El fenómeno Preysler en la prensa rosa llegó a ser tal que los fotógrafos se infiltraban en su casa disfrazados de plomeros, compraban por fuertes sumas a sus empleadas para que contaran sus secretos o esculcaban en sus canecas de basura.
Hasta pasaban días trepados en los árboles del jardín de su mansión del madrileño barrio Puerta de Hierro, esperándola para pillarla mal puesta, lo cual jamás ha sucedido, pues es estudiadamente impecable a cada minuto del día.
En su última visita a Bogotá, en 2017, cuando la alta sociedad se congregó en pleno como hacía tiempos no lo hacía solo para verla, el comentario general fue: “Está intacta”, refiriéndose al cariño con que la ha tratado el tiempo.
Lo mismo se puede decir ahora que llega a los 70 años en posesión de ese encanto, que la convirtió en la reina de los salones selectos de esa España que aún susurra cuando la ve aparecer: “¡La Presli, la Presli!”, pues es fácil confundir su apellido con el de Elvis.
María Isabel Preysler Arrastia era una niña de abolengo y fortuna en su natal Manila, Filipinas, para cuya familia hablar aún castellano, herencia de la colonia, era otra señal de prestancia.
Su padre, Carlos Preysler Pérez de Tagle, quien tenía entre sus antepasados al marqués de Altamira (financiero del rey Felipe V), era delegado del Banco Español de Crédito, en tanto que su madre, Beatriz Arrastia Reinares, era dueña de una inmobiliaria y provenía de hacendados de sangre aborigen.
Los Preysler vislumbraban casar a su hija con un buen partido, pero ella se enamoró de un hombre mayor, así que la despacharon a la madre patria, en 1969, a los 18 años.
En Madrid, la recibieron sus tíos Tessy y Miguel Pérez Rubio, quienes la introdujeron en la élite, que quedó de una pieza con sus modales finos y su belleza.
En una fiesta, se hizo la mejor amiga de Carmen Martínez-Bordiú, “la Nietísima” del dictador Francisco Franco y centro del círculo más exclusivo de la capital, cuyas condesas y marquesitas le mostraron los dientes a la espectacular Isabel en un comienzo.
El racismo y provincianismo del país se enardecía con sus rasgos orientales, así que la llamaban “la China”. “Ahí viene Carmen con su perrito”, murmuraban las encopetadas cuando las veían llegar a los bailes y partidas de caza.
Preysler estudiaba secretariado internacional y en otra rumba conoció a Julio Iglesias, quien debutaba como el ídolo de la canción.
Se casaron en 1971, de afán, porque ella estaba embarazada de Chábeli, a quien siguieron los cantantes Julio Jr. y Enrique Iglesias.
Eso del gen lujurioso de los Iglesias no es ningún mito, y las constantes infidelidades del intérprete llevaron a Isabel a pedir el divorcio en 1978. Hoy, Chábeli sostiene que su madre nunca ha dejado de ser el gran amor de Julio.
La verdad es que Isabel también puso los cuernos. Su amante era el fallecido Carlos Falcó, marqués de Griñón, grande de España y miembro de una de las familias más linajudas de la península, quien la llevó de nuevo al altar en 1980 y fue el padre de Tamara, confirmada hace poco como nueva marquesa de Griñón.
El aristócrata, cuya familia atesora 41 títulos nobiliarios y 13 grandezas de España, le dio rango, pero no dinero.
Marquesa y todo, le tocaba solventar los constantes apuros a que se veían expuestos por los malos negocios de Falcó. Menos mal que tenía el apoyo del ya acaudalado Julio Iglesias, que veía espléndidamente por sus hijos.
Isabel es buena para sacar dinero debajo de las piedras y por eso descubrió un filón en que fue pionera: la venta de confidencias.
No le agradaba aparecer en la prensa, pero, como sucedía muy a menudo, le tocó convertirlo en un trabajo, según ha contado, mucho más cuando le permitiría obtener su independencia económica.
El negocio empezó en ¡Hola!, la más importante revista del corazón, que le dio despliegue en portada a las confesiones sobre su vida con Iglesias a cambio de millones de pesetas. Entre otras cosas, reveló que encontraba cursis sus canciones.
Tras sacarles jugo a sus propias infidencias, empezó a vender las ajenas. Se volvió una especie de agente literaria de nobles en la ruina necesitados de plata. ¡Hola! también le encargaba entrevistas con celebridades.
Otra fuente de generosas entradas fueron los acuerdos con boutiques que la vestían gratis a cambio de que lo divulgara entre las millonarias.
Desde hace años cobra sumas que pueden superar los 150.000 euros por ir a eventos del jet set.
En la cúspide de la fama, Isabel asombró a España cuando tuvo la audacia de dejar al marqués por nadie menos que Miguel Boyer, el ministro estrella de Felipe González, y quien a su vez abandonó a su esposa, Elena Arnedo.
Al jefe de la cartera de Economía, el alboroto lo obligó a apartarse de su brillante carrera. A los dos años de controvertida unión libre se casaron, en 1988, y tuvieron a su hija, Ana, sucesos que elevaron el protagonismo de Isabel.
Ese poderío, algo nunca antes visto en una mujer en España, le permitió obtener los millonarios contratos como imagen de Ferrero Rocher, Joyería Suárez y Porcelanosa, que aún mantiene.
En 2014 enviudaba, ante la sorpresiva muerte de Boyer, con quien había encontrado por fin la felicidad. España, novelera como siempre, acompañó paso a paso a la desolada Isabel en su tragedia.
Al año siguiente, fue centro de un nuevo escándalo cuando los rumores de su romance con el nobel Mario Vargas Llosa se confirmaron y afincaron su reputación de supuesta “robamaridos”.
El cuento era que el peruano había cambiado a su esposa de hacía 50 años, Patricia Llosa (su prima), por la filipina.
El escritor salió a desmentirlo, sus hijos saltaron en defensa de la madre, en fin, fue toda una ironía que eso le estuviera pasando al intelectual que ha condenado lo que llama “la sociedad del espectáculo”.
Vargas Llosa vive con Isabel en el glamuroso Puerta de Hierro, y así no se casen, lo que ninguno ha descartado, parece que desean pasar el resto de sus vidas juntos.
¿Qué tiene “la Presli” para haber conquistado a una sociedad tan cerrada como la de España? ¿Por qué cuatro personajes de tal renombre se vieron seducidos por ella? No se sabe a ciencia cierta, pero la ansiedad por descubrirlo ha dado pie a historias asombrosas como que ella es tan fabulosa en la cama que se desmaya en sus orgasmos.