Hace apenas unas semanas el viceministro de Trabajo, Edwin Palma, en una columna de opinión intitulada «Más empatía» en el diario La República clamaba por más sensibilidad social para reflexionar sobre la reforma laboral. Es «ante todo un debate moral, más allá de la economía e incluso de la política» dijo. Es una columna muy emotiva y que invito a leer, pero que tiene una trampa.
El viceministro renunció a «dar datos» y enfatizó que «aquí estamos hablando de justicia, de valores morales y de la vida buena que esta sociedad debe permitirle escoger a todas las personas que habitan este territorio», al tiempo que invitó a quienes considera sus interlocutores (casi con nombre propio) a que «caminen por las calles o tomen servicios públicos de transporte en grandes ciudades al empezar o terminar el día» y conversen con los miles (millones, tal vez) de trabajadores y trabajadoras «básicamente esclavizados por extensas jornadas de trabajo que se alargan por los pésimos servicios de transporte». En casi todo acierta.
En efecto, son escandalosos muchos indicadores sociales colombianos y desalentadoras las cifras de inversión social, pobreza y desigualdad. Eso no está en duda. Y ello hace que -por supuesto- sea popular agitar las banderas de la justicia social y, por ende, sea políticamente incorrecto oponerse a una reforma aparentemente progresista. Sin embargo, el complejo equilibrio del sistema económico y la difícil realidad social e institucional del país es muchísimo menos romántica de lo que quisiéramos.
Los discursos emotivos sin un anclaje en la realidad tienen el perverso efecto Ícaro: el joven soñador de la mitología griega que quiso volar más cerca del sol (desatendiendo el sabio consejo de su padre) y sus alas unidas por cera terminaron desvanecidas e incapaces de mantener su alto vuelo.
Las cifras que no pueden desatenderse, entonces, no solo son los dramáticos números de los indicadores sociales del país, sino los muy restringidos dígitos de la demografía empresarial y el sector productivo que será el encargado de sostener el pliego de peticiones que representa la reforma laboral.
Ciertamente, el Informe Nacional de Competitividad del Consejo Privado de Competitividad (2022-2023) tiene datos que no se pueden desconocer solo por ser contrarios al optimismo reformista: para el año 2021 los empresarios formales del país eran 5.704.308, de las cuales el 84,8% eran personas naturales. En este mismo informe se relata que el 98,1% de las empresas son «microempresas», 1,4% son «pequeñas empresas», 0,3% son «medianas» y solo el 0,1% son «grandes empresas». Y, en todos los sectores económicos «más del 90% de las empresas son micronegocios».
¿A quién se le está pidiendo que sostenga las aspiraciones económicas de la reforma laboral? Por supuesto si el pliego de peticiones se dirige a las «grandes empresas» que tienen músculo financiero, no se puede perder de vista que solo son apenas el 0,1% del tejido empresarial. Lo demás, recaerá en la abrumadora mayoría aplastante de microempresas y pequeñas empresas que, con mayores costos, arrojarán a miles de trabajadores a la informalidad y la precariedad. Todo lo contrario a lo querido por los románticos del trabajo.
Podríamos avanzar en más cifras y aterrizar el debate, pero eso vendrá después. Por lo pronto importa recordar que Ícaro se entusiasmó desmedidamente, se obnubiló con lo que creía que podía lograr y voló demasiado cerca del sol haciendo caso omiso de los llamados a la cordura y la realidad que bien conocía su padre, Dédalo. Al final, todos lloraron y de Ícaro solo queda la leyenda (y el nombre de una pequeña isla griega cerca del lugar donde la mitología helénica dice que cayó).
Por: Carlos Arturo Barco Alzate, socio director de Litigios de Álvarez Liévano Laserna. Exmagistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia. Docente universitario.