En medio de una violencia que convirtió a Buenaventura en un puerto asediado por la muerte, Carmelina López siguió con su oficio de ayudar a concebir la vida. Ella es una de las tradicionales parteras que aún reciben niños y niñas en ese municipio vallecaucano ubicado en el Pacífico colombiano y que durante varias décadas se ha visto afectado por la disputa entre diferentes actores armados.
Es una tradición que no se rompió ni siquiera a finales de los años ochenta del siglo pasado, cuando incursionaron en esa ciudad portuaria grupos guerrilleros, principalmente de las Farc-Ep, los cuales implementaron medidas de control social y cometieron delitos como extorsiones, desplazamientos y asesinatos.
Diez años después, a partir de la llegada al municipio del Bloque Calima, de las AUC, se recrudeció la intimidación contra la población civil, expresada en el aumento de las cifras de asesinatos selectivos, secuestros y desplazamientos forzados y un total de 26 masacres cometidas entre 1999 y 2003. Con la desmovilización de las AUC y la salida del Bloque Calima, se produjo una reconfiguración de las disputas armadas. En 2004 llegaron grupos posteriores a la desmovilización, como La Empresa, el Clan del Golfo y Los Rastrojos, los cuales actúan aún hoy con el propósito de controlar las economías ilegales del municipio. Desde 2005 se ha agudizado el conflicto en Buenaventura, y ello se refleja en la degradación del repertorio de violencia que los diferentes grupos armados han utilizado contra la población civil, especialmente la tortura y la desaparición forzada.
El conflicto armado en Buenaventura ha ocasionado que, de los 400.000 habitantes que tiene el municipio, más de 160.000 se hayan registrado como víctimas de los diferentes grupos que actúan en la región a causa de diferentes violaciones a los derechos humanos, como desplazamientos forzados, asesinatos selectivos, desapariciones forzadas, tortura y violencia sexual contra mujeres, entre otros. Los impactos del enfrentamiento han tenido un componente étnico importante, pues la comunidad afro que habita el puerto ha visto cómo la actuación de los grupos en armas desestructuró sus prácticas ancestrales y rompió dinámicas con el territorio, así como su relación con la vida y la muerte.
En medio de todos esos hechos violentos, la comunidad afro del municipio ha implementado estrategias de resistencia a las imposiciones de los armados. Las tradiciones ancestrales han sido fuente de dichas rebeldías, entre las que se encuentran la labor de las mujeres parteras, como la que desempeña Carmelina López.
Al igual que sus colegas, ella no suspendió sus labores sociales y acompañó a las futuras madres del municipio incluso en lugares con mayor presencia de los actores armados. A pesar de las restricciones a la movilidad que estos impusieron a la población, las parteras se trasladaron a las casas para garantizarles a las mujeres el acceso al derecho a la salud y el derecho a la vida. “El apoyo que damos las parteras en el conflicto armado es que siempre estamos allí, con la comunidad”, explica Carmelina López.
Sin embargo, las condiciones para el ejercicio de la partería no han sido fáciles para estas compañeras de afanes, pues deben superar el embate que les implica la presencia de los actores armados, además de la precaria infraestructura sanitaria y vial que les impone retos inmensos para cumplir su tarea tradicional de ayudar a traer la vida aún en medio de la muerte.
La partería tradicional afro de Buenaventura es ejemplo de resistencia al conflicto armado. La continuidad de la práctica, aún en medio de la violencia, implicó el fortalecimiento de las redes de solidaridad comunitarias ancestrales y, por tanto, el reconocimiento de su labor como parte del sistema de salud que busca garantizar atención y cuidado a la mujer en su ciclo reproductivo, así como diagnosticar y tratar enfermedades asociadas.
Traer vida en medio de la muerte es otra de las contribuciones de las mujeres parteras de Buenaventura, quienes a su vez se han convertido en referentes y lideresas de sus comunidades por lo que su práctica patrimonial representa en la cotidianidad afro.
Carmelina López, por ejemplo, parió siete hijos y ha ayudado a más de 100 mujeres en su parto. “Lo más importante es traer vida a mi comunidad”, señala. Aparte de cuidar a las futuras madres, su labor –así como la de las otras mujeres parteras–, es un acto político de resistencia frente a la violencia y a la falta de acceso a derechos fundamentales, pero sobre todo es una rebeldía frente a la muerte.
La experiencia de la partería tradicional en Buenaventura es ejemplo de la persistencia del trabajo de las mujeres y de la fuerza de las prácticas y saberes ancestrales para el fortalecimiento cultural y comunitario. “La labor de una partera es enseñarle a otra persona”, advierte Carmelina López.
Como ella, las mujeres parteras se han convertido en lideresas de sus comunidades tanto porque garantizan el traspaso y persistencia de los saberes ancestrales, como por el papel activo que han tomado por la defensa de la vida en lugares donde la confrontación armada ha hecho muy difícil la labor de cuidado y atención. El trabajo de las parteras va más allá de los alumbramientos, pues implica una visión sobre el bienestar comunitario.
Las parteras de Buenaventura, en voz de Carmelina López, piden que se reconozca su tarea como parte del sistema de salud y que se garanticen las condiciones básicas para el ejercicio de su labor. “Yo lo que pido es que el Gobierno Nacional nos mire como lo que somos: como unas trabajadoras de la salud que luchamos siempre por el crecimiento de nuestra comunidad”, concluye.