En cuanto a conquistar fronteras imposibles, otros, como Cristóbal Colón, Marco Polo o Charles Lindbergh, tienen toda la fama. Colón cambió la historia al descubrir un continente, Polo conectó al mundo con el oriente desconocido y a Lindbergh, por hacer el primer vuelo de Nueva York a París, lo recibieron los reyes europeos y la revista Time lo escogió como el primer Hombre del Año en 1927. Por eso sorprende que alguien que superó con creces esas hazañas, el primer hombre que llegó a un cuerpo celeste distinto a la Tierra, tenga tan poco renombre: Neil Armstrong.El modesto hijo de Wa-pakoneta, Ohio, se convirtió en el centro del universo a sus 39 años, el 20 de julio de 1969. En esa fecha, con el apoyo de sus dos compañeros en el Apolo 11 (Buzz Aldrin y Michael Collins), Armstrong, de la primera camada de astronautas civiles, completó su histórica misión: aterrizó un módulo en la superficie de la luna. Luego, frente a los ojos del planeta, que paralizado seguía sus movimientos por televisión, salió, pisó suelo lunar como nadie lo había hecho y pronunció una frase que quedó para la historia: “Este es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
Armstrong tenía todo para convertirse en un héroe mundial no solo en los círculos más altos de la sociedad, sino en el imaginario colectivo. Nunca como en esos años la humanidad había soñado tanto con la conquista del espacio, imaginaba un futuro de cohetes y colonias en otros planetas, y Armstrong podía simbolizar todo eso. Pero tenía otra naturaleza, era como un témpano de hielo, nunca pudo superar profundos tormentos familiares, como la muerte por cáncer cerebral de una hija de 2 años, y jamás se dio la importancia que merecía.Puede leer: “Ir al espacio y volver me cambió la vida”Como muchos otros antes que él, el historiador aeroespacial James R. Hansen intentó penetrar el muro de Armstrong. En un comienzo el astronauta más famoso del mundo rechazó su propuesta, pero Hansen mantuvo vivo su interés al compartirle los libros de historia aeroespacial que había escrito en 20 años de carrera. Después de hablarle de temas en común, personajes conocidos y evitando saltar rápidamente al tema del alunizaje, logró que Armstrong accediera. La familia del héroe también jugó un rol, pues, ya entrado en sus setentas, le rogó que dejara un registro a la altura de su gesta.Hansen se convirtió en el biógrafo oficial de Armstrong. Publicó First Man en 2005, producto de cientos de horas de entrevistas con él, su familia cercana, su primera mujer y decenas de ingenieros. El libro sirve de base para la cinta del mismo nombre del director Damien Chazelle, que ha dividido audiencias porque se enfoca en el hombre más que en la gesta, y que en noviembre se estrena en Colombia.
La vida junto a su primera esposa, Janet, y sus dos hijos no fue cálida. Armstrong nunca superó la muerte de su hija Karen, de 2 años, de cáncer cerebral.Al contrario de lo que muchos imaginarían, Armstrong no soñaba con las estrellas, no se dedicó a la astronomía y no era seguidor de la ciencia ficción. Pero sí sentía una pasión desbordada por la aeronáutica. Armaba modelos de aviones, cada vez más elaborados y complejos, y no demoró ni un segundo más de lo necesario en obtener su licencia de piloto. Lo logró a sus 16 años, incluso antes que sacar la de manejar. Armstrong jamás fue expresivo o impulsivo, pero sí tremendamente determinado. Quería diseñar aviones y con una beca de la Armada entró a la Universidad de Purdue. Poco después estalló la guerra de Corea y voló en 78 misiones. A su regreso, terminó sus estudios de Ingeniería Aeronáutica y se convirtió en piloto de pruebas para Naca, la agencia que en 1958 se convirtió en la Nasa.Armstrong llegó al espacio por circunstancias. Entre los años cuarenta y el comienzo de los sesenta presenció y protagonizó una impresionante ola de desarrollos aeronáuticos. En sus pruebas, Armstrong llegó a pilotar el X-15, el avión cohete que lo llevó al borde del espacio. La frontera siguiente, el espacio, resultaba natural, y le fue posible gracias a su experiencia y sangre fría en los varios momentos difíciles que enfrentó en sus pruebas.Sobre el hombre callado e inexpresivo que se volvió personaje de la historia universal por casualidades y cuestiones del destino, esto dijo Hansen a SEMANA.Le sugerimos: ¿Qué tan ciertos son los mitos más populares de la ciencia?“Más que biografía, es una iconografía”
James R. Hansen, el único hombre que convenció a Armstrong de contarle su vida.SEMANA: Armstrong estaba en el lugar correcto, pero usted menciona que el Apolo 11 aterrizó en la luna producto de la circunstancia...James Hansen: Neil siempre recalcó que pudo ser otro, que su historia no provino de un destino marcado. La Nasa nombró comandantes a sus mejores pilotos y armaba los equipos alrededor de ellos. Para llegar a la luna era necesario transitar varios pasos, asegurarse de que los sistemas, capacidades y habilidades estuvieran a punto. Las misiones previas tuvieron éxito y por eso le tocó al Apolo 11 aterrizar. De no haber sido el caso, Apolo 11 hubiera sido un ensayo más, una misión de prueba.SEMANA: Su vida familiar es un tema sensible, poco explorado. Parte de esta fue una muerte dolorosa que nunca superó...J.H.: Había límites sobre cuánto hablaría de ese tema, pues era muy reservado. Tanto que muy buenos amigos suyos que lo habían conocido poco después de la muerte de la pequeña en enero de 1962 no sabían que había tenido una hija. A mí me contó algo, pero hablando con gente cercana a él encontré los detalles. Su hermana June, dos años menor, me habló de lo duro que le resultó esa muerte, el rol que jugó en que se convirtiera en astronauta (ella murió cuando era piloto de pruebas) y cómo jamás la pudo superar. Mencionó también la posibilidad de que Neil haya llevado un recuerdo de la pequeña a la luna. Janet, su primera esposa, también detalló el horrible momento de ver a esta pequeña enfermarse con el cáncer cerebral que la mató.SEMANA: Resulta interesante la relación distante que tenía la tripulación del Apolo 11. ¿Era común eso en las tripulaciones?J.H.: Mike Collins describió la relación como una de “extraños cordiales”, lo suficientemente amistosos para trabajar, pero nunca para ir por una cerveza o contarse cuentos, ni antes ni después de la misión. Las demás tripulaciones eran muy cercanas.Cuando le pregunté a Collins por la relación entre Buzz y Neil, dijo que “eran extraños neutrales” que trabajaban bien. Cuando lo entrevisté, Aldrin se quejó de que Neil a veces se reservaba algunos detalles relacionados con la misión. Por ejemplo, Neil sabía que una llamada del presidente estadounidense llegaría a la superficie lunar y decidió no decirle, y jamás se lo perdonó. Ahora, Collins añade que Neil era el comandante perfecto para Buzz, pues era una astronauta genial, pero un hombre difícil. Otros comandantes dejaron en claro a la Nasa que no aceptarían a Buzz en sus tripulaciones. Neil, en su rigidez emocional, pudo ignorar ese voltaje.SEMANA: ¿Qué nos puede compartir sobre el alunizaje?J.H.: Apolo 10 hizo todo, menos alunizar, así que Apolo 11 debía conseguirlo. Neil practicó en todos los simuladores, pero nada simula las condiciones de volar en la gravedad del entorno lunar. La misión tuvo percances en ese descenso. Los computadores estaban sobrecargados de datos y activaron alarmas que distrajeron a Neil y a Buzz, y el computador de navegación les indicaba alunizar cerca de un campo de rocas enormes. Por eso Neil tomó el control manual y, en vez de descender verticalmente, voló horizontalmente más lejos para poder lograrlo. Pero usó más combustible del presupuestado en el motor de descenso y quedó en el 2 por ciento. Para bajar, Neil sorteó las rocas y un gran cráter. Fue una maniobra bastante emocionante.SEMANA: ¿Siempre fue tan obediente como frío?J.H.: Era confiable y responsable, pero también ambiguo. Gene Kranz, el director de vuelo de la misión, me contó que en la reunión en la que repasaron las reglas y los escenarios que llevarían a abortar la misión nunca estuvo seguro de que Neil estuviera de acuerdo. Estaba ahí, prestaba atención, pero nunca las aceptó verbalmente. Así pues, Gene nunca estuvo seguro de que Armstrong fuera a seguir las reglas. La verdad, Armstrong sentía que en algunas situaciones podía no seguir lo planeado y aterrizar el módulo si sentía que era capaz de hacerlo. Eso me pareció interesante. No era un comandante rebelde, pero tenía claras sus capacidades y que quien pilota a veces entiende mejor la situación.