Esta semana, durante unos días, Amancio Ortega fue el hombre más rico del mundo. Su nombre definitivamente no es conocido. Se trata de un español de bajo perfil que ha logrado esa enorme fortuna como creador y mayor accionista de Zara, la marca de ropa, principalmente femenina, que arrasa en el mundo. El viernes de la semana pasada, la prensa internacional informó que con 79.000 millones de dólares, ese desconocido había pasado a Bill Gates, Warren Buffett y a Carlos Slim. Su reino duró solo un día, pues las acciones de Microsoft se dispararon de nuevo y Bill Gates muy pronto recuperó su trono. Pero aun así, la historia de cómo este provinciano español logró crear uno de los imperios económicos más poderosos del planeta constituye una novela apasionante. Para comenzar, llegar a tener una fortuna de esa dimensión requiere una de cuatro situaciones: 1) tener un monopolio. Un ejemplo es el caso de Slim con la telefonía celular. 2) Inventarse algo tecnológico que revolucione al mundo, como Google, Facebook, Microsoft. 3) Ser más poderoso que el Estado y sacarle gabelas. Esto es común en los países del tercer mundo, donde los hombres más ricos por lo general obtienen concesiones y leyes que les representan beneficios económicos enormes. 4) Ser el jeque de un país petrolero. Lo desconcertante de Amancio Ortega es que no goza de ninguna de esas ventajas. Está en el negocio más competido del mundo: vender faldas y blusas. No hay concesión ni protección del Estado que lo beneficie, ni pozo de petróleo. Se enfrenta sin gabelas con todas las marcas del mundo y con todos los diseñadores locales de los más de 70 países donde vende sus marcas. El gran interrogante, entonces, es cómo lo logró. Ortega ha conseguido hacer ropa tan elegante y económica que ha quebrado a decenas –o centenares– de marcas famosas. Su fórmula es una combinación de mano de obra barata y, sobre todo, velocidad. Es un plagiador gigantesco. Sigue de cerca las últimas tendencias e inmediatamente produce imitaciones en masa de un nivel aceptable y a un 20 por ciento del precio. El producto llega a sus almacenes tan rápido como se va. Y una vez terminado el inventario, nunca se repite. Se copia otra creación de un tercero, y el ciclo sigue adelante. Por eso, Zara se ha vuelto como el celular, algo que todas las mujeres en alguna forma han tenido. Se dice que dura poco, pues su calidad tiene algo de desechable. Pero eso no le importa a nadie porque el precio da para reemplazar la prenda sin sufrir. De esa forma, Amancio Ortega tiene a sus clientes regresando una y otra vez a su tienda en busca de sus nuevas líneas, mientras que marcas competidoras como Mango, Gap, H&M o Forever 21 buscan maneras para seguirle el paso. Lo cierto es que solo parece tomar decisiones acertadas. Cada paso de negocios que toma resulta en ganancias. Sus incursiones en cadenas low cost elevan su beneficio. Y sus inversiones en finca raíz, pues la mayoría de sus tiendas están en la mejor esquina de la ciudad, lo convierten en un magnate inmobiliario aun sin contar la ropa. El magnate ‘sencillo’ Ortega nació en 1936 en la provincia de León, al noroeste de España. Su padre era trabajador ferroviario y su madre ama de casa. En medio de la pobreza en la que vivían construyeron un hogar para sus hijos Antonio y Amancio. El trabajo llevó a su padre a reubicar la familia repetidas ocasiones. Así, de León fueron a Tolosa y luego, cuando Ortega tenía 12 años, a la provincia de Galicia. Según David Martínez, autor del libro Zara: visión y estrategia de Amancio Ortega, sentir la escasez durante esos años marcó su manera de hacer negocios: “Un día que acompañaba a su madre, en una tienda en la que solía comprar, le dijeron que ya no le podían fiar más. Según comentan algunas personas próximas a Ortega, ese hecho marcó su talante trabajador, luchador y ambicioso”. Tras el episodio, humillado, se retiró de la escuela y se puso a trabajar. En la ciudad de La Coruña, donde todavía vive, Ortega construyó su imperio desde ceros. Empezó en la tienda de costuras La Maja, donde aparte de hacer los mandados estaba atento al negocio de los textiles y a los cambios en una sociedad cuyas mujeres ya expresaban su pasión por la moda. Luego dobló camisetas en un local de ropa llamado Gala. Por esto, según concluye Martínez, sin haber cursado colegio, a los 16 años “ya había comprendido que cuantos menos intermediarios, mejor, más margen de negocio y mayor asimilación de los gustos de los clientes; en definitiva, si sabes lo que quieren, sabes lo que les puedes ofrecer”. Vio, aprendió y aplicó. Abrió su primera tienda Zara en 1975 y diez años después consolidó Inditex, el holding que agrupa sus marcas y del que es mayor accionista. Ortega le dijo a la periodista Covadonga O’Shea que desde que empezó a trabajar lo obsesionaba inventar algo diferente a lo que ofrecía el mercado. “Decidí seguir mi impulso y poner en marcha GOA con mi hermano Antonio. Abrimos una cuenta corriente con 2.500 pesetas; mi cuñada, que sabía de costura, y mi primera mujer, Rosalía, hacían las famosas batas de boatiné, que entonces estaban tan de moda”. Fue el inicio de su política de ofrecer a altas velocidades lo que la gente quería. Producían desde la sala de su casa. Pero su sagacidad también se manifestó luego cuando reclutó a decenas de mujeres en La Coruña y las reunió en cooperativas de costura, les ofreció buenas condiciones de trabajo y se ganó el compromiso de muchas casi de por vida. Hoy, sectores de la sociedad española le reclaman a gritos mejores condiciones para sus trabajadores, mientras que otros aplauden sus cuantiosas donaciones a causas nobles, las buenas obras de su fundación y el hecho de que sus empresas tributan en España y no han optado por territorios más benéficos desde el punto de vista económico. Tal parece que por atípico que sea, no se puede desmarcar de una regla de los magnates: polariza como todos ellos. Antes de 2011, cuando se retiró de Inditex y dejó de estar pendiente de las casi 6.300 tiendas que dirige el holding, no era extraño ver a Ortega entre los empleados, diseñadores, fotógrafos y costureras. Se reconocía la presencia de un jefe que, más que generar terror, apuntaba a sumar con sus opiniones a un modelo exitoso que no está dispuesto a cambiar. Un modelo que sigue creciendo, como espuma, como ha hecho por décadas sin traicionar sus principios o su método. De Ortega se dice que sigue siendo sencillo, que no olvida sus raíces humildes y no le da al dinero más importancia de la necesaria. Sabe bien que están cubiertas todas sus necesidades y las de sus familiares, los hijos de sus dos matrimonios y su mujer actual. El día en que superó a Gates en la cima del escalafón de los magnates fue uno cualquiera. La revista Hola le siguió los pasos y contó que el magnate se ocupó de algunos negocios pendientes y mantuvo el bajo perfil que tanto le gusta. Seguirá viviendo en su casa frente al mar en La Coruña sin mayor esquema de seguridad, evitando volar en avión (no le gusta) y siguiendo su rutina tranquila de hablar con sus amigos o visitar su casa de campo. Después de todo, como Antonio Grandío, uno de sus grandes amigos, confesó a la revista Fortune, la filosofía de Ortega es la de mantener la más absoluta normalidad.