Si alguien hubiera dicho hace dos décadas que el rey Juan Carlos I iba a terminar exiliado, rechazado por los españoles e investigado por la justicia, cualquiera lo hubiera tachado de loco. Y con toda razón: en esa época millones de personas admiraban y aplaudían su figura. Le agradecían la decisión de guiar a su país hacia la democracia luego de la muerte del dictador Francisco Franco y su oposición firme a los militares que intentaron dar un golpe de Estado en 1981. Simbolizaba la unidad de una España que aún trataba de superar viejas heridas. Generaba tanta devoción que algunos españoles no se decían monarquistas, sino juancarlistas.

Pero esta semana ese mismo rey, ahora emérito, salió de su país por la puerta de atrás, envuelto en una sombra de corrupción que amenaza con engullir a la monarquía española y que ya dejó en el piso su legado. Lo hizo voluntariamente, luego de enviarle una carta a su hijo, el rey Felipe VI, para decirle que lo hace para que él, supuestamente, “pueda ejercer su cargo con tranquilidad”. Pero los expertos creen que fue una decisión consensuada y motivada por las presiones del Gobierno de Pedro Sánchez. A esto se suma que Podemos, el otro partido de la coalición, exige claridad y consecuencias para cualquier acto ilícito del monarca. Por eso, muchos hablan de exilio.

Este año se precipitó su caída, pero la debacle comenzó en 2012 cuando aún ocupaba el trono. Mientras que su país vivía una crisis económica sin precedentes, se fue con su amante, la alemana Corinna Larsen, a cazar elefantes a Botsuana. Esos lujos en medio de la crisis, combinados con el encarcelamiento de su yerno Iñaki Urdangarin por fraude, comenzaron a erosionar su popularidad y tuvo que abdicar a favor de su hijo en 2014.

Su amante justificó ese ingreso a sus cuentas como un regalo de Juan Carlos por haberlo cuidado cuando estuvo enfermo durante el romance. No obstante, luego se filtró que el rey esperaba que le devolviera esa plata y que ella se la había robado.

El escándalo que acabó con su reputación, sin embargo, llegó con las supuestas comisiones descubiertas en cuentas extranjeras, en las cuales habrían aparecido depósitos superiores a 100 millones de dólares hechos por la realeza saudí. Las autoridades sospechan que podría tratarse de una operación de lavado de dinero o de un soborno, ya que por esos días Arabia Saudita había elegido a una empresa española para construir un tren de alta velocidad en La Meca.

Los españoles siempre reconocieron el liderazgo de Juan Carlos de Borbón. Pero esta foto cazando elefantes en Botsuana marcó un punto de inflexión en su popularidad.

La cosa se complicó cuando se supo que 65 millones de euros de esa cuenta habían terminado en un paraíso fiscal a nombre de Corinna, su amante. Una transferencia clandestina de ese monto produjo la indignación nacional. Ella justificó ese ingreso a sus cuentas como un regalo de Juan Carlos por haberlo cuidado cuando estuvo enfermo durante el romance. No obstante, luego se filtró que el rey esperaba que le devolviera esa plata y que ella se la había robado. Corinna reviró, y le contó a la Justicia que el rey cobraba comisiones usándola a ella como testaferro. Pero agregó que el regalo obedeció, en parte, a que él tenía la esperanza de recuperarla después de terminado el noviazgo.

El escándalo también salpicó al rey Felipe VI, quien aparecía como beneficiario de la cuenta. Pero el actual monarca se apresuró a explicar que nunca supo nada del tema y que, apenas se enteró de que su nombre aparecía, le pidió a su padre dejar sin efecto esa designación. También anunció que renunciaba a la herencia de su padre y le retiró el sueldo como rey emérito.

No es imposible que este escándalo sea la antesala del final de la monarquía española. actualmente, el 50 por ciento de los españoles quiere abolirla.

Con las revelaciones de la amante despechada, el episodio se convirtió en una tragedia. Juan Carlos después de abdicar perdió su inmunidad, y, de probar los cargos, los jueces podrían enjuiciarlo y encarcelarlo. Los partidos de oposición, además, quieren que la justicia trabaje con rigor en su caso. Al rey Felipe no le quedó de otra que convencer a su papá de que lo mejor era irse voluntariamente.

Según reportes, Juan Carlos está de paso en República Dominicana, mientras que su esposa, la reina Sofía, quien toda su vida vivió en silencio los amoríos y los negocios ilegales de su esposo, se quedó en Madrid consumando por fin una separación de la que se hablaba desde hace años. Nadie sabe qué hará el monarca después, aunque no se descarta que vaya a Suiza, donde vive su hija Cristina, quien ha manifestado en el pasado que nunca regresará a España.

La reina Sofía aguantó en silencio las infidelidades y los negocios de su marido. Decían, incluso, que llevaban años sin dormir en la misma cama. Ahora que él se fue de España, ella decidió quedarse. Abajo, la alemana Corinna Larsen, amante del rey Juan Carlos desde 2004, ha estado en los escándalos que le costaron su caída y el exilio. Sus declaraciones y su participación en los negocios del rey también la tienen en la mira de la justicia.

No es imposible que este escándalo sea la antesala del final de la monarquía española. En las encuestas, la popularidad de la Corona está dividida por mitades entre los que la apoyan y quienes quieren abolirla.

La monarquía hereditaria de por sí es una institución anacrónica que ha perdido su majestad a punta de escándalos. Cuando los medios respetaban su privacidad, le podían vender a la opinión pública la imagen de una familia idealizada, que servía de modelo aspiracional y símbolo de unidad nacional. Sin embargo, la magia desaparece ante la evidencia de que se trata de familias disfuncionales, en las que los reyes pueden llegar a serruchar comisiones, los príncipes se divorcian e incluso se enredan en escándalos sexuales (como Andrés de Inglaterra), y los yernos acaban en la cárcel por fraude. En esas circunstancias, los contribuyentes no tienen que seguir financiando unas figuras que solo hacen relaciones públicas.

El rey Felipe, junto con su familia, debe tratar de recuperar la maltrecha confianza de los españoles en la monarquía. En parte, para que su hija Leonor, heredera al trono de España, pueda reinar algún día.

Por lo anterior, es muy poco probable que la generación de principitos herederos que hoy aparecen en las revistas lleguen al trono. Felipe VI posiblemente será el último rey español. Teniendo en cuenta que apenas pasa los 50 años y que puede vivir 30 o 40 más, no se ve cómo su hija Leonor, que tiene apenas 14, ocupe esa dignidad. Tres o cuatro décadas son una eternidad ante un nuevo contexto mundial en el que la gente tiende a rechazar lo existente y a exigir el cambio. Sobre todo en España, donde la Corona como institución ya había desaparecido en 1931. Revivió solo porque el dictador Francisco Franco intentó mantener su legado en Juan Carlos I. La traición de este a los principios autocráticos del franquismo le dio una enorme popularidad. Pero esa etapa ya pasó.

Esto ha hecho pensar a algunos que el rey Felipe tiene la posibilidad de salvar la imagen de la monarquía, paradójicamente, si protagoniza la transición entre esta y una nueva república española. Así como su padre llegó a la gloria por simbolizar el paso de la dictadura a la democracia, su hijo podría pasar a la historia como alguien que entendió que el mundo había cambiado. Como el último rey de España.