Eloy Castro llegó a Bogotá en 2003, cuando tenía de 26 años. Temía que sus papás, con quienes vivía en Barranquilla, se enteraran de que es homosexual. Las mamás lo saben todo, dice, “pero nunca he hablado de frente con ellos sobre mi condición”. En la costa, Eloy trabajaba como profesor en agencias de modelo y organizaba desfiles. Allá tenía una vida tranquila. “Salía poco para no hacer sufrir a mis papás. No quise huirle a nada, pero sabía que en Bogotá tendría libertad y mayores oportunidades laborales”. Salvador Vidal Ortiz, doctor en sociología y editor del libro La sexualidad de la migración, explica que el traslado hacia grandes ciudades es un patrón que se ha multiplicado desde la década de los sesenta. Desde esa época los procesos de urbanización contribuyen a que se perciba la ciudad como un ámbito de posibilidades laborales, de socialización y educación. Las personas homosexuales, bisexuales y transgeneristas no solo no son ajenas a estas situaciones, sino que suman motivos para dejar sus pequeños pueblos o ciudades. El sociólogo explica que en estos lugares existe mayor control de las familias, los vecinos y las instituciones. “Las ciudades grandes son más heterogéneas y ofrecen mayores posibilidades de vivir la diversidad”. Eloy lo ha experimentado. En Barranquilla no socializaba con tranquilidad pensando que algún vecino iría “con cuentos” a su familia. “En las ciudades pequeñas todavía piensan mucho en el qué dirán, pero en la capital colombiana cada quien vive en su mundo. Bogotá es multicultural”. Aunque al barranquillero lo empujó el deseo de alejarse de su casa y vecindario, la idea de ampliar su círculo de amigos también llamó su atención. En ciudades como Bogotá, Cali y Medellín, la comunidad LGBT encuentra una red de apoyo y amistades. Según Vidal Ortiz, el sentido de comunidad es fundamental. “Esta población migra en masa a lugares céntricos e incluso crea vecindarios donde se siente menos amenazada, como Chapinero”. Las recientes garantías públicas son un atractivo más para esta minoría. Bogotá y Medellín ya cuentan con políticas públicas LGBT. Pero al mismo tiempo, estas iniciativas se construyen como resultado de la migración. “La política trabaja con números –explica el experto– cuando no hay un grupo fuerte, las personas elegidas no sienten el compromiso de responderle a nadie”. El sociólogo afirma que en unos diez años, cuando las políticas se extiendan a pueblos y ciudades pequeñas, las migraciones se darán por cuestiones profesionales, de relaciones personales o intereses económicos, pero seguramente ya no tendrán que ver con las preferencias sexuales. Desplazamiento forzado Entre los motivos de salida forzada de la población LGBT, expuestas en un estudio de Colombia Diversa, aparecen la violencia generalizada y el abuso institucional. También se registran hechos de violencia y discriminación de actores armados mediante amenazas colectivas de ‘limpieza social’. Según la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los derechos humanos, entre febrero y marzo de 2009, en por lo menos 24 de los 32 departamentos circuló un formato estándar de panfleto amenazante contra varios grupos de personas, entre ellos LGBT. A pesar de esas evidencias, la discriminación social o familiar, una de las formas más frecuentes para esta minoría, no está contemplada en la definición de persona desplazada de la normatividad colombiana.