El nombre de este breve escrito, referido a una de las más grandes mujeres de la historia colombiana, no es incidental. Obedece a una realidad en la cual quiero insistir como premisa de las reflexiones aquí sugeridas: la revolución más valedera, perdurable y, adicionalmente, pacífica que nos hereda el cruento siglo XX, es la revolución de las mujeres. Y lo reconoce hoy buena parte de la comunidad académica universal. Paradójicamente, existe una rotunda invisibilidad de 'lo femenino' importante en la historiografía patria: media humanidad hace presencia tangencial en ella, sólo desde la opacidad de sus subordinados roles tradicionales.De este modo, la lucha de nosotras las mujeres -en plural, porque somos diversas y múltiples- cuenta ya con un largo camino construido paso a paso, inmerso en hondas dificultades y profundas resistencias, provenientes, las más de las veces, de una milenaria cultura patriarcal. Desde el ámbito político y sin desconocer los valiosos aportes de otras, Esmeralda Arboleda irrumpió con fuerza en el panorama nacional en los inicios de la década del 50. Perteneciente a una familia caucana cuya madre, Rosita Cadavid de Arboleda, tras enconadas justas y amenazas de excomunión -como lo hiciera Ofelia Uribe de Acosta por los mismos años en la fría tierra tunjana-, logró que un colegio masculino de Palmira, hacia 1935, abriera las puertas del bachillerato clásico a las mujeres, hasta entonces condenadas sólo al estudio del magisterio. Doña Rosita tenía claro que sus hijas debían ir a la universidad.Esmeralda fue la primera abogada del suroccidente colombiano. Como profesional, hacia 1950, incursionó en el mundo de la política con una meta definida: conquistar la ciudadanía plena para las mujeres, lograr su derecho a elegir y a ser elegidas para cargos públicos. Con este propósito inició infatigables recorridos por la geografía nacional, escribió, dictó conferencias, animó la conformación de distintas agrupaciones femeninas y el 1953, junto con otras luchadoras, creó la Unión de Mujeres de Colombia, organización que, apoyada en un plebiscito nacional espontáneo, consiguió la elección de esta abogada a la Asamblea Nacional Constituyente (Anac) de Gustavo Rojas Pinilla. Allí, con Josefina Valencia, enfrentaron los prejuicios de los patriarcales constituyentes ante su proyecto de ley en favor del sufragio femenino. Intensos debates asumidos con solvencia por Arboleda, múltiples mensajes nacionales de apoyo, campañas de prensa, marchas callejeras condujeron a que, finalmente, la Anac aprobara este proyecto. Sin embargo, ni constituyentes ni dictador creían en él, situación manifiesta en las trabas impuestas al proceso de cedulación femenina que no logró concretarse. Esmeralda denunció con valentía esta situación y esto ocasionó su fulminante destitución de la Asamblea. Pero ella persistió en la contienda: como litigante, como periodista, como asesora. Su beligerancia la hizo víctima de diferentes atentados causantes de su exilio, que sabiamente convirtió en espacio de formación y de fecundos contactos con organizaciones femeninas internacionales. A la caída de la dictadura, regresó al país para dedicarse al plebiscito de 1957 que refrendaría el derecho al sufragio femenino, sobre el que enfatizó: "Una cosa sí quiero que quede bien clara: el derecho al sufragio femenino no fue una dádiva ni de Rojas ni de ningún presidente? Como en todos los rincones del mundo y como ha sucedido con las distintas reivindicaciones alcanzadas para nosotras en lo corrido del siglo XX, fue el resultado de nuestras luchas, de la tenacidad e inteligencia de las mujeres colombianas".Más adelante, como ministra (1958), como senadora (1962), como diplomática (1968), como periodista, su última trinchera, continuó ese trasegar de obstinada defensora de la causa de las mujeres. Por estas razones, entre muchas otras, la historia debe a Esmeralda Arboleda el sitio que corresponde a sus luchas y a sus conquistas. *Socióloga, Investigadora del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos, Universidad Central, Iesco.
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