Omar Porras, uno de los pocos directores latinoamericanos que ha dirigido La Comédie Française, el templo del teatro francés, y recién nombrado director de una de las instituciones teatrales más importantes de Suiza (el TKM, Théâtre Kléber-Méleau), estará presentando por un par de noches más su tercer montaje de La visita de la Vieja Dama, una de las obras más conocidas del dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt.La historia en sí es tan sencilla como macabra: Clara, una anciana millonaria regresa a su natal Güllen, un pueblo que está en franca decadencia económica. La vieja dama les ofrece a sus conciudadanos una enorme cantidad de dinero (suficiente para salir de las dificultades presentes y para llevar una vida cómoda) pero con un condición: que le den muerte a Albert Ill, el hombre de quien ella se enamoró en sus años de juventud y que jamás reconoció la paternidad de la hija que Clara llevaba en su vientre. Los habitantes de Güllen, desorientados y casi ofendidos con esta propuesta, rechazan el ofrecimiento de la dama. Pero poco a poco, y a medida que reparan en las comodidades de las que se están privando, reconsideran su posición.La crudeza de esta historia contrasta con la escenografía del montaje: un verdadero el estallido de color y de formas. Los actores visten unas máscaras de facciones llevadas al extremo, y su vestuario tacha en lo caricaturesco. Sandro Romero Rey, quien moderó el diálogo con Omar Porras en el marco de los Encuentros con grandes directores, llamó la atención precisamente sobre el aura “farsesca” que rodea La Visita de la Vieja Dama, a lo que Porras respondió: “Más que el texto de Dürrenmatt, que por supuesto está totalmente presente, lo que me guió fue su pintura.” Y la influencia es clara: basta con ver un par de cuadros del artista suizo para captar el universo colorido y a veces desproporcionado que impregna su obra.Pero más allá de la inspiración que Porras tuvo de la pintura de Dürrenmatt para apropiarse de su texto, cabe destacar la manera tan audaz con que el director y actor suizo-colombiano va desentrañando la trama de La Visita de la Vieja Dama a partir de los elementos escénicos. Esto queda claro, por ejemplo, las tres escenas más conmovedoras y al mismo tiempo más absurdas de la obra: cuando Alfred Ill, desesperado porque su antiguo amor está incitando a sus conciudadanos a matarlo, visita a los tres poderes del pueblo buscando apoyo. Primero visita al policía, un langaruto que está estrenando botas amarillas y que se enreda en su propia argumentación buscando tranquilizar a Alfred. Después busca al alcalde, a quien sorprende estrenando zapatos (también amarillos) y fumando un puro de buena calidad. Por último, acude al sacerdote del pueblo: la sotana amarilla lo delata. La presencia de este color amarillo que poco a poco se va apropiando del vestuario de los personajes va a la par de la decisión de los habitantes de Güllen de aceptar “bienestar a cambio de sólo un cadáver”, como la misma anciana lo plantea.La Visita de la Vieja Dama fue el montaje con el que Fanny Mikey quedó enamorada del trabajo de este suizo-colombiano, y fue una obra que siempre quiso traer al FITB. Hoy su sueño se cumplió. El Teatro Malandro llega con una obra llena de ingenio y de ironía que promete también enamorar al público capitalino.