Andy Warhol siempre supo que su éxito como artista estaba ligado a su propia marca. Por eso, cultivó su fama inteligentemente y se envolvió a sí mismo en un halo tan misterioso que aún hoy, 33 años después de su muerte, su vida está llena de mitos y leyendas ligados a su trabajo. Así lanzó sus obras icónicas, que siempre han dividido a los expertos, como la lata de sopa Campbell, los retratos de Marilyn Monroe o las botellas de Coca-Cola. Y se hizo famoso con sus fiestas desenfrenadas en su estudio de Nueva York, sus jóvenes amantes y una vida rodeada de estrellas.
El crítico estadounidense Blake Gopnik intenta en Warhol: A life as art (una vida como arte), desenredar esa madeja. Y concluye, no sin polémica, que detrás de todo ese humo mediático y farandulero hay un genio del arte. Es más, dice que ese hombre “ha superado a Picasso como el artista más importante e influyente del siglo XX. O al menos los dos comparten un lugar en la cima del Parnaso, junto a Miguel Ángel, Rembrandt y otros genios”. A Warhol le habría encantado esa comparación, pues pasó toda su vida en busca de convertirse en una superestrella. Hijo de inmigrantes pobres de apellido Warhola que habían llegado a Estados Unidos huyendo del Imperio Austrohúngaro (en la actual Eslovaquia), nació en Pittsburgh en 1928. Tenía el llamado mal de San Vito, una enfermedad que afecta el sistema nervioso y produce temblores y problemas en la pigmentación de la piel. Así que pasó acostado en su cama gran parte de su niñez, leyendo revistas del espectáculo y recortando las fotos de las estrellas de Hollywood. Ya entonces soñaba llegar a ser como ellos, sin saber que más adelante se integraría a ese mundo. Amaba tanto lo que muchos consideraban “cultura popular” o “masiva” , que solía usar anuncios publicitarios y cómics dibujados por él para decorar las vitrinas de una tienda de Nueva York donde trabajaba. Creció temeroso de los médicos y de los hospitales, tímido y mimado. Además, desde pequeño supo que era gay, cuando muchos aún lo consideraban una aberración, algo que moldeó su actitud rebelde y de outsider. De hecho en su juventud, mientras la policía de Pittsburgh, su ciudad natal, tenía listas de “pervertidos” a los que perseguía por su orientación sexual, él usaba trajes rosados de pana y se pintaba las uñas de colores brillantes.
Convirtió lo mundano o popular, como la foto de Marilyn Monroe, el rostro de Mao Zedong o una lata de sopa Campbell, en arte. Además, descubrió que su trabajo podía venderse como un bien masivo, una idea que transformó el mundo del arte. Aún así, cuando entró a trabajar como ilustrador a una revista de Nueva York en 1949, luego de graduarse de una escuela de arte, sentía que su vida había sido muy aburrida. Tanto que cuando le pidieron una biografía para incluir en la publicación se quejó de que su historia no llenaría ni una postal.
De ilustrador pasó a diseñar zapatos para Israel Miller. Luego decoró las vitrinas de Bonwit, una reconocida tienda de lujo de Nueva York. Amaba tanto lo que muchos consideraban “cultura popular” o “masiva” , que solía usar anuncios publicitarios y cómics dibujados por él para decorar las paredes en las que ponía vestidos y carteras. En esa época ya estaba conectado con el mundo del arte neoyorquino y fue cuestión de tiempo que le pidieran exponer esas ilustraciones en las galerías. Warhol vio que lo ‘popular’ o ‘mundano’ podía convertirse en arte duradero. Por eso, una vez conectado con el circuito, comenzó a incluir todo lo que lo obsesionaba, como las estrellas de cine o la publicidad, en obras de arte que exponía en las galerías. Toda una revolución en una época en la que muchos veían al establecimiento artístico como un círculo elitista, enfocado en las bellas artes y en las obras abstractas de Jackson Pollock.
Ese movimiento contracultural, llamado Pop Art (o arte pop), había comenzado unos años antes con artistas como Marcel Duchamp o el fotógrafo Man Ray. Y terminó convertido en uno de los más importantes de finales de siglo, con Warhol como su principal exponente. Aunque lo visitaban estrellas de Hollywood, conformaban la gran mayoría del grupo rechazados como él: drogadictos, travestis, vividores y millonarios en decadencia. De su mano, anuncios publicitarios, productos alimenticios o rostros famosos se convirtieron en grandes obras. Pero Warhol no solo vio que los bienes de consumo masivo se podían convertir en arte, sino también que sus obras podían venderse masivamente. Así que, a la par que su fama aumentaba, comenzó a producir en masa y a vender a precios cada vez más altos. En poco tiempo se convirtió en la estrella que tanto deseaba, a pesar de que su trabajo nunca convenció a parte de la crítica.
Con la fama llegaron los excesos. Warhol se mudó a una antigua fábrica de sombreros de Nueva York, a la que bautizó Factory (la fábrica). Era una especie de taller en el que producía sus obras y se reunía con seguidores y discípulos. Aunque lo visitaban estrellas de Hollywood, conformaban la gran mayoría del grupo rechazados como él: drogadictos, travestis, vividores y millonarios en decadencia. Entre sus amigos más cercanos estaban Edie Sedgwick, heredera de una gran fortuna, y la actriz Janet Hoffmann, más conocida como Viva. A ambas las usó como musas y protagonistas de sus películas experimentales.
Warhol con algunos seguidores en The Factory, donde producía sus obras. A su lado, la actriz Jannett Hoffman, más conocida como Viva. El libro de Gopnik también habla de su relación con hombres jóvenes, como el artista Jean Michel Basquiat. La relación con sus amigos, sin embargo, no siempre fue la ideal. Warhol era narcisista, celoso y lleno de complejos, por lo que muchos de sus seguidores abandonaron el grupo, algunos de los cuales se sintieron usados y traicionados. Una de ellas, Valerie Solanas, quien tenía problemas mentales, incluso llegó a dispararle en 1968, y lo dejó al borde de la muerte. En esa época también tuvo romances famosos con hombres jóvenes, aunque nunca fue una persona muy sexual, y se interesaba más en construir relaciones intelectuales. Con uno de ellos, el superfamoso Jean Michel Basquiat, en los años ochenta desarrolló una codependencia enfermiza.
Para esa época, sin embargo, Warhol había dejado de ser un artista de la periferia, rebelde e independiente, y como cuenta el libro de Gopnik, se había convertido en el favorito del establecimiento. Incluso comenzó a hacer retratos a pedido de los empresarios, las socialites y gobernantes extranjeros, como el Sha de Irán. Sin embargo, nadie dudó de que se había ido un hombre monumental cuando murió sorpresivamente el 22 de febrero de 1987. Se lo llevó un infarto a los 58 años, mientras se recuperaba de una cirugía de vesícula. Andy Warhol había cambiado el mundo del arte para siempre con un legado que, como demuestra este libro, cada vez impresiona más.