Hay algo peor que morir por covid: casi morir. León Tovar sobrevivió a la espantosa agonía que padecen quienes, por azar del destino, pertenecen al pequeño grupo de portadores a los que el virus les muestra su cara más terrible. Durante ocho semanas de coma inducido, intubación y mangueras, Tovar vivió la peor pesadilla de su vida, con 47 días de alucinaciones espantosas continuas, condenado a respirar para siempre por un orificio en la garganta y con su vida maravillosa en Manhattan hecha añicos.
El galerista del Upper East Side neoyorquino, ganador de premios internacionales y reconocido como uno de los más importantes promotores del arte latinoamericano en los mercados mundiales, en un día normal almorzaba en Marea y cenaba en Le Bernardin, donde tomaba vino y departía con las celebridades de la escena cultural.
Pero una mañana despertó convertido en un raquítico irreconocible, la piel pegada a los huesos, el pelo hasta los hombros y uñas de tigre. La covid-19 le hizo todo eso, pero él, bogotano hasta la médula, decidió luchar, enfrentó de un modo increíble la enfermedad y salió vivo para contarlo. La batalla que libró y las lecciones aprendidas lo convirtieron en un sujeto diferente, y su testimonio inspira a otros pacientes y asombra a la comunidad médica.
En la tarde del segundo día, alguien informó que un conocido galerista había contraído la enfermedad. Tovar se había reunido con él horas antes y la noticia le produjo escalofrío.
“Dicen que un portador del virus puede contagiar a diez personas. A mí me ocurrió lo contrario: diez personas me contagiaron el mismo día”, explica. En la mañana del 5 de marzo, León Tovar tomó su desayuno en el Crowne Plaza de Maastricht, Países Bajos, y se dirigió al Palacio de Exposiciones, donde tenía lugar la Tetaf, la feria de arte más importante del mundo, celebrada en esa ciudad desde hace más de tres décadas.
La Galería León Tovar, con sede en Nueva York, había participado días antes en la feria Arco de Madrid y estaba lista para Maastricht, a donde había llevado importantes obras y concretaría negocios relevantes, en un evento de miles de personas. El virus recién había desembarcado en Europa y las cosas se ponían feas, pero los gobiernos no se animaban aún a cerrar fronteras ni a confinar a los ciudadanos. Predominaba la idea de que el coronavirus era todavía un problema chino y no mundial.
En la tarde del segundo día, alguien informó que un conocido galerista había contraído la enfermedad. Tovar se había reunido con él horas antes para negociar un Lucio Fontana, y la noticia le produjo escalofrío. Pero había cosas urgentes que atender, y él, que recorre en bicicleta el Central Park cada mañana cuando está en casa, que no fuma y mide 1,80, se sentía vigoroso.
Alucinaciones y delirios de corte surrealista dominan mientras el cuerpo yace en una cama de la unidad de cuidados intensivos. La mente de Tovar, en medio de su lucha contra la covid-19, creó los más espantosos.
La feria de Maastricht congrega a los coleccionistas, marchantes y galeristas más renombrados del mundo, así que todas las cepas y variantes del coronavirus pulularon allí por varios días. Saltaron de una nariz a otra durante las conversaciones, los exámenes detallados de cada obra y las reuniones de negocios. La noticia de nuevos contagios se regó como pólvora y la feria cerró abruptamente el 10 de marzo.
Sintió sed y le trajeron una botella de agua que bebió en un solo trago. Fue la última que su cuerpo recibió en los siguientes cuatro meses y lo último que recuerda antes de caer inconsciente en una terrible pesadilla.
Esa tarde, Tovar sintió los primeros síntomas, pero había que desmontar el estand y embalar las obras. El gobierno norteamericano anunció que cerraría la frontera el día 13, así que debía regresar pronto a casa. Adelantar el vuelo resultó más complicado de lo que pensaba: no había sillas en primera clase, donde suele viajar, ni en ninguna clase. Como pudo, logró subirse en un avión de American Airlines en económica, atestado de personas con covid-19.
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“La chica junto a mí tosió sin pausa durante las ocho horas del vuelo”, recuerda. La mayoría de los pasajeros tosían y lucían claramente demacrados, y solo las azafatas usaban tapabocas. Con una bufanda, Tovar intentó protegerse de la avalancha de moléculas que flotaron aquel día a su alrededor.
Rumbo al martirio
No obstante, lo animaba saber que iba rumbo a la Gran Manzana, donde, seguramente, habría todo un operativo para tomar la temperatura y asistir a los enfermos con la ciencia más avanzada. Pero las cosas no eran como imaginaba. Nadie los esperaba al bajarse en el aeropuerto de Newark. Literalmente, nadie. “Si en Europa habían subestimado el virus, en Estados Unidos ni siquiera era un tema”, apunta. Pidió un Uber, cuyo conductor sin tapabocas le conversó animadamente sobre asuntos varios durante el recorrido. Nadie en esa ciudad parecía tener idea acerca de la plaga que asolaba a otros continentes.
En casa los síntomas continuaron y decidió hacerse la prueba en una clínica privada, el 13 de marzo. Segunda sorpresa: no recibiría el resultado en horas, como suponía, sino en días. Ocho exactamente, según le informaron. Durante el fin de semana, Tovar combatió la enfermedad con sopas de pollo y verduras, jugo de naranja y vitaminas.
El lunes siguiente tuvo una cita médica en línea y a la doctora que lo atendió le bastó saber que había estado en España y Holanda, reunido con miles de personas, para pronunciar la frase lapidaria: “Tienes covid-19”. A esa hora, al galerista le dolía cada centímetro del cuerpo, había perdido el apetito y se sentía sin aliento. Al día siguiente, ingresó al Hospital Presbiteriano de Nueva York y allí comenzó su martirio.
“En el hospital ya me sentía sin aire, como cuando inflas muchos globos”. Sintió sed y le trajeron una botella de agua que bebió en un solo trago. Fue lo último que su cuerpo recibió en los siguientes cuatro meses y lo último que recuerda antes de caer inconsciente en una terrible pesadilla.
Un día despertó, extremadamente débil, sin poder levantar la cabeza o juntar las manos. Lo encontró sumamente frustrante, pues entendió que su batalla por la vida apenas comenzaba.
En la madrugada del 18 de marzo, lo intubaron y lo sometieron a coma inducido porque se ahogaba. “Abrí los ojos un mes y una semana después, pero no estuve dormido”, explica. Los pacientes en coma inducido no están inconscientes, sino que llevan una vida intensa de alucinaciones y delirios surrealistas en su cabeza. Y la mente de León creó los más espantosos.
Como en una novela de Stephen King, una médica infernal trató de asesinarlo todo el tiempo mientras él se encontraba atado a la cama. La recuerda con sumo detalle: delgada, de baja estatura, ojos azules y cabello rubio. Dominaba perfectamente el español y no paró de idear métodos crueles para quitarle la vida. Una vez lo encerró en un cuarto hermético y elevó la temperatura a 100 grados para cocinarlo. Tovar sufrió en forma inimaginable el desespero de soportar semejante calor sin poder zafarse de las correas.
En otra ocasión, la médica cambió los reportes de salud de la bitácora para que las enfermeras que lo atendían le inyectaran drogas incorrectas. Y un día hizo entrar en la habitación a pandilleros del Bronx, que disfrazados de enfermeros se escondieron tras los muebles para darle muerte cuando estuviera solo. “Pasaba noches enteras sin dormir, temiendo ser asesinado”, observa.
Los delirios tuvieron otros matices curiosos. En uno de ellos contrató a un conocido abogado norteamericano para que demandara al hospital. Este prefirió proponer un acuerdo antes que enfrentarse en los tribunales con el temible litigante y le ofreció a Tovar la suma de 500 millones de euros, que le entregaron en efectivo allí mismo.
También luchó contra Donald Trump, quien quería llevarse para la Casa Blanca a Nathaly, una de sus colaboradoras más importantes en la galería. En realidad, Nathaly –que había estado en Madrid y Maastricht– agonizaba también a esa hora por covid-19. Él infiere que luchaba contra Trump como una manera de padecer en el coma el dolor de la agonía real de su colaboradora.
Su nueva realidad
Finalmente, un día despertó, extremadamente débil, sin poder levantar la cabeza o juntar las manos. Lo encontró sumamente frustrante, pues entendió que su batalla por la vida apenas comenzaba. Una traqueotomía le impedía hablar al locuaz galerista; y tenía una manguera para recibir alimento directamente al estómago. Todo ello le confería un aspecto patético al hombre saludable y de buen vestir que siempre fue. “Tenía conexiones por todos lados, en las manos, un tubo en la nariz y hasta una conexión en una nalga, que nunca supe para qué era”, recuerda.
El dictamen médico era infalible: León quizá viviría, pero perdería el habla y no podría nunca más tragar, así que no regresaría a los restaurantes Michelin de Manhattan. Además, no podría nadar, subirse a un bote o montar en bicicleta. Y lloró por primera vez en años.
Tovar se contagió en dos ferias de arte, cuando el virus ya había viajado de China a Europa y los gobiernos aún no tomaban ninguna decisión para contenerlo.
Volvió a hacerlo cuando con ayuda de enfermeros pudo mirarse al espejo y encontró a un sujeto desconocido, una triste versión de León Tovar. Y allí, parado frente a la imagen de su propia muerte, decidió que lucharía con valor para recuperar la vida que se le escapaba. Su caso médico es excepcional y la comunidad científica que investiga el coronavirus ha compartido los reportes del hospital.
Durante las siguientes semanas peleó por su vida. A hurtadillas se las ingenió para conseguir un poco de jugo de naranja y con una esponja humedeció los labios. Los médicos le habían asegurado que cualquier líquido iría directo a los pulmones y podría morir allí mismo. Con el corazón a mil tomó el riesgo y obtuvo su primera victoria. También logró ponerse en pie después de caer de bruces varias veces y poco a poco impuso su voluntad a un cuerpo en agonía.
“La covid no tiene nivel social ni económico, no distingue razas ni partidos”. Por eso, aborrece el uso electoral que le dan algunos al tema de la pandemia y le pide a la gente escuchar a los científicos y no a los políticos.
León no es un hombre religioso. No adjudica a Dios su milagrosa recuperación, sino que cree que el amor lo salvó. Y un millón de dólares. Eso pagó su seguro médico por la atención avanzada que recibió en el Presbiteriano. “A mí me salvaron porque el seguro pagó 24.000 dólares diarios, pero ¿qué pasa con el resto de la población que no puede pagar esa suma?”, pregunta entristecido. “El mayor drama de este país es el seguro médico; esa es la peor tragedia de las clases desfavorecidas”, agrega.
El León Tovar de hoy es casi igual al que había antes de la pandemia. Pero solo en el aspecto físico. Recuperó el peso, su orificio en la garganta fue cerrado, habla perfectamente, pero por dentro es otra persona. “Nos la pasamos planeando y proyectando para el futuro, olvidando nuestro presente”, reflexiona. “Los que estamos vivos nos creemos inmortales y no disfrutamos el ahora”.
Siempre fue un hombre de familia, pero nunca valoró tanto como hoy el beso de un hijo, tomar un vaso de agua o almorzar lentejas. “Prefiero tomar un café con ellos que estar en el mejor restaurante del mundo”. Sus prioridades cambiaron radicalmente. “Cuando todo vuelva a la normalidad, trabajaré menos”, dice, y advierte que la efectividad no tiene nada que ver con el sacrificio. “Está demostrado que por trabajar más no te va mejor”. La galería en Nueva York sigue siendo parte de su vida; reabrirá en algún momento, desde luego, pero “ya no es mi prioridad, en absoluto”.
Aprendió esa lección, pero también demostró en esta batalla que en la cabeza está el músculo más importante. Su cerebro ejercitado, con estudios de historia en la Universidad de los Andes y lecturas eruditas, junto con una gran fuerza mental y el amor por la familia le sirvieron de arma para vencer al virus.
Ahora trabaja con el Hospital Monte Sinaí en apoyar a pacientes poscovid, en animar a personas que están sufriendo mucho, porque salvarse de esta enfermedad deja maltrechos a los pacientes, física y mentalmente. “La covid no tiene nivel social ni económico, no distingue razas ni partidos”. Por eso, aborrece el uso electoral que le dan algunos al tema de la pandemia y le pide a la gente escuchar a los científicos y no a los políticos. “Lo que está ocurriendo en Estados Unidos es dantesco, los demócratas usan tapabocas y los republicanos no”.
La historia de León Tovar demuestra que es posible vencer la peor infección de covid-19. Se necesita mucho amor, un valor extraordinario y un millón de dólares.