En vísperas de Navidad, mientras en muchas partes del mundo la fecha se ilumina con luces y alegría, en Venezuela la realidad económica sigue siendo un motivo de tensión. Hoy, 24 de diciembre, 50.000 pesos colombianos equivalen a 682,13 bolívares, lo que representa aproximadamente 10 dólares. Esta cifra no solo refleja el colapso del bolívar, sino también la magnitud de una crisis económica que ha marcado al país durante las últimas décadas. Una moneda que alguna vez fue símbolo de estabilidad en la región se ha convertido en un recordatorio del desgaste económico que enfrenta Venezuela, consecuencia de años de políticas fallidas y un ciclo de hiperinflación que ha afectado profundamente la vida de sus ciudadanos.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, el bolívar fue una de las monedas más fuertes de América Latina, respaldada por una economía próspera gracias a la exportación de petróleo. Sin embargo, con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, comenzó un proceso de cambio económico que buscaba instaurar un modelo socialista basado en el control estatal de los recursos. Aunque las primeras políticas tuvieron apoyo popular, el deterioro se hizo evidente con el tiempo. La estatización de empresas, el control de precios y la sobreimpresión de dinero sin respaldo generaron desequilibrios que, bajo el gobierno de Nicolás Maduro, se convirtieron en un colapso total.
Para 2018, Venezuela alcanzó niveles de hiperinflación sin precedentes en la región. Según el Fondo Monetario Internacional, los precios crecían más de un millón por ciento al año, lo que hizo que el bolívar prácticamente perdiera su funcionalidad como moneda. Ante esta situación, los venezolanos se volcaron al uso de dólares, pesos colombianos y, más recientemente, criptomonedas, como mecanismos para preservar algo de valor en sus transacciones diarias. Mientras tanto, el gobierno intentaba mitigar el desastre con medidas como reconversiones monetarias y la eliminación de ceros del bolívar, pero estos esfuerzos solo sirvieron como paliativos temporales.
Entre los efectos más tangibles de esta crisis se encuentra una de las mayores migraciones del mundo. La diáspora venezolana ha alcanzado los 7,89 millones de personas, según datos de diciembre de 2024, convirtiéndose en una de las más grandes de la historia reciente. Colombia es el principal receptor de esta migración, acogiendo a más de 2,9 millones de venezolanos, según cifras oficiales.
Sin embargo, a pesar de la gravedad de la situación, el proceso electoral del pasado julio trajo consigo una nueva ventana de esperanza. Edmundo González, candidato opositor, tras recolectar y mantener un registro de las actas electorales emitidas por el Consejo Nacional Electoral, ha sido reconocido como presidente electo por países como Estados Unidos.
A pocos días del 10 de enero, fecha prevista para la posesión presidencial, la oposición, encabezada también por figuras como María Corina Machado, señala este momento como clave para iniciar una transición democrática. Tanto González como Machado han destacado que la recuperación de Venezuela no será inmediata, pero subrayan la necesidad de tomar medidas drásticas para estabilizar la economía y devolverle valor al bolívar.
Por ahora, los venezolanos enfrentarán una Navidad con una mezcla de esperanza e incertidumbre, sabiendo además que la represión por parte del régimen ha subido. Así mismo, aunque la hiperinflación se ha moderado en comparación con años anteriores, los precios de bienes básicos como alimentos y medicamentos, que se consiguen en su mayoría a precio de dólar, siguen siendo inalcanzables para la mayoría.
En este contexto, las remesas enviadas desde el extranjero siguen siendo un salvavidas para muchas familias. Sin embargo, recibir estos fondos también implica costos elevados, con comisiones de hasta el 14% en casas de cambio autorizadas por el régimen y limitaciones en los retiros de efectivo.