Definido por su autor como una mirada historiográfica de la ciencia ficción dentro de la literatura colombiana y latinoamericana, el ensayo pretende desmitificar las etiquetas que le han sido impuestas a este género calificado de literatura menor o exclusivamente juvenil. Con la rigurosidad que lo caracteriza y el trabajo de años que ha realizado Rodrigo Bastidas sobre el tema, tanto en los ámbitos académico como editorial, Cuerpos luminares y de otras dimensiones analiza la ciencia ficción colombiana más allá de un género. La concibe como una manifestación literaria desde una mirada crítica, teórica y narrativa; y toma en consideración autores fundacionales, como Albalucía Ángel, hasta las nuevas voces, como la de Luis Carlos Barragán. Un libro imprescindible y necesario para entender en profundidad la ciencia ficción y su inminente presencia en la forma de contar hoy el mundo.
Dulce María Ramos
Un ensayo que reflexiona sobre la tortuosa relación entre la creatividad y sus crisis mentales. Con un tono desparpajado, heredado de su trabajo como columnista, reportera y entrevistadora, Rosa Montero utiliza sus propias vivencias para hablar del terror que produce la locura –esa que nos enfrenta a una soledad que nadie puede entender y con la que nadie puede ayudarnos–. Se trata de un relato que recurre a diversos estudios científicos para confirmar la tesis de que las personas creativas son más propensas a la locura, lo que de forma trágica hace sublimes sus obras.
A veces pareciera que Montero parte de una tesis preconcebida y no se atreve a citar estudios que la contradigan —y algunas afirmaciones caen en generalizaciones ligeras—, y, aunque lo menciona al principio, desestima las condiciones sociales y el entorno como explicación de la inestabilidad mental. Sin embargo, dejamos de reparar en esas ligerezas cuando descubrimos que el ensayo no se agota en su relación entre locura y creatividad.
Montero también aprovecha para reflexionar sobre las razones por las que escribimos y cómo los autores se acercan a una realidad que parece tan lejana. Usa la figura del entomólogo haciendo una analogía entre la persona que vive y la persona que observa –porque solo tomando un poco de distancia se puede escribir–, convirtiéndose en entomóloga para comprender una preocupación que tuvo en su infancia: la sensación de no sentirse normal. Gracias a esa distancia, Montero no cae en la autoconmiseración, sin importar las historias personales que se atreve a narrar.
Decir que El peligro de estar cuerda es solo un ensayo es inexacto. Este libro también se puede leer como una crónica en la que Montero narra cómo ha sido su vida en la escritura, una vida determinada por raptos de locura propios y extraños: desde que era una joven columnista y periodista de El País hasta convertirse en una mujer que años después revisa con nostalgia y miedo las entrevistas y charlas que en el pasado tuvo con autoras como Doris Lessing y Ursula K. Le Guin, encontrando en ellas respuestas acerca de cómo sería su vejez. “Pero, entonces, dígame por lo menos que todavía se conserva la curiosidad, y la excitación de conocer cosas nuevas, y el placer de escribir”, le pregunta una Rosa Montero de 46 años a una Lessing de 78, quien da una respuesta que reconforta a la Montero de 70: “Sí, eso sí. Todo eso se mantiene aún intacto”.
Y para mostrarnos que un cerebro inquieto mantiene intactos los arrebatos creativos, Montero nos invita a un baile que, de cierta forma, sirve como antídoto para los raptos de locura que nos sitúan en la más dolorosa soledad; un baile que nos permite conectarnos con otros seres vivos: “Esos ojos ajenos en los que te miras nos conectan con el latido común y son una puerta hacia la eternidad”.
En ese momento, ya en las páginas finales, nos percatamos de que El peligro de estar cuerda tampoco es, exclusivamente, una crónica y un ensayo: también es una novela. Una novela de amor, de misterio, en la que se cumple la promesa de Lessing sobre todo lo que se mantiene intacto en la vejez.
Gustavo Gómez Martínez
Son 29 crónicas –¡29!–, en poco más de 300 páginas. Y en esa cantidad de historias, se podría decir que hay de todo, pero si dijera eso, no diría mucho. Así que, en primer lugar, diré que hay asombro. Asombro del cronista que encuentra historias debajo del sol ardiente, del fango de los ríos y de los puentes de las ciudades. Y ese asombro viaja hasta los lectores en historias que pintan con esmero y sensibilidad los microuniversos humanos de un país tan duro y voraz como el nuestro.
Me tomaré la libertad de dividir el libro en dos grupos de historias: las que ocurren en lugares apartados del país y las que suceden en las calles de las ciudades. Las primeras cuentan aquello que, quizá, se suele esperar del cronista vernáculo en su concepción más tradicional; es decir, los relatos sobre los hombres y las mujeres que padecen la violencia, las crónicas sobre el conflicto y el posconflicto en lugares como el Caquetá, la minería en el Chocó o el olvido estatal burlado por el ingenio y la capacidad de resistir de unos cuantos, como ocurre con la fabulosa historia de Soriano –que le da el título a este libro–, un hombre que sobre el lomo de un par de burros lleva conocimiento a los lugares más apartados del Magdalena.
La otra parte –la de las historias que suceden en las ciudades– es, para mí, la más sorprendente de un libro que tiene la virtud de sorprender –de asombrar– con frecuencia, pues aquí Cristian Valencia se dedica a retratar a aquellos que viven al margen, a los que habitan los andenes y, muchas veces, están sumergidos en el desamparo y, otras, en el delirio, sin que ello conlleve una gota sensiblería pirotécnica, pero sí mucha dignidad para sus protagonistas.
Así, hay historias profundamente conmovedoras que exploran la vida y la muerte en las calles de Bogotá, como ocurre en ‘Tres formas de morir’; o en las versiones que una mujer, cuyo pasado es un misterio, crea de sí misma en ‘El eterno vuelo de Giselle’ –que además es, o debería ser, un clásico del periodismo narrativo colombiano–; o en la extravagancia de Yamal, una suerte de pirata seductor, en ‘El ocaso de un pirata turco’; o en la esperanza en curso de colisión con la realidad de una mujer que vive su primer día fuera de la cárcel, en ‘Primer día de libertad’.
La prosa bella de Valencia, cuenta todas esas historias con un brillo intenso, en el que además resuena el amor del autor por el cine, la literatura, la música y, por supuesto, por el ser humano, que es asombroso y que el cronista sabe descubrir. Por eso, las 29 historias uno las lee –y valga el cliché por verdadero– como quien devora una caja de caramelos: una tras otra. Y es, además, una mirada a más de dos décadas de trabajo de un cronista agudo, paciente, cálido y consagrado a su oficio, que Tusquets tuvo el acierto de reunir en este libro.
Julián Isaza
La crisis planetaria ha instalado a la naturaleza como el tema filosófico de nuestro siglo. Existe un llamado a la acción, pero aún no decidimos desde qué orilla lanzarnos. Para Stephen L. Talbott es un asunto inaplazable, por eso dedica su ensayo a recorrer ciertas ideas que rondan en la discusión, hasta llegar a una propuesta de cómo debería suceder lo que él llama “la conversación ecológica”: un intento de comprensión de lo natural que nos permita responsabilizarnos de nuestra incidencia y nos habilite a intervenir desde el conocimiento que logremos construir. Se esté o no de acuerdo, cada argumento de Talbott aclara los matices de un problema que hace mucho nos reclama una nueva sensibilidad, una nueva inteligencia. Dicen los editores de Animal Extinto que “todo libro es una esperanza”: este, la de aterrizar a un contexto local la tarea de arriesgar soluciones.
Daniela Gómez
“Nada recuerdo con mayor intensidad que el estruendo que produjo la implosión, como si del crujir de diez mil huesos rotos al unísono se tratara, hasta diluirse en un zumbido sordo y continuo, seguido de los aplausos del público”, reza el prólogo de Mauricio Correa.
Partiendo del edificio Mónaco, en Medellín, hasta otras regiones como Barcelona, España, o el Bajo Cauca, Expurgo traza un mapa crítico de autores a través de pensamientos y contrarrelatos de la memoria, el despojo y la propaganda politiquera en Colombia.
Policéfalo Ediciones organiza diversos recursos gráficos junto a los escritos para rastrear las repercusiones de la violencia en la arquitectura, el arte, la sociología, el urbanismo y la historia. Este libro no maquilla ni erradica la podredumbre: la estudia para ampliar horizontes desde una ciudad indigestada por sus ruinas.
Daniel Mesa de los Ríos
En 2003, ante las imágenes capturadas durante su cobertura en Irak, el fotorreportero de guerra Gary Knight se preguntó cómo podría llegar la paz a esa nación que había sido desgarrada por la reciente invasión de Estados Unidos y por una guerra civil de raíces profundas. Era la pregunta de un hombre hastiado por la violencia después de años de documentarla en los Balcanes, América Latina y Asia, y fue el inicio de Imagine: reflections on peace (2020), cuya edición en español fue lanzada este año por la editorial colombiana Artimaña.
De la mano de autores como Jon Lee Anderson, Samantha Power, Elvis Garibovic, Robin Wright, Gilles Peress, Stephen Ferry o Dydine Umunyana, este libro celebra la paz, pero también interpela su imperfección: habla de la potencia liberadora de la verdad y de la salvación que trae el perdón, sin esconder el dolor del proceso y las injusticias que acarrea.
Por medio de ensayos, reportajes, fotografías y testimonios, disecciona los procesos de paz en Ruanda, Camboya, Bosnia y Herzegovina, Líbano, Irlanda del Norte y Colombia, seis países que encontraron caminos diferentes para ponerle fin a la guerra y que aún se esfuerzan por no volver a ella, pues, como afirma en su introducción Jonathan Powell –quien fuera el jefe negociador del Reino Unido para el proceso de Irlanda del Norte– “la firma de un acuerdo no es la culminación de un proceso de paz. De hecho, es solo el comienzo”.
Desde los tribunales comunitarios de gacaca en Ruanda hasta la Justicia Especial para la Paz de Colombia; desde los acuerdos de Viernes Santo de Irlanda hasta los de Dayton de Bosnia, tal vez la lección más importante que se extrae de esta obra es que se necesita más valor para la paz que para la guerra. Este libro es, también, un homenaje a quienes se atrevieron.
Camilo A. Amaya G.
—Nuestros lectores disfrutarán mucho si logras transmitir una visión amable de la biología.
—Nuestros lectores disfrutarán mucho si ponemos en cuestión sus certidumbres.
Así va el diálogo entre el paleontólogo (el sapiens) y el escritor (el neandertal). Nosotros, los lectores, a veces nos identificamos con el sapiens y casi siempre con el neandertal. En un punto, las voces se mezclan con la nuestra y sentimos mucho placer haciendo parte de esa conversación.
No he leído nada más vital que este libro sobre la muerte. Es un diálogo profundo y sencillo a la vez. Es la historia de una conversación que nunca se acaba, se mete en todos lados, con quien sea que uno se encuentre. Las palabras se mueven en medio de una cotidianidad que se siente como una aventura. El tiempo narrativo –y el real– da saltos entre millones de años y un sorbo de kombucha o entre los tres años de un ratón y los noventa de un elefante, conectados por el mismo número de latidos del corazón. Me di cuenta de lo obvio que debería saber y no sabía, y me alegró disminuir el tamaño de mi ignorancia, aunque solo yo lo note.
Entendí, y sentí, que las emociones determinan la salud y que la plenitud es la clave de la vida y de la muerte. La vejez es un planeta reservado para los humanos y sus mascotas. No veo la hora de entrar en ese planeta que gira tan distinto. Mientras tanto, haré lo que le dice Arsuaga a Millás: “Procura que no te manipulen y ya”. Se refiere a la consciencia, ese producto raro de la evolución que nos llega como un regalo.
Sergio Álvarez Uribe
Docente investigador, Universidad del Norte
Hay biografías que se escriben desde la empatía absoluta entre el biógrafo y el biografiado. Así ocurre con La vida de Chéjov, de Irène Némirovsky, donde la escritora ucraniana no hace una simple biografía sobre el escritor ruso: le insufla vida, lo hace vivir como si fuera un personaje de sus novelas. Antón Chéjov habla y piensa en estas páginas, lo vemos crecer, convertirse en adulto, en escritor, sobrevivir a su enfermedad y a su tóxica y adorada familia; lo acompañamos con su madre y con la actriz Olga Knipper –su gran amor– hasta su última morada, en un entierro en el que los asistentes siguen a otro coche fúnebre, en una escena chejoviana, un poco cómica, un poco melancólica.
En el prólogo, Mercedes Monmany aventura una respuesta sobre la feliz conjunción de estos dos espíritus libres y rebeldes: Némirovsky representa a la Rusia del exilio y Chéjov a la Rusia abandonada, “pero jamás olvidada”, de la provincia. Taganrog, donde nace Antón, es un puerto sobre el mar de Azov, venido a menos por la construcción del ferrocarril en su rival, Rostov del Don, que había tenido sus días de esplendor con el comercio del trigo y del vino. Y colinda con Ucrania, con la bella Ucrania en la que pasó largas temporadas: “Los días de fiesta los campesinos ucranianos bajaban en sus barcas y tocaban el violín”. Y desde luego, sus obligadas estancias en la península de Crimea, cuando la tuberculosis lo acosaba, en un clima más benigno que el de Moscú, pero lejos del Teatro de Arte, de Olga, todo lo cual nos hace entender la intensidad dramática del final de Las tres hermanas, cuando los personajes dicen: “¡A Moscú, a Moscú!”. El conocimiento de su obra, más los datos biográficos que provee su correspondencia, son finamente hilados.
Némirovsky recorre de nuevo su tierra natal en compañía de su alma gemela, mientras la violencia histórica la acecha. Había huido de Kiev a Francia con su familia judía, durante la persecución de Stalin, y en 1941, hasta allí la fueron a buscar los nazis, en complicidad con el gobierno colaboracionista de Vichy, para deportarla a Auschwitz, donde moriría en 1942. Alcanza a salir de París y en un pueblo de la Borgoña, logra terminar su biografía de Chéjov, para ella, “el más humano de los hombres”. Libro que publicarían póstumamente sus hijas, en 1947, y que, salvo una vieja edición de Losada, era inconseguible en español.
Una estupenda biografía novelada o, mejor, un diálogo íntimo con Chéjov, que quizás no resuelve el misterio de su vida y de su escritura, pero nos acerca a él. ¿Cómo pudo sobrevivir a ese padre déspota, a su tiranía religiosa? ¿Cómo no sucumbió a la pobreza y a ese espíritu de mediocridad que lo rodeaba? ¿Cómo mantuvo su fuerza moral? Y, lo que más nos interesa, ¿cómo pudo encontrar su propio camino liberándose de la influencia aplastante de Tolstói?: “Ahora Chéjov se alzaba contra el mismísimo Tolstói. Su magnífica Sala número seis data de 1892 y señala el momento en que rechaza definitivamente la influencia del autor de Guerra y paz. Nunca dejará de venerar al artista y apreciar al hombre, de considerarlo ‘el más grande’, pero su corazón ya no lo obedecerá. Tampoco idealizará al pueblo: ‘Por mis venas corre la sangre de un mujik; las virtudes del mujik no me sorprenden’ “.
Sin grandilocuencia, Chéjov revolucionó el teatro, revolucionó el cuento y nos enseñó el secreto de elegir lo que ocurre todos los días, lo cotidiano, no lo excepcional. Cada vez escribe mejor y nos sigue acompañando con sus dudas y sus preguntas: “¿Para qué vivimos, para qué sufrimos…? Si lo pudiéramos saber…”.
Luis Fernando Afanador
El libro más reciente del barranquillero Paul Brito es el resultado de un pensamiento fino y elaborado alrededor de temas indispensables, y una apuesta por crear con su lectura “el sentido de la impermanencia”: de la ficción nos lleva a la filosofía o a la psiquis para regresarnos y envolvernos y, en medio de García Márquez, Cortázar, Sábato, Bergson, Kafka, Chéjov, Heidegger, Schopenhauer, Freud, Jung, Bataille, Zweig, Nietzsche, Byung-Chul Han o Poe, terminamos la lectura sabiendo que “algo ha pasado”: nos hemos movido.
La idea del movimiento, que no es una idea sino un hecho, teje todo el libro. Cada uno de los ensayos nos habla del movimiento, de la impermanencia y, entonces, de la continuidad. Es como si asistiéramos a un carrusel, incluso sin importar que demos vueltas, en el que nos movemos más allá de esa realidad, pues somos ideas, significados, símbolos, lenguaje. Brito se encarga de señalar esto y de poner bisagras para llevarnos de un mundo a otro.
Hay que celebrar un libro como este, que nos trae la certeza del movimiento perpetuo mediante agudas deducciones y analogías. Celebro este ensayo porque el género es precisamente un ejercicio de libertad. Celebro su buena escritura, la amplitud de sus símiles, de sus búsquedas, la frugalidad de muchos momentos para acercarse a lo más profundo, también el valor de la anécdota como testimonio del movimiento cotidiano de la vida.
María Angélica Pumarejo
Con un relato franco, ágil, coloquial, y con un ritmo perentorio, Beatriz Caballero narra, desde sus recuerdos, la historia de su hermano Luis Caballero, magistral pintor y dibujante. Memorias que, a manera de amplias pinceladas, le permiten al lector intuir cómo la cotidianidad y el arte siempre van de la mano. Viajes, amores y desamores, confidencias familiares, picardía, París, Bogotá y señalamientos perspicaces son el escenario para navegar por la vida, los gustos, pero, sobre todo, por la obra del artista que logró hacer del erotismo su leitmotiv y que en un país violento, religioso y homofóbico como Colombia la desnudez masculina fuera aceptada como una manera de ser y colgada en las paredes de los lugares más conservadores. Recuerdos también nostálgicos que revelan los padecimientos de sus últimos tiempos y cómo, ante la ausencia del artista, su producción se ha hecho susceptible de ser ignorada institucionalmente.
Eduardo Serrano
Al inicio de la obra, la escritora estadounidense nos hace un recorrido por su árbol genealógico. Describe la migración de sus ancestros desde Noruega, habla de sus abuelos, de sus padres, de su hija Sophie y su marido Paul. Narra la vida desde la raíz y, con ese arraigo en el pecho, nos conduce por veinte ensayos que reflexionan sobre inquietudes universales: la muerte, la maternidad, la misoginia, la violencia y la memoria. Reflexiones que, además, se entretejen con el hilo del feminismo: una corriente inherente a Siri Hustvedt. Estos “apuntes sobre mi familia real y literaria”, como dice la autora, son joyas que la escritora deja a sus lectores, pues, con el punto final, se instala ante nosotros una forma diferente de vivir y habitar un mundo en el que parece no haber vuelta atrás.
Arantxa Díaz Aguirre
Desde los años sesenta, Gloria Triana ha dedicado su vida a recorrer el país para conocer y documentar nuestra riqueza cultural. Desde la academia, la gestión cultural y el audiovisual, ha contribuido de manera excepcional a la comprensión de un país diverso y multicultural, incluso antes de la Constitución del 91. Al abrir por primera vez las puertas del Teatro Colón a las expresiones culturales populares, acompañar a García Márquez a Estocolmo con una delegación de música y baile que aún es recordada en Colombia y dirigir series icónicas del audiovisual antropológico como Yuruparí o Aluna, la autora nos comparte en este libro, con una colección de sus escritos y con varios de sus trabajos audiovisuales, su vida y su obra.
Juan Sebastián Aragón Triana
Abrir la lente para ver Ucrania, según Noam Chomsky, implica debatir sobre la construcción de la Unión Europea, la expansión de la OTAN al oriente, la disolución de la Unión Soviética y el riesgo del uso de armas nucleares. El autor desenmascara el discurso de la supuesta superioridad de Estados Unidos y su mirada que divide el mundo entre “los buenos y los malos”. Critica la doble moral frente al derecho internacional y, muy especialmente, frente a la noción de soberanía, convertida en un comodín. Así mismo, denuncia los intentos de empujar a la guerra a China. Un libro recomendado para entender los entresijos de los titulares de la guerra.
Víctor de Currea-Lugo