Los motines, asonadas y bochinches populares suelen desencadenarse cuando menos se espera y, con frecuencia, por motivos en apariencia triviales o de poca monta. A la rebelión Comunera del Socorro, acaecida en el año 1781, se le atribuye como detonante la destrucción de una ordenanza real por parte de una vivandera del mercado público. De esta atrevida mujer los historiadores tan solo han logrado averiguar con certeza unos pocos datos sueltos. Todo parece indicar que su actuación en el movimiento Comunero se redujo a la ruptura del edicto que establecía el cobro de lo que se suponía un nuevo tributo. Pero no hay que olvidar que la memoria colectiva suele inventarse personajes 'históricos' que no pasan de ser representaciones imaginarias que expresan las aspiraciones secretas o las frustraciones manifiestas de una colectividad. Ese parece ser el caso de Manuela Beltrán en el imaginario regional santandereano, para el cual esta 'heroína' simboliza, entre otras muchas cosas, el temperamento que tanto los habitantes de la región comunera como el resto de los colombianos les atribuimos a los nativos del antiguo corregimiento del Socorro. De este supuesto carácter regional forman parte atributos como el orgullo, la audacia, la arrogancia, y un valor a toda prueba, atributos típicamente masculinos, pero que, encarnados en una mujer, demostrarían que el temple regional trasciende las diferencias de género. Que Manuela Beltrán es más un símbolo que un personaje histórico lo demuestra lo poco que de ella se puede decir con certeza: su nombre, sexo, lugar y fecha de nacimiento (Socorro 1724), y que despedazó la ordenanza real que restablecía el cobro del tributo denominado Armada de Barlovento. Su ocupación, incluso, sólo se ha establecido por inferencia, pues nadie puede afirmar que fuese vendedora en el mercado público. En todo caso, no hay que olvidar que el efímero protagonismo de Manuela Beltrán en los inicios del movimiento Comunero no constituye un caso excepcional, si tenemos en cuenta la muy destacada participación femenina en las revueltas populares que sacudieron a la América española en la segunda mitad del siglo XVIII. Baste recordar el formidable papel de Micaela Bastidas, la esposa de Túpac Amaru, en la gran insurrección peruana; o el de tantas indias y mestizas anónimas que encendieron la chispa, con actuaciones similares a la de Manuela Beltrán, en las numerosas asonadas y motines que se extendieron a los largo y ancho de la presidencia de Quito y la provincia de Pasto. Y aunque el protagonismo de estas arrojadas mujeres se haya pretendido explicar por las inmunidades que les otorgaba la legislación colonial, no se puede ignorar que con gran entereza asumieron el riesgo de ser condenadas a la pública humillación, la flagelación o el destierro. Manuela Beltrán nunca fue juzgada por la justicia real, ni se volvió a saber de ella después del 16 de marzo de 1781, pero su efímero protagonismo y su conducta irreverente le han merecido un destacado lugar en la memoria colectiva de sus coterráneos. *Universidad Industrial de Santander
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