Casi nadie habla mal de la democracia. Los realistas, como Winston Churchill, manisfestaron que es el “menos malo de los sistemas” para hacer visibles sus imperfecciones. Sus opositores pusieron en marcha sistemas autoritarios que incluían el vocablo –democracias populares, o la “democracia sin partidos” del general Augusto Pinochet en Chile–, pero el discurso político universal valora sus virtudes y casi nadie se le opone en forma abierta.¿Está cambiando esta realidad? Aunque puede ser prematuro llegar a esa conclusión, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos ha sido interpretada como el surgimiento de un populismo antiliberal y antidemocrático. En las elecciones más recientes se ha expresado rabia contra la política.¿Ocurrirá lo mismo en Colombia? La última década y media ha sido escenario de cambios fundamentales en el sistema político en tres aspectos: 1. Dos presidentes ganaron su reelección; 2. Se consolidó el multipartidismo y quedó atrás el bipartidismo liberal-conservador que había regido durante más de 150 años; 3. Se dividió el establecimiento político tradicional, encabezado por Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, y el primero hizo una fuerte oposición a los gobiernos del segundo. ¿Cómo han afectado estos fenómenos las percepciones de los ciudadanos sobre la democracia? ¿Se ha modificado –en favor o en contra- la credibilidad en la política? Las respuestas a estas preguntas son preocupantes: en los últimos años se ha debilitado la favorabilidad de los colombianos por la democracia, y han caído el apoyo al sistema político y el respeto a las instituciones.Tales son las conclusiones de un estudio que acaba de terminar el Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes, que forma parte del Barómetro de las Américas, una investigación que sigue estos mismos fenómenos en todo el continente. El trabajo incluye encuestas de opinión anuales y cuenta con el apoyo de Usaid. La última fue hecha con la firma Ipsos, bajo la dirección de la universidad, con una muestra de 1.563 encuestados en 47 municipios y un margen de error de 2,5 por ciento. El observatorio, dirigido por el politólogo Miguel García, compartió con SEMANA algunas de las partes más relevantes. Existe una relación entre el deterioro de la confianza en las instituciones políticas y la polarización que ha caracterizado al proceso político de los últimos años. La investigación separó las percepciones entre dos grupos –los uribistas y los no uribistas- para concluir que “el deterioro de las opiniones sobre la mayoría de las instituciones políticas colombianas parece estar siendo afectada por las opiniones de los uribistas”. Aunque en ambos grupos se ha reducido el apoyo a la idea de que la democracia es la mejor forma de gobierno, en varios de los temas la pérdida de confianza entre los uribistas es mayor que entre los no uribistas. Según Miguel García, “un segmento de la opinión pública (el uribismo) es muy sensible a las críticas y ataques del expresidente (Uribe) a las instituciones políticas, al gobierno y al proceso de paz”. Según la encuesta, los colombianos no ven con buenos ojos los extremos ideológicos, se habían ubicado a la derecha del espectro y en los últimos años se han movido hacia el centro. Pero las diferencias se han agrandado entre quienes siguen a Uribe y los que creen en Santos, en seguimiento de “liderazgos personales”, según García.La polarización es tan profunda, que tiende a haber un cruce de tendencias entre los dos grupos en el momento en que Uribe entregó la Presidencia a Santos, el 7 de agosto de 2010. Los uribistas han perdido más fe en las instituciones mientras Santos ha estado en el poder, y los no uribistas, por el contrario, han aumentado el apoyo institucional en los últimos años. Lo anterior se aprecia con claridad al medir el apoyo al sistema político y el respeto a las instituciones. En ambos aspectos el estudio solicitó a los participantes calificarlo con un puntaje de 0 a 100. Los uribistas tendían a localizarse por encima de 60 y los no uribistas en las proximidades de 50, pero a partir de 2011, al intensificarse el enfrentamiento entre Santos y Uribe, la tendencia empieza a cambiar. La calificación de los no uribistas se aproxima a 60, y la de los uribistas desciende por debajo de 50. Esto refuerza la hipótesis de que las opiniones sobre las instituciones están determinadas, en gran medida, por los sentimientos hacia los líderes. Como sería de esperar, la institución de la Presidencia es la más afectada por la polarización. Entre los uribistas, la confianza se desplomó de 80,7 puntos en 2008 –cuando Uribe residía en el Palacio de Nariño- hasta 18,3 el año pasado, bajo el mandato de Santos. Entre los no uribistas esa confianza se ha mantenido estable, aunque el punto más bajo se produjo en 2009, en pleno periodo de la seguridad democrática, y el más alto llegó en 2014, el año de la reelección de Santos.La Presidencia, de hecho, es la entidad más debilitada en los últimos ocho años: mientras en 2008 llegó a 70, en 2016 cayó a 32. Pero la caída, así sea menor, se aprecia también en el apoyo al sistema político, la confianza en la Corte Constitucional y en el Congreso y los partidos políticos. Estos últimos son la institución que históricamente genera menos confianza entre los colombianos.La encuesta realizada en 2016 muestra que, si bien la pérdida de credibilidad en las instituciones políticas ha sido un proceso continuo desde 2004, en los últimos 12 meses tuvo su mayor desplome. En este punto, la idea de que la democracia es la mejor forma de gobierno cayó al nivel más bajo en los 12 años que cubre la investigación. Se ha reducido, casi por igual, entre uribistas como entre no uribistas.El apoyo al sistema y el respeto a las instituciones políticas también llegaron a su punto más bajo en la última encuesta de la serie. Estas calificaciones se mantuvieron estables durante los gobiernos de Uribe y cayeron durante los de Santos, después de que se desató el conflicto político entre los dos antiguos aliados. La polarización y el radicalismo de los opositores han sido nocivos para la salud de las instituciones.Otro capítulo, el del proceso de paz, refuerza la conclusión según la cual los uribistas responden a las posiciones y críticas que hace el expresidente Uribe. En términos generales, más de un 50 por ciento de los colombianos apoyan una salida negociada al conflicto armado. Esta cifra subió a 67,4 por ciento en 2016, cuando el gobierno firmó el acuerdo final con las Farc. Ese respaldo siempre ha sido mayor entre los no uribistas. En 2016 ambos grupos subieron su apoyo, pero con una brecha significativa: fue mucho mayor el de los no uribistas.La ilusión de una reconciliación con las Farc, otra de las preguntas de la encuesta, fue similar en los dos grupos durante los gobiernos de Álvaro Uribe. Pero en la era de Santos, en la medida en que su predecesor radicalizó su oposición, sus seguidores mermaron su optimismo. En consecuencia, la creencia en la posibilidad de perdón y reconciliación fue mucho menor, en los últimos años, entre los uribistas que entre los no uribistas.¿Significan estas cifras que la democracia colombiana se está debilitando? Sin duda son una luz de alerta. Pero es prematuro concluir que reflejan un fenómeno estructural, y no una fotografía instantánea. “Que quienes están adentro califiquen mejor las instituciones y quienes están afuera las critiquen más es una tradición histórica”, dice el politólogo y columnista Francisco Gutiérrez. Lo cierto es que la radicalización del uribismo, la polarización Santos– Uribe y la corriente mundial de desafecto con la democracia convergen hacia el cuestionamiento de ese sistema, y construyen un terreno fértil para que surjan fenómenos autoritarios y populistas. El politólogo Eduardo Pizarro está de acuerdo con que “cuando la gente deja de creer en el médico acude al curandero”, pero señala indicios también de que en Colombia hay contrapesos institucionales. Considera que es positivo el hallazgo de la encuesta según el cual los colombianos no están en los extremos y, de hecho, se han movido hacia el centro. “Esta tendencia puede servir de amortiguador al desapego a las formas democráticas extremas”, dice. En todo caso existen motivos de alarma. Sobre todo en momentos en que arranca una larga campaña que, según todos los indicios, será dura y competida.