Alexander von Humboldt cambió tan radicalmente la manera de ver el mundo, que Charles Darwin jamás hubiera abordado la expedición en la embarcación Beagle, desde donde empezó su viaje hacia la teoría de la evolución, de no haber leído sus trabajos. En efecto, Humboldt reveló que la naturaleza es una enorme red interconectada y fue más allá. Si bien en su época la ciencia y el arte eran vistos como agua y aceite, el alemán integró a sus observaciones científicas una respuesta emocional. Por esto, sus pares lo llamaban el Shakespeare de la ciencia y lo exaltaban como el hombre más famoso en el planeta después de Napoleón.Advirtió a la humanidad antes que nadie sobre los peligros de abusar de la tierra. Humboldt, el primer ambientalista, se forjó siguiendo sus impulsos, corazón, talento y gastando sus propios recursos. Era un genio polifacético y un hombre muy bien parecido, pero estaba lejos de ser perfecto. La fama elevó su ego a niveles difíciles de tolerar incluso para sus más fieles admiradores. Cuando Darwin lo conoció en 1842 se llevó una tremenda decepción pues el alemán no dejó de hablar de sí mismo un segundo.Estas y cientos de anécdotas e historias cuenta la escritora e investigadora alemana Andrea Wulf en su libro The Invention of Nature, Alexander von Humboldt’s New World, un recuento del paso del genio alemán en la Tierra y de la vasta huella que dejó y merece ser rescatada. En septiembre, Alfaguara lanzará en español este best seller del diario The New York Times, que también aparecerá en otros 20 idiomas. El texto rescata el legado de un hombre que vivió la Ilustración y el Romanticismo y conjugó ambos periodos en su cuerpo de trabajo pues creía que la única manera de entender la naturaleza era ver con la razón y con el sentimiento. Wulf también dedica grandes apartes a las personas que influyeron en él y a las cuales tocó con su manera de ser y sus descubrimientos. Simón Bolívar, a quien conoció en París, destacó al botánico como el hombre que con sus narraciones “despertó al Nuevo Mundo con su pluma”, un honor que el Libertador le otorgó merecidamente.El alemán motivó a cientos de personas en campos diversos como la antropología, la botánica, la geografía, la geofísica, la oceanografía, la fisiología, la zoología, la geología, la climatología, la meteorología y la cartografía. Para Eleanor Jones Harvey, curadora jefe del Smithsonian American Art Museum, su huella toca tantos elementos que parece haberse diluido. A pesar de esto, centros de investigación, colegios, universidades, institutos, especies animales (un pingüino y un calamar), corrientes marinas, condados y pueblos llevan su nombre, en América, China, Sudáfrica y más países.Detrás del conocido apellido se esconde un hombre fascinante, determinado e inquieto en extremo, sin pelos en la lengua y con un apetito insaciable por salir al mundo, observarlo y entenderlo desde la ciencia y el asombro. Nació en 1769 en el seno de una familia aristócrata de Berlín. Su padre, el más cariñoso de sus progenitores, murió cuando él tenía 9 años. Por eso su madre Marie Elisabeth y su hermano Wilhelm, quien se volvió un prominente miembro de la sociedad, marcaron su juventud. Su madre, fría y distante, se empeñó en darle la educación más humanista posible por lo cual se educó con tutores ilustrados. Fueron años ansiosos, Alexander se sentía incomprendido por sus guías y familia.Pero la muerte de su madre cambió el panorama. Recibió una cuantiosa herencia de la cual alardeaba. Pero la gastó en lo que quería y en ese proceso cambió al mundo. Humboldt, considerado un verdadero galán, no fue ajeno al amor pero tampoco se entregó. Tuvo romances con varios jóvenes, pero en la época ser homosexual garantizaba el ostracismo social, por lo que se volcó a la naturaleza, donde nada ni nadie lo perturbaba. En función de esta vivió hasta los 90 años, lo cual sorprende considerando la cantidad de condiciones adversas y peligrosas a las que se expuso en su vida.Sus amistades lo influenciaron poderosamente. Pasó mucho tiempo con el dramaturgo Friedrich Schiller y con el poeta y escritor alemán más importante de todos los tiempos, Goethe. Esta amistad cambió su forma de aproximarse a la naturaleza y relatarla. Goethe, superdotado, tenía sensibilidad científica, y Humboldt lo impulsó a profundizar en sus teorías. Se dice que en varios rasgos Fausto, personaje de la novela más célebre de Goethe, se asemeja a Humboldt.Encuentros y legadoEn sus viajes Humboldt se topó con personajes afines y apasionados por sus episodios. Entre estos José Celestino Mutis, al que conoció en Bogotá, y Francisco José de Caldas, con quien se topó en Quito y luego tradujo uno de sus libros al español. También dialogó intensamente con el presidente de Estados Unidos Thomas Jefferson, con el que discutió de fósiles y topografía. Humboldt, a su estilo, no vaciló en anotarle al presidente que la esclavitud era una terrible mancha que debía erradicar.Dejó su impronta en botánicos posteriores que hicieron diferencia como John Muir, ícono del naturalismo. Este, junto al presidente Teddy Roosevelt, ya rechazaba a fines del siglo XIX la exagerada especialización de los hombres fomentada por el sistema educativo, a cambio de su capacidad de pensar y desenvolverse en muchas disciplinas como Humboldt. Hoy, en un escenario cargado de especialistas, el mundo parece clamar por nuevos ‘Humboldts’. Aunque los postulados del alemán siguen siendo importantes, la humanidad encontró conveniente darles muchas veces la espalda.Napoleón, un personaje nacido también en 1769, lo envidiaba a pesar de sus vastas conquistas militares. Méritos no le faltaban al alemán. Su visión holística del mundo y la naturaleza rompió con el paradigma que por siglos dictó que la tierra estaba al servicio del hombre. Contradijo así a mentes prodigiosas como Aristóteles, Francis Bacon y René Descartes y botánicos reconocidos en el siglo XVIII como Carl von Linneo, autor de un famoso herbario y para muchos el más grande clasificador de plantas de todos los tiempos. Humboldt definió la red de la vida, en la que tierra, animales y plantas subsisten conectados y afectándose los unos a los otros. El concepto era impensable hasta que el iluminado romántico irrumpió en la escena.Pero ¿cómo lo lograba? “Tenía una memoria extraordinaria, recordaba la forma de una hoja o el color de la tierra luego de décadas o a miles de kilómetros. En su prodigiosa cabeza cabía el mundo y las características de lo que veía a cada paso. Esto le permitía comparar lo que observaba en los Alpes con lo que se había encontrado en los Andes”, aseguró Wulf a la BBC.Viaje del destinoAmérica del Sur cambió su vida. Fue su primera gran expedición y sucedió por la fuerza de las circunstancias. En 1799 quería desplazarse a Egipto, pero por la invasión napoleónica le fue imposible. Junto a Aimée Bonpland, un botánico y médico francés que había conocido un año atrás, se dirigió a España. Allá, contra todo pronóstico, obtuvo un pasaporte de la Corona para recorrer el Nuevo Mundo.“De haber viajado a Egipto todo hubiera sido muy distinto”, aseguró Andrea Wulf a SEMANA. “Los Andes resultaron esenciales en su pensamiento. Cuando vio el Chimborazo, habiendo viajado desde Quito, experimentó el trópico, los valles y vio de primera mano la vegetación y sus cambios dependiendo de la altura, supo que la naturaleza era un ente global”. Wulf investigó durante diez años los pormenores de los viajes del alemán, siguió sus pasos y navegó sus extensos archivos. Para la escritora resultó mágico encontrar en Berlín sus apuntes, unos collages de varias capas que daban una idea de cómo trabajaba su cerebro. También constató que su letra era, como decían los mitos, casi imposible de leer.Humboldt llegó a lo que hoy es Venezuela. Su observación del lago Valencia en el valle de Aragua resultó especialmente importante dado que detectó los efectos de la irrigación y de los monocultivos. También estableció que la tala de árboles alteraba los niveles del lago por el desequilibrio que causaba. Luego abordó ampliamente el río Orinoco en una travesía sin precedentes.Pasó luego a Cuba y se dirigió a Cartagena. Su siguiente destino era Lima, pero viajar por barco le resultó un desperdicio. Optó por atravesar los Andes en el territorio de la Nueva Granada. Enfrentó brutales condiciones y según Wulf es increíble que haya sobrevivido. A Humboldt le entusiasmaba conocer a Mutis en Bogotá y tener acceso a sus libros de botánica, considerados tan valiosos como los mejores de Europa. Humboldt y Bonpland pasaron dos meses en la ciudad pues este último se enfermó. Mutis, que tenía fama de cascarrabias, recibió con agrado la visita extensa luego de la cual el teutón se encaminó hacia Quito, y se trepó en cuanto volcán encontró en el camino.En Ecuador tuvo su momento de iluminación. Desde allá cimentó un legado brillante que hoy, en un planeta sumido en el calentamiento global, hay que rescatar. Por algo Ralph Waldo Emerson, filósofo estadounidense, aseguró en 1869: “Humboldt fue una de esas maravillas del mundo, como Aristóteles o Julio César, que aparecen muy de vez en cuando para mostrarnos la capacidad de la mente humana”.