Se habla de una dieta para salvar el planeta. ¿Qué tan viable es?

Alejandro Álvarez: La decisión de cómo alimentarnos debe tener una conciencia de lo que hay detrás de una cadena de suministro de alimentos. No hay que olvidar que detrás de la producción están los servicios ecosistémicos, que, además, sustentan la vida porque nos dan agua, alimento y medicina. Lo segundo es la diversidad de alimentos: nos acostumbramos a comer muy pocas plantas, a pesar de que, como cazadores-recolectores, teníamos una dieta mucho más amplia y saludable.

¿La solución sería volverse vegetariano?

A. Á.: No creo que esa sea la solución porque, insisto, hay que entender los servicios ecosistémicos. La ganadería, por ejemplo, no es necesariamente un problema. El problema es que está metida dentro de una estructura de ganadería extensiva, que no respeta los ecosistemas. Si hacemos una actividad ganadera con modelos silvopastoriles y que no sea extensiva, bienvenidas la leche y la carne.

¿Qué tan cerca están los colombianos de ser consumidores conscientes?

A. Á.: Falta mucho camino para que haya un consumidor responsable. Tengo mucha esperanza con las nuevas generaciones, especialmente en los niños. Me sorprenden mucho porque ellos ya vienen con el chip de conciencia social y ambiental, y de alguna manera empiezan a ser líderes o promotores dentro de sus familias. Sin duda, van a jugar un rol muy importante en promover esos cambios de comportamiento hacia un consumo más sostenible.

¿Qué pueden hacer las personas desde su cotidianidad?

A. Á.: El elemento fundamental es tener el conocimiento. En la medida en que seas un consumidor informado de la ropa que usas, de los productos de aseo que compras y los alimentos que consumes, empiezas a generar una nueva mentalidad.

Su emprendimiento tiene que ver con los productos no maderables del bosque. ¿De dónde le viene esa pasión?

A. Á.: Trabajar con comunidades, campesinos, indígenas y afrocolombianos en muchas regiones del país me permitió identificar la riqueza que hay dentro del bosque: los llamados productos naturales no maderables, como frutas, aceites e insumos, tienen grandes beneficios por sus compuestos antioxidantes y de vitaminas. La investigación y el conocimiento sobre esa riqueza es lo que me llevó a identificar otras opciones de desarrollo de productos para el mercado basadas en la protección de los ecosistemas.

¿Qué ha sido lo más sorprendente de este camino?

A. Á.: Hace muchos años, cuando conocieron a los aztecas, los franceses se llevaron la vainilla para sembrarla en África. Es uno de los insumos más costosos en el mercado mundial de la gastronomía, incluso es más caro que un kilo de coca. La mayoría de las personas asocian que las vainillas vienen de Francia o de Madagascar, pero son originarias de Centro y Suramérica. Además, es el fruto de una orquídea. Colombia es el país con mayor variedad de orquídeas, y en toda la costa del Pacifico, en el bosque natural, me di cuenta de que hay vainilla nativa, y empecé a identificar que las comunidades indígenas la usaban como perfume.

¿Qué otros productos naturales no maderables lo han sorprendido?

A. Á.: El camu-camu y el asaí. El primero es un fruto silvestre que crece en la selva amazónica, alrededor del río Putumayo, y es el de mayor contenido de vitamina C en el mundo; esta propiedad lo convierte en un superalimento. Lo mismo pasa con el asaí, que es una palma amazónica con una cantidad de antioxidantes muy importante. SOSTENIBLE: ¿Cómo define estos tesoros de los colombianos? A. Á.: Creo, profundamente, que el patrimonio natural y cultural de Colombia es la principal riqueza que tenemos como país. Y en esa diversidad natural y cultural está nuestra gran fuerza que nos permite tener una ventaja competitiva frente al mundo.