelo descrito con belleza.

En la novela, la infancia se recuerda como el tiempo en el que los animales están al mismo tiempo que la correteadera y los juegos en el patio, cuando son la compañía ideal y tenemos tantas preguntas sobre la vida. Una mascota es así la oreja que nos escucha sin pedirnos nada a cambio, sin aterrarse con nuestros sentimientos ni juzgar nuestro comportamiento –como Balín, el primer perro que tuvo el autor en Valledupar, un animalito que le ayudó a soportar la soledad–.

Humilda también tiene voz. Nos muestra su mirada sobre el autor, a quien llama Congolocho. Ella tiene humor, reclama, le hace saber que lo conoce, que lo siente y lo presiente. Relata sus propias anécdotas iluminando la vida de Congolocho.

La muerte de Humilda provoca el llanto: sentimos el dolor de irse en el amor que permanece. Era bonita Humilda y, sí, es cierto, era pura mirada.

María Angélica Pumarejo

A esta novela le esperaba el polvo y nada más. En 2014 ganó la XIV Bienal Internacional José Eustasio Rivera, pero hasta septiembre pasado no era más que un volumen escaso y repelente encuadernado al calor de Neiva, con más aire de informe de gestión que de novela disruptiva. Pero una de aquellas pocas copias logró remontar el Magdalena hasta el río Medellín. Y de voz en voz rompió la maldición: Arbitraria, editorial independiente, se obsesionó con ella y la resucitó. No es una historia mínima de resistencia en la Comuna 13, bajo la sinfonía de fusil de la Operación Orión. Ni el aguafuerte de un sistema educativo roto. O tal vez. En sentido estricto es la bitácora de un académico desclasado, condenado a Las Malvinas: un cajón de ladrillo rebosante de “seres fermentados en azúcar y delirios narcisistas”, en los confines de algún colegio público. Y al que, fuera de cámara, las bragas y los brasieres hacen sentir “hermosa, febril, indómita”. Como esta novela, valga decirlo.

Juan Miguel Villegas

Colmado de despojo y abandono, Madre crea una atmósfera paranormal, que se transforma en una metáfora de la violencia vivida en el país por décadas. De la mano de Diana –de 19 años– y de su madre Yolanda –víctima de una angustiosa transformación–, Óscar Pantoja transporta al lector a un mundo colmado de desesperanza y muerte en el que la joven busca subvertir el círculo de terror del que hace parte. La obra se convierte en escenario de la constante búsqueda de Diana por escapar del machismo, mientras es rodeada por los fantasmas que circundan a la figura de su padre. El libro destaca los problemas sociales que se esconden detrás de la maternidad rota y la paternidad violenta que narra. Madre brinda una experiencia sensorial que se acentúa en cada una de las metáforas de Pantoja y que enfatiza la monstruosidad de la tragedia relatada.

Melissa Andrea Betancour

El trauma de quienes crecimos en la Medellín de los años 90 se manifiesta hoy de muchas maneras. Algunos quedamos marcados por el miedo y vivimos, desde entonces, esquivando balas imaginarias y ‘evitando problemas’. Otros, como Luis Miguel Rivas, coleccionan las piezas de aquel puzle tenebroso y las convierten en relatos adictivos. No es ‘sicaresca’ –por suerte– lo que nos propone este hijo adoptivo del Envigado pueblerino, el de los barrios Mesa y Guanteros. Hay más bien una mezcla de costumbrismo y psicodelia, si es que tal maridaje es posible. Malabarista nervioso es un sainete de fantasmas, lavaperros, buscavidas, padres de familia y oficinistas que habitan el mismo espacio en dimensiones distintas. Sus protagonistas no parecen tener nada en común, pero lo tienen todo. Son supervivientes, incluso aquellos que ya están muertos.

Alejandro Baena

La crueldad, la corrupción y la vida íntima de los agentes del régimen cubano quedan al descubierto por la obstinación de un policía jubilado y reencauchado en 2016 para investigar un par de asesinatos ocurridos en La Habana antes de la visita de Barack Obama, cuando la Policía oficial estaba desbordada con los preparativos y con la seguridad de la histórica visita de un presidente estadounidense a la isla, la primera en 88 años.

En esta novela policíaca, Leonardo Padura confirma su talento como reportero investigador y su habilidad para mezclar hechos recientes del opresivo contexto político cubano con sucesos históricos; nos sumerge en La Habana prerrevolucionaria, de la que saca a flote la disputa de proxenetas franceses y cubanos –con complicidades políticas y policiales–, así como también retrata a la capital cubana, frenética con la visita presidencial estadounidense y con el concierto de los Rolling Stones –todo esto en contraste con la escasez y las ganas de escapar que viven muchos cubanos–.

A través del policía jubilado Mario Conde –recurrente en varios de sus relatos–, Padura nos lleva a la vida de ‘personas decentes’ que, por las circunstancias, terminan degradándose.

Marisol Gómez Giraldo

Mucho se nos ha dicho acerca de la supuesta mala salud del cuento en nuestro país, pero hay publicaciones que con relativa facilidad se encargan de capotear esta afirmación para que el género salga más fuerte después de la faena. En este caso en particular, la segunda entrega de Puñalada trapera, la antología de cuento colombiano seleccionada por el escritor Juan Fernando Hincapié y publicada por Rey Naranjo, nos deja con esa misma sensación: el cuento está vivo, en transformación, y lo que necesita es un esfuerzo por aceptarlo y buscar los autores y las autoras que mejor nos permitan disfrutarlo.

Porque esa es la intención de las dos entregas de Puñalada trapera: acercarnos al cuento, disfrutar del género y de lo que se está escribiendo en Colombia, a la vez que tomar una instantánea familiar para saber qué está pasando por la cabeza de los creadores actuales y cómo están usando el género. No se trata de una antología de los mejores cuentos colombianos contemporáneos, sino del estado del cuento colombiano contemporáneo. No es una edición que se encargue de excluir a algunos, sino de destacar a otros. Dejando el camino abierto, por supuesto, a lo que seguirá aconteciendo y seguramente será material para la tercera entrega, que muchos desde ya esperamos.

Juan Fernando Hincapié puede ser uno de los mejores lectores con los que contamos en nuestro territorio nacional y de allí que la antología cuente con un ojo crítico para su ensamblaje. Autor de novelas y libros de cuento, ya en 2017 la editorial Rey Naranjo lo había contactado para conformar la primera entrega, que reunió a veintidós cuentistas para realizar la primera instantánea del género.

La primera edición incluyó muchos autores de calidad que, sin embargo, no necesitaban estar allí para dar a conocer su obra (no podemos olvidar que estas antologías pretenden en muchos casos abrir otros libros, dar a conocer creadores que requieren de mayor atención y, por qué no, que los scouts literarios puedan acercarse más y mejor a autores que no han llegado a editoriales conocidas que prometan una mayor divulgación y presencia a nivel nacional). En Puñalada trapera II, en cambio, conocemos autores que todavía no habían figurado en el campo editorial, abriendo así el camino tanto para los autores como para los lectores. Y la verdad es que ofrece un panorama alentador. No solamente porque aparecen ya temas como el aislamiento y la pandemia, sino porque, al contrario de la primera entrega, consiguió abrir aún más su diversidad: estableció un equilibrio de once autores y once autoras, mientras que la primera entrega se decantó más por publicaciones de hombres. Esta consigue además un marco temporal más extenso, ya que siete de los veintidós autores nacieron en la década de los setenta, diez en los ochenta y cinco en los noventa. Hay veinticinco años de diferencia en edades, mientras que en la anterior el marco era de trece años entre los mayores y los benjamines.

Los lectores juzgarán por ellos mismos la calidad de los textos, porque de eso se trata: no de traer a quienes ya han publicado o a quienes se encuentran en posesión de premios o reconocimientos literarios, sino de textos que demuestren la salud del género en nuestro territorio. Algunos que merecen ser destacados: Sergio de la Pava, Lina María Parra, Julianne Pachico, Rubén Orozco, Santiago Wills o Laura Ortiz Gómez. Cada lector sabrá qué afluente seguir luego de este río narrativo de nuestro cuento corto.

Camilo Hoyos

Recuerdos del río volador, de Daniel Ferreira (San Vicente de Chucurí, 1981), es un archivo de baúl con fotografías, cartas, postales, periódicos, recortes, ropa, objetos. Abierta su tapa, el baúl pondrá en movimiento los mecanismos ficcionales. La memorabilia va señalando rutas de búsqueda y reconstruyendo las vidas de los personajes de la novela.

Las piezas del archivo permiten saber quién habla, quién escribe, en qué época, desde dónde. Vamos descubriendo voces y presencias que emergen de los recuerdos, desincrustamos las historias de gente como Lucas Melo, el sordomudo, Bienvenido Miller, Rubén Gómez Piedrahíta, Mariquita, Custodia, Lucía, Elena y tantos y tantos más.

Puerto Cacique con su escuela en la nubes, el club, el barrio de las francesas, la Casa Pintada, también tiene un lugar para el vertimiento de residuos sólidos. La terminología actual no podría sonar más irónica que en el basurero de Puerto Cacique, un barranco al que van a parar los cuerpos de aquellos obligados a ponerse frente a un pelotón de fusilamiento, sin paredón de fondo sino al fondo. Allí han quedado las víctimas para quienes no habrá exhumación, reconocimiento forense, verdad o reparación.

«El río atrapa y envuelve y ahoga y sepulta y te devuelve al lugar donde encallan todos sus muertos, como si el río escogiera un mismo sitio para depositar a todos los cadáveres que llegan desfigurados», escribe Alejandro a Lucía en esta novela de río, género que ya se ha instalado como categoría literaria, jurídica y sacra.

Carmen Millán de Benavides

*N.B. Esta no es una reseña. Es una selección de instantáneas Polaroid.

En medio de episodios de muertes, desapariciones, chorros de dinero fácil, individuos que se regodean con ese dinero y con su poder mafioso, Salsipuedes, de Harold Muñoz, cuenta la historia con la voz de un niño, luego muchacho y hombre, amenazado de sordera definitiva, que ve, vive y da cuenta de su vida y la de un vecindario sombrío. Es una narración con el poder de la simultaneidad, en la voz de ese personaje que entra y sale del relato y que, en ocasiones, pasa su voz a otros para que ellos también cuenten.

De un capítulo a otro, el narrador ampara la voz de ese niño, que puede tenerlo todo o no tener nada. Sin embargo, parece que su lucha más grande es porque todo se normalice, por superar, él y la familia, la montaña rusa en que han vivido por pertenecer a una realidad tan compleja. La lucha es por terminar de ver una película o jugar un partido de fútbol, sin que aparezcan las sombras, el pasado o el presente frenético.

María Angélica Pumarejo

Las escritoras ecuatorianas están pisando fuerte. Ya conocemos las voces de Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Gabriela Alemán, Daniela Alcívar y Gabriela Ponce. Planeta Colombia se ha dedicado a la tarea de reeditar la obra de una precursora: Lupe Rumazo. Una voz se suma a esta lista: Natalia García Freire, quien llegó a las librerías del país con su segunda novela, Trajiste contigo el viento, publicada por Himpar Editores. Vale destacar que su ópera prima, Nuestra piel muerta, fue considerada por The New York Times como una de las mejores obras de 2019.

El protagonista de Trajiste contigo el viento es Cocuán, un pueblo viejo –”la agonía del campo”–, que puede evocar a Macondo, Comala o Ixtepec, donde la muerte siempre está presente, tanto así que sus habitantes se ocultan del sol: “Estamos hechos de polvo y mal, como las pesadillas”. El aire huele a agua sucia, la primavera nunca ha pasado por ahí, lo grotesco forma parte de lo cotidiano, las maldiciones escriben los destinos, lo católico y lo profano se mezclan: “Lo mismo ve uno gente arrodillada ante un santo que sacrificando gallinas fuera de la iglesia”. Y el deseo de uno de sus habitantes, que quizás era el de todos, se resume así: “Acabar con Cocuán y el corazón podrido de rata que latía en su centro”.

Trajiste contigo el viento es una novela coral. La mirada de Mildred, Ezequiel, Agustina, Manzi, Carmen, Víctor, Baltasar, Hermosina y Filatelio permitirá al lector conocer el terror que se oculta en la tierra de Cocuán, donde la violencia está normalizada en sus mujeres, los animales y la naturaleza. En algún momento, el lector dudará si seguir adentrándose en ese pueblo o, por el contrario, huir ante el vértigo y el miedo que produce el paso de las páginas. Para algunos críticos, Trajiste contigo el viento se definiría como realismo gótico andino, pero más allá de una etiqueta está la forma particular de los latinoamericanos de narrar su desgracia, de encontrar nuevas formas de contar la muerte y la vida.

Dulce María Ramos