El Museo Thyssen-Bornemisza, dueño de una las colecciones más importantes del mundo occidental, presenta como novedad una escultura icónica de la artista plástica Doris Salcedo. La obra, una metáfora acerca de la violencia y sus víctimas, contrasta con las pinturas de otros creadores que fueron precursores en el uso de materiales encontrados como, por ejemplo, Kurt Schwitters. A pocos pasos de este museo, en el hall central del antiguo Palacio de las Comunicaciones, habita en el espacio libre la obra de Felipe Arturo, titulada “La migración de las plantas”. Esta intervención efímera, de varias piezas, se configura a partir de las plantas arquitectónicas del edificio. La obra, invadida por el olor de la canela, explora la relación entre las grandes migraciones vegetales y los desplazamientos de rasgos arquitectónicos característicos de ciertas culturas.
Foto por: Juan David Padilla. Cortesía del Ministerio de Cultura De esta manera, el arte colombiano que se exhibe en estos históricos museos es el resultado del talento que se cosecha desde hace más de dos décadas en los diferentes campos creativos. Sucede, por ejemplo, en el Museo Nacional de Artes Decorativas. Allí, en medio de las variopintas salas, se presenta la exposición “Unas de cal, otras de arena”, de Miguel Ángel Rojas. La obra del arquitecto, ubicada en la planta cuatro, describe los contrastes sociales entre la riqueza y la pobreza que se viven en ciudades como Cartagena de Indias y propone, a través de una intervención, una relación entre la cal, el oro y las baldosas andaluzas que llegaron a Colombia tras la conquista.
Foto por Juan David Padilla. Cortesía del Ministerio de Cultura. Por otro lado, en la sala Diego Rivera y Frida Kahlo, en Casa de América, prevalece la imagen, y en esencia los trazos. “Frente al otro: dibujo en el posconflicto” exterioriza el resultado de un proceso que transformó, en cierta medida, la vida de 12 artistas y 130 reinsertados, que en 2013 se reunieron para compartir sus experiencias. La muestra, una exploración creativa de las consecuencias del conflicto armado, es un experimento artístico único en el que los lápices, las hojas, los lienzos y los colores registran, desde las propias vivencias, esas historias que también hacen parte de la realidad colombiana, pero que han quedado rezagadas a lo largo de los años. Este proceso artístico, que se enmarca dentro del proyecto cultural “La paz se toma la palabra”, expone en videos, cuadros, dibujos y mesas, algunos de los instantes y resultados que se dieron durante los talleres planteados por los dibujantes. José Rosero, uno de los artistas participantes, evidencia su experiencia de manera directa: “cara a cara”. El ilustrador plasmó en sus cuadros dos personas sentadas de frente y separadas por elementos simbólicos como una escalera rota. Esta metáfora de la distancia se siente, sobre todo, en la mirada algo perdida, e incrédula, de los personajes. Rosero plantea, así, un abismo entre unos y otros que persiste, a pesar de la cercanía. Al lado de estas obras, se encuentran las de la artista plástica Catalina Jaramillo, quien actualmente reside en Madrid. “El dibujo como medio para construir un listado: de recuerdos, de miedos, de anhelos” es el título de su vivencia en la que se resalta, como en otras obras de la exposición, las creaciones de los participantes, habitantes de algunos de los lugares más deprimidos por la violencia nacional. “Encontrarme con sus dibujos –cuenta Jaramillo– fue una grata sorpresa porque pensé que solo iban a traer las piezas de los artistas. Eso me conmovió mucho”. Gracias a la participación de otros creadores como Daniel Salamanca, Angélica María Zorilla, María Isabel Rueda, Manuel Kalmanovitz, Tatiana Córdoba, Jony Benjumea, entre otros, esta exposición, que estará abierta al público hasta el 31 de marzo, se convierte en un referente del arte contemporáneo más actual del país; un arte que indaga en las dinámicas sociales colombianas y reflexiona oportunamente sobre las mismas.