Julie K. Brown cree que es difícil entender cuán sórdido era Jeffrey Epstein, y tiene autoridad para hacerlo: tardó año y medio buscando por cielo y tierra a sus víctimas hasta hacerlas hablar, entrevistó a policías y leyó interminables archivos judiciales.
Todo comenzó en 2016 cuando trabajaba en el Miami Herald e investigaba sobre el tráfico sexual, una epidemia en Florida. A medida que avanzaba, el nombre de Epstein se hizo recurrente. Y pensar, reflexionó, que era el mismo millonario con fama de misterioso genio de las finanzas, que solo trabajaba para clientes con más de 1.000 millones de dólares y tenía fascinado al jet set. En las revistas, se lo veía con los más influyentes y famosos, como Bill Clinton, Donald Trump, Kevin Spacey y hasta el sabio Stephen Hawking, para quien mandó equipar un submarino y así cumplirle el sueño de navegar bajo el mar. Era, además, un destacado filántropo.
Pero todo eso escondía un lado siniestro que Brown desentrañó. En 2008, Epstein había sido condenado por comprar favores sexuales de menores, y la sentencia de 18 meses en prisión fue como un decir: pasaba 12 horas al día fuera de la cárcel, y, cuando estaba en ella, vivía en un ala privada, con la puerta abierta y lujos como un televisor, en clara contravención de las normas.
Brown descubrió que sus víctimas no eran solo las del proceso, sino que habría muchas más y decidió meterle el diente al asunto. Los policías que lo investigaron por tres años, Michael Reiter y Joe Recarey, le confirmaron que, hasta 2008, tenían documentadas quejas de 36 mujeres abusadas por él de niñas. La periodista empezó a rastrearlas, tarea nada fácil, pues muchas se habían ido, usaban otros nombres o no hablaban por las amenazas de Epstein y sus abogados. Pero perseveró y para 2017 halló un total de 60 víctimas. La cuenta hoy va en 175.
Brown reconstruyó las múltiples irregularidades en el juicio, avaladas por el fiscal Alex Acosta, luego miembro del gabinete de Trump. Un truco de Epstein, por ejemplo, era contratar abogados muy relacionados con los fiscales, de modo que estos se veían obligados a renunciar y así dilatar el proceso o poner a un funcionario comprado.
En noviembre de 2018, el Herald publicó su informe y fue tan contundente que las autoridades reabrieron el caso. A los ocho meses, Epstein era arrestado por el FBI y la policía de Nueva York; allí era procesado por sus ofensas contra algunas víctimas cuando apareció muerto, en raras circunstancias, en agosto de 2019. Ahora, en Perversion of Justice: The Jeffrey Epstein Story, Brown refiere de modo más pormenorizado sus aberraciones y cómo lo desenmascaró.
Su primer abuso documentado data de 1994. En el papel de mecenas de jóvenes talentos, estableció una cabaña para encuentros en el Interlochen Center for the Arts, un internado en Míchigan, plantel de famosas como Felicity Huffman y Norah Jones. Una condición que estableció para la donación fue visitarlo una vez al año, lo cual tenía como verdadera intención conocer niñas.
Su primer abuso documentado data de 1994, cuando en el papel de mecenas de jóvenes talentos, estableció una cabaña para encuentros en el Interlochen Center for the Arts, un internado en Michigan, plantel de famosas como Felicity Huffman y Norah Jones. Una condición que estableció para la donación, fue visitarlo una vez al año, lo cual tenía como verdadera intención conocer a niñas.
Así pasó con una joven de 14 años que fue abordada por él y Ghislaine Maxwell, primero su amante y luego su madame, juzgada hoy como su cómplice. Ellos le informaron que apoyaban a promesas de las artes y se hicieron sus amigos. Luego cautivaron a su madre pagándole clases privadas de música, además de regalos en efectivo y en especie. En últimas, abusaron de ella, una situación que duró varios años, en medio de los cuales Epstein, a quien la joven debía llamar “padrino”, las trasladó a Nueva York y puso a la adolescente en un colegio para millonarios. Cuando cumplió los 18, la desechó.
Él tenía una fijación con las niñas, y su tipo eran las rubias, bellas, de ojos azules, muy pequeñas y flacas. Insistía en que usaran ropa interior infantil y que se vistieran como colegialas. En 1998, cambió su modus operandi y empezó a preferirlas con ese mismo físico, pero pobres, con graves problemas familiares. “Sabía que por su extracción a ellas nadie las escucharía si lo denunciaban”, afirma Brown.
En ese año, Maxwell, de la alta sociedad de Londres, se convirtió no solo en su puente con el alto mundo (le presentó al príncipe Andrés de Inglaterra), sino también en su proveedora de menores. Las conseguía visitando colegios, spas y barriadas. Primero les preguntaba si querían darle masajes a un hombre por 200 dólares y accedían.
Courtney Wild recuerda que así llegó a la mansión de Epstein en Palm Beach, también a los 14. A solas, él le pidió que se desnudara y, cuando lo masajeaba, empezó a toquetearla mientras se autosatisfacía, luego de lo cual le dio un puñado de billetes. “Odió cada segundo, pero el dinero le cambiaría la vida”, se lee en el libro. Cuando la violó, multiplicó el pago.
Ese patrón se repitió en los relatos de muchas afectadas. A cambio, fuera de dinero (hasta 1.000 dólares si había coito), recibían carros, viajes o la promesa de hacerlas modelos. Hijas de padres ausentes o drogadictos, lo tenían solo a él, así que obedecían a sus exigencias sexuales por más plata. Estas incluían acostarse con otras menores y hombres mayores, usar juguetes y dejarse fotografiar en esas prácticas. A una le pidió que se fuera a vivir con él como menor emancipada. A otras les consiguió maridos ricos. La mujer identificada como Jane Doe 1 reveló que le parecía que consumía esteroides, ya que era corpulento y su pene tenía “forma de huevo y muy pequeño”.
Epstein les pagaba 200 dólares por llevarle otras niñas, con lo cual creó una suerte de esquema piramidal de abuso infantil.
En la investigación de Brown, aparecieron sus amigos más célebres. Anota que le cree a Virginia Roberts, quien afirma que Epstein la obligó a acostarse con el príncipe Andrés a los 17 años. “El patrón que ella describe coincide con el que refieren otras mujeres”, explica.
En su libreta de teléfonos, que él llamaba “the little black book”, se hallaron varios números de Donald Trump, uno de ellos para emergencias. La víctima del internado Interlochen cuenta la vez que le presentó al futuro presidente en su resort Mar-a-Lago. “Epstein lo codeó y le dijo: ‘Está buena, ¿no?’. Trump sonrió y asintió en señal de acuerdo”, relata Brown.
En cuanto a su deceso, la reportera cree que Epstein no se suicidó, como afirman las autoridades. Le parece sospechoso que los guardias esa noche cayeran rendidos de sueño y que nunca apareciera el informe médico del incidente.
Por lo demás, Epstein tenía mayordomos que le hacían todo. Si no era capaz de amarrarse los cordones de los zapatos, mucho menos iba a serlo de planear su muerte. “Si se suicidó, alguien tuvo que ayudarlo”, dice Brown, quien ya le vendió a HBO los derechos para una serie basada en su libro.