Cindy* trabaja en un burdel estrato seis en Bogotá que suele ser frecuentado por extranjeros, entre ellos agentes de la DEA que trabajan en Colombia. Es una de las tres mujeres que SEMANA logró entrevistar y que han estado presentes en varias de las polémicas fiestas sexuales organizadas por los estadounidenses y relatadas la semana pasada en un informe de la Oficina del Inspector General del Departamento de Justicia de Estados Unidos (OIG). Aunque por temor no dio su verdadero nombre y prefiere ocultar su rostro, su testimonio, al igual que otros que SEMANA recolectó, es revelador y cuenta detalles de cómo desde hace varios años complacen los deseos de los hombres de la agencia antidrogas y cómo suelen organizarse los encuentros y fiestas con ellos. Lleva tres años ofreciendo sus servicios en un lujoso burdel en Bogotá y confiesa que la mayoría de sus clientes son extranjeros. No hay semana en la que por lo menos uno de ellos no visite a las ‘damas de compañía’. Para Cindy y sus compañeras darse cuenta de que muchos de estos hombres son más que simples turistas no es tan difícil como podría pensarse. Según dice, muchos de sus clientes son de la DEA u otras agencias estadounidenses. “Por lo general se hacen pasar por turistas, pero poco a poco y a medida que entran en confianza le van contando a uno ciertas cositas, por lo general ayudados por los tragos”. Los agentes suelen ir en grupos hasta el burdel, en ocasiones se quedan allí, pero en muchas otras salen con las chicas a hoteles o apartamentos. Cada encuentro cuesta 500.000 pesos y si se pasa de una hora la tarifa va subiendo. Cuando Cindy y sus amigas están seguras de que su cliente es un agente, el precio ya no es el mismo, “ya les cuesta un millón o un millón y medio de pesos”. Ellos no ponen problema, cancelan en dólares y solo les piden una cosa: total discreción. Algunas veces los agentes no se conforman con un encuentro y arman una gran parranda en apartamentos que alquilan en lugares discretos. La rumba puede durar hasta el amanecer o irse de largo, tipo seis o siete de la noche del otro día. Siempre hay mucho licor y en ocasiones drogas, “no tienen problema en consumir delante de nosotras. Actúan como si nada”, dice. Alquilar fincas en otras ciudades también es un plan habitual, pero tratan de cuidarse mucho y divertirse sin hacer ruido exagerado, ya que no les convienen los escándalos y prefieren pasar desapercibidos. Sin embargo, Cindy asegura que ha habido momentos en los que la palabra discreción ha quedado de lado y las han maltratado, “se pueden poner agresivos cuando se pasan con el licor o cuando consumen mucha droga”. Pero como son conscientes que esto aunque no es regla puede llegar a ocurrir, su estrategia es nunca ir solas a estas fiestas y hay dos razones por las que están convencidas de eso: la primera es que si se forma un problema, entre todas es más fácil calmarlos y tener la situación bajo control; la segunda es que a veces van armados y tienen que ser precavidas para evitar un ‘accidente’. Cuando ya hay mucha confianza entre las mujeres y los agentes, estos suelen llamarlas directamente a sus celulares y agendar encuentros sin intermediación del burdel. Al saber de su condición de oficiales norteamericanos ellas se limitan a cobrar una tarifa más alta. “Se cuidan mucho de no decirnos que son parte del gobierno estadounidense pero siempre terminamos dándonos cuenta, aun así tratamos de no meternos en ese cuento y averiguar lo menos posible, por simple precaución”. Cindy ya tiene claro cómo hablarles, cómo tratarlos, cómo complacerlos, incluso cuando le han solicitado realizar orgías. Y aunque los encuentros no tienen un día fijo, de lo que sí tiene certeza es que los agentes siempre vuelven. * Nombre cambiado.