A Daniel Perlaza y Edward Samir Murillo les dispararon el 9 de abril de 2015 mientras caminaban por la frontera entre Altos de Cazucá, Comuna 4 de Soacha, y la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá. Sus asesinatos fueron parte de una serie de homicidios de jóvenes afrocolombianos que generaron la hipótesis de que se trataba de crímenes de odio. Las protestas, lideradas por organizaciones afro, me llevaron a acercarme a la vida en Altos de Cazucá para tratar de entender el racismo estructural y el impacto desproporcionado que el conflicto armado ha tenido en las comunidades afro.

DANIEL (el chico de blanco), acompañado de Damaris, su hermana, y sus padres

Cazucá ha sido uno de los mayores receptores de población víctima del conflicto armado por más de 20 años. Su multiculturalidad —gente del pacífico, paisas, tolimenses, caqueteños, llaneros— tiene el sello del desarraigo que ha traído la guerra. Las crisis de violencia que en la última década han sufrido distintas zonas del Pacífico colombiano dispararon el desplazamiento de población afrocolombiana hacia esa comuna. En 2015, cuando fui por primera vez, la Personería de Soacha calculaba que entre 200 y 300 víctimas del conflicto llegaban a ese municipio cada mes, el 70 % proveniente del Pacífico. Miles de personas han salido de esa región por las recientes disputas de grupos armados por la minería, el tráfico de armas y de droga. Otros llegaron a Cazucá años antes, cuando el conflicto estaba en su punto más álgido y sus municipios y corregimientos eran los escenarios del sangriento conflicto entre las guerrillas, los grupos paramilitares y el ejército. En Cazucá hay víctimas de todos los actores del conflicto, pero también hay quienes huyeron de la pobreza y la falta de oportunidades.

Los amigos de Daniel y Edwin

Tanto Daniel como Edward Samir, los jóvenes asesinados cuando inicié mi proyecto, tenían sus orígenes en el Pacífico. Los padres del primero salieron de Guapi (Cauca) y llegaron a Cazucá buscando las oportunidades que no existían en su pueblo: en Bogotá trabajan como empleada doméstica y empleado del aseo de las calles. Samir, por su parte, fue desplazado junto con su familia desde Cértegui (Chocó), municipio al cual regresaron para enterrarlo.

La gente sabe que en Cazucá las muertes de jóvenes son cíclicas y los victimarios inciertos, pues casi nunca hay una respuesta de la justicia. La impunidad se mueve con más tranquilidad en los lugares donde hay marginalidad y Cazucá reúne las condiciones perfectas para que casi todos los grupos armados hayan pasado por allí: desde el Bloque Capital de las AUC y las FARC, hasta nuevos grupos de menos tamaño que manejan el microtráfico y que reclutan a los jóvenes.

Comuna 4 de Soacha

Sin embargo, frente al abandono estatal y la revictimización, tal vez la historia que es más importante contar es la resistencia de personas que dedican su vida construir comunidad en medio de las condiciones más adversas.

En Cazucá está la escuela de fútbol Afrodes, dirigida por Roberto Camacho, un líder comunitario que también gestionó la construcción de la casa cultural del barrio La Isla. Roberto empezó a organizar escuelas de fútbol hace más de 20 años, en el Chocó, donde trataba de quitarle jóvenes al reclutamiento forzado. Tuvo que huir del corregimiento de Playa de Oro, en Tadó, cuando algunos de los jóvenes que lo conocían y que habían sido reclutados por las filas guerrilleras, le contaron que había la orden de asesinarlo. Ahora, en Cazucá, sigue trabajando por acercar a las familias y quitarle jóvenes a la violencia.

Su equipo entrena en el potrero de lo que solía ser una laguna artificial creada por las canteras para lavar la arena.

70% de los desplazados que llegaban a Soacha en 2015 provenían del Pacífico.

DANIEL (el chico de blanco), acompañado de Damaris, su hermana, y sus padres

Al igual que esa escuela de fútbol, en la casa cultural del barrio La Isla también existen tres grupos de danza, a cargo de hermanos que vivieron múltiples desplazamientos forzados. Ellos han visto morir a algunos de sus estudiantes, como Daniel y Samir, pero trabajan a diario para que otros jóvenes —muchos de los cuales también fueron desplazados— tengan opciones que los alejen de la violencia urbana.

En esa misma ruta se conectan muchas historias, muchas formas de resistencia —pequeñas y grandes—: desde mantener el pelo afro, las trenzas y los peinados, hasta las chirimías, grupos de danza y el activismo político. En Cazucá hay una lucha constante por preservar las tradiciones y construir tejido social en medio del desarraigo. Aunque inicialmente me acerqué para investigar los asesinatos, creo que la resistencia afro es la historia más importante allí y que aún tengo mucho que hacer desde la fotografía.

***

ZOOM EN LA VOZ DEL FOTÓGRAFO

- Mientras ves las fotos, escucha la historia de este reportaje gráfico en la voz del fotógrafo y periodista Gabriel Corredor-

Por: GABRIEL CORREDOR Instagram: gabrielcorredorph

Es periodista y fotógrafo. Estudió la maestría en Periodismo de la Universidad de los Andes. En 2016 recibió el Award of Excellence en la edición 71 del College Photographer of the Year (CPOY), de la Universidad de Missouri, Estados Unidos.