Cuando Vincent Van Gogh llegó a Arles, un pequeño pueblo del sur de Francia, en febrero de 1888, no contaba con fama ni reconocimiento. Todo lo contrario: ya tenía 34 años, pero no trabajaba ni se había casado y vivía gracias a la ayuda de su hermano, Theo, cuatro años menor. El resto de su familia lo consideraba un caso perdido, y sus pinturas, más que una fuente de ingresos económicos, le brindaban el único escape de esa realidad. Sugerimos leer: La huella de Van Gogh en el celuloide Había salido de París huyendo del frío y del caos de la urbe, y se encontró con una especie de paraíso: se enamoró del sol que iluminaba los prados, de los paisajes verdes, de la luz cálida y de los colores vivos, que en poco tiempo lo inspiraron. Van Gogh pintaba como en trance, sin darse respiro alguno, entregándolo todo. Cuando cruzó el límite ya era tarde No solo empezó a pintar más –en dos años hizo unas 300 obras al óleo, dibujos y acuarelas–, sino que su trabajo alcanzó un nuevo nivel de genialidad. Nadie había logrado usar el color para expresar sus emociones como él.

Pero al mismo tiempo que su creatividad afloraba, su salud mental sufría. Y es que Van Gogh no paraba: pintaba como en trance, sin darse respiro alguno, entregándolo todo. Como para ese entonces ya sufría de algún trastorno desconocido, pronto traspasó un límite y empezó a sufrir alucinaciones, dolores y depresión. Sobre ese periodo de su vida, que terminaría con su muerte dos años después, se ha escrito mucho. No solo porque por esa época pintó sus grandes obras maestras, sino porque entonces nacieron los mitos que lo rodean. Puede leer también: Polémica por unos dibujos atribuidos a Van Gogh Pero En la puerta de la eternidad, que llega a las pantallas de cine en Colombia el 7 de marzo, le da una mirada completamente diferente al tema. Con Willem Dafoe como el artista holandés, el director Julian Schnabel no solo se aleja de los biopics tradicionales, sino que cuenta la historia desde una perspectiva muy íntima y personal. Ya llevaba unos seis años pintando y había pasado por La Haya, Nuenen y Amberes, pero encontró su verdadero camino cuando llegó a París. Tanto es así que el propio Dafoe dijo que más que una biografía era un “retrato impresionista” del artista. Tiene razón: la cinta, una oda al arte, se centra en las sensaciones, las visiones, los miedos y las ilusiones del pintor. La historia arranca cuando Van Gogh llegó a París en 1886 para vivir con su hermano, quien trabajaba en la galería de arte Goupil & Cie. Para ese entonces su vida era un caos: no había podido terminar sus estudios, fue despedido de su trabajo de marchante y fracasó en su intento por convertirse en pastor protestante. Sus padres, además, lo habían echado de la casa y en materia amorosa acumulaba rechazos; tuvo una relación seria con una prostituta a la que conoció en la calle, pero nada más. Puede interesarle: Obras de Obregón, Rayo, Caballero y Manzur, estrellas de una subasta en Bogotá En esas circunstancias solo lo apoyaba Theo, quien empezó a sostenerlo cuando perdió el respaldo paterno, y lo convenció de dedicarse al arte, en el que encontró su verdadera pasión. Ya llevaba unos seis años pintando y había pasado por La Haya, Nuenen y Amberes, pero solamente cuando llegó a París encontró su verdadero camino. En la Ciudad Luz el artista conoció a los impresionistas y a los posimpresionistas, y quedó maravillado con el trabajo de Claude Monet, Paul Cézanne o Edouard Manet. Y aunque siempre fue una persona reservada y solitaria, se hizo amigo de Emile Bernard, Paul Signac, Georges Seurat y, sobre todo, Paul Gauguin. Vincent volvió a su casa oyendo voces y alucinando. Y para acabar con el sufrimiento, él mismo se habría cortado parte de su oreja. Dos años después, cuando llegó a Arles, no solo encontró la inspiración para su obra, sino que vio en los colores y en el paisaje del sur de Francia todo lo que él creía que habían estado buscando los pintores de su generación. “Creo que el futuro del nuevo arte está aquí en el sur”, le dijo a Theo en una de las numerosas cartas que salieron publicadas en 1914. Sugerimos también: Narcotraficante tenía dos Van Gogh que habían sido robadas hace 14 años En medio de la mejor etapa de su vida pictórica, imaginó una utopía: un taller de artistas en Arles, en el que entre todos crearan un nuevo tipo de arte, uno que no había sido visto antes. Emocionado, empezó a invitar a sus amigos, pero solo le hizo caso Gauguin, quien llegó con el apoyo de Theo en octubre de 1888. Al comienzo, todo funcionó relativamente bien entre los dos, pero la inestabilidad mental de Vincent y el choque entre dos personalidades tan diferentes pronto causaron estragos. Las discusiones artísticas se convirtieron en peleas personales y una de ellas acabó con el famoso episodio de la oreja.

Foto: Theo Van Gogh financió la carrera de su hermano y lo apoyó económicamente hasta su muerte. En Arles, Vincent alcanzó a vivir con Paul Gauguin, con quien llegó a tener discusiones bastante violentas. Según la versión oficial, todo comenzó luego de una fuerte discusión en un bar, cuando Van Gogh amenazó a Gauguin con una navaja. Asustado, el francés se fue y Vincent volvió a su casa oyendo voces y alucinando. Para acabar con el sufrimiento, él mismo se habría cortado parte de su oreja. Pero algunos investigadores creen que en realidad Gauguin le causó la herida en medio de la disputa, y que para encubrir a su amigo Vincent se autoincriminó. De cualquier forma, el episodio terminó con uno hospitalizado y con el otro saliendo para siempre de Arles. En el sanatorio, siguió pintando cada vez mejor y logró darle forma a su obra más conocida: La noche estrellada. Meses después, Vincent decidió internarse en el sanatorio mental de San Pablo en Saint-Rémy-de-Provence ante la insistencia de su hermano y de sus vecinos, que ya lo llamaban “el loco pelirrojo”. Le puede interesar leer: Productor de ‘Green Book’ les escribió mensajes rabiosos a periodistas que criticaron la película Allá le dijeron que sus alucinaciones provenían de un trastorno mental causado por la epilepsia, aunque hoy algunos las atribuyen a la sífilis o a los estragos de una insuficiencia renal. En el sanatorio, Van Gogh siguió pintando cada vez mejor y logró darle forma a su obra más conocida: La noche estrellada (1889). Cuando salió, se fue a vivir a París con su hermano, quien ya estaba casado y tenía un hijo. Pero no duró mucho. Terminó en Auvers-sur-Oise, en el norte de Francia, donde finalmente murió el 29 de julio de 1890. Solo unos años después, por el impulso de su cuñada, los críticos y el público comenzaron a valorar su obra en su verdadera dimensión. Según la versión oficial, él mismo se disparó en el pecho en medio de una de sus alucinaciones. Pero una nueva teoría sugiere que un joven vecino le disparó, con o sin intenciones de matarlo. Solo está claro que alcanzó a llegar a su casa y murió a los dos días. Theo, destrozado por lo que consideró el suicidio de su hermano, murió apenas seis meses después. Aunque para ese momento Vincent ya era más reconocido que cuando llegó a Arles, e incluso había expuesto algunas obras, todavía seguía siendo del montón. Puede leer también: Las críticas machistas contra ‘Capitana Marvel‘, la nueva película de Marvel Solo unos años después, por el impulso de su cuñada, los críticos y el público comenzaron a valorar su obra en su verdadera dimensión. Ya entrado el siglo XX muchos lo consideraban uno de los grandes maestros de la historia del arte. Y es que, al igual que muchos otros en la historia, Van Gogh se adelantó a su tiempo como un genio incomprendido, que dejó una huella que solo descifraron las generaciones posteriores.